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FACULTAD DE ESTUDIOS SUPERIORES “ZARAGOZA”

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UNIVERSIDAD

NACIONAL AUTONOMA

DE MÉXICO

FACULTAD DE ESTUDIOS SUPERIORES

“ZARAGOZA”

(2)

6° DIPLOMADO EN

PSICOLOGÍA CRIMINAL

MODULO

I

PSICOLOGIA CRIMINAL

COMPILADOR:

MTRO. FERNANDO MANUEL MANCILLA

MIRANDA

ENERO / 2004

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INDICE

Clemente, M. (1998). Fundamentos de la Psicología Jurídica.

Ed. Pirámide. España... 4

Renfrew John W. (2001) La Agresión Y Sus Causas.

Ed. Trillas. México. ... 14

Renfrew John W. (2001) La Agresión Y Sus Causas.

Ed. Trillas. México... 32

Marchori Hilda (2000) Psicología Criminal. 7a. Ed.

Ed. Porrúa. México... 47

Sobral, J. (1994). Manual de Psicologia Jurídica.

Paidos, México... 57

Clemente, M. (1998). Fundamentos de la Psicología Jurídica.

Ed. Pirámide. España... 86

González de la Vega René, Aguilar Ruiz Miguel Oscar (2000)

La Investigación Criminal, Ed. Porrúa. México... 100

Talarico Pinto Irene(2002) Pericia Psicológica. Ed. La Roca.

Argentina... 121

Echebúrua Enrique(1996) Personalidades Violentas. Ed. Pirámide.

México... 133

Echebúrua Enrique(1996) Personalidades Violentas. Ed. Pirámide.

México... 151

Tocaven (1992)Psicología Criminal. Instituto de Ciencias Penales.

México ...

Bibliografía ...

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1

Clemente, M. (1998). Fundamentos de la Psicología Jurídica. Ed. Pirámide. España

PSICOLOGÍA... ¿JURÍDICA? A MODO DE INTRODUCCIÓN

¿Existe la Psicología Jurídica?... o en busca de una nueva identidad

¿Existe la Psicología Jurídica? Seguramente más de un lector se sentirá confuso con esta pregunta; tras tener en sus manos un libro cuyo título es precisamente ese, el de Psicología Jurídica, ¿cómo dudar de la existencia de tal concepto?; o, ¿acaso es éste un libro sobre algo imaginario, sobre una Psicología que se caracterizaría porque, gracias a este manual, que ha reunido un cúmulo de conocimientos que se etiquetan globalmente como tal, a partir de este momento tiene presencia como disciplina? No, evidentemente este manual no es tan milagroso como para hacer surgir de la nada una disciplina. Ni siquiera el primero aparecido en castellano sobre el tema, de Mira y López (1932), lo fue; y no es el primer elemento de reflexión sobre este campo (véase, por ejemplo, Bajet,1993; Clemente, 1988, 1989b; Clemente, et al., 1990; Clemente y Martín, 1990). Además, tantos cursos, seminarios, asignaturas, conferencias, ¿qué sentido tienen?

No hay cuidado; el lector puede respirar tranquilo. Sí, la Psicología Jurídica existe. Ya existía. Pero sólo desde el plano de lo factual. Se trata de una existencia ontológica, basada en la realidad de los hechos. Existe porque hay psicólogos trabajando en el terreno de lo jurídico. En campos que trata de reunir y clasificar este manual: sobre todo en los cuerpos y fuerzas de seguridad de los estados (sea en policías, ejército, etc.), diciéndose entonces que trabajan en Psicología Policial; en los juzgados y servicios de administración de justicia (sean de familia, de menores, clínicas médico-forenses, magistraturas, vigilancia penitenciaria, de manera privada realizando peritaciones, etc.), diciéndose entonces que trabajan en Psicología Judicial o Legal; o en las prisiones, trabajando en Psicología Peni-tenciaria. Muchos más son los campos, sin embargo, aunque no tan definidos como los anteriores: la atención a la víctima, la asistencia al detenido, el asesora-miento a los abogados para plantear adecuadamente tanto sus intervenciones como la de sus clientes en los juicios, realizando preparación psicológica para afrontamiento de juicios, trabajando con menores, etc.

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y tratamiento de las prisiones, y hoy, raro es el órgano relacionado con lo jurídico donde no estemos presentes.

Pero como decíamos antes, la Psicología Jurídica sólo existe desde la pura y dura realidad. Y es que mientras que los psicólogos hemos demostrado un interés continuo y hemos alcanzado determinados puestos de trabajo desde la pertinaz insistencia, el campo del Derecho poco se ha interesado por la Psicología. A lo más, simplemente tiene a los psicólogos, como a tantos y tantos profesionales, como meros técnicos consultores. El Derecho piensa a menudo que se basta a sí mismo; no necesita crear campos ni comunes ni afines; regula las relaciones sociales sin necesidad de estudiar ni a las personas, ni a la sociedad; triste argumento. Argumento que ha hecho que la Psicología Jurídica no haya podido ser en la mayoría de las ocasiones sino «aplicaciones de la Psicología al mundo del Derecho»; nada de interrelaciones ni de estudios en común; sólo un campo de estudio que nace de la Psicología, se desarrolla dentro de la Psicología, y simplemente se refiere a un ambiente concreto como es el jurídico.

Por lo tanto, ¿por qué no denominar a la Psicología Jurídica simplemente Psi-cología? Al fin y al cabo, el que sus reflexiones se tengan que aplicar al universo jurídico poco tiene que importar. Podemos aportar conocimientos desde nuestra ciencia para interpretar y explicar la conducta de las personas; que la demanda provenga de la organización jurídica o no, ¿tiene alguna importancia? También la respuesta a esta pregunta, evidentemente, es que sí. En pocos ambientes las conductas, cogniciones, experiencias, de las personas, dependen tanto del lugar donde se producen como en el terreno de lo jurídico.

Es más, ¿se puede investigar el comportamiento humano abstrayéndonos de que éste se desenvuelve dentro de un marco o realidad?; evidentemente no. Pues, querámoslo o no los psicólogos, la realidad sólo existe bajo dos conceptos: bien porque existe un consenso amplio sobre la existencia de un fenómeno, o bien porque la ley determina como tal dicha existencia. Analicemos aunque sea brevemente ambos aspectos.

a) Consenso sobre la existencia de los fenómenos. Parece claro que algunas cuestiones no son debatibles en nuestras sociedades, sino que prácticamente, todos pensamos que son «buenas» o «malas», deben existir o no, etc. Este sería el caso, por ejemplo, de las violaciones, de los asesinatos, y de tantas y tantas cuestiones planteadas como delitos, en los que las ideas de las personas de la sociedad y los códigos penales y civiles corren a la par.

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una de sus figuras más representativas, Mead, que afirmaba que algo es real si sus consecuencias son reales (no se admite que alguien pueda vivir sin atenerse a la ley).

La Psicología Jurídica debe partir de esa segunda perspectiva de la realidad. Esa «realidad» por lo tanto, ese «ambiente», ha sido creado por la organización jurídica. Las prisiones, los centros penitenciarios o los juzgados, son ambientes y realidades que a menudo no son ni siquiera imaginables por las personas «de la calle» que componen la sociedad; pero son tan reales para sus usuarios y para sus trabajadores que modifican profundamente sus vidas. De esta manera, se podría decir ahora de nuevo, aunque en un sentido diferente al anterior, que la Psicología Jurídica se ocupa de lo imaginario; pero ese imaginario es tan real, que es mejor obviar tal concepto en una posible definición.

Lógicamente, los colectivos cambian las leyes, cuestión que es preciso destacar y tener en cuenta. De todas formas, desgraciadamente los colectivos que cambian la ley son aquellos que tienen poder, es decir, las clases dominantes.

¿Qué es, por lo tanto, la Psicología Jurídica? Nosotros proponemos la siguiente definición:

Es el estudio del comportamiento de las personas y de los grupos en cuanto que tienen la necesidad de desenvolverse dentro de ambientes regulados jurídicamente, así como de la evolución de dichas regulaciones jurídicas o leyes en cuanto que los grupos sociales se desenvuelven en ellos.

Pero, aun dentro de esta posible definición, ¿existe una uniformidad en lo que es la Psicología Jurídica, o se puede hablar en realidad de varias opciones?

¿Cuántas Psicologías Jurídicas existen?

La Psicología Jurídica ha estudiado más unos temas frente a otros. En una reciente revisión del papel de la investigación y la intervención psicológicas en el sistema jurídico, Munné (1987) señalaba cómo la Psicología jurídica ha enfatizado demasiado los aspectos penales, dejando relegados los civiles, administrativos, políticos o fiscales. No se desprende de aquí, que la Psicología Jurídica deba olvidarse del estudio de todas aquellas cuestiones relacionadas con la Institución Penitenciaria, sino más bien que se enfaticen las restantes.

Los conocimientos que pueda aportar la Psicología jurídica permitirían un acercamiento, según Munné (1987), a lo que este autor considera como dos de los aspectos más relevantes del ejercicio profesional del psicólogo jurídico:

a) Orientación en la elaboración de unas leyes más adecuadas a la persona y a los grupos humanos; y

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Pero desgraciadamente, lo nuestro es eso, meramente orientar. No vamos a extendemos en exceso en visiones concretas sobre la Psicología Jurídica. El lector puede acudir al capítulo segundo de este mismo libro, donde Rico se mete a fondo en la cuestión. Visiones que se pueden resumir en tres, según ya expuso Muñoz Sabaté (1976):

o Psicología del Derecho: puesto que casi todo el Derecho está lleno de

com-ponentes psicológicos, es necesaria la Psicología para que el primero pue-da funcionar adecuapue-damente.

o Psicología en el Derecho: se trata de una Psicología Normativa, de estudiar

las normas jurídicas como estímulos verbales que mueven la realización de las conductas.

o Psicología para el Derecho. La Psicología se convierte en una ciencia

auxi-liar del Derecho, para establecer la verdad de hechos, la imputabilidad, interpretar conductas, etc.

Muñoz-Sabaté identifica la Psicología jurídica con la Psicología Legal o judicial. Pero desde otro punto de vista cabría hablar de varias «Psicologías Jurídicas» en función de la organización jurídica que aborden. A las tres clásicas, que planteamos en primer lugar, añadimos otras cuando menos tan importantes como ellas:

o Psicología policial. Incluye en general a los denominados cuerpos de

se-guridad del Estado: policías, guardia civil, ejército, etc. Los temas que se abordan dentro de estas organizaciones, habitualmente, son los de formación de estos colectivos, selección, organización y burocracia, relaciones con la comunidad, etc.

o Psicología judicial. Incluye las actuaciones de los psicólogos dentro de

to-das las posibles áreas del Derecho, si bien se destacan sobre todo las de familia y menores. El derecho laboral es otra de las áreas más tratadas. La tarea fundamental es el peritaje psicológico, así como la única dentro de las funciones previstas por ley para los psicólogos que trabajan para la Administración. Desde la práctica privada, también se da el tratamiento para preparar a los sujetos previamente a los juicios, entrenar a abogados, etc. Debido a todo esto, casi toda la Psicología Judicial es Evaluación Forense.

o Psicología Penitenciaria. Se trata de un área muy organizacional.

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ge-neral del centro, estudiar el clima social, realizar tratamientos grupales e individuales, etc, En España éste es el área más desarrollada.

o Psicología jurídica del menor. El tratamiento del mismo y las actuaciones

dentro de organizaciones destinadas a reinsertarles socialmente entraría dentro de esta faceta. En nuestro país, este tipo de competencias perte-necen a las Comunidades Autónomas. Se trata de un área muy vinculada a los Servicios Sociales y a la Psicología Comunitaria.

o Psicología preventiva del delito. Evidentemente no podía faltar este

apar-tado; una de las labores fundamentales del psicólogo jurídico es prevenir la aparición del delito y de los problemas con la justicia.

o Victimología. El sistema jurídico se enfrenta con y genera víctimas. Y

tam-bién los psicólogos jurídicos se ocupan de ellas: atención al detenido, a la mujer violada, preparación de programas de restitución, etc.

Esta última perspectiva, la temática, es la que ha generado este manual. Un ma-nual que pretendía haber sido más exhaustivo y completo, pero que por falta de espacio ha tenido que quedar como el que tiene en sus manos. A continuación efectuaremos un breve repaso sobre los tópicos en los que se centra este libro.

Un manual de Psicología jurídica

Este manual consta de veinticuatro capítulos, agrupados en cinco grandes áreas. La primera de las áreas aborda los aspectos conceptuales, históricos y metodológicos. El primer capítulo, elaborado por Manuel Rico, intenta dar un concepto esquemático y práctico de lo que es el Derecho, entendido para ello a distintas perspectivas desde la que perfilarlo. Así, el Derecho puede ser entendido predominantemente como estructura, recayendo el interés en el estudio de las normas y la coercibidad; o puede entenderse predominantemente como función, interesándonos estudiarlo entonces como un instrumento de control social y obstaculizador del cambio social; o, finalmente, podemos entender el Derecho desde una perspectiva valorativa, cuestionando básicamente entonces la justicia del Derecho. En el capítulo se abordan las dos primeras perspectivas: el Derecho entendido como estructura y el Derecho entendido como función.

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Psicología Jurídica, la Antropología Legal o la Filosofía del Derecho, si bien esta última no es exactamente una ciencia social. En el capítulo se pretende dar una visión resumida del Derecho en cuanto objeto de estudio de las ciencias sociales mencionadas.

El último de los capítulos de esta primera parte se centra en analizar la historia v la evolución de la Psicología Jurídica en España. En él, Helio Carpintero v Cristina Rechea comienzan dicha historia en el siglo pasado, analizan a fondo la figura de Emilio Mira, y abordan por último la Psicología Jurídica actual. Se trata de una aportación inédita, puesto que poco se ha hablado de nuestra historia dentro de la disciplina.

La segunda de las grandes áreas es la Psicología Policial, y comprende dos capítulos, que versan sobre dos facetas diferentes de la formación. La primera de ellas, la formación en general, de Gonzalo Rodríguez Casares, expone la acción formativa general del cuerpo nacional de policía. Y el segundo capítulo del área policial ha sido elaborado por Eugenio Garrido, y ahonda más en la formación policial, en este caso en la de los inspectores de policía. Analiza en primer lugar los textos legales en que se basa la formación de la escala ejecutiva del Cuerpo Nacional de Policía, después aborda el modelo policial diseñado por el Consejo Académico, operacionalaza dicho modelo a través de los programas de Selección y Formación, se centra en la didáctica de la Psicología Social, y por último ejemplifica y comenta investigaciones psicosociales con inspectores-alumnos como grupos experimentales. El capítulo se cierra con algunas consideraciones críticas respecto a la formación policial.

La tercera de las grandes áreas es la Psicología Judicial, v comienza por un capítulo sobre la evaluación psicológica-forense, elaborado por Alejandro Ávila y Carlos Rodríguez Sutil. Este capítulo, además, aborda la cuestión de la redacción del informe pericial.

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El capítulo siguiente, de Ana Martín y Bernardo Hernández, trata sobre la atribución de responsabilidad en el contexto legal. Este capítulo parte de la idea de que el proceso penal puede entenderse como un intento de determinar el grado de responsabilidad, culpa y, en su caso, de castigo que ha de asignarse a una o varias personas en relación a un comportamiento que se considera constitutivo de delito. El propósito que se persigue es analizar en qué medida los desarrollos teóricos y empíricos realizados desde el campo de la teoría de la atribución permiten esclarecer los mecanismos psicosociales implicados en este tipo de juicios. Para ello se examina el conocimiento disponible sobre explicaciones causales, atribuciones de responsabilidad y juicios morales, acerca de comportamientos que causan algún tipo de daño. Asimismo se presentan re-sultados de investigaciones al respecto, realizadas con profesionales de la ad-ministración de justicia y con personas vinculadas al sistema penal, ya sea como delincuentes o como posibles víctimas.

Dada la importancia del tópico, al tema del jurado se le han dedicado tres capítulos. El primero de ellos, de Ana M' Martín, analiza los procesos de influencia social más relevantes en el ámbito del jurado, centrándose en aquellas características diferenciales de los dos tipos de jurado más importantes: el jurado puro y el jurado de escabinos. Partiendo del hecho de que el jurado es un grupo humano inmerso en un proceso de toma de decisión, se plantea cómo las características tanto del grupo como de la tarea a la que se enfrenta, influyen en su dinámica y en la resolución a la que llega. Con este objetivo se describen los principales factores que mediatizan los procesos de persuasión, conformidad e innovación que se dan durante la fase de deliberación del jurado, haciendo especial hincapié en las diferencias existentes entre el sistema anglosajón y el de escabinos, v en las implicaciones psicosociales que tales diferencias tienen.

El proceso de deliberación del jurado es analizado en el capítulo elaborado por Pilar de Paúl. Por una parte se analiza la influencia de los principales factores estructurales (número de miembros, regla de decisión, posiciones ocupadas en la mesa de deliberación y la función de portavoz) en la discusión grupal. Por otra, se revisan los estudios sobre el proceso de deliberación, especialmente aquellos que han analizado el nivel de participación, el contenido de la deliberación, los fenómenos de influencia durante la dinámica grupal y los estilos de deliberación. A lo largo del capítulo se tienen en cuenta las implicaciones que este análisis tendría de cara a la determinación de las características del futuro Jurado español.

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sus decisiones legales. Posteriormente, en este capítulo se analiza el «modus operandi» en la selección de jurados en las diversas legislaciones, reflexionando sobre su validez a la luz de resultados obtenidos por los autores, que proponen un nuevo método de selección que subsane posibles deficiencias en la ejecución de un jurado motivadas por la homogeneidad de sus miembros.

El siguiente de los capítulos, de Pilar de Paúl, tras analizar el proceso de socialización de los profesionales del Derecho, se centra en los factores psico-sociales que influyen en la conducta de dos de los principales protagonistas del sistema de Administración de Justicia: el juez y los abogados. Se aborda la toma de decisión judicial en lo que se refiere a la determinación de la fianza y el establecimiento de la sentencia, analizándose esta última desde el paradigma de la discrecionalidad y de la disparidad. En lo que se refiere a los abogados, se analizan los procesos de negociación y la fase de preparación del juicio, prestando especial atención a la selección de los miembros del jurado y a los testimonios. Por último se ofrece una visión de la conducta del abogado en la sala de justicia desde la perspectiva de la comunicación persuasiva.

En el último capítulo del área judicial, Antonio Coy aborda el tema de la mediación en el contexto de la separación y el divorcio. Partiendo de una serie de definiciones de la mediación, se analizan los problemas que plantean, en dife-rentes órdenes, las separaciones y divorcios contenciosos tratando de poner de manifiesto no sólo los tipos de conflictos sino también las técnicas y metodología que pueden ayudar a resolverlos, haciendo especial hincapié en las técnicas de negociación. A partir de ahí se expone el proceso propiamente dicho, tal como lo ven los autores más significativos, para poder llegar a la elaboración de un documento que recoja los diferentes acuerdos que regularán las relaciones de los ex-cónyuges, así como las de éstos con los hijos comunes.

Comienza la cuarta área, Psicología Penitenciaria, con un capítulo de Miguel Clemente sobre los marcos explicativos del problema social del delito. Se trata de plantear las formas de explicar, la conducta delictiva, comenzando por la más clásica, la patología social, encabezada porLombroso, hasta la más actual, la organizacional, centrada en la definición antes expuesta de Psicología jurídica.

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penitenciario, aunque tal vez sí sean los que le confieren su mayor peculiaridad. Al hilo de ello expondremos lo que legalmente se dispone y lo que realmente disponemos, partiendo del supuesto de que para llevar a cabo los objetivos legales hacen falta medios humanos, materiales y financieros. Se pretende con ello rastrear la existencia y la realidad del tratamiento penitenciario.

El siguiente de los capítulos, de Enrique Arnanz, trata sobre la intervención educativa en el medio penitenciario. En él una pregunta clave: hasta qué punto la cárcel puede ser un espacio educativo. Dado que una de las labores que debería plantearla prisión es la rehabilitación y la reinserción del delincuente, el análisis crítico de tal espacio es una condición necesaria para plantearse cualquier intervención.

Las evaluaciones e intervenciones concretas las plantea Santiago Redondo a continuación. En ese capítulo se pasa revista a los más recientes avances ope-rados en materia de evaluación y tratamiento psicológicos en las prisiones. Desde una perspectiva evaluativa, han sido objeto de atención de los psicólogos tanto ciertos factores individuales de los encarcelados -su inteligencia, su personalidad y sus aptitudes laborales- como de la interacción individuos/ instituciones carcelarias -el efecto prisionización, el clima social percibido, la reincidencia en el delito, etc.-. Desde la perspectiva del tratamiento de los encarcelados, las técnicas psicológicas más utilizadas fueron, con anterioridad, algunas estrategias no conductuales, como la psicoterapia individual o grupal; más recientemente, han predominado las aplicaciones basadas en modelos conductuales y cognitivo-conductuales. El objeto de la intervención psicológica ha ido evolucionando desde los propios encarcelados hacia las intervenciones de carácter más ambiental, con el propósito de mejorar la comunidad carcelaria como un todo, como condición previa para influir sobre los propios internos. Desde este planteamiento han actuado las comunidades terapéuticas y los programas ambientales de contingencias. Por último, la Psicología ha acometido la tarea de revisar amplios conjuntos de programas de tratamiento de la delincuencia con tal de ponderar cuáles son los factores de las propias técnicas de tratamiento que influyen de modo más decisivo sobre la efectividad.

Un aspecto más concreto se plantea Susana Díaz a continuación, abordando la variable de la creencia en la benevolencia humana y la conducta racional. Frente a programas que actúan para evitar lo negativo, este enfoque trata de generar conductas positivas en los internos, como son las citadas.

No hemos de olvidar que la prisión es una organización, y como tal la podemos estudiar también los psicólogos. Miguel Clemente, en el siguiente capítulo, se ocupa precisamente de los trabajadores de las prisiones, en un intento de recuperar al gran olvidado de los estudios penitenciarios.

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criminalidad engendrada por causa de las drogas y la criminalidad como efecto indirecto de las mismas. A continuación, se evaluará el control de la oferta en nuestro país en los últimos años así como un análisis de las diferentes vías de introducción existentes para pasar a analizar las medidas legislativas vigentes en la materia. Pero ante el profundo fracaso de las medidas represivas y rehabilitadoras ante el problema de las toxicomanías, se dedicará una parte del capítulo al tema de la prevención en sus diferentes niveles de actuación y actividades a llevar a cabo, para terminar con un brevísimo glosario de términos utilizados no sólo por el delincuente sino por aquellas personas que están más o menos relacionadas con el ámbito de la marginación.

El último gran bloque aborda la cuestión de los agentes e instituciones vinculadas a la prevención del delito, y consta de tres capítulos. El primero, de Víctor Sancha, trata el tema del menor, y en concreto de las medidas alternativas al internamiento, cuestión fundamental desde el desarrollo de la ley, planteando tanto las cuestiones jurídicas como psicológicas. El hecho de centrarse en el análisis de programas europeos provee a este capítulo de un especial valor.

Ramón Arce y Francisca Fariña abordan a continuación el problema de la victimización desde una perspectiva psicosocial. En primer lugar, se interesan por definir la naturaleza diferencial, en interacción con la causa de la victimización, de las consecuencias psicológicas de la victimización, encontrando un alto porcentaje de personas que presentan consecuencias que necesitan tratamiento. Pasan, posteriormente, revisión a la comparación entre las víctimas oficiales y las ocultas, que no presentan denuncia, llegando a la conclusión de que debemos emprender una búsqueda de la víctima. Se detienen también en el diseño de programas de prevención y reconciliación. En su empeño por reclamar el status de la víctima, presentan varias opciones para identificar la víctima falsa en los informes periciales. Y terminan con una reflexión sobre las perspectivas de futuro, a nivel legal, de la víctima, y las recomendaciones que formularíamos a nivel psicológico.

El libro se cierra con un capítulo de Enrique Arnanz sobre las Organizaciones sociales y las demandas comunitarias, dando así un aire comunitario v de intervención de calle a la Psicología Jurídica, y por lo tanto, de prevención.

El resultado de todo esto lo tiene el lector en sus manos. Ha sido una obra que ha requerido del esfuerzo y del trabajo de muchos, todos ellos profesionales de gran valía. A todos ellos, y al lector, mi más sincero agradecimiento.

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INTRODUCCIÓN

Básicamente, todas las personas han resultado afectadas da alguna manera por la agresión, ya sea que hayan sido blanco de ésta, que hayan participado en ella o que se hayan encargado de observarla y controlarla en otras personas. Así, la agresión les concierne a las víctimas, a los perpetradores y a aquellos profe-sionales encargados de su tratamiento, ya sea por su seguridad personal, su bienestar o su obligación.

La agresión causa serios problemas en varios niveles, desde el ámbito social hasta el personal, y afecta situaciones no asociadas usualmente con la violencia extrema. Por ejemplo, en algunas escuelas, el alto índice de asaltos a los jóvenes ha obligado a hacer una revisión en busca de armas a la entrada de la escuela y a extremar vigilancia policíaca en los corredores. A los niños pequeños se les enseña a agacharse bajo los pupitres en caso de escuchar disparo. Los consejeros son requeridos una y otra vez para ayudar a los compañeros de clase de un niño asesinado en las calles.

En los edificios de oficinas, las secuelas de ataques por compañeros de trabajo armados con rifles de asalto incluyen la provisión de servicios psicológicos e instrucción de autoprotección para los sobrevivientes. A los supervisores se les enseña a reconocer las señales de tensión extrema y cómo manejar situaciones peligrosas.

En los hogares, la violencia familiar dirigida a los hijos o a las esposas ha hecho que se impartan clases públicas sobre la solución de conflictos y el manejo del enojo. A las violaciones y robos por intrusos les sigue la compra de sistemas de alarma y la formación de grupos de protección vecinal.

Aun fuera de estos casos extremos, los individuos se involucran al prevenir y controlar la agresión cuando se rehúsan a entrar en los parques por la noche o en otras áreas a cualquier hora, compran varios implementos o aprenden técnicas para autodefensa, y evitan interactuar con gente de subgrupos particulares de la población.

Aunque los problemas de la agresión son relativamente obvios, la solución a esos problemas no lo es. La gente puede protestar contra la agresión, los medios informativos pueden describirla y los políticos pueden legislar en contra de ella. Sin embargo, la solución efectiva depende de comprenderla.

El medio más eficaz para comprender un problema es estudiarlo sistemáticamente, utilizando técnicas científicas. Este texto tratará el problema de la agresión por medio del análisis, de lo que se ha aprendido en la investigación científica sobre sus causas y posibles medios de controlarla.

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la importancia de definirla con precisión. Entonces nos daremos cuenta de que varios problemas se relacionan con la definición y clasificación de la agresión. Describiremos enfoques experimentales y correlativos al estudio de la agresión, junto con sus ventajas y limitaciones. Básicamente, la agresión es un comportamiento afectado por múltiples influencias. Para que descubramos esas influencias, necesitamos una medida apropiada de la agresión. Exploraremos los problemas para obtener este parámetro.

LA MAGNITUD DEL PROBLEMA

Se puede encontrar una indicación de la extensión de los problemas de agresión en los informes policíacos de actos criminales. En Estados Unidos de América, el índice de criminalidad es alarmantemente alto. De acuerdo con los Uniform Crime Reports (Informes de Uniformidad del Crimen) (FBI, 1990), en 1990 había un promedio de un crimen violento cada 17 segundos. Tales crímenes incluían asesinato, violación de mujeres, robo y asalto con agravante. Los índices de crímenes individuales van desde uno cada 30 segundos en el caso del asalto hasta uno cada 22 minutos en el caso del asesinato, en una población aproximadamente de 250 millones. Asimismo, en 1990 los indices de tal violencia continuaban aumentando. Se habían elevado en casi un tercio desde 1981, y en más de 20 % en cuatro años desde 1986. Incluso, los índices para 1990 estaban casi 10 % por encima del año anterior.

A mediados de la década de los noventa, las estadísticas del FBI indicaban que los índices de criminalidad estaban en continuo aumento. Aunque los aumentos anuales en índices de arresto son más bajos para la población total, los índices continúan elevándose hasta cerca de 9 %. Más aún, los índices en jóvenes menores de 18 años han estado aumentando anualmente en casi 13 %.

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predecir cuándo podría ocurrir, para controlarla cuando ocurra o para prevenir que pase. Esta preocupación ha sido expresada formalmente por al menos dos importantes organizaciones profesionales. La American Psychological Society (Sociedad Psicológica Americana) (1992) clasificó a la violencia en Estados Unidos de América como una de las seis área:, problemáticas principales del comportamiento humano que deben abordarse. En 1991, la American Medical Association (Asociación Médica Americana) hizo del diagnóstico y tratamiento de la violencia familiar una prioridad principal de salud pública. Además, el número del 14 de junio de 1995 de su Journal fue dedicado al problema de la violencia interpersonal.

DEFINICIÓN DE LA AGRESIÓN

Antes de entender algo, ya sea la agresión o cualquier otro tema, para nosotros es esencial definirlo. Una definición es un requisito previo para una comunicación eficiente. Los lectores que creen que esto es obvio deberán revisar sus propias suposiciones respecto a la definición de agresión. En el salón de clases se puede hacer una encuesta sobre tales suposiciones si se pide a los estudiantes, el primer día de clases, que definan la agresión. Es impresionante el número de definiciones en términos de las características abarcadas. A la agresión se le considera positiva (como autoafirmación) o negativa (cuando daña a los demás). Algunos la definen como dirigida o intencional y otros como incontrolada y azarosa. Para algunos es una intención o un sentimiento, mientras que otros la ven como un comportamiento explícito. Hay ocasiones en que eventos o estados previos, como el enojo o la frustración, son relacionados con la agresión o incluso comparados con ella. Cuando los estudiantes mencionan los objetos de la agresión, incluyen algunas veces a otros individuos, a sí mismos, a los animales y a objetos inanimados. Obviamente, existe un gran número de posibilidades para definir la agresión. Quizá esta amplia variedad refleja simplemente la falta de conocimiento de los estudiantes sobre este tópico. En cierto sentido esto es verdad, pero por desgracia dicha variabilidad no se confina sólo a los neófitos; no existe una definición clara de la agresión que sea comúnmente aceptada por los profesionales en esta área. Una revisión de la bibliografía revela que algunos autores ni siquiera se molestan en definir este término. Otros toman en consideración alguna definición, pero encuentran imposible esta tarea. Por ejemplo, Johnson (1972) concluyó (quizá sabiamente), en sus primeros textos sobre el tema, que la agresión era demasiado compleja para definirla, dados los muchos tipos de comportamiento agresivo y la complejidad de sus causas. Capítulos enteros han sido dedicados al problema de definir la agresión, con diversos resultados referentes a su especificidad (Brian y Benton, 1981b; Siann, 1985).

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subdividen aún más. Por ejemplo entre los psicólogos del comportamiento están involucrados los biopsicólogos, los clínicos y los psicólogos sociales. Dentro de estas áreas, afrontamos de nuevo los problemas de llegar a una definición común. Consideremos la reunión del Advanced Study Institute en the Biology of Aggression (Instituto de Estudios Avanzados sobre la Biología de la Agresión) de la OTAN, llevada a cabo en 1980. A dichos encuentros asistió un selecto grupo de investigadores líderes de los países de la OTAN y han sido muy útiles al facilitar la comunicación de sus recientes descubrimientos. El encuentro mencionado no fue una excepción como puede apreciarse en la publicación de ponencias publicadas (Brian y Benton, 1981a). Sin embargo, la inédita intención de los asistentes para llegar a una definición mutuamente aceptable de la agresión fue un fracaso. Sencillamente había tantos aspectos de la agresión y tantas orientaciones en conflicto acerca de las relevantes maneras de estudiarla que fue imposible llegar a una definición en la que todos pudieran coincidir.

A pesar de esta falla universal para lograr una definición común de la agresión, resulta fundamental que tengamos un punto desde el cual empezar. Como no ha sido posible establecer una definición en forma concluyente, a menudo se propone una en términos provisionales o "de trabajo". Por tanto, como punto de partida y para poder ilustrar más adelante las dificultades para definir la agresión y la importancia de hacerlo, proponemos la siguiente definición de trabajo de la agresión: La agresión es un comportamiento que es dirigido por un organismo hacia un blanco que resulta con algún daño.

Nótese que la agresión se clasifica como un comportamiento. Un comportamiento es una pieza de información objetiva: puede ser observada por los demás y con una definición apropiada, dos o más observadores pueden estar de acuerdo en si ocurrió o no. Al restringir la agresión a comportamientos observables, se excluyen las condiciones internas, como sentimientos, actitudes o pensamientos agresivos. No estamos sugiriendo que no existan o que no sean importantes al determinar si ocurren actos agresivos. Sin embargo, puesto que son internas, son subjetivas: la cuestión de su existencia se determina mediante interpretaciones y prejuicios personales de los individuos, así que no pueden medirse en forma objetiva. Sin dichas posibilidades de medición, nos resulta difícil avanzar en la determinación de sus causas. Por consiguiente, preferimos restringir las consideraciones a un número limitado de eventos que pueden verificarse, en lugar de tratar de incluir todas las condiciones agresivas potenciales y aumentar la probabilidad de errar al establecer sus determinantes.

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En una situación rural, por ejemplo, consideremos que alguien que conduce una camioneta vieja arrolla el buzón de su vecino. Si el incidente ocurre justamente después de un altercado entre ambos vecinos, tal vez constituya un acto agresivo. Si el acto se repite (y no se presentan circunstancias atenuantes, como pisos resbalosos, ni hay otros factores básicos, como enfermedad o alcohol), de nuevo podría considerarse como dirigido. Aunque no siempre se determina con facilidad su dirección, es importante establecerla. Su relevancia se reconoce en los procedimientos legales, par ejemplo, cuando se determina si una persona causó la muerte de otra y en qué grado.

Nuestra definición de la agresión incluye los términos organismo y blanco. Estos son términos intencionalmente amplios que se han escogido para abarcar diversas situaciones agresivas. Organismo se refiere tanto a los humanos como a los animales no humanos que se han estudiado para determinar las causas de la agresión. Más adelante, vamos a explicar con más detalles el lugar del modelo animal en el estudio de la agresión. Blanco puede significar otro individuo de la misma especie, como cuando una persona golpea a otra. Esta es probablemente nuestra preocupación más común en el estudio de la agresión. Sin embargo, la agresión puede también ser dirigida hacia sí mismo, como en el suicidio o en otros comportamientos autodestructivos. La agresión también ocurre entre especies, como cuando un perro muerde a un hombre (o viceversa). Por último, la agresión puede ser dirigida contra un objeto inanimado, como cuando un soldado o un terrorista vuela la casa vacía de un adversario o, simplemente, cuando una persona se levanta de su cama en la oscuridad, se golpea un dedo del pie contra un mueble y patea el mobiliario.

La inclusión del término daño en la definición de la agresión indica cierto efecto negativo en el blanco. Esto excluiría intentos fracasados, como una bala que no da en su blanco, puesto que tendría que determinarse si fue dirigida. En tales casos, por desgracia, también es posible obtener evidencia a partir de la repetición del acto. También quedarían excluidos los actos que no tienen un efecto final negativo, aunque provoquen alguna destrucción o incomodidad. El trabajo de un cirujano o de un dentista puede caer dentro de esta categoría, ya que estos individuos pueden cortar tejidos sanos con el fin de tratar una enfermedad. Aunque algunos investigadores en el amplio campo de la agresión podrían sugerir que supuestos impulsos agresivos internos desempeñan una función en la elección de la carrera profesional de, digamos, un cirujano, este planteamiento supone factores subjetivos que dejaremos de lado en nuestro presente enfoque. Otro problema potencial con el uso del término daño es que éste no siempre se apreciará con facilidad, como el cambio mínimo en el mobiliario pateado por la persona del ejemplo anterior. Sin embargo, a pesar de sus limitaciones, la inclusión de este término es útil en el estudio de la agresión.

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esto sería considerado agresivo. Otros comportamientos destructivos, como cosechar trigo o comer alimento, son todavía más difíciles de resolver a partir de nuestra definición, aunque más tarde exploraremos la relación entre comer y agresión. Sin tener en cuenta sus debilidades consecuentes, nuestra definición es útil como orientación en la investigación y en el análisis de la agresión. Como lo hemos aseverado, es una definición de trabajo y está sujeta a modificaciones. En realidad, ha sido modificada varias veces desde que apareció impresa por primera vez (Renfrew, 1979) y seguramente será alterada en el futuro.

Algunos problemas surgen al determinar si la agresión ocurre cuando se involucran individuos o grupos con diferentes antecedentes personales o culturales. Consideremos situaciones tales como cuando los niños juegan a ser el "rey de la colina", jalando y empujando a otros fuera de una pila de nieve o lodo. ¿Es éste un comportamiento agresivo? ¿Qué me dicen de una padre que le da una paliza a su hijo? ¿Qué de una persona que le indica a otra que un tercero es incompetente? La decisión de si ocurre la agresión en cada caso, diferirá si no usamos una definición común y precisa de agresión. En el primer ejemplo, la queja de un padre ante un administrador de la escuela acerca de la agresión en el patio puede dejar perplejo al administrador. Lo que para uno fue agresión, para el otro fue meramente un juego. Con una definición común de agresión, como la que proponemos, podríamos determinar si los comportamientos son dirigidos hacia algún blanco y provocan algún daño, y sobre esta base decidir si está involucrada o no una agresión. Entonces podríamos decidir si es aceptable o no la agresión en el patio de la escuela. Podríamos tomar un enfoque similar con actividades deportivas, como el fútbol, y aplicar nuestra definición de agresión a los Comportamientos involucrados. En ambos casos, probablemente determinaríamos que hubo agresión. Sin embargo, no podríamos estar de acuerdo tan fácilmente en la aceptación de dicha agresión.

También nos enfrentaremos a desacuerdos si consideramos la agresividad del segundo ejemplo, que involucra una paliza. Un individuo tal vez no vea ningún elemento de agresión en dar nalgadas a un hijo. Un segundo individuo podría clasificar de inmediato la paliza como agresiva. Un tercero podría señalar que, aunque aparentemente se causa daño, el caso es paralelo a las acciones de un cirujano o de un dentista; es decir, el acto se lleva a cabo en beneficio del niño. En este caso, aun cuando los dos últimos individuos hubieran utilizado nuestra definición de trabajo, no habrían podido resolver la cuestión. Ambos juzgaron el comportamiento como dirigido v (lile infligía daño, pero aun así, siguieron en desacuerdo sobre su pertinencia. Sin embargo, nuestra definición aclaró cuando menos lo que estaba involucrado.

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Aun cuando eliminemos esta disparidad, permanece, sin embargo, la cuestión de daño infligido por un comportamiento verbal. ¿Existe aquí un daño a la reputación de otro y, si es así, constituye esto una agresión? Aunque un comentario se haga directamente al individuo, ¿lo consideraríamos agresión? Si la persona se ofende, ¿determinarnos que este daño psicológico sea una agresión? ¿Qué pasa si el individuo no se ofende? Por otro lado, ¿la intención de hacer daño del que lo dice constituye una agresión? Resulta evidente que incluso con una definición relativamente precisa, la situación aún no es clara. Debido a los problemas involucrados con comportamientos verbales y daño psicológico, en este texto hemos minimizado la inclusión de información basada en estas áreas. No obstante, debemos señalar también que la referencia a una definición como la nuestra al menos proporciona un punto de partida para considerar si la agresión está involucrada en tales casos.

Otro factor relacionado con la definición de agresión es la justificación de ciertos comportamientos implícita en la omisión del término. Así, el padre que golpea a su hijo puede, sin importar el asunto de hacer daño, no considerar agresivo su comportamiento porque lo considera normal, parte de una disciplina paterna aceptable, necesaria para criar bien a un hijo. En forma similar, los políticos se muestran reacios a etiquetar como agresivas las acciones bélicas de su país contra otro, aunque los políticos del país atacado, por supuesto, en seguida las determinan como agresivas. Pocas veces nuestra propia milicia "agrede"; lo que hace es llevar a cabo "golpes preventivos", una "acción de vigilancia" o acudir en ayuda de otro país para defenderlo de sus enemigos. Un ejemplo interesante de esto es el cambio de nombre, después de la Segunda Guerra Mundial, del Departamento de Guerra de Estados Unidos de América por Departamento de la Defensa. Una estratagema semántica similar se usa para tratar de justificar los comportamientos agresivos de los individuos. Alguien que le dispara a otro puede ser calificado como "vigilante", alguien que de alguna manera ayuda a mantener la ley y el orden al mismo tiempo que quebranta la ley. También se echa mano de la defensa propia para exonerar a los individuos de la responsabilidad de sus actos agresivos. En los casos descritos aquí, el término agresión, por considerarse habitualmente como peyorativo, empuja a realizar esfuerzos para reclasificar los comportamientos. Sin embargo, todas estas situaciones (con quizá un caso discutible en el ejemplo de la disciplina) caen bajo la definición de agresión. Quizá sería más fructífero para nosotros primero establecer que se cometió agresión y después justificar los comportamientos. No toda agresión es necesariamente mala; alguna, como en la defensa propia, puede ser absolutamente necesaria y adaptable. La agresión comienza a ser alarmante cuando se comete más allá de esa necesidad o cuando remplaza un comportamiento alternativo no agresivo. En este texto nos enfocaremos sobre estos casos.

CLASIFICACIÓN DE LA AGRESIÓN

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como delinear las variables que controlan cada clase. Si bien estos esfuerzos han sido fructíferos, también han ocasionado ciertos intercambios verbales (¿agresivos?) entre los investigadores cuando el esquema de clasificación de uno no fue aceptado por el otro y cada uno, él o ella, defendía vigorosamente su posición. Además, las etiquetas aplicadas a los tipos de agresión algunas veces tienen significados excedentes, sutilezas demás que no están basadas en información científica, sino que son interpretaciones de los términos. Como lo vimos en el ejemplo dado anteriormente, los comportamientos asociados con el término defensivo están sujetos a diferentes interpretaciones. En lugar de meternos en discusiones a veces irracionales sobre las etiquetas, concentré monos en la medición de los estímulos específicos y en los patrones de respuesta involucrados en la agresión. Una clasificación más antigua de la agresión es muy útil, ya que se le cita aun de manera relativamente frecuente y sirve como punto de comparación para otros trabajos. En 1968, Moyer propuso siete clases de agresión, diferenciándolas por sus bases fisiológicas y los estímulos que las producen. El trabajo de Moyer se basó ante todo en información de animales no humanos, pero es visto por él v otros como útil para ayudar a entender las bases de la agresión humana. Puesto que más adelante nos referiremos a algunas de estas categorías conforme estudiemos las diferentes causas de la agresión, aquí las enumeraremos y discutiremos brevemente.

Agresión predatoria. Se clasifica como predatorio el comportamiento de ataque

dirigido por un animal en contra de una presa natural. A veces se refiere este comportamiento como "entre especies", aunque se cometen otros tipos de agresión entre las especies animales. El estímulo que provoca esta agresión es una presa, preferiblemente en movimiento, como objetivo. Para que se cometa este comportamiento no se necesita una condición específica, en contraste con otros tipos de agresión (por ejemplo, la agresión maternal, que discutiremos más adelante). Si bien el comportamiento predatorio se inscribe en nuestra definición de trabajo de agresión, algunos investigadores lo desechan por ser meramente una respuesta para conseguir alimento, sin los componentes emocionales fuertes de otros comportamientos agresivos.

Agresión entre machos. Este tipo de agresión se comete entre individuos de la

misma especie cuando no se ha establecido una jerarquía de dominación entre los machos de un grupo, lo que provee el estímulo necesario. Moyer indicaba que entre las hembras tal pelea se observa relativamente muy poco. De la misma manera que en la agresión predatoria, no es necesario un entorno específico para que se produzca este tipo de agresión.

Agresión por miedo. Se produce cuando un organismo está atrapado por otro

organismo amenazante y no puede escapar de él. Siempre va precedida de intentos por escapar.

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inanimados. Según Moyer, la preceden varios enervantes, como frustración, dolor, privación de alimento, fatiga y falta de sueño.

Agresión maternal. Se refiere a la agresión que comete una madre ante el

estímulo de una amenaza para su crío, lo cual significa que es indispensable esta circunstancia ambiental específica para que se produzca.

Agresión sexual. Se produce por los mismos estímulos que causan las

respuestas sexuales. Así como en la agresión entre machos, se pensó que esta clase de agresión se producía primordial, pero no exclusivamente, en los machos. Fue una idea tardía de Moyer, quien la clasificó como un tipo de agresión "probable" y la estudió más tarde en forma más rigurosa (v. gr. Moyer, 1976).

El séptimo tipo de agresión de Moyer era defensa territorial, la cual ocurre en una especie o entre especies distintas ante la invasión del territorio demarcado como propio por un organismo externo. Sin embargo, Moyer concluyó más tarde (1976) que esta agresión no tenía por sí misma una base fisiológica, que no estaba bien basada en información objetiva y que estaba muy mal definida para ser de utilidad. Además, lo que unos categorizan como agresión territorial a menudo involucra una de las otras clasificaciones que ya hemos mencionado. Moyer también consideró la agresión instrumental, que existe sólo porque ha sido reforzada por sus propias consecuencias (esto, en principio, no contemplaría los efectos que el éxito tiene en los tipos de agresión aquí discutidos). Puesto que se veía que ésta tampoco tenía por sí misma una base fisiológica, Moyer no la trató a fondo. Se puede hablar de agresión instrumental cuando el comportamiento es reforzado por el éxito y por tanto aumenta. Así como la agresión predatoria, puede que no tenga componentes emocionales fuertes. A pesar de todo, es un tipo de agresión muy importante.

EL MODELO ANIMAL EN LA INVESTIGACIÓN SOBRE AGRESIÓN

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se han realizado con animales inferiores cuyos resultados se han usado para comprender la agresión humana. Entonces seremos capaces de ver cómo el modelo animal para el estudio de la agresión ha sido invaluable, justo como lo ha sido para la medicina y varias áreas de la psicología.

Las premisas para usar modelos animales derivan en gran medid" de los descubrimientos que sustentan la teoría de la evolución de Darwin (1859). La extensa investigación ha demostrado que los humanos y los animales inferiores tienen orígenes comunes y comparten muchas características, por ejemplo, en la estructura y funciones cerebrales y en los mecanismos bioquímicos que afectan la agresión. Determinada parte del cerebro, ya sea de ratas, gatos, monos o humanos, tiene ciertas conexiones con otras partes, abarca sistemas químicos cerebrales especiales y ayuda a aumentar o disminuir la agresión del mismo modo. El estudio de un grupo de animales puede ayudar muy bien a comprender las funciones de cualquier otro.

A pesar de las apreciables contribuciones hechas a través de trabajos con animales sobre la agresión, han surgido objeciones a dicho trabajo basadas en consideraciones éticas y religiosas. La gente que se preocupa por los "derechos" de los animales se queja de que los investigadores están abusando de tales derechos al emplear animales como sujetos, y exigen un alto a la investigación con animales. Su posición es que ningún beneficio para los humanos justifica el privar a los animales de sus derechos. Estos inconformes a menudo apoyan su postura con argumentos de que la investigación con animales no ha resultado en beneficios generales para los humanos. Contrario a las polémicas que han aparecido recientemente en Estados Unido.,; de América y en algunos otros países donde se lleva a cabo investigación con animales, los investigadores que emplean animales no son masoquistas que gozan con realizar infructuosos o repetidos experimentos, ni son individuos codiciosos que realizan una investigación para obtener subvenciones adicionales dé fondos. Continúan el trabajo con animales porque han avanzado con éxito hacia un mejor conocimiento de las agresiones humanas.

Respecto a las objeciones religiosas en la investigación, los fundamentalistas cristianos han sido muy enérgicos en procurar que sus creencias creacionistas no sean sustituidas por la abrumadora evidencia científica que apoya la teoría de Darwin. Aceptar el punto de vista de los creacionistas significaría rechazar la existencia de un eslabón común entre los humanos y los animales y por implicación, no habría razón para estudiar a los animales para entender a los humanos. El rechazo de la teoría de la evolución por el público en general tendría por resultado una presión a rechazar el apoyo gubernamental para la investigación con animales, así como una resistencia a la aplicación de cualquier resultado para ayudar a comprender la agresión. Sería en detrimento para el progreso del estudio de la agresión si la aceptación de dichas creencias ocasionara el abandono del trabajo con animales inferiores.

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Al igual que cualquier otro modelo, el modelo animal para el estudio de la agresión tiene tanto beneficios como limitaciones. Algunos beneficios resultan claros al considerar el enfoque experimental común en el estudio de la agresión. Este enfoque implica la manipulación de factores causales y la medición de sus efectos. Aquí, la agresión se ve como un efecto o variable dependiente (VD) que es afectado por diversas causas o variables independientes (VI). La relación se expresa simplemente en la siguiente fórmula:

VD (agresión) = f(Vls: a, b, c, . . . , x, y, Z)

Esto nos dice que la variable dependiente (agresión) es causada por --es función de (f )- un gran número de variables independientes. Éstas podrían incluir las siguientes: variables biológicas, como función cerebral, mecanismos genéticos, tipos y niveles hormonales; variables ambientales, como experiencias pasadas, reforzamiento y castigo; y variables sociales, como condiciones de vida.

Para que determinemos la existencia y las contribuciones relativas de las variables independientes que afectan la agresión, usamos el enfoque experimental para manipular una mientras mantenemos constantes las otras por medio de procedimientos de control. Así, se observa que cualquier cambio en la variable dependiente (agresión) es producido por una manipulación de la variable independiente. En los humanos, la manipulación y el control de las variables independientes es muy difícil, si no imposible. Considérese la variedad existente de factores genéticos o experiencias pasadas y aun experiencias presentes. Si tratamos de estudiar el efecto de cierta droga en el comportamiento agresivo humano, ¿cómo podríamos estar seguros de que cualesquiera efectos son causados por la droga que se está manipulando y no por algún cambio no controlado o no medido en otra variable? Si bien los problemas para controlar variables independientes pueden abordarse a través de pruebas clínicas (de drogas o de cualquier otra variable independiente), las investigaciones preliminares se realizan mejor en condiciones donde es posible un mayor control. Al emplear animales que provienen de una línea de descendencia criada especialmente para trabajo de laboratorio, podemos controlar variables tales como mecanismos genéticos, así como también variables históricas, como experiencias de crianza, dietas y exposición a patógenos, y variables presentes, como condiciones de vivienda, interacciones agresivas y experiencias en la enseñanza. Una vez más, así como en el caso de los humanos, es imposible controlar todas las variables. De hecho, algunas veces variables nuevas e impredecibles afectan los resultados en un estudio cuando tratarnos de determinar la influencia específica de una variable conocida. Sin embargo, el uso de la técnica experimental con animales permite una determinación más fácil y exacta. del papel de las variables independientes.

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escenario fuera de laboratorio, pueden intervenir muchas variables para producir un episodio agresivo. Por tanto, es necesario que exploremos los efectos de manipular múltiples variables y determinemos si los resultados en el escenario restringido de un laboratorio se pueden extrapolar a uno más natural. De hecho, el escenario natural es típicamente el punto (le partida para los etólogos o estudiosos del comportamiento animal, quienes conducen sus estudios en campo o cuando menos en un escenario de laboratorio diseñado para incluir muchas de las variables de un escenario natural, como hacer que los animales se establezcan y vivan en una colonia grande en vez de tenerlos enjaula; individuales.

Por supuesto, debemos establecer qué tanto se pueden generalizar los resultados obtenidos con animales a los seres humanos. Aunque el público en general, lo mismo que muchos políticos v administradores públicos, a menudo siente que no se está dando seguimiento a esta tarea o que no se está cumpliendo en forma expedita, casi todos los investigadores de laboratorio reconocen la necesidad de probar la posibilidad de generalización de sus descubrimientos (le laboratorios. Por varias razones, como la imposibilidad de hacer pruebas con humanos o la falta de financiamiento, pudiera darse el caso de que no les fuera posible dar seguimiento a las pruebas ellos mismos, aunque ciertamente les gustaría hacerlo. Más adelante veremos cómo el trabajo de laboratorio ha sido aplicado en problemas prácticos de agresión humana.

EL ENFOQUE CORRELATIVO

Un segundo enfoque importante para el estudio de la agresión es determinar cómo varía la agresión en relación con una segunda o incluso una tercera variable dependiente. En tales estudios de correlaciones podemos expresar la función como sigue:

VD1 = f(VD2)

Aquí VD I es agresión y VD2 es la otra variable. Los resultados de la medición de la correlación se expresan como un número positivo inferior a 1 o como un número negativo. El valor numérico indica qué tan relacionadas están las dos variables. Una correlación positiva alta podría significar que las dos variables dependientes están influenciadas mucho más por las mismas variables independientes, mientras que una correlación negativa alta puede significar que algunas variables independientes afectan cada variable dependiente en direcciones opuestas. Las correlaciones pueden resultar valiosas al determinar si las variables independientes comunes están operando y qué tanto, y pueden ayudar a predecir si es factible que se produzca la agresión, si hemos determinado el valor de la segunda variable dependiente.

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característica de éstos y en esencia de todos los estudios correlativos. Estos estudios miden dos variables dependientes, cada una afectada por sus propias variables independientes. Las correlaciones establecen la intensidad con que las dos variables se producen en el mismo individuo, no cómo una de las variables afecta a la otra. En otras palabras, correlación no es equivalente a causalidad. Aun cuando se encuentre una correlación relativamente alta (significativa) entre ver violencia por la televisión y ser agresivo, esto no demuestra que ver violencia origine la agresividad del individuo. No obstante, tampoco demuestra que ver violencia por televisión no sea causa de agresión. Simplemente establece la covarianza entre las dos variables. Insistimos en este punto porque muchos legos, incluyendo la prensa, tienden a asumir que causalidad es sinónimo de correlación. Aunque el enfoque correlativo es útil, debemos reconocer sus limitaciones.

CONSIDERACIONES ÉTICAS

Una limitación compartida por ambos estudios de la agresión, tanto el experimental como el correlativo, involucra la ética. Ya sea que un investigador manipule una variable independiente para aumentar la agresión o que simplemente observe la agresión sin tratar de interferir. surgen preguntas concernientes a la aceptabilidad de la manipulación. Estas preguntas se presentan con sujetos humanos y no humanos, pero son especialmente sensibles cuando están involucrados los humanos. Puesto que no se considera aceptable estimular o permitir a los humanos agredirse unos contra otros, algunos investigadores han usado subterfugios para tratar de engañar a los participantes y hacerles creer que están siendo agresivos. Por ejemplo, a los sujetos se les dice que sus acciones ocasionarán descargas eléctricas a otros. Otros investigadores han empleado cuestionarios para interrogar a los participantes acerca de cómo ellos podrían haber actuado. Sin embargo, aún se cuestiona la aceptabilidad ética del engaño involucrado en algunos de estos estudios. Como realmente no hay agresión, los científicos también pone; i en duda la validez (si un método mide lo que pretende medir) (le este tipo de estudio. Los estudios con animales inferiores se han empleado como alternativa a los estudios con humanos de manera que podamos observar una verdadera agresión.

La producción de agresión en animales se debe emprender con una preocupación razonada por el bienestar de los sujetos, v está regida por códigos de ética, como el de la American Psychological Association (Asociación Psicológica Americana), y varios reglamentos gubernamentales. Los investigadores involucrados apoyan fuertemente estos controles. No obstante, también se reconoce que dicha investigación es esencial para avanzar en el estudio de la agresión y que este avance en nombre del bienestar humano tiene prioridad sobre el bienestar de los animales.

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proporcionan también un mayor control experimental, pues los objetos de estudio no están en movimiento ni responden de modos impredecibles. Asimismo, se minimiza el desasosiego al limitar las pruebas y el número de sujetos involucrados a solamente los necesarios para producir resultados confiables. Pueden desarrollarse modelos computarizados para sustituir a los animales, pero este proceso tiene dos importantes limitaciones. Primero, necesitamos observaciones de una agresión verdadera para proporcionar la base de información para desarrollar un modelo computarizado y, en segundo lugar, los resultados de cualquier modelo tendrían que probarse para determinar su validez en una situación de la vida real. En todo caso, parece que la investigación con animales es necesaria, y si bien se debe llevar a cabo con mucha responsabilidad por cuestiones éticas, sus contribuciones para el conocimiento de la agresión hacen que su continuidad sea vitalmente importante.

LOS PARÁMETROS DE LA AGRESIÓN

El punto central de este libro tratará sobre las variables independientes que afectan la agresión. Antes de considerar sus causas, debemos examinar cómo medirla. Previamente hemos destacado la importancia de definir la agresión y hemos propuesto una definición de trabajo. Sin embargo, la definición más precisa de la agresión vale muy poco si no se tiene precisión al medir el comportamiento. Los procedimientos apropiados de medición son esenciales para que determinemos si una variable independiente afecta la agresión y, si es así, para que descubramos la relación exacta entre la variable independiente y la agresión.

Del mismo modo que al definir la agresión, la medición resulta más confiable cuando empleamos variables objetivas en vez de subjetivas. Esto es, la confiabilidad la consistencia de los resultados de una medición, aumenta cuando usamos comportamientos externos. Además, se prefieren la observación y las aseveraciones directas a una aseveración indirecta. El uso de información objetiva y directamente observada ayuda a evitar dos errores de medición fundamentales, conocidos comúnmente como tipo I y tipo 11. Un error de tipo I, o falsa alarma, implica juzgar que sucedió un evento, como la agresión, cuando en realidad no ocurrió. El error de tipo Il, u omisión, implica la falla en detectar un evento ocurrido.

Intentos para medir la agresión humana

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calificar en forma muy diferente que uno con una educación superior universitaria que incluya el estudio de la naturaleza de la agresión en clases de psicología o sociología. Un profesor con experiencia en escuelas citadinas podría usar un criterio distinto que otro que haya trabajado siempre en un ambiente suburbano. Un compañero que provenga de un hogar con mucha violencia, usará diferentes calificaciones que uno de un hogar más pacífico.

Algunas veces podemos conseguir que las calificaciones sean más confiables, pero la confiabilidad aún será sospechosa. Por ejemplo, una calificación de 7 o "peleas frecuentes" podría definirse como una vez al día, pero "pelea" puede ser interpretado por una persona sólo como contacto físico, por otra como amenazas y por otra más como todo tipo de provocaciones verbales. De nuevo, aquí es obvia la necesidad de tener una definición específica de agresión. Además, estas evaluaciones pueden ser indirectas, puesto que los evaluadores pueden confiar en los informes de otros para juzgar una pelea cuando no estén presentes. Hasta la autovigilancia puede ser poco confiable, ya que usualmente infiere depender de un individuo que no tiene conocimientos sobre la observación objetiva y los registros sistemáticos. Aunque las observaciones pueden ser directas, no son necesariamente confiables.

Los informes policíacos son un ejemplo de la información que a menudo es subjetiva e indirectamente evaluada. Cuando tratan de determinar la agresión por la que se llamó a la policía, los oficiales tienen que confiar con frecuencia en la información de los transeúntes no entrenados en técnicas de observación o de los participantes que estuvieron emocionalmente involucrados. Aunque los oficiales hayan sido bien entrenados en técnicas de entrevista, surgen muchos problemas. Un divertido ejemplo de la variedad de informes que pueden resultar de un grupo de participantes observado: es se encuentra en la clásica película de Kurosawa de 1950, Rashomon lit cual muestra cuatro disparatadas versiones de los encuentros de dos personas con un bandido en el bosque. El público, al saber que cada uno de ellos está describiendo el mismo evento, puede apreciar la exageración y la percepción selectiva envuelta en cada relato. En una película esto es humorismo. Desafortunadamente, en los informes policíacos ocurren a menudo versiones similares de dichas percepciones erróneas. Loftus y sus colegas han determinado algunos modos en los cuales los informes de testigos oculares pueden resultar tendenciosos y han apoyado la significación de dicha investigación para las decisiones en tribunales (Goodman y Loftus, 1992).

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cómo afecta esto a los "estudiantes" para aprender alguna tarea. El "profesor" puede ver el nivel seleccionado de la descarga en una escala numérica. El nivel seleccionado de la descarga, la cantidad de descargas dadas y, a veces, la duración de la acción de la palanca pueden usarse como mediciones de la agresión.

Desafortunadamente, la validez de este método profesor-estudiante ha sido cuestionada. ¿Realmente hay agresión en estos estudios? En realidad, los individuos no parecen estar enojados, aunque algunas veces están fisiológicamente alterados. Sin embargo, esta alteración podría sólo activar la única respuesta de agresión disponible y no producirla de manera específica. Esta alteración justo podía disparar, igual de fácil, una respuesta no agresiva si estuviera disponible. Además, puesto que este experimento tiene lugar en el ambiente artificial de un laboratorio y las descargas eléctricas realmente no se dan, surgen las preguntas acerca de si dicha metodología proporciona el modelo apropiado para la agresión que podría ocurrir en la vida real. Algunos críticos sugieren que la disposición del laboratorio podría conducir a los participantes a creer que el patrocinador del experimento condona la agresión y por tanto les resulta aceptable. Por otra parte, puede ser (.lile los participantes no crean que realmente están agrediéndose entre sí.

Se han publicado muchas críticas del método profesor-estudiante que mencionan muchos de los puntos que acabamos de discutir. Por ejemplo, Kaplan (1984) indica que la validez de la técnica como una medición de la agresión tiene alguna base, pero que no es concluyente. Encontró que recientemente se había dedicado muy poco esfuerzo para determinar su validez o para discutir cómo se podrían generalizar los resultados más allá del laboratorio. Sugiere que a los "profesores" se les vea más como individuos que ejercen represalia v no agresión. Por otra parte, como podríamos esperar, los individuos que han empleado este método defienden firmemente su validez (v. gr. Berkowitz, 1993). A pesar de sus limitaciones, esta técnica ha provisto un apoyo importante para nuestro conocimiento de la agresión. Su uso se ha extendido en gran parte de la experimentación sobre la agresión humana, y en la sección de factores sociales v del ambiente en la agresión, discutiremos muchos de sus resultados.

Medición de la agresión en animales inferiores

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Mientras que algunos investigadores rechazan en general las situaciones artificiales de prueba, otros, incluyendo al autor de este libro y sus colegas (Renfrew y Hutchinson, 1983), las han usado como; un medio para lograr una medición. más precisa y confiable de los comportamientos involucrados. Para mayores detalles recomendamos a los lectores la publicación arriba mencionada, pero permítanos aquí declarar que en estos estudios de la agresión determinamos que el comportamiento estaría dirigido en contra de un objeto de estudio inanimado. Este descubrimiento permitió el desarrollo de unos sensores automáticos que facilitaron la medición para saber no solamente si el ataque ocurrió, sino también su frecuencia, intensidad y patrones temporales. Además, la eliminación de un objeto de estudie animal tiene beneficios tanto éticos como de control. Éticamente, es preferible este procedimiento porque ningún otro animal está amenazado por el agresor. En términos de control, hemos evitado los movimientos impredecibles y el contraataque del objeto de estudio. Así, al aplicar el método con un objeto de estudio inanimado, pudimos obtener mediciones altamente sensitivas y objetivas del comportamiento y minimizar los errores de tipo II. El método también permite mejoras para determinar las relaciones entre la agresión y las variables independientes que la afectan. En el método con un objeto inanimado, el comportamiento medido ha sido generalmente el de morder, componente frecuente de todos los tipos de agresión mencionados por autores tales como Moyer (1968) en el trabajo previamente citado. Por consiguiente, podemos ver que se está midiendo un componente común de la agresión. Por lo general, el término ataque usó en lugar del menos comprendido universalmente de

agresión y puesto que la investigación abarca más situaciones limitadas, usamos los términos ataque con mordida o simplemente mordida. Ya que la mordida también ocurre en otras situaciones, como comer o tragar, esta práctica fue necesaria cuando sólo se midió el morder. No obstante, también se realizó una serie de estudios de validación con el fin de demostrar que las mismas variables que producen el morder típicamente, también producen lo que otros reconocerían como agresión. Estos estudios confirmaron que esta metodología no ha tenido por resultado errores de tipo I. El comportamiento medido de morder es un índice de agresión legítimo, y no un comportamiento que no tiene nada que ver con esto. Revisaremos algunos resultados de este trabajo en las secciones sobre factores biológicos y ambientales en la agresión. Estas secciones discutirán también el desarrollo de una medición de morder, apretar las quijadas en los humanos (Hutchinson et al., 1977), la cual ha provisto un medio potencialmente importante para el estudio de las variables que afectan la agresión humana.

RESUMEN

Referências

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