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Retorno a La Educación Estética Del Hombre

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Academic year: 2020

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RETORNO A LA EDUCACIÓN

ESTÉTICA DEL HOMBRE

1

Enrique Serrano López2

L

a educación no responde ya a las exigencias del mundo que podía entenderse está rezagada y es conformista en esas materias, pero casi siempre ha sudo así- sin duda alguna la educación ha cambiado de escenarios y de métodos y que recusa casi todo lo que se hizo antes en términos de formación.

La razón exige por motivos transcendentales que haya una comunión del impulso formal con el material, esto es, que exista un impulso de juego, porque sólo la unidad de la realidad con la forma, de la contingencia con la necesidad, de la pasividad con la libertad, completa el concepto de humanidad. (SCHILLER, 1797, CARTA XV, p. 233, § 4)

Es el impulso de juego una experiencia efectiva para construir un ennoblecimiento del hombre frente a sus circunstancias factuales o acaso habría que renunciar a ello por desidia o vergüenza, por exceso de pesimismo o de escepticismo, considerando que no es posible que tal cosa que es una quimera inútil o acaso políticamente peligrosa, en tal orden de ideas, esta educación mediocre igualadora sería entonces la única salida para el hombre del mañana, miembro irreflexivo de las infinitas clases medias que parecen perfilarse como estamento único en el horizonte de las sociedades por venir.

1 Texto presentado en el Segundo Simposio Si-lee en Cali, Colombia, em 25 agosto de 2009. 2 Profesor de la Universidad del Rosario, Bogotá, CO.

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Durante el atribulado final de siglo XVIII, los poetas románticos alemanes e ingleses sentían una preocupación honda, una necesidad intima de participar en la educación del pueblos a los que pertenecían, por amor a ellos y al arte mismo, por conveniencia radical de la humanidad- Las preocupaciones que movían a Schiller en 1795, cuando la entonces todopoderosa Ilustración hacía su despliegue más intenso y la revolución secular era para toda Europa una realidad insoslayable, era la misma que algunos pedagogos y filósofos tienen hoy respecto de tales materias. En efecto los asuntos relacionados con la belleza y el arte son centrales para el pensador no se puede renunciar a ello jamás.

Es sorprendente que lo que en ese entonces era imprescindible para un hombre sensato se haya dejado de lado en la planeación y desarrollo de toda forma contemporánea de educación; no es que la belleza y el arte hayan dejado de existir en estas materias; importantes es que no se los trata como tales s

Ante todo, es preciso destacar el carácter protagónico del pasado y de la tradición como patrones formadores, no sólo de aquello que ha sido fundamento de lo que somos, sino también de lo que no hemos podido ser, o de lo que aspiramos a ser (pero aún no tenemos la fuerza o el conocimiento ara realizar de modo efectivo).

Según Schiller, lo bello se descubre revelando su misterio, y cuando se descubre, unifica, esto es, realiza una obra de conciliación y de reconciliación. La belleza inspira el proceso de educación, le da un sentido mágico y maravilloso de tránsito fascinante, de perpetuo descubrimiento.

Puede verse que estas Cartas sobre la educación estética del hombre constituyen una referencia indispensable para quienes se preguntan cómo edu-car al hombre para lograr una sociedad racional y a la vez decididamente im-pregnada por el entusiasmo que produce la belleza de la vida. Pero, la idea fundamental de la obra es el hecho estético, lo estético como facultad constitutiva y reveladora del mundo, capaz de poner al hombre en las condiciones necesarias para aprovechar plenamente su humanidad. La educación estética posibilita la libertad estética en el hombre, es un estado en el que se rompen las coacciones de la materia y de la abstracción, el hombre está indeterminado (no se inclina en ninguna dirección), pero lleno de contenido (contenido que proviene de su sensibilidad) estando listo para caminar hacia la libertad moral y el imperio de las leyes. Lo importante de la cualidad estética del hombre es que le permite ver las leyes no como algo coercitivo y ajeno a él, sino como algo que le es propio, que le apetece, la educación estética es la que enseña al hombre a disfrutar de las leyes, la educación moral solo se las mostraba, pero podían aparecer como algo externo y opresor. El hombre que se eduque en valores estéticos no será

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solamente justo, sino también feliz (más adelante se tratará la diferencia entre un acto noble y acto sublime) y por tanto también tendrá estas características la sociedad creada por él.

Las Cartas para la educación estética del hombre, representan la obra filo-sófica de mayor importancia de las redactadas por Schiller, en ella se ponen de manifiesto tanto su pensamiento estético, como la importancia que da a la educación de esta cualidad humana, cualidad a la que otorga un papel funda-mental, pues sólo a través de su estado estético puede el hombre desarrollar plenamente su humanidad. La consecución de esta posibilidad será el tema central de este comentario, he de decir aquí que los comentarios de Juan Manu-el Navarro Cordón, catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, que presenta esta edición, han sido de gran ayuda en mi trabajo.

El pensamiento estético de Schiller se sustenta en dos conceptos que están íntimamente relacionados; por un lado la idea del carácter unificador de lo bello, capaz de unir lo sensible con lo formal. Y por otro la condición del hombre como ser sensible – racional, que para poder desarrollar plenamente su humanidad tendrá primero que lograr una armonía entre las necesidades sensibles y las exigencias de la razón. Solo la belleza, que consigue llegar al hombre cuando éste alcanza su estado estético, es capaz de conciliar estas dos fuerzas aparentemente opuestas de la naturaleza humana. Lo estético es por tanto una cualidad innata en el hombre (que debe ser educada) capaz de hallar la armonía entre lo material y lo ideal (lo abstracto que pertenece al mundo de las ideas universales), situando al hombre en condiciones de gobernarse únicamente por su voluntad y de lograr así su destino, que es el desarrollar al máximo sus facultades humanas, saber ser libre.

El pensamiento romántico de Schiller está mezclado con la fuerte racionalidad que le imprimió el conocimiento de la filosofía kantiana: la razón es un apoyo y no un enemigo para alcanzar los fines de la vida. Por consiguiente, es deber del poeta – y en general de todo artista- buscar las formas para armonizar razón y emoción, de modo que la acción humana propiciada por la educación esté vivamente impregnada por los principios lógicos y el rigor del intelecto, pero a la vez responda a las íntimas motivaciones que el hombre extrae de sus sueños y de sus apetitos.

La razón de ser de esta referencia a Schiller en la ponencia que ahora presento es la siguiente: la educación contemporánea está huyendo torpemen-te de la responsabilidad estética que le competorpemen-te. Ha minimizado a la sensibilidad y al arte como meros complementos de la formación básica del hombre y ha

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centrado en la técnica y en sus correlatos las preocupaciones básicas de la formación proporcionada por la escuela básica, tanto en primaria como en se-cundaria. De este modo, la experiencia estética que antes era el detonador fundamental de la sabiduría del hombre maduro ha quedado oculta y ya no se expresa con la intensidad que la caracterizó durante siglos. La consecuencia principal de esta tendencia consiste en sumergir el hecho estético en el laberinto de lo onírico o en la privacidad de una expresión solitaria, incomunicable o inefable que deja al sujeto que lo experimenta en un estado que mezcla la perplejidad con la confusión.

Creo que es factible hacer regresar el hecho estético a la educación y darle al menos una parte de la relevancia que le atribuía Schiller, por medio de una experiencia vinculada al juego, al placer de divagar y descubrir en tal estado una potencialidad formadora que nunca se ha apagado del todo. Lo que equivale a decir que la formación del individuo contemporáneo debe tener un componente significativo que sea exclusivamente estético: tiempo para experimentar, oportunidad para apasionarse por algunas materias y numerosas ocasiones para percibir el atractivo del descubrimiento, el placer del viaje, la gracilidad de la experiencia repetida por el puro goce de tenerla.

La educación contemporánea puede volver a dotarse de estas posibilidades sin sufrir con ello una conmoción profunda ni perder ninguno de los elementos que hasta ahora le han dado su razón de ser. Todo esto porque la educación estética en el hombre no compite con la educación formal, ni está contrapuesta a ella, sino que la rodea y la recorre de manera impredecible y juguetona, “por entre los márgenes” como diría Wittgenstein o en los contornos, parafraseando a Norbert Elias, Henri Bergson o Paul Valery. Su carácter no programático y sus características mutaciones se experimentan como resultado de un ambiente formativo propicio, por una parte, y de un perceptible apasionamiento presente en la actitud vital de sus ejecutores. Basta con que los maestros estén fuertemente involucrados en sus materias para que los estudiantes perciban este decidido nivel de compromiso que allí se manifiesta y lo enriquezcan con su propia interpretación. Tan sólo con que los estudiantes sientan frecuentemente la necesidad de abrazar los modelos, las doctrinas y los ejemplos que se les enseñan con fruición para que se produzca un efecto revitalizador de todo el conjunto de la educación y para que sus instituciones adquieran una integridad y una vivacidad que de otro modo no pueden obtener.

Todos estos elementos conducen a concluir que la educación estética puede ser pensada y llevada a cabo de manera paralela a la educación formal a través de un conjunto de experiencias básicas que, si bien no pueden ser medidas ni evaluadas con la misma vara que las experiencias educativas de tipo formal, no

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por ello son menos reales ni menos experimentables, ni sus efectos dejan de hacerse sentir con profusión y vigor.

Es fácil ver que las artes juegan un papel crucial en la educación estética de los jóvenes, pero la experiencia que ellos están llamados a tener de tales artes no puede ser congelada ni reducida a la tradicional formalización del arte que se ha pretendido “enseñar” sin éxito alguno durante muchos años y en muchos lugares del mundo. Es preferible empezar por la desnudez del hecho estético, con toda la fuerza que la experiencia sensible por sí misma puede otorgar. Así, la percepción del color y del movimiento educan la vista para captar los matices de las realidades visuales; la captación de los sonidos y de los ritmos propician una interpretación de lo auditivo que anteceda con mucho a la experiencia de la música; la percepción de las texturas y sus matices harán lo propio con el sentido del tacto. Algo similar puede explicar el desarrollo del olfato y del gusto como vectores de la experiencia estética del hombre. Todos estos elementos combinados y ordenados por sus intérpretes, los maestros del hecho estético, resultarán útiles y pertinentes para cada sujeto de educación estética que – como Schiller- lo había previsto aprenderán a apreciar y a jerarquizar sus experiencias hasta darles el sentido último y sublime que están llamadas a tener.

Puede considerarse con justicia que esta pretensión peca de optimista y que el desorden de la experiencia estética no puede clasificarse de modo tan simple, ni convertirse en un programa eficaz para educar un millón de niños y jóvenes pertenecientes a todas las culturas de la humanidad. Pero, a pesar de que tal objeción es justa y merece ser mirada con toda la seriedad que entraña, no es suficiente para renunciar al propósito de entregar algún tipo de educación estética a cada individuo, incluso aunque esté convencido de que no lo necesita. En virtud de que lo estético en sí mismo es permanente, inconsciente y decisivo para conformar a cada ser humano, no puede renunciarse a ello sin correr un riesgo muy alto: permitir que la educación estética sea otorgada por otras fuentes menos conscientes que las instituciones educativas de sus implicaciones y secuelas. En últimas siempre será preferible que tal formación sea proporciona-da tempranamente y con la supervisión de aquellos que están preocupados por proveerla del mejor modo posible que por aquellos otros que, de una manera o de otra, la inoculan sin apenas percatarse de ello.

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