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Peirce Charles S - Escritos Filosoficos

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Academic year: 2021

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ESCRITOS

FILOSÓFICOS

Charles Sanders Pierce

PRIMER VOLUMEN

(2)

191 P E I -e

P e i r c e , C h a r le s S a n d e r s

E s c r i t o s f ilo s ó f ic o s / C h a r le s S a n d ers P eirce; F e r n a n d o C a r lo s V ev ia R om ero — Z am ora, M ich. E l C o le g io d e M ich o a cá n , 1 9 9 7 . 4 0 8 p p ; 2 3 cm . I S B N 9 6 8 - 6 9 5 9 - 5 3 - X 1. F i l o s o f í a n o r te a m e r ic a n a 2. F i l o s o f í a m o d e r n a 3. F i lo s o f ía - H is t o r ia 4. F e n o m e n o l o g ía I t . II. V e v ia R o m e r o , F e r n a n d o C arlos, tr.

P o r ta d a : M onum ent to the American Republic, E r a s tu s F ie ld (18 0 5

-© D .R . 1 9 9 7 E l C o le g i o d e M ich o a cá n , A .C . M tz. d e N a v a r r e t e # 5 0 5

5 9 6 9 0 Z a m o ra , M ic h .

Im p r e s o y h e c h o e n M é x ic o

Printed and made in México

(3)

Al lector ... I n t r o d u c c i ó n ... P r e f a c i o ... Li b r o i Or i e n t a c i ó n h i s t ó r i c a g e n e r a l, p r i n c i p i o s d ef i l o s o f í a Lecciones de la historia de la f i l o s o f í a ... N o m i n a l i s m o ... Conceptualismo ... El espíritu del e s c o la s tic is m o ... Kant y su refutación del i d e a l i s m o ... H e g e l i a n i s m o ... Lecciones de la historia de la c i e n c i a ... La actitud c i e n t í f i c a ... La imaginación c i e n t í f i c a ... Ciencia y m o r a l i d a d ... M a t e m á t i c a s ... La ciencia como guía de c o n d u c t a ... M oralidad y razonam iento f i n g i d o ... El m é todo de a u t o r i d a d ... Ciencia y c o n t i n u i d a d ... El m é todo analítico ... Tipos de razonam iento ... El estudio de lo i n ú t i l ...

II lum e naturale (la luz natural) . ... Generalización y a b s t r a c c i ó n ... La evaluación de la e x a c t i t u d ... Ciencia y fenómenos e x t r a o r d i n a r i o s ... R azo n a n d o a partir de m u e s t r a s ... El m é todo de los fenómenos r e s i d u a l e s ...

9 19 23 29 31 31 36 37 42 45 47 47 48 49 50 52 53 54 54 55 55 59 61 61 62 63 65 68

(4)

Observación ...68

E v o l u c i ó n ... 69

Algunos dichos a p r i o r i ... 73

La insuficiencia del conocimiento c i e n t í f i c o ... 74

La incertidumbre de los resultados científicos ...75

La economía de la in v e stig a c ió n ... 76

N otas sobre la filosofía c i e n tí fic a ...77

Filosofías de laboratorio y de s e m i n a r i o ...77

A x i o m a s ... 79

La parte observacional de la f ilo s o f ía ...81

La prim era regla de la r a z ó n ...83

Falibilismo, continuidad y e v o l u c i ó n ...85

Lib r oii Lac l a s if ic a c i ó nd elasc i e n c i a s...99

Proemio: el carácter arquitectónico de la filosofía ... 101

Bosquejo de una clasificación de las c i e n c i a s ... 103

U n a clasificación detallada de las c i e n c i a s ...109

Clases n a t u r a l e s ...109

Clasificaciones n a t u r a l e s ...124

L a esencia de la c i e n c i a ... 128

Las divisiones de la c i e n c i a ...131

Las divisiones de la f i l o s o f í a ...150

Las divisiones de las m a t e m á t i c a s ... 157

Lib r oiii Fe n o m e n o l o g í a... 159

I n t r o d u c c i ó n ... 161

E l “ fáneron” ... 161

V a l e n c i a s ... 162

Mónadas, diadas y tríadas ... 166

Ele m ento s indescomponibles ...166

Las categorías en d e t a l l e ...169

Prim erid ad ... 169

A l t e r i d a d ... 181

T c r c i e d a d ... 190

(5)

La triad a en p s ic o lo g ía ... 2 1 7 La tríad a en f i s i o l o g í a ... 2 2 3 La tríad a en la evolución biológica ... 2 3 2 La tríad a en física ... 2 3 5 La lógica d e las matemáticas: un intento de desarrollar

mis ca te g o ría s desde d e n t r o ... 2 4 5 Las tres c a t e g o r í a s ... 2 4 5 C u a l i d a d ... 2 4 S H e c h o ... 2 5 1 D i a d a s ... 2 5 7 T r í a d a s ... 2 6 9 Casos d e g e n e r a d o s ... 2 9 3 T ip o s d e a l t e r i d a d ... 2 9 3 La prim erid ad de la primeridad, alteridad y t e r c ie d a d ... . 2 9 6 Sobre u n a n u eva lista d e categorías ... 3 0 3 D e c la r a c ió n o r i g i n a l ... 3 0 3 N o ta s sob re lo p recedente ... 3 1 7 T r ia d o m a n ía ... 3 2 1 LIBR O IV .j... 3 2 5 ' Las c i e n c i a s n o r m a t iv a s ... 3 2 7 I n t r o d u c c i ó n ... 3 2 7 B i e n e s f u n d a m e n t a l e s ... 3 3 1 I n t e n t o d e u n a clasificación de los f i n e s ... 3 3 9 I d e a l e s d e c o n d u c t a ... 3 4 3 T e m a s v i t a l m e n t e i m p o r t a n t e s ... 3 5 5 T e o r í a y p r á c t i c a ... 3 5 5 A s u n t o s p rác tico s y la sabid uría del s e n t i m i e n t o ...3 6 6 V e r d a d e s v ita lm e n te i m p o r t a n t e s ...V 3 7 2 ín d ic e d e n o m b r e s p r o p i o s ... 3 7 9 ín d ic e t e m á t i c o ... 381

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AL L E C T O R

Herón Pérez Martínez

Con el nombre de Escritos filosóficospublicamos una nueva traducción al español del primero de los dos volúmenes de los Collected Papers de Charles Sanders Peirce. Sin embargo, como está claro para cualquiera que con07.ca la obra peirceana y como veremos más adelante, el adjetivo “filosóficos”, con que queremos precisar el título genérico “escritos” en este libro, es inapropiado puesto que todos los escritos de Peirce son, de una m anera o de otra, “filosóficos”: si en algún casillero epistemológico, en efecto, deben ser colocados los trabajos de Peirce, ese debe ser, indudablem ente, el de la “filosofía”. Y más en concreto: todos los escritos de Charles Sanders Peirce aparecidos en los dos volúmenes de los Collected Papers son, sin duda, filosóficos. Le hemos puesto, sin embargo, el calificativo de “filosóficos” al título del volumen que tienes en tu mano, amable lector, para distinguirlo y, al mismo tiempo, sepa­ rarlo del segundo tomo que por contener las reflexiones de Peirce sobre semiótica le hemos reservado el título de Escritos de semiótica. Dos razones pueden sumarse al motivo editorial: la primera de ellas, es que el prim er tomo de los Collected Paperses encabezado por un libro al que los editores llamaron, efectivamente, “Principios de filosofía”; la segun­ da, en cambio, tiene que ver con el desarrollo que la semiótica, a la par que la lingüística, ha tenido como disciplina autónoma después de Peirce, de tal manera que en la actualidad se le encuentra separada del marco filosófico en que fue concebida y en que evolucionó.

Como se sabe, Charles Sanders Peirce fue un humanista de espíritu abierto a los más diversos campos del saber en que ha incursionado el espíritu humano. Su nombre está, por ello, ligado a varias ramas de la ciencia contemporánea: la física, las matemáticas, la metafísica, la polí­ tica, la ética y aún ciencias como la poética, la retórica y la lógica

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interesaron a Peirce y formaron parte del edificio de la ciencia por él soñado. En efecto, pese a haber quedado inconcluso, aún interesa a la comunidad científica su magno proyecto en que, siguiendo las huellas de Aristóteles, Descartes, Hobbes y Kant, se propone construir a la ciencia, bajo los auspicios de la filosofía, un nuevo edificio de tan sólidos cimientos que sean capaces de sostenerlo sin cuarteaduras: tan fuerte y poderoso que sea capaz de superar las vicisitudes del tiempo. El proyecto filosófico de Peirce no es otra cosa que una ambiciosa propuesta de sistematización de una ciencia m oderna tan ampliada y llena de casilleros nuevos. En todo caso, la concepción m odelar de las ciencias en que trabajó lo convierten en uno de los más grandes pensa­ dores sistemáticos de la filosofía contemporánea: y hay quien piensa que si Peirce hubiera llevado a buen término todos los proyectos por él concebidos se habría convertido, por ese hecho, en el más grande pensador sistemático de todos los tiempos.

De familia de matemáticos, Charles Sanders Peirce nace en Cam­ bridge, Massachusetts. N ada extraño, pues, que logre una amplísima cultura m atemática que le servirá de puerta de ingreso a la lógica y de fuente de inspiración para muchas de sus intuiciones. Su padre fue, en efecto, un matemático, profesor de la Universidad de Harvard en la que él mismo estudiaría y de la que, años después, llegaría a ser profesor durante los breves períodos lectivos de 1864-65 y 1869-70; como lo sería de la Johns Hopkins University. Bochenski dice que “enseñó en Balti­ more, Cam-bridge (Mass.) y Boston”.1 En todo caso, no parece que las incursiones de Peirce en la vida universitaria hayan sido muy felices: en sus escritos parece denotar resentimiento hacia la academ ia universita­ ria. Amén de estos breves períodos como docente universitario, Peirce trabajó durante treinta años en la Geodesic Survey de Estados Unidos.

En la “introducción” al volumen que el lector tiene en las manos, Charles Sanders Peirce hace un recuento autobiográfico; como autobio­ gráficas son, por lo demás, muchas de sus reflexiones, de sus intereses e incursiones por los diferentes territorios de las ciencias de su época bajo la perspectiva de la filosofía:

desde el momento en que pude pensar, hasta hace unos cuarenta años, he estado diligente e incesantemente ocupado en el estudio de los métodos de investigación: los que han sido y son seguidos y los que pudieron haber sido utilizados. Durante los diez años anteriores al inicio de ese estudio, recibí entrenamiento en un laboratorio de química. Fui perfectamente fundamentado no sólo en lo que entonces se sabía de

1. I. M. Bochenski, Historia de la lógica formal, segunda reimpresión, Madrid, Grcdos, 1985, p. 557.

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All e c t o r

física y química, sino también en la vía por la cual p rocedieron los que alcanzaron avances cognoscitivos de éxito.

He prestado la mayor atención a los m éto d o s de las ciencias más exactas, y platicado y comunicado íntimamente mis ideas a algunas de las mejores mentes de nuestro tiempo en las ciencias físicas; he hecho con trib u cion es positivas —algunas de gran importancia, quizá— a las m atemáticas, la gravitación, la óptica, la química, la astronomía, etcétera. Estoy saturado hasta el tu éta n o con el espíritu de las ciencias físicas. He sido un gran estudioso de la lógica, he leído todo lo de cierta importancia sobre el tema, y he dedicado mucho tiem po al p en sam ien to medieval, sin descuidar las obras de los griegos, ingleses, alemanes, franceses, etcétera; he producido sis te ­ mas propios en la lógica deductiva c inductiva. E n m etafísica mi entrenamiento fue menos sistemático...

Peirce fue, e n e fe c to , un in v e s tig a d o r d ilig e n te d e cuyo tra b a jo se benefició e s p e c ia lm e n te la lógica. E n 1883 p u b lic ó sus Studies in L o g ic y, p o ste rio rm en te , m u c h o s a rtícu lo s e n r e v is ta s c o m o P opular S c ie n c e

M o n th lyy The M o n ist. E n 1923 M o rris R . C o h é n p u b lic ó C hance, L o v e and Logic y, e n tre 1931 y 1932, C h a rle s H a r t s h o r n e y Paul W eiss p u b li­

caron los dos v o lú m e n e s de los C o lle c te d P a p e rs o f Charles S a n d e r s

Peirce2 de los q u e h o y o fre c e m o s al le c t o r h is p a n o h a b la n te u n a n u e v a

traducción al e sp a ñ o l; e n efecto, s e g ú n s a b e m o s , en 1974 la e d ito r ia l Nueva Visión d e B u e n o s A ires p u b lic ó u n a tra d u c c ió n al e sp a ñ o l b a jo el título La ciencia de la sem iótica. P e irc e m u e r e e n M ilfo rd , P e n s ilv a - nia, en 1914, d e ja n d o su d o c trin a filo s ó fic o -c ie n tífic a , y en p a rtic u la r su s intuiciones so b re se m ió tic a, en u n a s e rie d e c a ja s q u e se c o n se rv a n e n la B iblioteca d e la U n iv e rs id a d de H a r v a r d d e las q u e se h a n in te n ta d o y se siguen in te n ta n d o v ario s r e o r d e n a m ie n to s . A llí descansan c ie n to s de m anuscritos, c o m p le to s e in c o m p le to s , m u c h o s de ellos in é d ito s , algunos e n te ro s y o tro s en form a de f r a g m e n to s , fec h a d o s unos y sin fecha otros, u n as v eces con título y o tr a s s in él, m u c h o s en la fo rm a a ú n prelim inar del b o r r a d o r y otros te r m in a d o s : c ie n to s , pues, de m a n u s c r i­ tos sobre las p e n e tr a n te s in cu rsio n es d e P e i r c e a la ciencia en g e n e ra l y a la filosofía en p a rtic u la r.

La tra d u c c ió n q u e hoy pone El C o le g io d e M ic h o a c á n a d isp o s ic ió n del lector h is p a n o h a b la n te , del p r im e ro d e lo s d o s to m o s de los C o lle c ­

ted Papers de P e irc e , es deb ida a la e r u d i t a y b ie n a d ie s tra d a p lu m a d e

uno de los m e jo re s tra d u c to re s c o n q u e c u e n ta la len g u a e s p a ñ o la . F ernando C a rlo s V e v ia R om ero, q u ie n e s p ro fe s o r-in v e s tig a d o r d e la U niversidad d e G u a d a la ja ra , ya h a b ía e s ta d o lig a d o en los ú ltim o s a ñ o s al Colegio de M ic h o a c á n unas v e c es c o m o p r o f e s o r in v itado, o tra s c o m o

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c o n fe re n c is ta , otras más como ponente en varios de nuestros coloquios y e n c u e n tro s , y en alguna ocasión como colaborador de nuestra revista

R e la c io n e s. E n tre sus credenciales como traductor, Fernando Carlos

V ev ia R o m e ro tiene un muy respetable currículum hecho a base de b u e n a s trad u ccio n es sobre todo, aunque no exclusivamente, del alemán al e s p a ñ o l, u n o de los pares de lenguas más difíciles para cualquier tr a d u c to r . P o r lo que se puede deducir de sus trabajos como traductor, p a re c e ría com o si una hada, el hada de la traducción, hubiera buscado a lg u n a o p o rtu n id a d para otorgarle sus dones. En todo caso, Fernando C a rlo s V e v ia Rom ero no ha sido ajeno al actual interés del Colegio de M ic h o a c á n p o r la semiótica.

E s ta institución, en efecto, al acrecentarse el interés internacional p o r lo s e s tu d io s de semiótica, tras haber acercado desde hace tiempo sus p r o p ia s investigaciones sobre la tradición y la cultura al crisol de la se m ió tic a, h a proyectado publicar una nueva traducción al español de los C o llected Papers de Charles Sanders Peirce, en tanto se sigue traba­ ja n d o con el resto de los m ateriales peirceanos y aparecen publicados los fru to s d e esos nuevos trabajos. El proyecto editorial completo de El C o legio d e M ichoacán incluye tam bién, desde luego, la publicación del se g u n d o v o lu m en de los Collected Papers cuya traducción se ha echado a c u e s ta s ya A gustín Jacinto Zavala, investigador del Centro de Estu­ dios d e la s T radiciones de la propia institución. El volumen que hoy tie n e s e n las m anos, lector amigo, apareció en inglés en agosto de 1931 b ajo el títu lo de “Principios de filosofía”, nom bre que dan los editores al p r im e r o d e los cuatro libros que lo conforman. Con el título, en cam bio , d e “Elem entos de lógica”, apareció el segundo unos meses más ta rd e , e n fe b re ro de 1932. Como puede apreciarse por los títulos con que lo s e d ito r e s publicaron los escritos de Peirce, su vasta y variada lab or d e investigación fue puesta en el casillero de la filosofía, gafete con el q u e el sab io norteam ericano suele aparecer en el concierto actual de la c ie n c ia . Son especialm ente conocidos y reconocidos, por ejemplo, los v ín cu lo s d e Peirce con el pragmatismo de William James y de John Dewey.

E l to m o q u e hoy te entregam os, lector, agrupa en cuatro libros algu nas d e las aproxim aciones de Peirce a la filosofía. Sus principios de filosofía, com o es fácil de ver, son abordados de una m anera histórica e n tre v e ra n d o las “lecciones de la historia de la filosofía” con las de la h isto ria d e la ciencia dentro de un marco autobiográfico bajo el presu­ p u e sto d e q u e “el lector tiene que saber cómo se formaron las opiniones del a u to r ” . E n el libro segundo se encuentra la propuesta peirceana de

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Allector

una clasificación de las ciencias; el tercero está dedicado a la fenom e­ nología y el cuarto, en fin, a las ciencias normativas.

Charles Sanders Peirce tiene, como puede verse, sus principales cartas credenciales selladas en los ámbitos de la filosofía y específica­ m ente en el de la lógica.3 Este fue, como se sabe, el marco que le sirvió de horizonte para llevar a cabo el estudio de los signos. Una simple ojeada al segundo de los volúmenes de Collected Papers, el volumen en que aparece su original teoría semiótica, nos permite enseguida ap re­ ciar el marco filosófico en que tiene lugar esta reflexión. La lectura detenida de su obra, como el lector podrá ver, nos permitirá apreciar, además, en qué medida Peirce se muestra profundamente heredero de la reflexión filosófica de los siglos pasados, como lo ha demostrado Mauricio Beuchot.4

Por ser el fundador del pragmatismo lógico, por haber contribuido al desarrollo del cálculo de relaciones y, como hemos señalado, a las más im portantes ciencias contemporáneas, por ser uno de los más gran­ des lógicos contemporáneos y, sobre todo, por ser el principal creador de la m oderna semiótica, el filósofo Charles Sanders Peirce es, aju icio de Bertrand Russell, “uno de los cerebros más originales de fines del siglo XIX y el más grande pensador norteamericano de todos los tiem ­ pos”;5 y, según el sabio ruso-norteamericano Román Jakobson, “el más inventivo y el más universal de los pensadores norteamericanos”.6 Pero, su timbre de gloria más célebre en la actualidad y por el que su nom bre aún sigue presente en los principales centros de investigación de occi­ dente es la semiótica. Su carácter de semiotista es también una de las principales razones por las que El Colegio de Michoacán emprende, lector amigo, la publicación de esta obra. Cuando las reflexiones de

3. Para las contribuciones de Peirce a esta rama de la filosofía puede consultarse con fruto las páginas 14, 19, 20,24. 26, 28, i 19, 282, 284, 285, 286, 294-295, 301, 310, 317, 318, 323, 325, 327, 333, 334, 337, 343, 344, 349, 359, 362, 363-4, 374-5, 390, 392-5, 403, 414, 482, 521, 533 de la

Historia de la lógica formal de I. M. Bochenski (segunda reimpresión, Madrid. Credos, 1985).

4. Mauricio Beuchot tiene mucho tiempo llamando la atención sobre una serie de deudas y reminiscencias que la semiótica peirceana muestra con respecto a la escolástica. Cito, a guisa de ejemplos, los principales: Mauricio Beuchot y John Deely, “Common sources for the semiotic of Charles Peirce and John Poinsot”, en Review o f Metaphysics, vol XLVIII, Núm- 3, Marzo de 1995, pp. 539 a 566; Mauricio Beuchot, “Clasificación de los signos, argumentación e influencia de la escolástica en Peirce”, en Acciones Textuales, México, UAM, números 4-5, 1993, pp. 125-140; Mauricio Beuchot, “El pensamiento y su relación con el signo en Peirce y la escolástica”, en Morphé, Núm- 8, enero-junio de 1993, pp. 133-142; Mauricio Beuchot, "la filosofía escolástica en los orígenes de la semiótica de Peirce”, en Analogía, vol. 2, 1991, pp. 155-166.

En Enciplopedia Salvat. Diccionario, tomo 10. Salvat Editores, Barcelona/'México, 1976. ad loe. Román Jakobson, “A la recherche de l’essencc üu langage”, en Diogéne, LI, París, p. 346.

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Peirce sobre semiótica tienen lugar, esta disciplina era aún un simple proyecto.7 8

Como su contem poráneo Ferdinand de Saussure, Peirce es un pio­ nero en los terrenos de la proyectada ciencia que tiene conciencia de ello: “que yo sepa, soy un pionero, o más bien un hom bre del monte, atareado en desmontar y abrir lo que yo llamo semiótica ... y encuentro el campo demasiado vasto. La tarea demasiado grande para un recién llegado”.5 La anterior declaración de modestia contrasta, en realidad, con la magnitud de su percepción y, sobre todo, con la capacidad del gran lógico para asimilar la tradición filosófica de occidente y hacerla caminar. Su llegada a la semiótica, empero, es tardía y, por ende, lo es la aparición de sus intuiciones en torno a la naciente disciplina en los manuscritos de Peirce: tardía tanto con respecto al siglo XIX como con respecto a la propia vida de Peirce. Como dice Rom án Jakobson:

sólo asoma en los manuscritos de Peirce en los últimos años del siglo; es en esa época cuando la teoría “de la naturaleza esencial y variedades fundamentales de semiosis posibles” captura la atención de este gran investigador. Su inserción del griego semeiotiké, así como la concisa definición “teoría de los signos” nos pone en la pista de Locke, cuyo celebrado Essay es aludido y citado a menudo por el partidario de su doctrina. A pesar de la maravillosa profusión de hallazgos origina­ les y saludables en la semiótica de Pcircc, este permanece estrechamente ligado a sus precursores: Lamben, “el más grande lógico formal de aquellos tiempos” (II. b.

p. 346), cuyo Neues Organon cita (IV. 353), y Bolzano, al que conoce por su “valiosa

contribución a la lucidez de los conceptos humanos” y por su “trabajo sobre lógica en cuatro volúmenes” (IV, 651).9

Ferdinand de Saussure, basado en una teoría del conocimiento tradicional formula una teoría del signo en la que sigue paso a paso el proceso del hablar de un par de interlocutores para aprender allí rasgos adicionales del signo, como su carácter lineal. “Para hallar —dice— en el conjunto del lenguaje la esfera que corresponde a la lengua, hay que situarse ante el acto individual que perm ite reconstruir el circuito de la palabra”.10 Ese circuito de la palabra supone, obviamente, la lengua ya constituida e instalada no solo en la colectividad sino en el cerebro de cada hablante. La m anera como Saussure formula los elem entos del proceso de significación no siempre se ajustan a un esquema binario,

7. Véase nuestro En pos del signo, Zamora, Ei Colegio de Michoacán, 1995,

8. Román Jakobson, “Ojeada al desarrollo de la semiología”, en El marco del lenguaje, segunda edición, Madrid, Ed. Ayuso, 1973, p. 13 y s.

9. "Ojeada al desarrollo de la semiología", Op. cit., p. 13. in. Op. cit., Lexía 59.

(12)

Allector

como se le suele e n c a s illa r. La exposición d e F e rd in a n d de S a u ssu re sobre el signo parece, e m p e ro , m overse en d o s p lan o s diso ciado s entre- sí uno del otro. P or u n a p a rte , el nivel m acro d e la sig n ificació n lin g ü ís ­ tica: el plano de la le n g u a com o hecho social en el q u e los rasgos d e l signo lingüístico son ta n to su carácter a rb itra rio com o el e sta r d o ta d o de la misma m u ta b ilid a d e inm utabilidad de los h e c h o s sociales. P o r otra, el nivel m icro en q u e el profesor g in e b rin o a p r e n d e el p ro c e s o psicológico de la sig n ific a ció n lingüística a c e rc á n d o s e a u n h a b la n te e n proceso de hablar.

E l concepto s a u s s u re a n o de signo p arece ser, así, el re s u lta d o d e d o s líneas de reflexión d ife r e n te s : por u n a p arte, se a d sc rib e a u n a te o r ía d e l conocim iento tra d ic io n a l q u e hace p en sar en la tra d ic ió n m e d ie v a l-e s - colástica. Por o tra , e s ta te o ría del signo p a re c e h a b e r sido m o n ta d a tanto sobre la co n cep ció n d u rk h eim ian a d e “h e c h o s o c ia l” , com o s o b r e la psicología del c o n o c im ie n to vigente en F ra n c ia a p rin c ip io s de sig lo . De cualquier m od o, la significación que e s te siste m a es s u sc e p tib le d e generar, es una sig n ific a ció n de índole ex c lu siv am e n te c o n c e p tu a l q u e , por tanto, no alcan za p a r a tipos de significación no c o n c e p tu a le s d e lo s que más tarde se e n c a rg a ría n o tras c o rrie n te s co m o el c o n d u c tism o o el pragm atism o.

L a sem iótica p e ir c e a n a , en cam bio, e stá e d ific a d a s o b re el c o n c e p to de in terp retan te q u e a u n q u e ten ga el in c o n v e n ie n te d e g e n e ra r d e significación ad in fin itu m , tien e tam bién la p o s ib ilid a d d e f u n d a m e n ta r una sem iótica d in á m ic a d e tipo no c o n c ep tu a l d e m ás v a s to alc a n c e p a r a dar cuenta de las m ú ltip le s semiosis de la v id a re a l. P o r o tr a p a r te , e s t a sem iótica e n cab ezad a p o r Peirce p le n a m e n te e stá e n c la v a d a en su m a g ­ no proyecto de ló g ic a d e fin id a p o r él, en u n tra b a jo fec h a d o el 14 d e m ayo de 1867, c o m o la do ctrina de las c o n d ic io n e s fo rm ales d e lo s símbolos. La m ay or p a r t e d e los m an u sc rito s d e P e irc e d e s e m b o c a n e n la lógica. H acia e l 1893, e n efecto, había c o m p le ta d o su lógica m a io r , u n libro co m p letam en te te rm in a d o p a ra el q u e , sin e m b a rg o , no e n c u e n t r a editor. Se tra ta d e u n e stu d io detallado d e s e n d a s ló g icas a ris to té lic a y simbólica. Diez a ñ o s m á s tard e, com enzó a e scrib ir su ló g ica m in o r q u e h abría de co n sta r d e v e in titré s capítulos d e los q u e, p o r d e sg ra c ia , s ó lo llegó a co m p letar tre s y m edio. E n este a fá n p o r la ló g ic a P eirce se t o p a con la sem iótica co m o escribe en 1908:

la referencia general de los símbolos a sus objetos, estarían obligados a realizar además investigaciones de las referencias a los interpretantes, así com o a lo s caracteres de los sím bolos, y no de los sím bolos solos sino de todas las c la se s d e signos. De modo que por ahora, el hombre que investigue la referencia de los

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símbolos a sus objetos, se verá precisado a realizar estudios originales en todas las ramas de la teoría general de los signos.

Fue a esta teoría general de los signos a la que llamaría Semeióíica cuyos elem entos más im portantes había desarrollado en un célebre artículo publicado en 1906 en la revista The Monist bajo significativo título “Prolegómeno to an Apology fo r Pragmatism",n La teoría peircea- na de los signos sería com pletada por las célebres “Cartas a Lady W elby”.11 12 13 La novedad y originalidad del planteam iento semiótico de Peirce, aunadas a la proverbial y muchas veces mencionada oscuridad de su novedosa terminología, han logrado que a Peirce no sólo que se le haya interpretado mal en los distintos ámbitos de la ciencia a los que incursionó y que ciertam ente iluminó, sino que sus ideas mismas de sem iótica, de la que se le sigue considerando el padre al lado de Ferdi- nand de Saussure, hayan tardado tanto tiempo para llamar la atención en E uropa. A esta tardanza ha contribuido, sin duda, el hecho de que la m ayor parte de los escritos de Peirce sobre semiótica se publicaron muy tard e y, como hemos dicho, en form a desordenada. Quizás, paciente lector, la m ejor m anera de cerrar esta invitación a la lectura de este prim er volumen de la obra peirceana, que aquí ponemos en tus manos, sea m ediante la autorizada palabra de Román Jakobson:

El edificio semiótico de Peirce endeicaJPil<LÍi*_mulbplic¡dad de fenómenos signi­ ficativos, ya se? una llamada a la puerta, la huella de un pie, un grito espontáneo, una pintura o una partitura musical, una conversación, una meditación silenciosa, un trozo de escritura, un silogismo, una ecuación algebraica, un diagrama geomé­ trico, una veleta o una simple señal de libro. El estudio comparativo de varios sistemas de signos llevado a cabo por el investigador reveló las convergencias y divergencias fundamentales que hasta entonces habían permanecido inadvertidas. Las obras de Peirce demuestran una perspicacia particular cuando el autor trata de la naturaleza categórica del lenguaje en los aspectos fónico, gramatical y léxico de las palabras, así como en sus arreglos dentro de las cláusulas, y en la disposición de las cláusulas con respecto a los enunciados. Al mismo tiempo, el autor se da cuenta de que su investigación “debe extenderse a todo el conjunto de la semiótica general” y advierte a su interlocutora epistolar, Lady Welby: “Quizá está usted en peligro de caer en algún error por limitar tanto sus estudios del lenguaje”.

11. Véanse Ogden y Richards, El significado de! significado, segunda edición, Buenos Aires. Fd. Paidós, 1964, pp. 292 y ss.

12. Para estas cuestiones véase nuestro libro En pos del signo, op. cu., pp. 117-127. 13. R. Jakobson, “Una ojeada...”, op. cit., p. 14.

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Allector

Es verdad de Pero Grullo decir que Charles Sanders Peirce, con sus conceptos, se ha metido de lleno en la investigación contemporánea que tiene lugar en el campo de las actuales ciencias del texto, las hum anida­ des de hoy. Su interpretante dinámico, por ejemplo, tiene contraídos una serie de vínculos con respecto a otras intuiciones sobresalientes de la ciencia actual en disciplinas tan dispares como la epistemología, la herm enéutica o la estética de la recepción. En todas ellas, el condicio­ nam iento histórico-social de toda interpretación ha sido fundamental. Lo ha sido tanto para la propuesta que hace Jan Mukarovsky del con­ cepto de un “horizonte de expectativas”, como para la intuición de Tomas S. Kuhn cuando muestra que la ciencia está hecha también de prejuicios, o para el papel que la tradición juega en la herm enéutica de Hans Georg G adam er. Entrar a la lectura de Peirce es entrar de lleno a estos universos, los universos de la ciencia de hoy.

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C harles Sanders Peirce juega un papel único en la historia de la filo so fía norteam ericana. D urante su vida no publicó ningún libro de filosofía y, excepto por un corto tiem po, no tuvo cátedra universitaria desde la cu al pudiera influir en los estudiantes; a pesar de ello, ha llegado a s e r reconocido como el fundador de uno de los m ovimientos filosóficos m á s originales que ha producido Norteam érica.

El pragm atism o, tal como se desarrolló posteriorm ente, siguió lo s esquem as de pensam iento de William James y de John Dewey m ás q u e las concepciones de Peirce; pero fue este último, como con in siste n c ia reconocían Jam es y Dewey, quien definió los principios del m o v im ien to y le dio su prim er ím petu. Sin llegar a ser el líder, Peirce fue u n originador de ideas; form uló en sus escritos muchas concepciones q u e sólo hoy em piezan a ser reconocidas, y hay implicaciones de su p e n s a ­ m iento que aún no han sido desarrolladas.

Los artículos sobre pragm atism o representan sólo una faceta d e su trabajo. Mucho de su pensam iento está dedicado a los problem as ló g i­ cos: a la lógica de clases y relaciones, a la teoría de los signos, al m é to d o científico, a la probabilidad y la inducción, así como al análisis lógico d e la m atem áticas. En este último campo sus escritos son una de las c o n tr i ­ buciones más im portantes y considerables en el periodo que va d e las

Laws o f Thought (Leyes del pensam iento), de Boole, a las Vorlesungen

(Lecciones), de Schróder. Sus textos sobre lógica exacta tra ta n casi todos los puntos de interés teórico del tema.

Los textos publicados, cerca de setenta y cinco, incluyen las se rie s d e artículos sobre el pragm atismo, la lógica, e im portantes d ise rta c io n e s acerca de problem as metafísicos; existen alrededor del doble de r e s e ñ a s de libros. A partir de lo publicado, se puede ten er idea de la v e rsa tilid a d de los intereses de Peirce y del amplio campo de sus estudios, q u e incluye temas tan rem otos e inesperados como la geodesia y la a s tr o n o ­ mía, la telepatía, la criminología y la óptica.

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Pero debido a que fueron cuidadosamente editados para su publica­ ción, esos textos y reseñas no revelan tanto como pudiera hacerlo otra faceta de Peirce: su hum or, la frescura, el carácter sentencioso de la frase, la exuberancia de la idea, las erráticas conciencia y confianza en sí mismo, su proyección sin fin de vastas construcciones sistemáticas, el fulgor del genio descrito por James en su famosa frase: “Llamaradas de luz brillante realzadas contra la oscuridad espantosa”. Solamente en sus escritos menos formales emerge Peirce tal como lo conocieron sus amigos en flarvard, durante la gran época dé la filosofía: el paso de un siglo a otro.

Tras su m uerte en 1914, varios cientos de manuscritos inéditos —sin incluir los fragmentos— quedaron al cuidado del Departam ento de Filosofía de la Universidad de Harvard. Estos manuscritos, fruto de una larga vida dedicada casi exclusivamente a la filosofía y a la ciencia en una gran variedad de formas, representan una gama de estados incom­ pletos. A m enudo no tienen fecha o título, y muchas de las páginas están fuera de su sitio o revueltas; algunos fueron reescritos más de una docena de veces y es evidente que el propio Peirce no era capaz de decidir cuál era la versión final. Es posible suponer que algunos son esbozos de textos que fueron publicados; otros son bosquejos, aunque difieren de lo publicado tanto como para que persista la duda. A m enu­ do los estudios inéditos contienen pasajes o largos trozos que, por su enorm e claridad con respecto a los textos publicados, impresionan a quienes los han examinado. Hay también cantidad de estudios term ina­ dos, y de una extensión considerable, que no han sido relacionados con ningún texto impreso. A veces, gracias a la correspondencia contem po­ ránea, es posible identificarlos como listos para publicarse, pero por una u otra razón nunca llegaron a la prensa. Sin embargo, muchas veces no hay indicios de un intento tan definido; tal parece que Peirce los hubiera escrito por el sólo impulso de plasmar su pensamiento.

Debido a que los estudios de Peirce son continuos y sistemáticos, es posible detectar la naturaleza privada o prelim inar de los textos. Y ello se debe a que en este tipo de escritos el filósofo se perm ite explorar las ramificaciones de un tema, de tal m anera que en las digresiones aparece lo que sería inadmisible en un impreso, pero que m uestra vividamente las interconexiones de su pensam iento y el carácter asistemático de sus escritos.

Charles S. Peirce poseía una m ente constructora de sistemas. Es una tragedia que las exigencias puram ente externas de su vida y la indiferen­ cia de los editores impidieran una presentación com pleta de su filosofía. Y tam bién que no se haya enm endado este error. Su sistema no puede

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ser reconstruido por completo; aun hacer un intento significaría tom ar­ se libertades insostenibles con sus manuscritos. Lo más que se puede hacer es una laboriosa selección, según juicio de cada quien, de lo más im portante de los textos inéditos y compararlo con lo publicado sobre el mismo tem a. La selección es difícil porque habrá pasajes ilum inado­ res que pudieran pasarse por alto al ser inextricablemente conexos con otro material, cuya inclusión no se justifique. Por otro lado, por ser demasiado im portantes las doctrinas que presentan para ser omitidas, han de incluirse textos y trozos de escritos, aunque uno esté seguro de que el autor no los hubiera dado a la imprenta en el estado en que se encuentran. Algunas veces hay varios esbozos del mismo estudio, uno y otro claram ente superiores en algunas partes o aspectos. En todo caso es necesario elegir, aunque la decisión cause remordimientos.

En genera], cuando el pensamiento de Peirce llega a su mejor m o­ mento, su escritura decae. En temas relativamente superficiales y tran ­ sitorios utiliza un estilo llano, como en muchas de sus atractivas contri­ buciones a The N ation. Y en su obra publicada más seria nunca permitió a su mano descansar hasta que el texto hubo alcanzado cierta claridad y continuidad. Pero cuando el asunto a tratar es más serio (los m anuscri­ tos lo m uestran de modo evidente), el carácter sistemático y detallado de su pensamiento es un impedimento para su pluma: cae en un lengua­ je propio, adoptado en interés de la precisión. La frase nítida y la exposición llamativa a menudo tienen que ser rechazadas en favor de otra más exacta técnicamente, o más complicada en busca de claridad o suficiencia. Sin embargo, se debe reconocer que hay inadecuaciones del estilo (que se presentan en algunos de los escritos incluidos en este volumen) que Peirce jamás hubiera permitido que quedaran en la forma publicada.

Lo más im portante de los manuscritos de Peirce, así como sus ensayos publicados, aparecerán ahora reunidos en diez volúmenes. El prim ero contiene, a modo de bosquejo, su sistema hasta donde puede ser presentado; sus escritos sobre método científico y la clasificación de las ciencias; su doctrina de las categorías y sus trabajos de ética. El siguiente volumen trata de la teoría de los signos y el significado, la lógica tradicional, la inducción, la ciencia del descubrimiento y la p ro ­ babilidad. En el tercero se reimprime la obra ya publicada sobre lógica m oderna. El cuarto incluye sus contribuciones inéditas sobre los funda­ m entos de las matemáticas, la lógica y la gráfica. El quinto volumen contiene sus escritos sobre pragmatismo. El sexto se refiere a la m etafí­ sica. Se espera que los restantes contengan sus escritos sobre física y psicología, así como las reseñas, las cartas y su biografía.

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Todos los integrantes del Departam ento de Filosofía, así como otros interesados en Peirce, han dedicado mucho tiempo al difícil m aterial de los manuscritos. Pero el laborioso trabajo final, la selección, el arreglo y preparación de los documentos para su publicación se debe al doctor Charles Hartshorne, antiguo Instructor at Philosophy en Harvard, y al doctor Paul Weiss, quien es actualm ente Instructor at Philosophy en la misma universidad. El Departam ento desea expresar su gratitud a tan ­ tos amigos que han contribuido generosamente a los gastos de im pre­ sión de los volúmenes.

Se ha mantenido en lo posible la puntuación y la ortografía de Peirce. Los títulos proporcionados por los editores de los textos previa­ m ente publicados se han marcado con una E, mientras que los asignados por Peirce a escritos no publicados se señalan con una P. Los títulos dados por el autor a textos ya publicados y los de los editores a docu­ m entos inéditos no han sido indicados. Las notas y adiciones de los editores se incluyen entre corchetes. Las notas a pie de página de los editores se indican con las siglas N.E. Los párrafos tienen num eración consecutiva a lo largo de cada volumen. Todas las referencias de los índices se refieren a los números de los párrafos.

Harvard University Agosto de 1931

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1. Para levantar una construcción filosófica que supere las v ic is itu d e s del tiem po, mi preocupación debe ser no tanto colocar cada lad rillo c o n la mayor precisión, cuanto colocar los fundam entos concienzuda y s ó li­ dam ente. Aristóteles edificó sobre unos conceptos escogidos muy' a m ­ pliam ente —tales como m ateria y forma, acto y potencia— , y es v a g o y tosco en sus esbozos, pero sólido, inamovible y no se le puede m in a r co n facilidad; desde entonces, el aristotelismo se balbucea en todo j a r d í n de niños; que el sentido común inglés, por ejemplo, es enteram ente p e r i p a ­ tético, y que los hombres ordinarios viven tan com pletam ente d e n tr o d e la casa del estagirita, que todo lo que ven fuera, a través de las v e n ta n a s , les parece incom prensible y metafísico. D urante mucho tiem po h a s id o m anifiesto que, aunque cariñosam ente habituados a ella, la v ieja e s tr u c ­ tu ra no servía para las modernas necesidades, y de acuerdo c o n e llo , d u ran te las tres últimas centurias, bajo Descartes, Hobbes, K ant y o tro s , se han realizado reparaciones, alteraciones y demoliciones p a rc ia le s . Asimismo, un sistema se asentó sobre sus propios fu n d am e n to s: m e refiero a la nueva mansión Schelling-Hegel que no hace m u cho c re c ió con el gusto alemán, pero con tales inadvertencias en su c o n s tru c c ió n que, aunque por entero nueva, ya está casi inhabitable. El e m p e ñ o q u e inaugura este volumen es hacer una filosofía como la de A ristó te le s , es decir, esbozar una teoría tan com pleta que, por un largo tie m p o , el trab ajo entero de la razón humana, en la filosofía de cada escu ela y tip o , en m atem áticas, psicología, ciencias físicas, historia, socio lo g ía y e n cualquier otro departam ento que pueda haber, aparezca co m o u n t r a ­ bajo de rellenar los detalles. El prim er paso es en contrar c o n c e p to s sim ples aplicables a cada tema.

2. Pero antes de todo eso, perm ítasem e hacer del c o n o c im ie n to d e mi lector, y expresarle mi sincera estima por él y el profundo p l a c e r q u e es para mí dirigirme a alguien tan sabio y tan paciente. C o n o z c o su carácter muy bien, pues tanto el tema como el estilo de e s te lib ro

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aseguran su modo de ser uno entre millones. Él com prenderá que no ha sido escrito con el propósito de confirmarle en sus opiniones preconce­ bidas, y no se tom aría la molestia de hacerlo si las tuviera. Está prep a­ rad o para encontrarse con proposiciones de las que en un principio disiente; pero procura ser convencido de que algunas de ellas, después de todo, son verdaderas.

R eflexionará también en el pensar y escribir que ha requerido este libro, no quiero decir cuánto tiem po, aunque sin duda más de un cuarto de hora y, por consiguiente, las objeciones fundam entales de naturaleza obvia que se le presenten a cualquiera de m anera espontánea, se le habrán ocurrido al autor, aunque las respuestas puedan no ser del tipo cuya fuerza sea captada en un instante.

3. El lector tiene derecho a saber cómo se form aron las opiniones del autor. No se esperará de él, p o r supuesto, que acepte cualquier conclusión cuya argumentación sea insostenible. Pero en las discusiones de extrem ada dificultad, como éstas, cuando el buen juicio es un factor y el puro raciocinio no lo es todo, es prudente tom ar en consideración cualquier elem ento.

D esde el m omento en que pude pensar, hasta hace unos cuarenta años, he estado diligente e incesantem ente ocupado en el estudio de los m étodos de investigación: los que han sido y son seguidos y los que pudieron haber sido utilizados. Durante los diez años anteriores al inicio de ese estudio, recibí entrenam iento en un laboratorio de quími­ ca. Fui perfectam ente fundam entado no sólo en lo que entonces se sabía de física y química, sino también en la vía por la cual procedieron los que alcanzaron avances cognoscitivos de éxito.

He prestado la mayor atención a los métodos de las ciencias más exactas, y platicado y comunicado íntimam ente mis ideas a algunas de las m ejores m entes de nuestro tiem po en las ciencias físicas; he hecho contribuciones positivas —algunas de gran importancia, quizá— a las m atem áticas, la gravitación, la óptica, la química, la astronomía, etcéte­ ra. Estoy saturado hasta el tuétano con el espíritu de las ciencias físicas. He sido un gran estudioso de la lógica, he leído todo lo de cierta im portancia sobre el tema, y he dedicado mucho tiempo al pensamiento medieval, sin descuidar las obras de griegos, ingleses, alemanes, france­ ses, etcétera; he producido sistemas propios en la lógica deductiva e inductiva. En metafísica mi entrenam iento fue menos sistemático; a pesar de ello, he leído y ponderado los sistemas principales, sin quedar nunca satisfecho hasta ser capaz de pensar acerca de ellos como lo hicieron sus propios defensores.

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4. Los prim eros libros estrictamente filosóficos que leí fueron de las escuelas clásicas alemanas, y llegué a estar tan imbuido por muchos de sus modos de pensar, que nunca he sido capaz de desengañarme de ellos.

Con todo, mi actitud fue siempre la de un investigador de laborato­ rio ansioso sólo por aprender lo que todavía no conozco, y no la de los filósofos formados en seminarios teológicos, cuyo impulso imperante es enseñar que lo que ellos sostienen es verdad infalible. Dediqué dos horas diarias a estudiar la Crítica de la razón pura, de Kant, durante más de tres años, hasta que casi conocí de memoria todo el libro y examiné de modo crítico cada una de sus secciones. Durante unos dos años tuve largas discusiones casi diarias con Chauncey Wright, uno de los más acuciosos seguidores de John Stuart Mili.

5. El efecto de esos estudios fue que llegué a considerar la filosofía alem ana clásica, en cuanto a su vertiente argumentativa, de poco peso; aunque la estimo, quizá de manera demasiado parcial, como una rica m ina de sugerencias filosóficas. La filosofía inglesa, magra y burda, en sus concepciones procede mediante métodos más seguros y una lógica más exacta. La doctrina de la asociación de ideas es, a mi modo de ver, la más fina pieza del trabajo filosófico de la edad precientífica. Con todo, no puedo más que manifestar que el sesismo inglés está destituido de todo fundam ento sólido. Acerca de los filósofos evolucionistas he aprendido poco, aunque admito que, a pesar de que de una manera apresurada sus teorías han sido censuradas en conjunto y que son anticuados e ignorantes, los First principies (Primeros principios) de Spencer y las doctrinas generales están bajo la guía de una idea grande y verdadera y la desarrolla con métodos cuyos rasgos principales son sólidos y científicos.

6. Las obras de Duns Scotus me han influido con fuerza. Si su lógica y metafísica se adaptan a la cultura moderna —con recordatorios conti­ nuos y saludables de la crítica nominalista—•, no adoradas ciegamente sino despojadas de su medievalismo, estoy convencido de que pro po r­ cionarían la filosofía que mejor armoniza con la ciencia física. Otras concepciones han de ser extraídas de la historia de la ciencia y de las matemáticas.

7. Así, brevem ente, mi filosofía puede ser descrita como el intento de un físico por llevar a cabo una conjetura tal que perm ita la constitu­ ción del universo y los métodos de la ciencia, con la ayuda de todo lo que ha sido logrado por los filósofos precedentes. Apoyaré mis propo­ siciones con tantos argumentos como pueda. No se pensará en pruebas demostrativas. Las demostraciones de los metafísicos son todas “luz de

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luna”. Lo mejor que se puede hacer es suministrar una hipótesis, no desprovista de toda probabilidad, dentro de la línea general del creci­ miento de las ideas científicas, y capaz de ser verificada o refutada por futuros observadores.

8. El infalibilismo religioso, apresado en la corriente de los tiempos, muestra síntomas de declararse a sí mismo como quien habla poco más o menos que infaliblemente, y habiendo confesado así de una vez que está sujeto a gradaciones, no quedará reliquia del buen infalibilismo dorado del siglo décimo, excepto el que los científicos infalibilistas, bajo cuyo encabezado incluyo no sólo a quienes fabrican catecismos científi­ cos y homilías, iglesias y credos y que por supuesto son “misioneros natos”, sino también a todas las personas respetables y cultivadas que, habiendo adquirido sus nociones de ciencia por lecturas y no por inves­ tigación, tienen la idea de que “ciencia” significa conocimiento, m ien­ tras que es un nombre impropio aplicado al propósito de los que están devorados por el deseo de encontrar cosas...

9. Aunque la infalibilidad en materias científicas me parece irresis­ tiblem ente cómica, me equivocaría si no tuviera un gran respeto por los que ponen sus pretensiones en ella, pues comprende la mayor parte de la gente que tiene algún tipo de conversación. Cuando digo que ponen sus pretensiones en ella, quiero decir que asumen sus funciones con toda naturalidad e inconciencia. Nunca se han dado cuenta del signifi­ cado pleno del adagio Humanum est errare. En ciencias exactas, que son el último sujeto del error —metrología, geodesia y astronomía m étri­ ca—, nadie que se tenga respeto a sí mismo expone sus resultados sin añadir su error probable, y si esta práctica no es seguida en otras ciencias es porque en ellas los errores son demasiado grandes para poder ser estimados.

10. Soy un hombre del que los críticos no han encontrado nada bueno que decir. Cuando no vean oportunidad de injuriarme habrán encontrado la paz. La pequeña alabanza que he recibido viene de tales fuentes, por lo que la única satisfacción que he' sacado de ella ha constituido una migaja para el camino. Solamente una vez en toda mi vida, que recuerde, he experimentado el placer de la alabanza, no por lo que pueda aportar, sino en sí misma. El placer fue beatífico, y la alabanza que lo produjo estaba pensada para ser insulto. Se trata de lo que dijo de mí un crítico: que yo parecía absolutamente seguro de mis propias conclusiones.

Nunca, si puedo evitarlo, ha de descansar el ojo de ese crítico sobre lo que estoy escribiendo ahora, pues le debo un gran placer, y —tal era

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evidentem ente su intención— te m o q u e lo s fuegos del infierno se a l i ­ m entarían con nuevo com bustible en su p e c h o .

11. Mi libro no tiene in stru cc io n es q u e im p a rtir a nadie. C om o un tratado m atem ático, sugerirá c ie rta s id e a s y raz o n e s p ara c o n sid e rarla s verdaderas; pero si usted las a c ep ta , se rá p o r q u e le gustan mis ra z o n e s y la responsabilidad descansa en u s te d . E l h o m b re es un anim al so c ia l; pero una cosa es lo social y otra lo g re g a rio . N o quiero servir de c a rn e r o manso. Mi libro está pensado p a r a g e n te q u e quiere en co n trar, y la gente que quiere filosofía servida c o n c u c h a ró n puede ir a b u sc a r e n cualquier otra parte. ¡Hay tie n d a s d e s o p a filosófica en cada rin c ó n , gracias a Dios!

12. El desarrollo de mis ideas e s p r o d u c to de trein ta años. Y o n o sabía si alguna vez las p u blicaría, y a q u e p a re c ía dem asiado le n ta su maduración. Finalm ente, llegó el tie m p o d e la cosecha, y para mí p a r e c e ser impetuosa, pero, por supuesto, n o soy y o qu ien tiene que p ro n u n c ia r sentencia. Tam poco es usted, o u n le c to r individual; es la e x p e rie n c ia y la historia.

13. A lo largo de los años, en el d is c u r s o d e este proceso de m a d u r a ­ ción, acostum bré juntar mis id eas b a jo la d esignación del falib ilism o , y en verdad el prim er paso hacia e l e n c o n t r a r es el reconocer que u n o n o conocía satisfactoriam ente an tes; d e ta l m a n e ra que ninguna p la g a puede con tanta seguridad d e te n e r t o d o co n o c im ie n to intelectual, c o m o la plaga del que “está a b so lu ta m e n te s e g u r o ”, y noventa y nueve d e c a d a cien cabezas son reducidas a la im p o te n c ia p o r esta en ferm ed ad — ¡d e cuya presencia la mayoría es e x tr a ñ a m e n te inconsciente!

14. Sin duda, más allá de un c o n tr i to falib ilism o, com binado c o n u n a gran fe en la realidad del c o n o c im ie n to , y u n intenso deseo de e n c o n tr a r cosas, me parece que toda mi filo s o fía h a id o creciendo...

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LIBRO I

ORIENTACIÓN HISTÓRICA GENERAL

PRINCIPIOS DE FILOSOFÍA

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No m i n a l i s m o1

15. Muy tem pranam ente, antes de que m e h u b ie r a dedicado en r e a lid a d a mis estudios de lógica por más de c u a tro o cinco años, se m e h iz o patente que esta ciencia estaba en m uy m a la condición, to ta lm e n te indigna del desarrollo intelectual de n u e s tra é p o c a , y como c o n s e c u e n ­ cia, todas las demás ram as de la filosofía, e x c e p to la ética —pues e s ta b a clarísimo que la psicología era una c ie n c ia esp ecial y no p a rte d e la filosofía— estaban en un estado sim ilar d e ignom inia. Por esta é p o c a —dice la cita de los Prolegómeno Lógica,1 2 d e M a n se l—- la lógica t o c a b a fondo. Ya no había espacio para que se d e g ra d a ra más. Se e s tu v o hundiendo de m anera progresiva, en r e la c ió n co n el avance de la c ie n ­ cia, de modo no lento desde la época del r e n a c im ie n to del c o n o c im ie n to —digamos desde la caída de C o n stan tin o p la— .3 Se hizo una im p o r ta n te añadidura a este tem a a comienzos del s ig lo xv m : la doctrina d e la s posibilidades u oportunidades. Pero no v in o d e los lógicos p r o f e s io n a ­ les, quienes no supieron nada acerca de e llo . W hew ell, es cierto, h iz o u n trabajo muy fino; pero no de carácter f u n d a m e n ta l. D e M organ y B o o le colocaron los fundam entos de la lógica e x a c ta m oderna, pero d if íc il­ m ente se podría decir que com enzaran a le v a n ta r el edificio m ism o . E n estas circunstancias, abrí, como es n a tu ra l, lo s polvorientos le g a jo s d e los doctores escolásticos. Por supuesto, el p en sam ien to estuvo p o r lo general en una situación algo d e p rim id a b a jo los P la n ta g e n e ts. L o pueden ustedes valorar muy bien te n ie n d o e n cuenta la im p re sió n q u e D ante, Chaucer, M arco Polo, F roissart y las grandes catedrales h a c e n en nosotros. Pero su lógica, en relación c o n la condición g e n e ra l d e l

1. Tomado de “LoweII Lectores de 1903”, Lectura I lla . N. E. 2. 1851, N. E.

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Escritosfilosóficos

pensam iento, fue m aravillosam ente exacta y crítica. No pueden decir­ nos nada concerniente a los métodos del razonamiento, dado que su propio razonam iento era pueril, pero sus análisis del pensamiento y sus discusiones de todas estas cuestiones de lógica que casi entran en la metafísica son muy instructivas, así como una buena disciplina en ese sutil tipo de pensamiento que se requiere en la lógica.

16. En esos días, la edad de Robert of Lincoln, Roger Bacon, Tomás de Aquino y Duns Scotus, se consideraba la cuestión del nominalismo y realismo como definitivam ente saldada a favor del realismo. Ya cono­ cen ustedes cuál era la cuestión: si las leyes y los tipos generales son producciones de la mente o son reales. Si esto se entiende en el sentido de si en verdad hay leyes y tipos, se trata, estrictamente hablando, de una cuestión de metafísica y no de lógica. Pero como primer paso hacia su solución es oportuno preguntar si, dando por supuesto que las creen­ cias de nuestro sentido común son verdaderas, el análisis del significado de estas creencias muestra que, de acuerdo con esas creencias, leyes y tipos, son objetivos o subjetivos. Esto es una cuestión de lógica más que de metafísica, y tan pronto como sea contestada se seguirá de inmediato la respuesta a la otra cuestión.

17. A pesar de una gran explosión de nominalismo en el siglo catorce, que estuvo conectada con la política, ya que los nominalistas se opusieron generalm ente al poder excesivo del Papa y estuvieron a favor de un gobierno civil, conexión que prestó a la doctrina filosófica una continuidad ficticia, los escotistas, que eran realistas, predom inaban en la mayoría de los lugares y mantuvieron el dominio en las universidades. Al restablecim iento o renovación del aprendizaje opusieron tozuda­ m ente los nuevos estudios, y así la palabra Duns, el digno nom bre de su m aestro, vino a significar un adversario del aprender. La palabra en un principio significó, además, que la persona así llamada era un m aestro del pensam iento sutil, con el cual fueron incapaces de contender los humanistas. Pero en una generación, las disputas en las que se entrena­ ba tal tipo de pensamiento perdieron su viveza; la consecuencia fue que el escotismo murió cuando fallecieron los principales escotistas. Fue un simple cambio de moda.

18. Los humanistas fueron pensadores débiles. Algunos de ellos, sin duda, pudieron ser entrenados p ara pensadores fuertes; pero no tuvie­ ron un entrenam iento severo. Todas sus energías se dedicaron a escribir en un lenguaje clásico y con un estilo artístico de expresión. Fueron a los antiguos a buscar su filosofía, y la mayoría de las veces tomaron los tres más fáciles de las antiguas sectas de la filosofía: epicureismo, estoicismo y escepticismo. El epicureismo fue una doctrina muy

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pareci-da a la de John Stuart Mili. Los epicureístas fueron los únicos de las antiguas escuelas que creyeron en el razonamiento inductivo, el cual fundaban en la uniformidad de la naturaleza, aunque hacían consistir la uniformidad de la naturaleza en algunos caracteres distintos a los que destacaba Stuart Mili. Como Mili, los epicúreos eran nominalistas ex­ tremos. Los estoicos declaraban que el materialismo es algo que ya nadie tiene necesidad de seguir, desde que la nueva invención del monismo capacitó al hombre para ser perfectam ente m aterialista en sustancia y tan idealista como guste en las palabras. Por supuesto, los estoicos no podían ser nominalistas. No apreciaban el raciocinio induc­ tivo. Lo consideraban una falacia evidente. Los escépticos del Renaci­ miento fueron algo parecido a los agnósticos de la generación que ahora está pasando, sólo que fueron mucho más lejos. Nuestros agnósticos se contentan con decir que cualquier cosa más allá de generalizaciones ordinarias de la experiencia es incognoscible, mientras que los escépti­ cos pensaban que no es posible ningún conocimiento científico de nin­ guna descripción. Si usted hojea, por ejemplo, las páginas del libro de Cornelius Agripa, De Incertitudine et vanitate scientiarum et artium (1531), encontrará que va tomando las ciencias sucesivamente, aritm é­ tica, geometría, mecánica, óptica, y después de su examen declara que cada una es algo más allá del poder de la mente humana. Por supuesto, en la m edida en que no creían en nada, los escépticos eran extrem ada­ m ente nominalistas.

19. En resumen: fue una ola enorme de nominalismo. Descartes fue nominalista. Locke y todos los que lo siguieron, Berkeley, Hartley, Hume e incluso Reid, fueron nominalistas. Leibniz fue un nominalista extremo y Remusat, quien hizo recientemente un intento por reparar el edificio de la monadología leibniziana, lo hizo desechando todo lo que se inclinaba al realismo. Kant fue un nominalista; aunque su filosofía hubiera llegado a ser más compacta, más consistente y más fuerte si su autor hubiera seguido el realismo, cosa que hubiera hecho ciertam ente si hubiera leído a Scotus. Hegel fue un nominalista de anhelos realistas. Puedo continuar la lista mucho más lejos. De este modo, en una palabra, toda la m oderna filosofía de cada secta ha sido nominalista.

20. En una extensa reseña del Berkeley de Frazer, en la North

American Review de octubre de 1871,4 me manifesté en favor del realis­

mo. Desde entonces he revisado cuidadosa y concienzudamente mis opiniones filosóficas más de una docena de veces, y las he modificado más o menos en muchos temas; pero nunca he sido capaz de pensar de

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Escritosfilosóficos

modo diferente en esta cuestión del realismo y el nominalismo. En aquel articulo reconocía que la tendencia de la ciencia ha sido hacia el nominalismo, pero el pensamiento último del doctor Francis Ellingwo- od Abbot, en una introducción verdaderam ente notable a su libro titu ­ lado Scientific Theism (1885), mostraba por el contrario, de modo ple­ namente concluyente, que la ciencia ha sido siempre realista en el fondo y siempre tiene que ser así, y comparando sus escritos con los míos, se ve con facilidad que aquellos rasgos de nominalismo que yo señalaba en la ciencia eran en su mayoría superficiales y pasajeros.

21. El núcleo de la disputa radica en esto. Los filósofos modernos (todos sin excepción, como no sea Schelling la salvedad) reconocen sólo un modo del ser: el ser de una cosa individual o hecho, el ser que consiste en la lucha de un objeto para conseguir un lugar en el universo para sí mismo, por decirlo así, y que reacciona con la fuerza bruta de los hechos, contra todas las demás cosas. Llamo a esto existencia.

22. Por otro lado, Aristóteles, cuyo sistema, como todos los grandes sistemas, fue revolucionario, reconocía además un tipo embriónico del ser, como el ser de un árbol en la semilla, o como el ser de un suceso futuro contingente, que depende de cómo uno se decida a actuar. En algunos pocos pasajes, Aristóteles parece tener un oscuro apergu (apre­ ciación provisional) de un tercer modo del ser en la entelequia. El ser embrionario para Aristóteles era el ser que él llamaba materia, que es igual en todas las cosas, y que en el curso de su desarrollo o evolución toma forma. Forma es un elemento que tiene un diferente modo del ser. Toda la filosofía de los doctores escolásticos es un intento de poner esta doctrina de Aristóteles en armonía con la verdad cristiana. Esta arm o­ nía intentaron realizarla los distintos doctores por diversos caminos. Pero todos los realistas se ponen de acuerdo en invertir el orden de la evolución de Aristóteles haciendo que la forma venga prim ero, y la individuación de esa forma después. Así, reconocen dos modos del ser; pero no son los dos modos del ser de Aristóteles.

23. Mi punto de vista es que hay tres modos del ser. Sostengo que podemos observarlos directamente en elem entos de lo que esté en cualquier momento ante la mente y de cualquier m anera. Hay el ser de la posibilidad cualitativamente positiva, el ser del hecho real y el ser de la ley que gobernará hechos en el futuro.

24. Comencemos considerando la actualidad, e intentem os formular en qué consiste. Si yo les pregunto en que consiste la actualidad de un acontecimiento, ustedes me dirían que en un acaecer (happening) en­ tonces y allí. Las especificaciones entonces y allí implican todas sus relaciones con otros existentes. La actualidad del acontecimiento

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pare-ce estar en sus relaciones con el universo de existentes. Una corte p u e d e dictar interdictos y juicios contra m í y yo no preocuparm e lo m á s mínimo por ello. Pero cuando sien to la m ano del comisario s o b re el hombro, empezaré a tener un sen tid o de actualidad. La a c tu a lid a d es algo brutal. No existe razón en ello. P ongam os como ejemplo que u s te d coloca su hombro contra una p u e rta y tra ta de abrirla c o n tra u n a resistencia invisible, silenciosa y desconocida. T enem os un e s ta d o d e conciencia de dos caras, de esfuerzo y resistencia, que me parece lle g a r tolerablem ente cerca de un sentido pu ro de actualidad. En g e n e r a l, pienso que tenemos aquí un m odo de ser de una cosa que c o n siste e n cómo es un segundo objeto. Lo llam o alteridad (secondness).

25. Además de éste, hay dos m o d o s de ser que llamo p r im e r id a d (firstness) y terciedad (thirdness). P rim erid ad es el modo del s e r q u e consiste en el ser del sujeto p o sitiv am en te tal com o es sin r e s p e c to a cualquier otra cosa. Esto puede ser so lam en te una posibilidad. M ie n tr a s las cosas no actúan sobre otras no tie n e sentido o significado d e c ir q u e tienen algún ser, como no sea que se a n tales en sí mismas, que p u e d a n quizás en trar en relación con o tras. El m odo del ser de una ro je z a n te s de que existiera cualquier cosa roja en el universo, era sin e m b a rg o u n a posibilidad cualitativam ente positiva. Y la rojez en sí misma, a u n si e s tá incorporada, es algo positivo y sui generis. A eso llamo p r im e rid a d . N aturalm ente, atribuim os p rim e rid ad a objetos visibles, e x te rn o s ; es decir: suponemos que tienen c ap acid ad es en ellos mismos que p u d ie r o n ser o no actualizadas, que p u e d e n se r o no actualizadas en c u a lq u ie r tiempo, aunque no podem os co n o c er nada de tales posibilidades ( e x ­ cepto) en cuanto que son actualizadas.

26. Ahora a propósito de la te rc ie d a d (thirdness). D ifícilm ente p a s a ­ rán cinco minutos de nuestra vida, cuan d o estam os despiertos, sin q u e hagamos algún tipo de predicción, y en la m ayoría de los c a so s ta le s predicciones se cumplen en los h echo s. A hora bien, una p re d ic c ió n es esencialm ente de naturaleza g e n e ra l y no puede llegar a v e rific a rse p o r completo. Decir que una p red icció n tiene una tendencia d e c id id a a realizarse, es decir que los aco n tecim iento s futuros están e n c ie r ta m edida realm ente gobernados p o r un a ley. Si un par de d a d o s a r r o ja seises cinco veces seguidas, es m e ra coincidencia. Los d ado s p u e d e n arrojar seises de m anera fo rtu ita m iles de veces seguidas. P e ro e s o n o proporcionaría ni la más ligera se g u rid a d acerca de que van a s a lir s e is e s en la próxima oportunidad. Si la predicción tiene una t e n d e n c ia a realizarse, ha de ocurrir que los acontecim ientos futuros te n g a n u n a tendencia a ajustarse a una regla g en eral. “¡Oh!, dirán los n o m in a lis ta s , pero esa regla general no es o tra cosa que una m era palabra o u n ió n d e

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