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COMPETENCIA POLÍTICA Y CALIDAD DE LA DEMOCRACIA EN BRASIL: LAS ELECCIONES DE 2018 Y LA RECOMPOSICIÓN DEL SISTEMA DE PARTIDOS

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COMPETENCIA POLÍTICA Y CALIDAD DE LA DEMOCRACIA EN

BRASIL: LAS ELECCIONES DE 2018 Y LA RECOMPOSICIÓN DEL

SISTEMA DE PARTIDOS

1

Carlos Federico Domínguez Avila2

Resumen: El artículo explora la competencia por la Presidencia en las elecciones federales brasileñas de 2018. Inicialmente se discuten los aspectos teóricos y metodológicos correlacionados a la Competencia Política, entendida como una de las dimensiones disponibles para el estudio de la Calidad de la Democracia. Luego, se examinan los resultados y los desdoblamientos del proceso electoral – incluyendo la formación del nuevo gabinete ministerial. Se destaca que, en 2018, hubo un importante sorpasso político-electoral y una fuerte inclinación hacia las candidaturas de derecha en las preferencias de los votantes, lo que resultó en la victoria de Jair Bolsonaro y su grupo de apoyadores en el Partidos Social Liberal (PSL). La conclusión general del trabajo sugiere que la asunción de Bolsonaro, desde el 1º de enero de 2019, ha provocado un significativo impacto en la recomposición del sistema de partidos en Brasil.

Palabras-clave: Competencia Política; Calidad de la Democracia; Elecciones Presidenciales; Sistema de Partidos; Brasil

Recebido em: 9/12/2018 Aceito em: 22/03/2019

1 Una versión preliminar de este manuscrito fue presentada en el XXXVII Congreso de la Asociación de Estudios

Latinoamericanos-Lasa (Boston, 2019).

2 Doutor em História, com Pós-doutorado em Ciência Política. Docente e pesquisador do Mestrado em Direitos Humanos,

Cidadania e Violência/Ciência Política do Centro Universitário Unieuro. Atualmente realiza estágio de pós-doutoramento na Universidade Federal do Rio Grande do Sul-UFRGS. Email: cdominguez_unieuro@yahoo.com.br

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POLITICAL COMPETITION AND THE QUALITY OF DEMOCRACY IN

BRAZIL: THE ELECTIONS OF 2018 AND THE REMAKING OF THE

PARTY SYSTEM

Abstract: The paper explores the competition for the Presidency in the Brazilian federal elections of 2018. Initially it discussed the theoretical and methodological aspects of Political Competition, understood as one of the dimensions available for the study of the quality of democracy. Then it discussed the results and the consequences of the electoral process – including the formation of the new Cabinet. The paper shows that, in 2018, the right-wing parties were victorious, specially the Social-Liberal Party’s incumbent, Jair Bolsonaro. The general conclusion is that the shift to right politics will impact in the party system, in the national political party competition, and in the quality of Brazilian democracy

Key-words: Political Competition; Quality of Democracy; Presidential Elections; Party System; Brazil

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1. Introducción

La competencia política es una de las dimensiones fundamentales en el estudio de los sistemas de partidos y de la calidad de la democracia. Esta dimensión explora el cotidiano de las actividades de la clase política, bien como las contradicciones entre partidos políticos y la correlación de fuerzas entre actores gubernamentales y opositores – además de las divergencias entre mayorías y minorías parlamentarias. Efectivamente, la competición puede acontecer al interior de cada partido político, al interior de las coligaciones políticas, en el contexto general del sistema político, y eventualmente entre actores políticos y actores sociopolíticos (poderes facticos, movimientos sociales, potencias extranjeras). Obviamente, las democracias de más alta calidad aceptan la alternancia en el poder, el pluralismo político, e incluso la competencia democrática al interior de los partidos (Dahl, 2016).

Desde la proclamación de la República, en 1889, Brasil tiene una larga tradición de competencia política – aunque muchas veces las elecciones y la representación política adolecieran de graves limitaciones democráticas (Bizarro y Coppedge, 2017; Bethell, 2002). Actualmente, el sistema de partidos vigente en el país es bastante exuberante y fragmentado – con 35 partidos políticos registrados en el Tribunal Superior Eleitoral-TSE (véase Anexo 1).

El tema en cuestión es bastante relevante tanto en términos nacionales, como en una perspectiva regional y global (Latinobarómetro, 2018). Recuérdese, de partida, que el Brasil es actualmente la cuarta democracia del mundo en número de votantes – quiere decir, con un censo electoral de 143,7 millones de electores, solamente superado por la India, los Estados Unidos e Indonesia. También, es la mayor democracia latinoamericana y del mundo de lengua portuguesa. En ese sentido, el devenir de la experiencia democrática brasileña tiene implicaciones dentro y fuera del país, especialmente en foros como el Mercosur, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, la Organización de los Estados Americanos, la Organización de las Naciones Unidas, la Comunidad Iberoamericana de Naciones, la Comunidad de los Países de Lengua Portuguesa, los Brics, Ibas, entre otros (Levine y Molina, 2007; Linz y Stepan, 1999; Moisés y Meneguello, 2013).

En esa línea, el texto procura explorar la recomposición del sistema de partidos en Brasil, especialmente en el contexto de las elecciones federales de octubre de 2018, que resultaron en la victoria de Jair Bolsonaro, para el período 2019-2022. Los principales temas a ser discutidos son: (i) la competencia en el lado de la entrada del sistema político, (ii) la competencia entre los actores político-sociales, y (iii) la competencia en el lado de la salida del proceso político.

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2. La competencia y la calidad de la democracia: aspectos conceptuales

La competencia política es una de las más cruciales y trascendentales dimensiones en los estudios sobre la calidad de la democracia. Sea en términos teóricos, metodológico o empíricos, la posibilidad de votar y ser votado – quiere decir, ser eventualmente electo para un cargo público –, en el marco de procesos electorales libres, justos y periódicos, acaban siendo condiciones indispensables, prioritarias e ineludibles para poder identificar con un grado mínimo de certeza la existencia de un sistema verdaderamente democrático, en comparación con otros tipos de regímenes políticos, especialmente en la contemporaneidad (Przeworski, 2016; Miguel, 2014).

Ciertamente, la dimensión de la competencia política no es la única disponible para el estudio de la calidad de la democracia existente en una unidad política – o una poliarquía, en el sentido dahliano de la expresión. Otras dimensiones disponibles para el estudio de la calidad de la democracia a menudo también son citadas por teóricos e investigadores calificados en la temática – entre estas: el Estado de Derecho, la Rendición de Cuentas, la Participación, la Responsividad, la Libertad o la Igualdad/Solidaridad. De hecho, no faltan autores que destaquen y valoricen la relevancia teórica, metodológica y empírica de estas otras dimensiones de la democracia. Aun así, y salvo mejor información, autores de orientación maximalista, deliberativa, demócratas-participativos, institucionalistas, elitistas, o feministas, entre otros, generalmente aceptan, sin mayores discusiones, que la efectiva realización de elecciones libres, justas y periódicas es atributo sine qua non para reconocer e identificar la presencia de un sistema político democrático (Miguel, 2016; Santos, 2002).

En este contexto general, parece apropiado insistir que, mismo siendo una entre varias, la competencia política es una importantísima dimensión disponible y necesaria para el estudio de la calidad de la democracia, sea en términos teóricos, metodológicos o empíricos. Tal ponderación es particularmente relevante para los fines del presente texto, ya que el problema-objeto que nos convoca en esta oportunidad – quiere decir, las elecciones federales brasileñas de 2018 (véase Cuadro 1 y Anexo 1) – está directamente correlacionado con esa vertiente de la teoría política contemporánea y también de los estudios electorales. Más específicamente, el autor del estudio entiende que existirían afinidades electivas altas y crecientes entre la competencia política y las elecciones brasileñas de 2018, de un lado, y la así llamada teoría minimalista, procesual o procedimental de los estudios de la calidad de la democracia, de otro.

Así las cosas, parece apropiado recordar que la llamada teoría minimalista, procedimental o elitista de la democracia tiene en Joseph Schumpeter a uno de sus más insignes y reconocidos autores. Schumpeter (1961, p. 321) ponderaba que “el método democrático es aquel sistema institucional, para llegar a las decisiones políticas, en el que los individuos [quiere decir, los actores políticos] adquieren el poder de decidir por medio de una lucha de competencia por el voto del pueblo.” Resumidamente, esto significa que para el autor en referencia la democracia era

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fundamentalmente un procedimiento disponible en la contemporaneidad para escoger pacíficamente a las autoridades políticas – sin atenerse a los aspectos ideológicos de los gobernantes. En tal sentido, la tradición schumpeteriana, también llamada procedimental, minimalista o competitiva de la democracia, termina enfatizando su atención en las dimensiones electorales, de sistemas de partidos, de partidarismo, de la gobernabilidad, de rendición de cuentas, del autogobierno, de la cultura política, de las instituciones, y también en la cuestión de la competencia política – que es lo que verdaderamente interesa para los fines del presente artículo.

Los politólogos herederos y sucesores de Schumpeter consideran que mantener el foco en los aspectos de la democracia electoral, minimalista o procedimental es crucial para comprender y valorizar las relaciones entre Estado y Sociedad en la contemporaneidad, principalmente en países que procuran elevar sus niveles de desarrollo político. Todo ello sin olvidar que, según el modelo schumpeteriano de la democracia, el hecho de votar, elegir y ser electo en comicios verdaderamente libres, justos y periódicos representa un avance extraordinario y significativo en el marco de la historia político-social de la humanidad, casi siempre dominada por sistemas políticos autoritarios. Tal es el caso predominante en la historia político-social del continente latinoamericano y del Brasil, en particular.

Más recientemente, Adam Przeworski (2016; 1997) ha ofrecido una visión renovada y actualizada de la teoría minimalista de la democracia. Este autor polaco-estadunidense considera que la tendencia a valorizar la concepción maximalista de la democracia se puede acabar transformando en un problema teórico, metodológico y empírico para los politólogos, en función de la falta de claridad de ese tipo de enfoque. En consecuencia, el autor en referencia pondera lo siguiente:

Desarrollo mi defensa de la concepción minimalista en dos partes. Considero obvio que intentemos evitar el derramamiento de sangre y la violencia para resolver nuestros conflictos. A partir de esta idea, argumento, primero, que la mera posibilidad de poder cambiar a los gobiernos puede evitar la violencia. En segundo lugar, considero que hacerlo por medio del voto tiene sus propias consecuencias. […] el solo hecho de que haya alternancia en el poder, puede inducir a las fuerzas políticas en conflicto a obedecer las reglas, en lugar de emplear la violencia, por la siguiente razón: aunque a corto plazo los perdedores estarán en mejor situación si se rebelan que si aceptan el resultado de la ronda electoral, la ganancia será mayor si continúan aceptando el veredicto de la moneda al aire que si pelean por el poder, si tienen suficientes oportunidades de ganar y de obtener ganancias en futuras rondas. Lo mismo se aplica a los ganadores, quienes tendrían ganancias mayores si dejaran de echar la moneda al aire una vez instalados en el poder; pero podrían estar mejor si dejan el poder en forma pacífica, en lugar de provocar una resistencia violenta en su intento por usurparlo. La regulación del conflicto es entonces un mecanismo de equilibrio que se refuerza a sí mismo […] El

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derramamiento de sangre se evita por el solo hecho de que, como dice Aristóteles, las fuerzas políticas esperan la alternancia [Przeworski, 1997, p. 25s].

Y en otro párrafo de particular relevancia para los fines del presente artículo, Adam Przeworski (1997, p. 27s) pondera categóricamente lo siguiente,

Votar es imponer una voluntad sobre otra. Cuando se llega a una decisión por medio del voto, algunas personas deben someterse a una opinión diferente de la suya o a una decisión contraria a sus intereses. El voto autoriza la coacción. Le da el poder a los gobiernos, a nuestros gobernantes, de mantener a individuos en prisión, a veces hasta de quitarles la vida; de quitar dinero a unos y dárselo a otros, y de regular la conducta privada de los adultos. El voto genera ganadores y perdedores, y autoriza a los ganadores a imponer su voluntad, aunque sea con límites, a los perdedores.

[…] Entonces ¿qué diferencia produce votar? Una respuesta es que el derecho a votar impone la obligación de respetar los resultados de la votación. Bajo esta óptica, la democracia persiste porque las personas ven como deber obedecer los resultados que se generan en un proceso de decisiones en el que ellos han participado de manera voluntaria. La democracia es legítima porque los individuos están dispuestos a aceptar decisiones indeterminadas, en tanto puedan participar en su elaboración.

[…] Votar constituye un ejercicio: una lectura de oportunidades en caso de una eventual guerra. Si todos los hombres son igualmente fuertes (o estuvieran armados), la distribución del voto sustituye al resultado de la guerra.

Por tanto, Przeworski considera recomendable trabajar e investigar científicamente dicho problema-objeto. Esto es, asumir que la democracia fundamentalmente debe ser considerada como un sistema regular de escoja y de elección de representantes, siempre y cuando los resultados – aunque previsibles – no sean conocidos anticipadamente. En tal sentido, las elecciones libres, justas y periódicas también acaban siendo problema fundamental de los investigadores especializados en la temática de la calidad de la democracia.

Así las cosas, parece pertinente agregar que un sistema democrático se considera efectivamente consolidado cuando existirían consensos mínimos o básico en relación a las instituciones políticas, particularmente aquellas más próximas a la democracia electoral, a la rendición de cuentas, y a la participación y competencia política. Entre otras, se destacan: el sufragio universal y secreto, la regularidad de las elecciones, el poder efectivo de las autoridades públicas electas, la libertad de expresión e información, las libertades de asociación, el respeto a la duración de los cargos, e incluso la democratización interna de los partidos y otros actores político-sociales significativos (Linz y Stepan, 1999).

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Robert Dahl y su noción de poliarquía son convergentes con el modelo schumpeteriano de la democracia. De hecho las afinidades electivas entre las referidas contribuciones de Schumpeter y Dahl fueron observadas y reconocidas por numerosos autores. Vale tener presente que el propio Dahl (2016, p. 104) definió a una poliarquía en los siguientes términos:

Poliarquia deriva de las palabras griegas que significan “muchos” y “gobierno”; así, “el gobierno de muchos” se distingue del gobierno de un, la monarquía, o el gobierno de pocos, la oligarquía o la aristocracia […] Más exactamente, una democracia poliárquica es un sistema político dotado de las seis instituciones listadas anteriormente [quiere decir: funcionarios electos, elecciones libres, justas y frecuentes, libertad de expresión, fuentes de información diversificadas, autonomía para las asociaciones, y ciudadanía inclusiva]. Por tanto, la democracia poliárquica es diferente de la democracia representativa con sufragio restricto – como la del siglo XIX. También es diferente de las democracias y de las repúblicas antiguas que no apenas tenían sufragio restricto, como también les faltaban muchas otras características cruciales y decisivas de la democracia poliárquica – por ejemplo, los partidos políticos, el derecho de formar organizaciones políticas para influenciar o hacer oposición al gobierno existente, grupos de intereses organizados, etcétera. Es también diferente de las prácticas democráticas de unidades tan pequeñas que los miembros pueden reunirse directamente y tomar decisiones políticas (o recomendarlas), o hacer leyes.

Para los fines del presente texto, la contribución de Dahl es importante, relevante y significativa. Es evidente que la noción de poliarquía tiene muchísimas afinidades electivas con los investigadores de orientación minimalista, particularmente con aquellos interesados en el estudio de la competencia política y la democracia electoral. Recuérdese que Dahl llama poderosamente nuestra atención en lo concerniente a que los funcionarios electos por los ciudadanos deben tener, efectivamente, el controle del gobierno y del Estado; asimismo, tales funcionarios electos son escogidos en procesos electorales libres, justos y periódicos.

Conviene agregar que el modelo minimalista o procedimental de la democracia ha sido dura y sistemáticamente cuestionado por autores maximalistas – especialmente por los así llamados demócratas-participativos, por demócratas-deliberativos, por igualitaristas, por autores críticos – o decoloniales –, por constructivistas, entre otros (Miguel, 2014; Santos, 2009). En general, estos autores maximalistas entienden que el modelo minimalista rebaja, desdeña e ignora la tradición aristotélica y rousseauniana de la democracia, entendida como proyecto de transformación de las sociedades, mediante la ampliación de la democracia de ciudadanía. Asimismo, se cuestiona que la participación efectiva de la ciudadanía sea reducida al acto de votar cada cuatro años, mismo que con pocas posibilidades de renovación o alteración de las estructuras político-sociales y económicas. Así, la democracia electoral – o poliarquía – acabaría siendo esencialmente convergente a los intereses estratégicos de las clases dominantes, acabaría

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reduciendo las nociones de soberanía popular y de ciudadanía, y finalmente legitimando y confirmando las relaciones de dominación tradicionales (Miguel, 2016; Santos, 2002).

Frente a esta crítica contundente y desafiadora, parece apropiado tener presente que la opción teórico-metodológica y empírica adoptada en este estudio considera que la dimensión de la competencia política se erige en uno de los atributos disponibles para el estudio de la calidad de la democracia. En el fondo, se trata de aprovechar las potencialidades de la teoría minimalista o procedimental para el análisis interpretativo de un problema-objeto – las elecciones brasileñas de 2018 – en el que la referida herramienta conceptual es particularmente efectiva, tanto en términos teóricos, como metodológicos y finalmente empíricos. Sea como fuere, es necesario tener siempre presente que tales investigaciones y estudios sobre la calidad de la democracia no se limitan única o exclusivamente a evaluar los resultados electorales, sino que pretenden ir más allá, quiere decir, analizar el funcionamiento y los resultados generados por el sistema. “Una concepción minimalista de la democracia no dispensa de la necesidad de pensar en un diseño institucional. Al final, la ‘calidad de la democracia’ es importante para la sobrevivencia misma de la democracia”, pondera, al respecto, Prweworski (1997, p. 30).

Es precisamente en este sentido que vale recordar las ponderaciones de autores consagrados en el estudio de la calidad de la democracia, quienes no dudan en considerar a la competencia política – y subsidiariamente a su sustrato minimalista o procesual – como una de las dimensiones disponibles en las investigaciones. Al respecto, un importante autor pondera lo siguiente,

Las elecciones competitivas son el único mecanismo creíble para que el pueblo piense que sus gobernantes gobiernan a su pedido y en su nombre. Son la herramienta de los escépticos. Las elecciones autentifican la afirmación de que los gobiernos gobiernan con consentimiento activo porque prueban repetidamente esa afirmación contando votos. […] Pero, ¿cuándo son competitivas las elecciones? Las respuestas a esta pregunta no son obvias. Incluso los observadores internacionales de elecciones no están completamente de acuerdo sobre los criterios mediante los cuales certificarlo: los estadounidenses prefieren calificarlas de “libres y limpias”, mientras que los europeos emplean el lenguaje de “competitivas y exactas”. La principal dificultad es que la prueba de las elecciones sólo es concluyente cuando los que están en el poder pierden y dejan sus cargos de forma pacífica. Si ganan, la evidencia es muda: es posible que haya sido porque el pueblo lo deseaba o porque no tuvo la oportunidad de derrotarlos. [...] Como mínimo, debe ser verdad que cada uno tiene igual posibilidad de expresar su preferencia partidaria, cualquiera que sea, y que el resultado final de las elecciones no hubiera sido distinto con reglas diferentes. Esto es lo que significa “libres y limpias” [Przeworski, 2016, p. 258].

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Concretamente, aquí se reconoce la influencia epistemológica del modelo analítico desarrollado por Leonardo Morlino (2014; 2016) para el estudio de la calidad de la democracia. Vale destacar que el modelo analítico de Morlino se asienta en la evolución conceptual de la propia teoría democrática, desde las contribuciones de la democracia liberal, pasando por los participativos, los deliberativos, y más recientemente los demócratas-radicales. Por razones de espacio no es posible profundizar en cada una de esas vertientes conceptuales – que en el fondo acaban siendo convergentes y mutuamente enriquecedoras. Interesa, en todo caso, constatar que el modelo analítico de Morlino recoge esa evolución teórica, y ello acaba siendo de gran relevancia para los fines del presente trabajo.

Para Morlino (2014; 2016), una ‘buena’ democracia o una democracia de calidad es, en primer lugar, un régimen legitimado y estable, donde los ciudadanos están satisfechos, ya que los gobernantes electos son capaces y están dispuestos – por la vía institucional – a atender sus necesidades y demandas (calidad de resultados); en segundo lugar, las comunidades y los ciudadanos disfrutan de libertad, ciudadanía, derechos humanos e igualdad/solidaridad más allá del mínimo vital (calidad de contenido); y en tercer lugar los ciudadanos de una democracia de calidad deben estar capacitados para monitorear y evaluar a través de elecciones – o indirectamente, por otros mecanismos e instancias – el desarrollo de las actividades del Estado y el predominio de la Ley.

En ese mismo sentido, es pertinente mencionar que el modelo analítico del politólogo italiano se desdobla en ocho dimensiones, que posibilitan la realización de los estudios de caso. Las primeras cinco dimensiones son de naturaleza procesual: (1) la Participación Política, (2) la Competencia Política, (3) la Rendición de Cuentas Electoral, (4) la Rendición de Cuentas Interinstitucional, y (5) el Estado de Derecho. Una de naturaleza resolutiva o de resultados: (6) la Responsividad. Y dos dimensiones de naturaleza substancial o de contenido: (7) las Libertades, y (8) la Solidaridad/Igualdad.

Específicamente en lo concerniente a la competencia política, Morlino (2016, p. 34) pondera que la misma “existe cuando hay más de un actor político involucrado en los procesos de toma de decisiones políticas.” El politólogo italiano comparte el criterio de la enorme relevancia de la competencia para la calidad de la democracia – aun así, haciendo referencia a las contribuciones de Arend Lijphart (2000), Morlino nos recuerda que en ciertos países, como en el caso holandés, puede existir una práctica de democracia consensual o consociativa, en la que se privilegie la concertación política entre las diferentes fuerzas políticas para construir gobiernos unificados y de amplia base de sustentación.

En término operativos, el modelo analítico de Morlino – y que es asumido integralmente en este estudio de análisis interpretativo – recomienda que la dimensión de la Competencia Política sea ejecutado llevando en consideración tres subdimensiones específicas: a) la competencia entre actores político-partidarios (por el lado de la entrada al sistema político), b) la

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competencia al interior de los partidos y otros actores político-sociales de relevancia, y c) la competencia en la formación del gabinete ministerial (por el lado de la salida del sistema político). En efecto, por el lado de la entrada al sistema, es relevante auscultar la competencia entre actores político-partidistas, principalmente lo concerniente a la libertad de todos los partidos políticos de competir entre sí. Dicha competencia entre partidos deberá ser lo más libre, justa y equitativa posible; y además ser complementada por mecanismos de regulación electoral. He aquí una evidente correlación de la Competencia Política con la denominada Rendición de Cuentas Electoral, siendo que ambas dimensiones procuran asegurar un mínimo de disputabilidad y credibilidad para los procesos electorales y para la calidad de la democracia.

En un segundo término se presenta la competencia entre y dentro de las organizaciones políticas y sociales. Ello es importante especialmente en el contexto de gradual democratización interna de los propios partidos políticos y otras asociaciones sociopolíticas con gran influencia y relevancia en el devenir de la democracia realmente existente. Recuérdese que muchas veces los partidos políticos fueron acusados de actuar como maquinarias plebiscitarias, oligárquicas, altamente personalistas y poco inclinadas a impulsar estándares mínimos de transparencia, de renovación interna o de rendición de cuentas. Todo ello acababa siendo bastante contradictorio y contrastante en relación a las funciones de estas organizaciones políticas y otras entidades congéneres – entre ellas: sindicatos, organizaciones empresariales, organizaciones no gubernamentales, sociedad civil, tercer sector – en el marco general del perfeccionamiento de la democracia.

Y, por el lado de la salida del sistema político, aparece la competencia en la formación y el funcionamiento del gabinete ministerial – quiere decir, del propio gobierno y de la gobernabilidad, entendida como estabilidad y continuidad del gobierno. Conviene tener presente que, en países con gobiernos unificados y partidos claramente predominantes, la formación de los gabinetes es relativamente simple, ya que la mayoría de los ministros tenderían a ser militantes de una misma organización o partido político. Paralelamente, en países donde normalmente predominan gobiernos de coalición – como es el caso brasileño – la formación del gabinete ministerial implica desafíos adicionales, que pueden ser objeto de análisis desde la perspectiva de la competencia, ya que los integrantes del gabinete pueden acabar representando intereses diversos y contradictorios. Esto último también resulta en la construcción de complejos encadenamientos y acuerdos poselectorales entre elites políticas victoriosas y que normalmente representan propuestas y programas políticos específicos. Naturalmente, la formación de gobiernos de coalición acaba provocando reflejos y consecuencias tanto en el funcionamiento del gobierno, como en las relaciones entre el Ejecutivo y otros poderes del Estado, y hasta en la política externa e inserción internacional. Esto es lo que en Brasil se ha denominado el “presidencialismo de coalición”, concepto singularmente relevante para los fines del presente estudio (Limongi, 2006; Avritzer, 2016; Santander et al., 2015).

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En síntesis, se infiere de lo expuesto que la competencia política es una de las dimensiones más relevantes y significativas en los estudios de la calidad de la democracia. La misma está directamente correlacionada a los estudios electorales, a la democracia representativa y a los aspectos procesuales del sistema de partidos. También está asociada a otras dimensiones de la calidad de la democracia, especialmente a la rendición de cuentas electoral, a la participación política, a la Responsividad, y al Estado de Derecho. Tales correlaciones acaban demostrando afinidades electivas entre la competencia política y el modelo schumpeteriano-przeworskiano de concepción minimalista, especialmente en función del problema-objeto del presente estudio – quiere decir, el análisis de las elecciones federales brasileñas de octubre de 2018 (véase Cuadro 1 y Anexo 1). Sea como fuere, vale recordar que tanto teórica, como metodológica y empíricamente, los estudios sobre la calidad de la democracia – hacia los que adscribe la presente contribución – no se limitan única o exclusivamente a la evaluación de resultados electorales, sino también al funcionamiento y capacidad resolutiva del sistema político – incluyendo sus instituciones, sociabilidades, actores y perspectivas –, en conjunto. En consecuencia, se trata de investigaciones verdaderamente interdisciplinares, conectadas y convergentes.

Cuadro 1: Resultados de las elecciones presidenciales brasileñas de 2018: Competencia por la presidencia

de la República Candidato(a) Vice 1º turno 7 de octubre de 2018 2º turno 28 de octubre de 2018 Votación Total % Total %

Jair Bolsonaro (PSL) Hamilton Mourão (PRTB) 49277010 46,03 57797847 55,13 Fernando Haddad

(PT) Manuela d’Ávila (PCdoB) 31342051 29,28 47040906 44,87 Ciro Gomes (PDT) Kátia Abreu (PDT) 13344371 12,47

No participó Geraldo Alckimin

(PSDB) Ana Amélia Lemos (PP) 5096350 4,76 João Amoêdo

(NOVO)

Christian Lohbauer

(NOVO) 2679745 2,50

Cabo Daciolo (PATRI) Suelene Balduino (PATRI) 1348323 1,26 Henrique Meirelles

(MDB) Germano Rigotto (MDB) 1288950 1,20 Marina Silva (REDE) Eduardo Jorge (PV) 1069578 1,00

Álvaro Dias

(PODEMOS) Paulo Rabello (PSC) 859601 0,80 Guilherme Boulos

(PSOL) Sônia Guajajara (PSOL) 617122 0,58 Vera Lúcia (PSTU) Hertz Dias (PSTU) 55762 0,05 José Maria Eymael

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João Goulart Filho

(PPL) Léo Alves (PPL) 30176 0,03

Total de votos válidos 107050673 91,21 104838753 90,43

Votos blancos 3106936 2,65 2486593 2,14 Votos nulos 7206205 6,14 8608105 7,43 Votos pendientes 746 0,01 0 0,00 Total 117346654 79,67 115933451 78,70 Abstenciones 29941171 20,33 31371704 21,30 No verificado 470 0,01 1139 0,01

Electores aptos a votar (censo) 147306295 100 147306294 100

Fuente: Tribunal Superior Eleitoral, en: http://www.tse.jus.br/ [29 de janeiro de 2019]

3. La competencia en el lado de la entrada del sistema político: recomposición del sistema de partidos en nivel federal

Desde el retorno al orden constitucional y a la gobernabilidad democrática, el sistema político-partidario brasileño se caracteriza, como mencionado anteriormente, por una exuberante amplitud (Bizarro y Coppedge, 2017; Santander et al., 2015; Bethell, 2002; Kitschelt et al., 2010). Actualmente, existen 35 partidos políticos reconocidos por la principal autoridad electoral del país – quiere decir, por el Tribunal Superior Eleitoral-TSE (véase Anexo 1). Esta evidente fragmentación ha significado, por ejemplo, que, en la Cámara de los Diputados electa el día 7 de octubre de 2018 – e integrada por 513 diputados federales –, hayan sido nombrados representantes de 30 leyendas diferentes; además, se observó un alto porcentaje de renovación, puesto que casi la mitad de los diputados son novatos (véase Cuadro 2 y Anexo 1).

Cuadro 2: Brasil, Composición de la Cámara de los Diputados, según resultados de las elecciones

legislativas del 7 de octubre de 2018*

Partido Bancada Partido Bancada Partido Bancada

PT 54 PDT 28 AVANTE 7 PSL 52 SD 13 PHS 6 PP 38 PODE 11 PATRI 5 PSD 35 PSOL 10 PRP 4 MDB 34 PTB 10 PV 4 PR 33 PCdoB 9 PMN 3 PSB 32 NOVO 8 PTC 2 PRB 30 PPS 8 REDE 1 PSDB 29 PROS 8 DC 1 DEM 29 PSC 8 PPL 1 Total 513

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Fuente: Câmara dos Deputados, en: https://www2.camara.leg.br/camaranoticias/noticias/POLITICA/570698-CAMARA-DOS-DEPUTADOS-REINICIARA-TRABALHOS-COM-NOVA-COMPOSICAO-PARTIDARIA.html [29 de enero de 2019]. *

Conviene tener presente que la cantidad efectiva de diputados en cada bancada es variable, en función del denominado transfuguismo político.

Una situación de alta fragmentación y de considerable renovación también se ha observado en el Senado, institución que colocó en disputa a dos tercios de sus 81 curules en ese mismo día. En consecuencia, según los resultados del 7 de noviembre, la legislatura iniciada en febrero de 2019 ha pasado a tener senadores de 20 partidos políticos diferentes (véase Cuadro 3 y Anexo 1).

Cuadro 3: Brasil, Composición del Senado, según resultados de las elecciones legislativas del 7 de octubre

de 2018

Partido Bancada Partido Bancada Partido Bancada

MDB 12 PDT 4 PTC 1 PSDB 8 PSL 4 PRB 1 PSD 7 PTB 3 PROS 1 DEM 6 PR 2 PRP 1 PT 6 PPS 2 PSC 1 PP 6 PHS 2 SD 1 REDE 5 PSB 2 --- --- PODE 5 PSB 2 --- --- Total 81

Fuente: Senado Federal, en: https://www12.senado.leg.br/hpsenado, [30 de enero de 2019]

Conviene agregar que los únicos cinco partidos legalmente reconocidos sin representación en el Parlamento federal – quiere decir, partidos extraparlamentarios – son: PRTB, PCO, PCB, PMB y PSTU. Por otro lado, al menos 10 nuevos partidos políticos están en formación. Concomitantemente, algunos de los partidos que consiguieron elegir representantes tendrán que ajustarse a los criterios de una cláusula de barrera inaugurada en 2018, y que excluirá algunas organizaciones políticas minoritarias de recibir recursos financieros públicos y de garantizar el uso de tiempo de propaganda gratuita en los medios de comunicación.

Esa evidente fragmentación partidaria predominante desde la década de 1980 ha terminado instituyendo el denominado presidencialismo de coalición (Bizarro y Coppedge, 2017; Limongi, 2006; Moisés y Meneguello, 2013). Quiere decir, en ausencia de partidos claramente hegemónicos y dominantes, frecuentemente la gobernabilidad democrática ha sido asegurada mediante la conformación de alianzas político-partidarias, de naturaleza pragmática y generalmente con inclinaciones oportunistas. Entre otros desdoblamientos, ello ha dado lugar a

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un considerable margen para la corrupción política. Vale agregar que, prácticamente desde el retorno al orden democrático, los principales partidos políticos brasileños habían sido el Partido de los Trabajadores (PT), el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) y el Movimiento Democrático Brasileño (MDB).

Efectivamente, predominaron, en la esfera federal, entre 1994 y 2018, el PT (de Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff) y el PSDB (Fernando Henrique Cardoso), como principales partidos en la competencia política. Y el MDB (Michel Temer) normalmente terciaba entre los referidos polos de centro-izquierda y centro-derecha respectivamente (Ribeiro, Vizoná y Cassotta, 2016; Avritzer, 2016). Sea como fuere, este modelo esencialmente bipartidista PT-PSDB ha entrado en proceso de recomposición, especialmente con el sorpasso del hasta ahora minoritario Partido Social Liberal-PSL – organización política a la que Jair Bolsonaro y seguidores recién se afiliaron en marzo de 2018, con el propósito inmediato de competir por la presidencia de la República (véase Cuadro 4 y Anexo 1).

Cuadro 4: Brasil, Partidos por Ideología Partidista

Derecha Centro-derecha Centro Centro-izquierda Izquierda

PSC DEM MDB PDT PSOL

PP PTC PSDB PT PSTU

PHS PMB PRB PSB PCB

PATRI PR PV PCDOB PCO

PRTB PRP REDE PODE PPL PMN NOVO PSD PPS PROS SD DC AVANTE PTB PSL

Fuente: Elaboración propia fundamentada en el análisis de documentos doctrinarios de los partidos políticos.

Evidentemente, esa convergencia entre el PSL y Bolsonaro es fundamentalmente coyuntural, episódica y pragmática. De un lado, el hasta ahora minoritario partido de derecha ha conseguido erigirse en una potente máquina electoral con representantes en casi todo el país, con gobiernos provinciales en tres unidades de la federación brasileña: Roraima, Santa Catarina y Rondônia; bien como cargos electos en un sinnúmero de municipios, y una fuerte bancada en el parlamento federal. Este sorpasso del PSL con relación a otros partidos de la derecha y del sistema de partidos, en su conjunto, claramente se debe al liderazgo de Bolsonaro y especialmente a la identidad partidaria negativa de muchos electores brasileños – quiere decir, al así llamado voto antipetista (Paiva, Krause y Lameirão, 2016; Gimenes, 2019). Evidentemente, en ausencia de una identidad partidaria realmente consistente, y delante de la hipótesis de una ruptura con el grupo

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bolsonarista, el PSL volverá a ser un partido minoritario. Inversamente, Bolsonaro necesitaba de un partido pequeño, que pudiese ser controlado a su antojo y, especialmente, que no tuviese casos de corrupción política entre su dirigencia histórica. Esto último para dar alguna credibilidad a su alegada y propagandeada lucha contra la corrupción y el crimen organizado. Al respecto, acertadamente Marta Lagos (2018, p. 13) pondera lo siguiente:

Estas elecciones en Brasil marcan el inicio de una nueva época después del fin de la tercera ola, donde las democracias entran en estados intermedios, los sistemas de partidos y la representación en crisis, con liderazgos que se comen las instituciones y debilitan los estados, a la vez que entran a gobernar en situaciones que constituyen sustitutos de instituciones ya débiles.

En consecuencia, las elecciones de 2018 han demostrado la existencia de una derecha electoralmente competitiva, desinhibida y en acelerado proceso de enraizamiento popular. Se trata de un giro a la derecha, con evidentes consecuencias en casi todo el país – con excepción de la región Nordeste del Brasil, donde la izquierda, en general, y el PT, en particular, continúan ejerciendo una alta influencia política y social.

Resta saber si el nuevo gobierno brasileño continuará aplicando las prácticas políticas usuales de negociaciones poco republicanas en el Congreso, con el propósito de implementar su agenda. Recuérdese que, hasta ahora, las relaciones entre el Ejecutivo y el Legislativo han dependido, en gran medida, de la habilidad y de los recursos que el primero ha podido movilizar en favor de sus aliados y clientes en el parlamento. Ciertamente, ello ha resultado en numerosos casos de corrupción política que han hecho mella en casi todo el espectro de la sociedad política del país, especialmente desde 2013 (Avritzer, 2017). La exuberante y casi mesiánica retórica de Bolsonaro ha denunciado estas prácticas tradicionales de la política local. Y en medio a la crisis política de los últimos tiempos, el nuevo gobierno propone algunos pactos programáticos de orientación liberal en lo económico, conservador en lo sociocultural, e ideológicamente polarizado en lo político-partidario – quiere decir, en el eje derecha-izquierda; lo que supondría una recomposición de la principal contradicción petismo/lulismo-antipetismo/bolsonarismo (Paiva, Krause y Lameirão, 2016). Por tanto, no se puede dejar de elucubrar si los resultados de las elecciones de octubre de 2018 acabarán representando: ¿el fin de la crisis, o una crisis sin fin?

4. Competencia entre los actores político-sociales: abuso de poder religioso, discurso de odio en las redes sociales y el devenir de las oposiciones desde la campaña electoral de 2018

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Algunos elementos claves para comprender los resultados de las elecciones de octubre de 2018 han sido la fuerte influencia de los pastores de las iglesias evangélicas, de un lado, y la masiva e intencionada campaña de desinformación y propagación de discurso de odio implementada en las redes sociales (Facebook, WhatsApp) especialmente en favor del candidato Bolsonaro. En tercer lugar, no pueden ser ignorados ni desdeñados los desdoblamientos y consecuencias del atentado político sufrido por el candidato del PSL, durante un acto de campaña en la ciudad de Juiz de Fora, el día 6 de agosto de 2018.

Con relación al primer tópico, parece importante confirmar que las iglesias evangélicas han conseguido importantes progresos, enraizamiento y penetración en el conjunto de la sociedad brasileña, incluso en sectores sociales subalternos y vulnerables. Obsérvese que, en términos estructurales, Brasil está experimentando una importante y significativa transformación en las identidades, preferencias y adscripciones religiosas de sus habitantes. El otrora predominio católico está evidentemente en crisis. Numéricamente, la población que se considera católica practicante está en sensible disminución. Y es bastante probable que, hacia 2040, el Brasil se transforme – junto a Chile y a Guatemala – en uno de los primeros países con mayoría evangélica en el continente latinoamericano. Inversamente, la penetración del conjunto de las iglesias evangélicas – quiere decir, luteranos, calvinistas, baptistas y neopentecostales, entre otras – ha sido extremadamente rápido, principalmente en las comunidades urbanas periféricas y en las áreas rurales.

Divulgando una teología de la prosperidad individual, y comandada colectivamente por un conjunto de vociferantes líderes – entre ellos los pastores Silas Malafaia, Magno Malta, Edir Macedo y Marco Feliciano –, las iglesias evangélicas se han transformado también en poderosos conglomerados económico-culturales, principalmente en el campo de los medios de comunicación – televisión, radio, Internet. Asimismo, las iglesias evangélicas han llegado a regiones vulnerables virtualmente abandonadas por otras instituciones religiosas, gubernamentales o político-partidistas (Oualalou, 2018; Löwy, 1999).

Mismo que en más de alguna ocasión dichos líderes religioso-políticos han socavado, en los hechos, el principio de laicidad del Estado, su presencia en el legislativo, impulsando una agenda socialmente conservadora – y hasta fundamentalista –, ha sido marcada e influyente. He aquí la así llamada Bancada de la Biblia. Siendo que sus iniciativas, generalmente presentadas en favor de una concepción idílica, esencialista y tradicional de la familia, normalmente acaban confrontando las reivindicaciones de género, de raza, de orientación sexual, o de derechos reproductivos; estas últimas normalmente enarboladas por los partidos de izquierda, especialmente por el PT y confluencias. He aquí el origen de una feroz contradicción entre instituciones socio-religiosas, de un lado, y político-sociales, de otro.

Sea como fuere, en mayo de 2016, Jair Bolsonaro decidió aceptar un bautismo y su conversión por medio de una institución evangélica local – la iglesia Asamblea de Dios. Y desde, entonces, no dejó de cortejar al conjunto de pastores evangélicos del país. Ello se hizo

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particularmente evidente en el contexto de un atentado político que el candidato del PSL sufrió, el día 6 de agosto de 2018, cuando fue acuchillado, en el marco de un acto de campaña, por un ciudadano con aparente desequilibrio psicológico. En el contexto de esa frustrada tentativa de magnicidio, los principales líderes evangélicos del país se manifestaron de forma clara y categórica en favor del candidato del PSL, elevando vertiginosamente sus intenciones de voto. De ahí que sus victorias electorales, tanto en la primera vuelta (7 de octubre de 2018) como en la segunda vuelta (28 de octubre de 2018), hayan terminado siendo ampliamente saludadas en los templos del país. Así las cosas, Bolsonaro puede ser considerado como el primer presidente evangélico electo desde la redemocratización – y posiblemente en la historia del país.

Desde la perspectiva del principio de la laicidad del Estado y de la calidad de la democracia, que es lo que interesa para los fines del presente ensayo, la alta, creciente y desinhibida influencia política de los pastores evangélicos coloca interrogantes y alguna preocupación por el devenir de la calidad de la democracia en el país. Esto es así, principalmente, por sus efectos en la socialización, en diálogo inter-religioso, y en los posibles abusos del poder religioso que tales manifestaciones pueden acabar generando.

El segundo tópico de particular interés de la campaña fue el masivo – e intencionado – uso de las redes sociales, principalmente del WhatsApp, para divulgar noticias falsas. Más que propaganda irregular, esa campaña masiva en favor del candidato del PSL – comprobadamente financiada por parte del empresariado (Pires, 2018) – provocó gran desinformación, un desaforado discurso de odio, y posible abuso de poder económico (crimen electoral).

Aunque por razones de espacio no sea posible profundizar en este tópico, si parece pertinente ponderar que la penetración de las redes sociales (Internet) ha sido muy fuerte y evidente en Brasil – principalmente entre los adultos y jóvenes. Al mismo tiempo, empresas privadas se han especializado en ofrecer servicios de propaganda, comunicación y marketing político que incluyen tanto enaltecer la imagen y el prestigio del propio candidato, como también deconstruir y eventualmente denegrir a los opositores. Ello es agravado por el discurso de odio propagandeado, y también por el posible anonimato que prevalece en las propias redes sociales (Naïr, 2019). Recuérdese, además, que incluso en otros países con democracias maduras han ocurrido no pocos casos y escándalos de manipulación de la opinión pública en las redes sociales con fines electorales.

He aquí un caso paradigmático del uso malicioso y espurio de la tecnología con fines político-electorales, lo que no deja de afectar negativamente el devenir de la calidad de la democracia brasileña. Inversamente, vale destacar la confiabilidad y la eficiencia de la tecnología electoral implementada por las autoridades electorales, con destaque para la internacionalmente reconocida urna electrónica brasileña – en uso desde 1996.

En lo concerniente al devenir de las oposiciones parece importante observar que, después de seis elecciones presidenciales consecutivas dominadas por una virtual hegemonía bipartidista

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centrada en las coligaciones formadas por el PT y por el PSDB, el sistema partidario brasileño ha experimentado mutaciones muy importantes en 2018. Efectivamente, hasta recientemente el PT y el PSDB eran prácticamente los únicos partidos con vocación presidencial en las competencias políticas nacionales (véase Cuadro 5). Ambas organizaciones político-partidarias se alternaron en el poder durante 24 años y determinaron la evolución de la estructura de la competencia incluso en comicios legislativos, provinciales, municipales y distritales (Moisés y Meneguello, 2013).

Aunque por razones de espacio no sea posible ahondar en este tópico, es evidente que dicha hegemonía dual en la competencia por la presidencia de la República reposaba en los altos costos de entrada que dichos comicios suponen para los interesados. De ahí que no pocos partidos, incluyendo organizaciones políticas relativamente robustas o medias – entre otras el MDB, PP, DEM, PSB –, muchas veces acababan escogiendo otras alternativas y estrategias político-electorales más favorables, principalmente con vistas a un fuerte enraizamiento en las provincias y a la formación de bancadas voluminosas y considerables en los parlamentos federal, provincial o municipal.

Sea como fuere, las masivas demonstraciones de protestas ciudadanas realizadas en todo el territorio brasileño desde 2013, enarbolando públicamente reivindicaciones de moralidad y ética pública, favorecieron el despertar de una alternativa político-social liberal-conservadora-derechista, hasta el momento huérfana de expresión partidista con efectiva vocación presidencialista (da Silva et al., 2014). En esta coyuntura, un partido hasta ahora minoritario y poco conocido, quiere decir, el PSL, virtualmente cooptado y reorganizado bajo el patrocinio del candidato Jair Bolsonaro y su grupo de apoyo, ha logrado, como se sabe, movilizar masivamente militantes de centro y de extrema-derecha, venciendo categóricamente en las urnas, y asumiendo el poder.

¿Cómo salen las oposiciones de las elecciones presidenciales de 2018? El sorprendente y dramático fenómeno del bolsonarismo – entendido aquí como una propuesta político-partidista de extrema-derecha (Jiménez, 2018), comparable a los movimientos populistas encabezados, entre otros, por Donald Trump, Matteo Salvini, Viktor Orbán o Marine Le Pen – presupone importantes desafíos a las oposiciones de centro e izquierda.

Considerando apenas los resultados del primer turno (véase Cuadro 5), es evidente que el PT consiguió mantener un capital político relativamente considerable, aún después de importantes y conocidas vicisitudes, entre otras, el impedimento presidencial de Dilma Rousseff, la detención de altos personeros del partido – incluyendo a su líder histórico Luiz Inácio Lula da Silva –, y graves acusaciones de corrupción y otros desvíos de conducta que aún están siendo investigados.

En ese difícil contexto, el haber mantenido una votación mínima de 30 por ciento del electorado es una conquista altamente significativa y relevante para la alianza política centro-izquierdista encabezada por el candidato Fernando Haddad. Más aún, el PT continúa siendo el

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único partido que logró mantenerse como primero o segundo en todos los procesos electorales presidenciales celebrados desde 1989 – por tanto, no pocos analistas lo consideran como el único partido de masas en el sentido duvergeriano de la expresión. Aparentemente, esa consistencia y vocación presidencial en las competencias político-partidarias también tiene mucho que ver con la fuerte identidad partidista de sus militantes, cuadros y simpatizantes (Gimenes, 2019; Speck, Braga y Costa, 2015; Kitschelt et al., 2010).

En ese orden de ideas, conviene tener presente que, en ausencia de Lula, principal interlocutor e intérprete del PT, y posiblemente uno de los políticos más influyentes del Brasil – pero impedido judicialmente de competir nuevamente en las elecciones de 2018 para la presidencia de la República y además detenido en prisión en virtud de algunas condenas y denuncias3 –, el efecto de transferencia de votos, la manutención del capital político y la

recomposición de la bancada petista y de aliados en el Parlamento será crucial para el devenir de las oposiciones democráticas. Vale agregar que la resiliencia del PT continúa siendo bastante consistente, al grado que, individualmente, dicho partido logró elegir la bancada más numerosa en la Cámara de los Diputados, y una de las más importantes en el Senado.

Todo ello sin olvidar que, mismo después de su asunción a la presidencia de la República, Jair Bolsonaro a mantenido un discurso y una retórica político-partidista fuertemente maniqueísta, reaccionaria, sectaria y antipetista. En tal contexto, es bastante probable que la polarización PT-Bolsonaro consiga mantener a Lula, a Gleisi Hoffmann, a Fernando Haddad y otros dirigentes y militantes petistas como los opositores naturales al gobierno recién electo.

Muchísimo más compleja parece ser la situación del otrora partido predominante en el campo centro-liberal, quiere decir, del PSDB. Desde su fundación, a fines de la década de 1980, el PSDB siempre estuvo entre los dos partidos más votados del país – con excepción de las elecciones de 1989, en las que acabó en cuarto lugar, con 11,5% de la votación del primer turno. Dramáticamente, en los comicios de 2018, el PSDB, encabezado por su candidato Geraldo Alckmin, experimentó una terrible derrota electoral, logrando menos de 5% de la votación (cuarto lugar entre los candidatos más votados).

El desmoronamiento del PSDB no fue aún más terrible al mantener algunos gobiernos provinciales sumamente importantes, entre ellos el del Estado de São Paulo. Entretanto, la larga travesía por el desierto y las derrotas en las cinco últimas elecciones colocan en duda la propia vocación presidencial de esta importante institución política. El asunto es aún más grave al tomar nota que buena parte de su antigua militancia y masa de votantes han decantado hacia una

3 Al respecto, Marta Lagos (2018, p. 13) ponderaba lo siguiente: “Más allá de su condena por corrupción y la cárcel, Lula sigue

siendo el político más popular en Brasil hasta antes de bajarse de la carrera presidencial llevaba por lejos la delantera en intención de voto en las encuestas electorales. Es decir, sus adherentes no creían en su culpabilidad. La eliminación de Lula en la carrera presidencial transforma la carrera presidencial porque Lula parecía el único capaz de ganar la presidencia para la izquierda y le abre el camino a la derecha.”

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propuesta político-partidista mucho más conservadora, como la representada por Bolsonaro y su grupo de apoyo.

Aún dentro del propio partido, el debate entre los “históricos” del PSDB – quiere decir: Fernando Henrique Cardoso, José Serra y el propio Alckmin (Varón, 2019) – y los emergentes del partido – con destaque para el nuevo gobernador de São Paulo João Doria, claro simpatizante del entonces candidato y actual presidente Bolsonaro (Frias, 2019) – puede acabar resultando en un gravísimo conflicto interno, particularmente en el campo ideológico; debilitando y hundiendo definitivamente al partido socialdemócrata. La otra hipótesis plausible podría ser la refundación del PSDB desde una perspectiva más conservadora, que incluya una eventual candidatura del propio João Doria a la presidencia de la República, en 2022 – y una total renovación de líderes y cuadros del partido (Kotscho, 2019). Sea como fuere, la vocación presidencial del PSDB parece estar actualmente en la incerteza. Y su oposición al gobierno de Bolsonaro aún deberá ser confirmada en los hechos, especialmente en el Congreso Nacional, donde dicho partido congrega la segunda bancada en el Senado y la novena bancada en la Cámara de los Diputados (véase Cuadros 2, 3 y 5).

Cuadro 5: Competencia política en elecciones presidenciales (primer turno), 1989-2018

Año con elecciones presidenciales

1989 1994 1998 2002 2006 2010 2014 2018 Número absoluto de candidatos

presidenciales 21 8 12 6 7 9 11 13

% votos al PT 17.2 27.1 31.7 46.4 48.6 46.9 41.6 29.3 % votos al PSDB 11.5 54.2 53.1 23.2 41.6 32.6 33.6 4.8

PT+PSDB 28.7 81.3 84.8 69.6 90.2 79.5 75.2 34.1

Fuente: Tribunal Superior Eleitoral, en: http://www.tse.jus.br [29 de janeiro de 2019]

En situación semejante aparecen los casos de los candidatos Marina Silva y Ciro Gomes. La primera experimentó una masiva y drástica reducción del considerable capital político que logró acumular en las dos últimas elecciones presidenciales, en las cuales había conquistado alrededor del 20% del electorado – un hecho altamente significativo. Vinculada e identificada con la doctrina del ambientalismo, la sustentabilidad y el ecologismo, Marina había logrado desarrollar un liderazgo carismático bastante atrayente y seductor, especialmente en la clase media urbana, entre los electores evangélicos y en segmentos liberal-conservadores.

Con relativamente pocos recursos financieros y modestas alianzas político-partidarias principalmente en las provincias, ella había logrado votaciones extremadamente altas en 2010 (19,3% de los votos válidos en el primer turno, y tercer lugar entre los candidatos presidenciales) y en 2014 (21,3% de los votos, y tercer lugar entre los candidatos). La vocación presidencial de

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Marina en el marco de la campaña de 2018 era, inicialmente, muy alentadora. Sin embargo, a lo largo de la campaña el discurso y las propuestas políticas más conservadoras y esencialistas de otros candidatos, bien como la escasez de recursos financieros y las poco productivas alianzas con otros partidos, acabaron limitando muchísimo las expectativas de la candidatura. Y finalmente Marina acabó perdiendo su capital político, terminando con alrededor de 1% de la votación y el discreto octavo lugar entre los candidatos más votados en el primer turno de las elecciones de 2018.

El futuro político de Marina Silva y de su partido Rede Sustentabilidade (REDE) parecen bastante endebles al momento de escribir el presente trabajo. El insatisfactorio resultado de su candidatura presidencial y la elección de un único diputado federal auguran limitadas perspectivas. Sorprendentemente, los resultados presidenciales de la REDE contrastan con una situación mucho más confortable en el Senado; ya que dicha organización ha logrado constituir una minibancada de cinco senadores, que serán cruciales en futuras votaciones. Sea como fuere, se puede dar por sentado que Marina Silva se pronunciará desde la oposición al gobierno del presidente Bolsonaro, incluso porque algunas de las políticas ambientales anunciadas por el nuevo gobierno son contrarias a lo propugnado por el movimiento ambientalista brasileño (Venaglia, 2019). En ese contexto, una eventual candidatura al Senado brasileño parecer ser el camino más viable para el futuro político de la referida candidata presidencial.

Paralelamente, Ciro Gomes, candidato por el Partido Democrático Trabalhista – el PDT, de centro y orientación laborista –, logró un resultado bastante significativo y relevante, con 12,5% de la votación (tercer lugar entre los candidatos en el primer turno). Ese resultado favorable en la elección presidencial generó algunos encadenamientos y desdoblamientos virtuosos con el campo legislativo federal, ya que se pudo constituir una considerable bancada en la Cámara (29 diputados). Entretanto, algunas limitaciones financieras, una modesta coligación con partidos aliados relevantes y una turbulenta relación con el liderazgo del PT colocan luces y sombras en su capacidad de erigirse como principal interlocutor desde la oposición del nuevo gobierno brasileño.

Por el momento, Ciro Gomes parece intentar articular – junto con Marina Silva y los líderes históricos del PSDB – un frente opositor al gobierno bolsonarista, pero sin la presencia o influencia del PT. En otras palabras, se trataría de una oposición suprapartidaria contra Bolsonaro y sin el PT (Fernandes Jr., 2019). Ciro, Marina y el PSDB parecen apostar por la continuidad de un sentimiento fuertemente antipetista en segmentos considerables de la sociedad brasileña. Dicho sentimiento antipetista favoreció muchísimo la candidatura del PSL en las elecciones de 2018, ya que numerosos electores del PSDB y de Marina acabaron migrando para el discurso polarizado desarrollado por Bolsonaro. Caso consiga erguir y encabezar dicho frente opositor suprapartidario, Ciro podría recomponer el centro político brasileño. Quiere decir, un centro político que acabó bastante maltrecho en las elecciones de 2018. Todavía, es evidente que las iniciativas opositoras suprapartidarias impulsadas por Ciro Gomes acabarán siendo resistidas no

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solamente por el nuevo gobierno brasileño, como también por la oposición más a su izquierda, quiere decir, por el PT y otros partidos semejantes.

Finalmente, parece apropiado apuntar la persistente dificultad de ponderar las directrices y perspectivas del Movimento Democrático Brasileiro – quiere decir, del MDB, centro. El MDB es uno de los mayores y más tradicionales partidos brasileños. Entretanto, hace bastante tiempo dicho partido abdicó de mantener una vocación presidencialista. Así las cosas, el referido partido – devenido en “movimiento” para intentar reorganizar y motivar a su militancia – ha privilegiado la formación de bancadas legislativas federales, provinciales y municipales. Esa capilaridad y enraizamiento del MDB en los poderes legislativos del país – especialmente en el Senado –, además de la flexibilidad y del oportunismo político de su liderazgo, le han permitido a la dirigencia adaptarse y terciar delante de sucesivos ejecutivos encabezados por petistas y por pesedebistas, desde la década de 1990.

Con una bancada numerosa en el Parlamento – esto es, 12 senadores y 34 diputados –, y con numerosos gobernadores provinciales y alcaldes municipales, el MDB parece dispuesto a mantenerse en la ambigüedad, en el oportunismo y en el pragmatismo durante el presente período presidencial. Ello implica impulsar un diálogo crítico con el Ejecutivo, y el intercambio de vital apoyo parlamentario para aprobar las reformas y las leyes de interés del gobierno bolsonarista – particularmente en el Senado, donde el MDB cuenta con la primera bancada. En contrapartida, algunas reivindicaciones más o menos republicanas ciertamente serán colocadas a la consideración del Ejecutivo. Vale agregar que tradicionalmente el MDB opera como una virtual federación, en la que no faltan alas favorables y opositoras a cualquier gobierno. Por lo tanto, no parece incorrecto prever alguna oposición del ala más desarrollista y progresista del referido partido hacia el Ejecutivo federal.

Trayectoria semejante parece plausible proyectar para otros partidos medios y pequeños, colectivamente denominados en la jerga política brasileña como el Centrão. Quiere decir, un conjunto de agremiaciones de centro-derecha que se colocan a disposición del Ejecutivo a cambio de algunos beneficios clientelistas, pecuniarios, patrimonialistas y eventualmente antirrepublicanos.

Conviene agregar que, con una experiencia de casi treinta años como diputado federal, el presidente Bolsonaro y su equipo de gobierno parecen bien experimentados y dispuestos a construir una mayoría persistente, alta y creciente tanto para implementar su programa de gobierno y cooptar otras organizaciones de centro-derecha, como para lidiar con una oposición en proceso de reorganización. Se infiere de lo anterior que tanto gobierno como oposición mantendrán un duro y continuado pulso político-partidista en las instancias correspondientes. Y las vocaciones y aspiraciones por la competencia política retomarán su curso a partir de 2020, cuando se celebrarán elecciones municipales. Todo ello sin olvidar que el propio Bolsonaro aparentemente estaría dispuesto a no disputar una eventual reelección presidencial en 2022,

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siempre y cuando su programa de gobierno sea efectivamente aprobado e implementado en el presente período (Veja, 2018).

5. La competencia en el lado de la salida del proceso político: la formación del gabinete ministerial

Luego después de su inapelable, masiva y hasta consagradora victoria en el segundo turno de las elecciones brasileñas – con 57 millones de votos, quiere decir, uno de los actuales líderes mundiales con mayor votación, junto a Donald Trump y el presidente indonesio Joko Widodo –, el presidente-electo se abocó a la conformación de su gabinete ministerial. Desde la perspectiva de la dimensión de la competencia política, que es lo que interesa para los fines del presente estudio, una breve reflexión sobre la composición y las posibles disputas interburocráticas al interior del gabinete es, salvo mejor interpretación, importante, pertinente y apropiado.

De hecho, los estudios sobre competencia política y calidad de la democracia recuerdan que los gabinetes reflejan la correlación de fuerzas, partidos políticos y grupos de interés. En términos prácticos, ello se vincula con la capacidad de formular e implementar impulsar políticas públicas prioritarias, atender las demandas de la población, ejercer el mandato popular, y asegurar la gobernabilidad. Esto último es particularmente relevante en países gobernados por coaliciones político-partidistas, en las que termina siendo imprescindible acomodar en el gobierno a las demandas e intereses de los partidos aliados, ya que ello ciertamente terminará generando encadenamientos en el parlamento y en los gobiernos provinciales y municipales.

Así las cosas, luego de su asunción como presidente de la República, Jair Bolsonaro nombró un primer gabinete integrado por 22 ministros – siendo 20 hombres y 2 mujeres. No cabe duda de que el nuevo gabinete ministerial expresa claramente las preferencias e influencias político-ideológicas del mandatario. Asimismo, la dilatada experiencia del nuevo presidente en el Parlamento, en calidad de diputado federal entre 1990 y 2018, le pudo haber facilitado la negociación de acuerdos políticos sumamente sensibles y significativos para el devenir de su administración.

También parece importante ponderar que durante su carrera política como diputado federal, Bolsonaro se mantuvo como parte del denominado “bajo clero” parlamentario. Quiere decir, de la masa de representantes sin mayores destellos o habilidades de convencimiento o de liderazgo constructivo, pero lo suficientemente numerosos como para incidir en la agenda legislativa. En otras palabras, un “bajo clero” integrado por aproximadamente 300 diputados federales capaces, en los hechos, de viabilizar o inviabilizar las iniciativas y prioridades gubernamentales (Brum, 2019a).

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Teniendo en cuenta que la bancada electa por el propio PSL en el Congreso nacional fue de apenas 52 diputados federales y 4 senadores, el nuevo presidente y su principal asesor político, Onyx Lorenzoni – ministro de la Casa Civil y principal coordinador político del gobierno –, se propusieron formar un gabinete ministerial efectivo, eficiente, leal y cohesionado. Obsérvese que, para garantizar un mínimo de gobernabilidad – lo que incluye aprobar leyes y evitar el bloqueo o la paralización administrativa por acciones de la oposición –, el Ejecutivo federal brasileño necesita del apoyo de al menos 350 diputados y 50 senadores.

En ese contexto, y mismo reconociendo que en el momento de escribir este texto el nuevo gobierno brasileño está apenas comenzando su mandato, parece evidente que en el nuevo gabinete ministerial cohabitan al menos tres subgrupos o núcleos básicos de ministros. Eses tres subgrupos o núcleos básicos de ministros podrían corresponder y ser identificados en función de lo que en la jerga política brasileña es denominado de la política del Buey, de la Biblia y de la Bala - Boi, Biblia e Bala, o simplemente BBB (Stefanoni, 2018).

En términos operativos, el subgrupo o núcleo ministerial identificado con el Buey representa a los terratenientes, a los actores más vinculados al agronegocio, al sector productivo y empresarial, a la burguesía y, en términos más amplios, a un pensamiento liberalista tardío, de evidente inspiración neomonetarista. Ciertamente, este subgrupo o núcleo ministerial está encabezado por el “superministro” de Economía Paulo Guedes. Doctor en Economía por la Universidad de Chicago y exprofesor de la Universidad de Chile, además de vinculado al capital financiero brasileño, Guedes se convirtió desde 2017 en el principal asesor económico de Bolsonaro. Prácticamente todos los principales integrantes del equipo económico del nuevo gobierno fueron propuestos y/o avalados por Guedes – entre ellos, los ministros de Agricultura, Turismo, Medio Ambiente, Banco Central (Mendonça, 2019).

La principal tarea de este agrupamiento de ministros ultraliberales es reactivar la economía. Para tanto, considerase necesario impulsar sendas reformas económicas, especialmente en el campo previsional, hacendario, laboral, comercial y financiero, bien como acelerar el proceso de desburocratización, la privatización de empresas públicas y, en general, la reprimarización de la economía. El así llamado “modelo económico chileno”, en el cual Guedes participó como académico y consultor, parece ser una referencia importante (Benites, 2019).

Un segundo subgrupo o núcleo dentro del gabinete ministerial parece identificarse con una interpretación de enseñanzas bíblicas, con el esencialismo y con el nacionalismo religioso – quiere decir, con preceptos y dogmas morales, éticos, ideológicos y mágico-religiosos; lo que podría ser considerado contradictorio en el marco general de un Estado formalmente laico. Integrado por un ala evangelista – especialmente neopentecostal, la que, como dicho anteriormente, ha crecido sostenida y exponencialmente en los últimos tiempos (Oualalou, 2018; Löwy, 1999) – y por un ala neoconservadora – fuertemente correlacionada a las enseñanzas y recomendaciones del controversial doctrinador Olavo de Carvalho –, este subgrupo o núcleo está

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