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Usos públicos de la memoria: entre futuro pasado, futuro ausente o devenir inédito

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Academic year: 2021

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Usos públicos de la

memoria: entre futuro

pasado, futuro ausente o

devenir inédito*

"

Paula Godinho

Dep. Antropología de la FCSH e investigadora del IHC, Universidad Nova de Lisboa

p.godinho@fcsh.unl.pt

Resumen

Los usos de la memoria, siempre a partir de un determinado presente, explicado por coyunturas concretas y por relaciones de fuerza de los grupos en presencia, se cruzan con la falta de expectativas, que llevó a que se buscara en un tiempo pretérito lo que era seguro, con una visión deformante y simplificada. El impacto de los estudios sobre la memoria no es ajeno a un proceso de pregonado «fin de la historia», concomitante de la naturalización del capitalismo neoliberal y del impacto político-social de 1989, que convierte los futuros posibles en algo de intangible y nebuloso. Interesa interrogar qué es la memoria –social, colectiva, histórica– y clarificar sus formatos –materiales o evanescentes–, su remisión a un pasado, sus reflejos en el presente.

The public uses of memory: between a past future, an abstent future

and a unsuspected development

Abstract

The uses of memory, always from a determined present, are explained by specific conjunctures and relations of forcé, which are interwoven with the lack of expec-tations, and led to a search for a past that was safe, deformed and simplified. The impact of the “study of memory” cannot be separated from that of the end of history,

Palabras clave memoria recuerdos neoliberalismo fin de la Historia Keywords Memory remembrance neoliberalism end of history

* Una versión más larga, en português, con el título “Futuros passados, futuro ausente ou um terraço para outra coisa ainda? Um ensaio sobre usos da memória, teoria e métodos”, in Manuel Lisboa, coord. Metodologias de

in-vestigação sociológica, Famalicão, Húmus, pp. 131-162. Es devedor de numerosos diálogos, en el Centro de Estudos

de Etnologia Portuguesa de la Facultad de Ciências Sociais y Humanas de la Universidad Nova de Lisboa, coor-denado por Jorge Crespo, entre 1993 y 2008. Resulta, más recentemente, de los debates en el ambito de la Red(e) Ibero-Americana Resistência e/y Memória, y de cuatro proyectos internacionales: “Estado e memória: politicas públicas da memória da ditadura portuguesa (1974-2009)”, coordenado por Manuel Loff (FLUP) y financiado por FCT (PTDC/HIS-HIS/121001/2010; “Cooperación transfronteriza y (des)fronterización: actores y discursos geopo-líticos transnacionales en la frontera hispano-portuguesa”, coordenado por Heriberto Cairo Carou, Universidad Complutense de Madrid (2013-2016), Plan Nacional de I+D+I del Ministerio de Educación y Ciencia de España; “Los festivales y celebraciones musicales como factores de desarrollo socioeconomico y cultural en la Peninsula Iberica”, coordenado por Susana Moreno (Universidad de Valladolid), Ministerio de Economia y Competitividad de España (2015-2017); “Transiciones a la democracia en el sur de Europa y en América Latina: España, Portugal, Argentina y Chile”, Ministerio de Economía y Competitividad de Espanha, coordenado por Carme Molinero y Pere Ysàs, Universitat Autònoma de Barcelona (HAR2015-63657-P).

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posed as a naturalization of neoliberalism and the sociopolitical impact of 1989. It is interesting to question what is memory, clarify its formats, its remittance to a past, and it refracting a present.

1. Cuando la memoria es un problema y el futuro es pasado

En una hermosa película, “Innocence of Memories – Orhan Pamuk’s Museum and Istanbul”, Grant Gee (2016) nos sumerge en la atmósfera inquietante de la novela El museo de la inocencia, del escritor turco Orham Pamuk (2008), así como en el museo del mismo nombre, que Pamuk creó conjuntamente con la novela. Centrado en Estambul, en el amor a una mujer y a una ciudad, gracias a la voz del escritor recorremos las calles nocturnas, en una circulación entre el presente y el tiempo de lo vivido, donde habita lo que se ha perdido –un gran amor, la grandiosidad de una urbe inmensa, la memoria de un espacio atravesado por varios imperios, multitud de gente, con los barrios centrales del lado europeo, el Bósforo, los minaretes y las mezquitas adivinados a distancia. Se centra en una pasión redentora y en los objetos que la alimentaron, con una mujer que se perdió y se encontró– en un pasado que se hace presente, a través de la musealización de pequeñas cosas, que narran una vida. En la película, como en la novela, el futuro parece haber quedado apresado en el pasado, con el personaje (¿o el autor?) recogiendo vestigios de lo que fue, de lo que sucedió en 44 momentos de amor irremediablemente perdidos –por más que los resquicios reales o imaginados sean recreables, inventados, más auténticos que antes, porque el pasado es un país extranjero (Lowenthal, 1983). En la película, como en la novela, sobreviene también una realidad que es la proyec-ción de un estado del saber y de las sociedades, sobre todo desde los años ochenta: el futuro parece ser pasado, señal de un optimismo diluido, exiguo o incluso inexistente. El objetivo de este texto es interrogar ese viraje, que es coetáneo de cambios a nivel de las sociedades, y que se traduce en una hipertrofia de los estudios sobre la memoria. El pasado, como artefacto del presente (Lowenthal, 1985), está sometido a relaciones de fuerzas dentro de las sociedades. Según Henry Rousso, la obsesión del pasado es una respuesta sustitutiva a las urgencias del presente o, incluso, un rechazo del futuro (Rousso, 1994:280). Sin embargo, quedan cuestiones por resolver. En un artículo de opinión aparecido en la revista Babelia el 18 de junio de 2016, sintomáticamente titulado «Elogio del olvido», el escritor español Antonio Muñoz Molina defiende la tesis de que existe una obsesión memorial en relación a la Guerra Civil Española por parte de los herederos del bando derrotado, a lo cual respondió el actual presidente de la Asociación para la Memoria Histórica:

Decía el poeta Juan Gelman que cuando acaba una dictadura comienzan a trabajar los organizadores del olvido. En España han tenido mucho trabajo. Lo prueba que en los libros de texto sigan sin aparecer cuarenta años después de su final las violaciones de derechos humanos de la dictadura, que las víctimas no hayan perdido el miedo durante décadas, que por si las moscas se asaltara en 1981 el Congreso de los Diputados para inyectar en el temor al pasado conservantes y colorantes, y que quienes han accedido al conocimiento y lo han producido y reproducido hayan escogido conversar con el pasado menos incómodo: intelectuales descafeinados de fascismo, exiliados selectos por su fama literaria o sus posiciones moderadas, la élite cultural de los años treinta más desideologizada…. Y mientras tanto, 114.226 hombres y mujeres han permanecido en las cunetas de nuestra historia, de nuestra cultura política, de nuestro presente. Elogiar el olvido es elogiar la inexistencia de las víctimas ni de victimarios. Quizá, quienes no han hecho nada contra la impunidad de la sanguinaria dictadura franquista, puedan así mantener la impostura de mostrarnos su conciencia tranquila.1

Terreno no pacificado, la memoria continúa siendo un interesante problema para las ciencias sociales. Se intensificó como objeto de estudio, materializado en formatos

1. Disponible en: http://blogs. publico.es/universidad-del-ba- rrio/2016/06/20/munoz-molina-elo-gios-al-olvido-por-emilio-silva/?doing_ wp_cron=1466669868.29615092277 52685546875 [22 de junio de 2016].

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de patrimonio, en el transcurso de la década de 1980. Aunque memorias traumáticas como las de los fascismos y el nazismo pudieron ser objeto del trabajo de los investi-gadores mucho antes, y que la memoria tenga hoy, según Enzo Traverso, el estatuto de religión civil del mundo occidental, ese proceso de tránsito de memoria débil a memoria fuerte no fue inmediato (Traverso, 2005:54-59).

Los usos de la memoria, siempre a partir de un determinado presente, explicado por coyunturas concretas y por relaciones de fuerza de los grupos en presencia, se cruzan con la falta de expectativas, que llevó a que se buscara en un tiempo pretérito lo que era seguro, con una visión deformante y simplificada. El impacto de los estudios sobre la memoria no es ajeno a un proceso de pregonado «fin de la historia», concomitante de la naturalización del capitalismo neoliberal y del impacto político-social de 1989, que convierte los futuros posibles en algo de intangible y nebuloso (Soutelo, 2016:23). Interesa interrogar qué es la memoria –social, colectiva, histórica– (Godinho, 2001) y clarificar sus formatos –materiales o evanescentes–, su remisión a un pasado, sus reflejos en el presente (Godinho, 2012a). Por otro lado, cuando la topolatría adquiere una posición central, ¿por qué razón se alzan lugares de memoria, al mismo tiempo que desaparecen los medios de memoria? ¿Qué dificultades surgen en la creación de lugares de memoria de situaciones conflictivas? ¿Cómo se recuerda el trauma y el acon-tecimiento? ¿Cuándo adquirió la memoria esa centralidad en las Ciencias Sociales? ¿Estudiamos cada vez más la memoria porque las sociedades se resienten de una ausencia de esperanza? ¿Qué relación establece el presentismo, como denegación del devenir, con los usos de la memoria? (Godinho, 2012b)

Después de una casi discontinuidad de la producción acerca de la memoria, tras los textos fundacionales de Maurice Halbwachs (1925; 1950), reaparece en los años ochenta un interés por el pasado, por la invención de tradiciones (Hobsbawm y Ranger, 1983), por los lugares de memoria (Nora, 1986), por una semántica de los tiempos históricos que superpone un presente continuo a la construcción del futuro. Como nota Henri Rousso, desde la década de 1980 –y de la mano de historiadores como François Hartog y antropólogos como Gérard Lencloud, influidos por Marshall Sahlins–, el presentismo se instaló (Rousso, 2012), relacionándose con un alegado fin de la Historia (Fukuyama, 1992), en un pasado que no pasa (Rousso y Conan, 1994), al que se interroga el modo de usar, con memorias débiles o fuertes (Traverso, 2005), en ocasiones con perspectivas enmarañadas (Traverso, 2015).

Desde esta implicación retomo aquí algunas reflexiones sobre los usos de la memoria que, prestando atención a la relación entre los límites de la experiencia y los hori-zontes de la expectativa (Koselleck, 1979; Necoechea, 2013), buscan interrogar los trabajos de la memoria, cuando el futuro parece ausente: cuando sucede una crisis en el «horizonte de expectativas», que se apoya en futuros delineados con optimismo, se produce una reorientación centrada en el «espacio de la experiencia», cimentado en el pasado, con un tránsito de futuros presentes a pasados presentes (Soutelo, 2016:17). François Hartog forjó la noción de presentismo para describir una situación en la que la actualidad se ha convertido en horizonte, sin futuro y sin pasado (Godinho, 2012a). ¿Por qué razón es tan reciente este primado de la memoria en el orden del tiempo, merced al cual el presente, en el momento en que acaece, ya irrumpe como histórico (Hartog, 2003:127), encuadrado en una historización inmediata (Hartog, 2003:207)? Hay una nueva relación entre pasado, presente y futuro, sobre todo a partir de finales de los años ochenta. El surgimiento público de la memoria –los pasados presentes– se concatena con un tiempo que podríamos designar como futuro ausente –o aquello a lo que Andreas Huyssen llama «futuros pasados», sin la posibilidad de futuros inédi-tos. Los procesos de patrimonialización, que cristalizan el pasado en el tiempo, son característicos de ese tránsito. La «cultura de la memoria» refleja esa ruptura en la

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estructura de la temporalidad (Huyssen, 2003), lo mismo que antes había hecho David Lowenthal (“el pasado es un país extranjero”), y ese énfasis en lo que es distante «hacia atrás» descansa en la falta de confianza en el futuro.

No obstante, el recurso a la memoria para reconocer el pasado nos remite a tiempos muy lejanos. Tucídides interrogó a testigos de la Guerra del Peloponeso (431-411 a. C.). La aproximación entre la Antropología y la Historia se produjo a partir de la influencia del trabajo de los historiadores, sobre todo de los que integraban la Escuela de los Annales, en la práctica antropológica. Sin embargo, el flujo entre ambas disci-plinas fue ampliamente unilateral, pues los historiadores aprovecharon mucho más la convergencia entre la Historia y la Antropología. Tras la II Guerra Mundial, la segunda fase de los Annales, liderada por la figura de Braudel, insiste en la importancia de la larga duración y de la cultura material, relegando o ignorando la relevancia de los acontecimientos en sus análisis, como sus críticos no dejarían de hacer notar. En la Antropología, el tratamiento de los hechos quedaría en gran medida sub-teorizado, por más que el recurso a la memoria no remita necesariamente a un presente perpetuo, sobre todo cuando se refiere a acontecimientos (Godinho 2007; 2015; Godinho y Cardoso, 2013). Como señala Giovanni Levi, un exceso de memoria supone también un exceso de conformismo, fruto de un hartazgo que obstaculiza el juicio y la crítica (Lévi, 2001:31). De forma simultánea, remite a un proceso de individualización y de privatización de la experiencia, que conduce a una memoria fragmentada e indivi-dualizada. En sentido inverso, permite reconstituir un evento, a través de un proceso de saturación, es decir, de la recogida de testimonios entrelazados y del recurso a las fuentes disponibles (Bertaux, 1986)2.

Utilizando un enfoque que combina la aproximación a una pequeña comunidad, a una familia o incluso a un individuo, para, a partir de ellos, conferir legibilidad a lo social, Carlo Ginzburg demostró la importancia de la microhistoria, con su obra acerca de un molinero del siglo XVI (Ginzburg, 1976), tal como poco antes lo había hecho Emmanuel Le Roy Ladurie con Montaillou (1975). Esa historia vista desde abajo, que se hace eco del punto de vista de los subordinados y de los perseguidos, es coetánea a la aparición de la historia oral, que da voz a quienes no tenían posi-bilidad de hacerse oír.

El método biográfico, aunque tiene su correlato en la práctica etnográfica, fue desa-rrollado por la Escuela de Chicago desde la década de 1920, vinculado sobre todo a la aproximación a la vida de los inmigrantes. Fue pionera la investigación de William I. Thomas y Floriam Znaniecki, publicada entre 1918 y 1920, que dio lugar a la publica-ción de los cinco volúmenes de The Polish Peasant in Europe and America. Estos estudios están asociados a la fundación de la Universidad de Chicago, cuyo departamento de Sociología estaba implicado en la expansión de la sociología empírica, y fueron el resultado de un proyecto dotado de financiación privada, que buscaba dar respuesta a los problemas sociales que podrían derivarse de una nueva ola migratoria. Antes, en 1908, habían sido publicados los primeros relatos de vidas de indios americanos (Langness y Frank, 1981:13) y este método se inició precisamente en el marco del estudio de las poblaciones autóctonas, como dan prueba los trabajos de Paul Radin sobre indios Winnebago, en 1913 (Langness y Frank, 1981:194). No obstante, la tradición antropológica norteamericana, dominada por la herencia de Franz Boas, siguió más preocupada por el registro de los hechos etnográficos que por su análisis. El énfasis en las cuestiones de la personalidad, que impregnaba los estudios antropológicos, no favorecería el desarrollo del método biográfico, tras alguna discusión en torno a la teoría y a los métodos en los años treinta. Sólo en 1961, con la publicación de The Children of Sanchez por Oscar Lewis, la situación conocería alteraciones3.

2. El recurso a los testimonios orales permite arrojar nuevas perspectivas sobre acontecimientos en relación a los cuales ya existen lecturas anterio-res, como demostró el trabajo seminal

de Jerome Mintz sobre los aconteci-mientos de Casas Viejas (Mintz, 1982).

Sobre historia oral, organizaciones guerrilleras y dictadura, el programa de la Universidad de Buenos Aires, con Historia, Voces y Memoria –

Revista del Programa de Historia Oral.

También la Red Iberoamericana Resistencia y/e Memoria (Baía, Fonse-ca y Godinho, 2015). Pablo Pozzi y su equipo es seminal (Pozzi, 2004; Pozzi, 2011; Aldrighi, 2015; Maatrangelo, 2011; Pozzi y Pérez, 2011; Kotler, ed, 2014). Más reciente, Godinho, 2017.

3. E.P. Thompson, en The Making of

The English Working Class, reacciona

en relación a la utilización de los métodos cuantitativos, criticando la Historia influida por la

Socio-logía Funcionalista de Talcott Parsons (Thompson, 1963).

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Este libro es uno de los más conocidos ejemplos de esta línea de investigación, rea-lizado a partir de las historias de vida de una familia pobre de Ciudad de México. Oscar Lewis propuso a Jesús Sánchez y a cuatro de sus hijos que contasen su his-toria. El libro está constituido por esos relatos, huyendo de la tentación de filtrar o tratar los datos, evitando presentar un retrato sensiblero o brutal de los pobres, como sucedía hasta entonces en gran parte de los textos sobre los subordinados. Según Lewis, de esta forma el lector tomaba contacto con un discurso más intacto, que le permitiría ser un poco como el antropólogo. Los lazos tejidos por el inves-tigador con los Sánchez, en 1956, explican la relación de confianza que permitió la recogida de información, sin que mediara cualquier interés crematístico. El estre-chamiento de la relación reviste en este caso una importancia fundamental, pues sólo la simpatía y la ternura predispusieron a la cooperación (Lewis, 1979: 21). La vida de cada persona, única y plena de aura, constituye una antecámara del conoci-miento de la sociedad. Aún más, la Historia emerge de los múltiples relatos individuales, de forma que el método biográfico implica una democratización de dicha ciencia, gracias al acceso que permite a la perspectiva de los miembros de grupos sociales subordina-dos, que introduce matices en la configuración informada por las elites, así como una ruptura con una dimensión exclusivamente diacrónica. Franco Ferrarotti observa que recoger una narración de vida, en el contexto de complicidades que imbrican al narrador y al investigador, implica la utilización de dos tipos de argumentos que convenzan al entrevistado: en primer lugar, que su identidad será mantenida en secreto, y en segundo, que la historia que va a contar servirá para algo (Ferraroti, 1990:12). Para el autor, que no descuida la aproximación al grupo primario y a las asociaciones, las vidas de los individuos son síntesis verticales de una historia social, mientras que, por otro lado, los comportamientos y las acciones de los individuos constituyen una síntesis horizontal de una estructura social. En este sentido, la restitución de la memoria colectiva surge de la recogida de narraciones de vida de los elementos del grupo primario, permitiendo alcanzar una imagen compartida del pasado.

Desde la década de 1970, tuvo lugar una gran divulgación de la más democrática de las formas de hacer historia, porque todos pueden participar, teniendo la palabra, sin exclusión de sexo, edad, condición social y nivel de instrucción. Al hilo de los acontecimientos de Mayo de 1968, las narraciones de vida –y las historias de vida construidas a posteriori–, las memorias, las autobiografías, permitieron acceder a etno-grafías variadas, en el mundo rural y en el obrero, en los campos y en las ciudades, sobre profesiones y luchas.

2. Trabajos de la memoria, un estado de la cuestión

Jorge Luis Borges, a través de un texto publicado en sus Ficciones, “Funes, el memo-rioso”, nos enseña que no olvidar nada equivale a perdernos a nosotros mismos. A causa de un accidente, Funes se queda inmóvil y resuelve perfeccionar su memoria, memorizando todo lo que cae en sus manos. En ese afán de acordarse de todo, se olvida de sí, del sueño, del movimiento, de la vida, y muere de una neumonía, muy joven. En Les formes de l’oubli, Marc Augé nos muestra que la memoria y el olvido guar-dan entre sí la misma relación que la vida y la muerte, que se definen mutuamente, lo que le lleva a considerar que aquello que se olvida ayuda a elucidar aquello que se es (Augé, 1998). Para Augé el cambio, la transformación, no es más que una mezcla de olvido y memoria, que deben ser solidarios. Lo que se recuerda o se elimina de la esfera de lo evocable, nos traza los contornos: otro personaje borgiano, que a lo largo de su vida acumula los más diversos materiales sin cualquier reflexión, coleccionando sin criterio, terminará por descubrir al final de su vida que esos objetos edificaban en conjunto la imagen de su propio rostro.

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En el pasado se disipan las dudas, se aquietan las incertidumbres, se difuminan las inquietudes. La memoria, la más épica de las facultades (Benjamin, 1992:43), implica una constante dialéctica entre el pasado y el presente. La noción de continuidad, particularmente perseguida en momentos de turbulencia, de cambio y de triunfo de lo efímero, ofrece una armadura contra el olvido colectivo, que favorece las mani-pulaciones sobre el tiempo pasado. Por otro lado, el enfoque en el pasado parece impedir la interrogación de los futuros presentes (Koselleck,1979).

Si la Historia ineluctablemente condiciona a las personas, si las condiciones ante-riores constituyen la base del cambio, no es a través de espectros como éste opera. Se trata de gente real que, con base en condiciones que orientan el cambio, adecuan sus estrategias, superando, y, paradójicamente, conservando las condiciones que dan cuerpo a la transformación.

Maurice Halbwachs, el fundador de la sociología de la memoria y uno de los miembros del primer consejo editorial de los Annales, va a destacar la intersección de memorias grupales como estructurante de las elecciones de cada sujeto, por más que se diluyan y repartan en las diferentes agrupaciones de las que forman parte. Antiguo alumno de Bergson, pasará a adoptar una posición crítica en relación a la obra de su maestro, renegando en particular la idea de la existencia de una memoria pura, en la cual se registraría enteramente el pasado de cada uno, aunque no sea evocable en todos los momentos. Retomará la noción de memoria-hábito, aunque apartando cualquier ape-lación a la memoria pura: plano del espíritu donde se conservarían todos los detalles de la vida vivida. La memoria de cada persona cuenta la historia de los grupos que la edificaron, y narra igualmente una historia, que no remite a la pasividad individual, sino –como adelantaría Jean-Paul Sartre– a aquello que cada uno hace con lo que le han hecho.

Durkheimiano confeso, Maurice Halbwachs atribuye la primacía al dominio de lo social, afirmando su independencia con respecto a las conciencias y a las manifestacio-nes individuales. No es en una galería subterránea donde todo queda registrado, sino en la sociedad: ahí están los elementos que posibilitan la reconstitución del pasado. Son evidentes las contigüidades en relación a las propuestas de Émile Durkheim en lo que concierne al hecho social, especialmente en Las Reglas del Método Sociológico: los hechos sociales son exteriores a las conciencias individuales y ejercen un poder coercitivo sobre ellas. En este sentido, no constituyen fenómenos orgánicos, sino, antes bien, representaciones y acciones (Durkheim, 1895: 29-39).

Son dos las obras fundamentales de Maurice Halbwachs que ayudan a delinear las cuestiones inherentes a una perspectiva social de la memoria: Les Cadres Sociaux de la Mémoire, de 1925, y La Mémoire Collective, póstuma, publicada en 1950 gracias al cuidado de sus discípulos, a partir de las cuales destaco cuatro puntos. En primer lugar, la relación entre el pasado y el presente. En segundo lugar, los marcos sociales de la memoria. En tercer lugar, la interpenetración entre la memoria individual y la memoria colectiva. Por último, la distinción y los entrecruzamientos entre la memoria y la historia.

La dialéctica entre pasado y presente es legible a nivel de las elaboraciones sobre la memoria: aquello con lo que se depara en el presente es encuadrado por los recuerdos antiguos, recuerdos esos que son adaptados al conjunto de las percepciones actuales4. Se recuerda por qué no se está solo, y por qué, aunque de forma algo divergente, se puede reconstruir un conjunto de memorias, para reconocer el pasado5. La idea es llevada a un punto extremo en la confrontación entre memoria histórica y memoria colectiva: el recuerdo es esencialmente una reconstitución del pasado con la ayuda de datos pedidos prestados al presente y preparada por otras reconstituciones

4. Paul Connerton (1989) elabora una formulación idéntica, que complementa con la percepción de que las memorias del pasado sirven a la legitimación de un orden presente. Para David Lowenthal, desde los años 70 el presente es revisionista en relación a la memoria y a la Historia. El pasado no es temido ni reverenciado, sino más bien deglutido por un presente en expansión. El pasado es recreado con base en los valores y conocimientos del presente, y según estos van siendo alterados también la memoria va siendo reescrita (Lowenthal, 1985: xvii).

5. El pasado es un artefacto del

pre-sente, según Lowenthal, que retoma

una expresión de L. P. Hartley en el título de obra: el pasado es un país extranjero, con atributos configurados por los gustos actuales y sus peculiari-dades son domesticadas por la forma como preservamos sus vestigios (Lowenthal, 1985: xvii). La memoria constituye, así, una reescritura,

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realizadas en épocas anteriores y de las cuales la imagen del pasado ya había salido modificada. El autor retoma temas como el del olvido por separación de un grupo, reincidiendo enfáticamente en la importancia atribuida a los marcos sociales, y des-tacando la importancia de la existencia de una comunidad afectiva para que la reme-moración tenga lugar.

En segundo lugar, Halbwachs destaca la importancia de los marcos sociales, es decir, de los grupos en los que se mueven los individuos: la familia, las clases sociales, las agrupaciones religiosas, los partidos políticos, etc. Esos marcos sociales permiten poseer un esquema común de significaciones, o sea, dominar un mismo código para evocar, grabar y localizar las memorias. Incluso los acontecimientos presenciados por un solo individuo están inscritos en ese mapa colectivo de significaciones, que da suporte a la vida material y simbólica de los grupos. Lo que unifica las memorias es el hecho de constituir un conjunto de pensamientos, de representaciones comunes a un grupo, y no la contigüidad en el tiempo. Según Halbwachs, los marcos mentales con los que los grupos equipan a los individuos –asentados ya sea en la materialidad, ya sea en la evanescencia– son los que les permiten localizar determinados aconte-cimientos, y atribuirles sentido.

En tercer lugar, la distinción entre memoria individual y colectiva. Esta última saca su fuerza de la existencia de una comunidad afectiva, no siendo suficiente que los otros recuerden para que el recuerdo sea activado, porque solo se puede reconstituir una memoria para la cual exista un escenario compartido. La memoria individual nos convierte en eco de las interferencias colectivas: la complejidad de los gustos y sentimientos es una expresión de la influencia, mayor o menor, de grupos diversos y acaso antagónicos. Tras presenciar un mismo acontecimiento, personas distintas elaborarán a posteriori relatos diferenciados, que corresponden a la historia de sus vidas y a su manera de percibir un determinado momento.

Para Maurice Halbwachs, la memoria individual es función de la memoria colec-tiva, y no puede existir en ausencia de ella. El recuerdo, que supone simultánea-mente un reconocimiento y una reconstrucción, implica el grupo que recuerda; la memoria colectiva implica memorias individuales, pero no se confunde con ellas. Para Halbwachs, la unificación de las memorias colectivas, grupales, por parte de una clase social, no es posible, es una desviación innecesaria en relación al carácter de las memorias colectivas. Gerard Namer sobrevalora esta temática, considerando que Halbwachs no acentuó la diferencia entre la unificación de las memorias en la constitución de una sociedad, y la unificación de los recuerdos que integran una memoria (Namer,1987:225). Destaca la unificación exterior de las memorias, que no es lo mismo que la existencia de una memoria común. Instituciones como la escuela, que, por su carácter normalizador, edifica una identidad de acuerdo con los patro-nes hegemónicos, obligan a las memorias colectivas de los grupos minoritarios a un carácter resistente en su lucha contra la extinción.

Por último, la distinción entre memoria histórica y memoria colectiva, que se establece a dos niveles. Por un lado, la memoria colectiva integra una corriente de pensamiento, dando cuenta de una perpetuación, de un sentido de continuidad, que sólo retiene del pasado aquello que está vivo o que permanece en la conciencia de los grupos que conserva, y sin superar los límites de ese grupo. La memoria histórica, expre-sada especialmente en forma de periodos, da por eso mismo un sentido de cambio y de quiebra, de discontinuidad y renovación. Aunque aparentemente los grupos permanezcan los mismos, subsisten divisiones exteriores, resultantes de los lugares y de la naturaleza general de las sociedades. Pero –y la imagen es de Halbwachs–, los conjuntos de personas que componen el mismo grupo en dos periodos sucesivos son como dos troncos en contacto por sus extremos, pero que no vuelven a unirse en

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un solo cuerpo (Halbwachs, 1950:70-71). Así, la memoria colectiva permite que una sociedad se mantenga, la confiere el sentido de unidad y la escora en la capacidad de reapropiarse de las tradiciones. Esas tradiciones, cuya profundidad conceptual no es explicitada, constituyen el telón de fondo de la memoria. A través de ese conjunto sedimentado, se hace más fácil superar las crisis y los momentos de umbral, permi-tiendo recomenzar a partir del punto en el que se produjo la interrupción. Maurice Halbwachs considera que hay tantas memorias colectivas cuantos grupos integren las personas. La imagen usada por el autor equipara el mundo histórico a un océano al que van a confluir las historias parciales. La historia da cuenta de un marco de cam-bios, que representa la fase final de un conjunto de transformaciones. La memoria histórica es, de esta forma, exterior a los grupos y la mirada que emite sobre estos viene desde fuera hacia dentro. La memoria colectiva, por el contrario, constituye un marco de semejanzas, que refleja la mirada del grupo sobre sí mismo y se revé con un sentido de continuidad, que hace aparentes las alteraciones.

El concepto de memoria social ha sido destacado por un conjunto de autores. Puede ser asemejado a las corrientes de pensamiento, de duración infinita y que nunca se cru-zan, que menciona Maurice Halbwachs, aunque después no profundizara esta idea. Sin embargo, son los significados compartidos y las experiencias recordadas las que dan estabilidad a la memoria social (Fentress y Wickham, 1994:79). Es una especie de realidad del pasado que es transmitida sin llegar a ser completamente reconocida por los grupos, asimilable por el concepto de tradición, que confiere sentido a la vida de las sociedades, sin que su sustentación dependa de un determinado grupo (Namer, 1987:224). La definición de memoria social –lo que queda de una o más memorias colectivas pasadas, cuando la cohesión o la sujeción del grupo se han esfumado (Namer, 1987:24)–, la aparenta a un patrimonio común a los diferentes grupos, que impregna y reelabora las respectivas memorias colectivas. Sometida a las coyunturas y a la correlación de fuerzas entre grupos, la memoria social integra los sentidos de la hegemonía, en el formato gramsciano. Como señala Luciana Soutelo, “…por más que originalmente las memorias colectivas se configuren con base en los recuerdos individuales de miembros del grupo social, con el tiempo las elites culturales acaban por elaborar un discurso simplificado y común sobre el pasado, apto para el consumo de portadores de la identidad compartida y ampliamente manipulable por las elites políticas” (Soutelo, 2016:40-41). Ese discurso simplificado y común, que se atiene a lo que es generacionalmente posible y a la correlación de fuerzas presentes en una determinada coyuntura, refleja la hegemonía resultante de un campo complejo, que convierte en subterráneas algu-nas construcciones memoriales, resaltando otras, en función de su capital cultural, político y simbólico.

Merece discusión la perspectiva de que la estructuración de la memoria se realiza a través de la identidad de los grupos, convirtiendo a los individuos en hojas en blan-co, impresas según el lugar que ocupan en el seno de las colectividades. Si, al gusto durkheimiano, las conciencias y las memorias colectivas son uno de los modos de interrogar la realidad, con interiorización simbólica de la inscripción e incorporación de las prácticas sociales, el individuo no es un mero autómata que absorbe y reproduce la voluntad colectiva interiorizada.

Retomando las dos categorías del entendimiento en Aristóteles a las que Durkheim daba más importancia, Maurice Halbwachs analizó las relaciones entre la memoria colectiva, el espacio y el tiempo. En el espacio quedan marcadas las memorias, a través de un medio de memoria o un lugar de memoria. En correlación con las contingencias biológicas, un lugar puede ser narrativo para un grupo mientras están vivos aquellos miembros para los cuales está impregnado de sentido –los medios de memoria–, o puede pertrecharse de la inscripción, en piedra o en otros soportes, que permita a una memoria perdurar más allá de la existencia de sus testigos. Pierre Nora, con un

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legado al que no es ajena la Historia de los Annales, caracteriza ese tránsito de los medios de la memoria –la memoria colectiva naturalizada– a los lugares de memoria, que representa el esfuerzo autoconsciente para preservar la memoria a través de la his-toria. Esa topolatría se apoya en archivos, museos y memoriales, a los que se juntan formatos que pueden ser más evanescentes, como conmemoraciones, aniversarios e historias, que tendrían que ser alimentadas por la modernidad porque la memoria colectiva espontánea viene cesando su papel. Para Pierre Nora, en una coyuntura caracterizada por el cambio, se habla mucho de memoria porque queda poco de ella. La historia petrificaría la memoria, deformándola, transformándola, y, eventualmente, re-significándola.

Si consiguiéramos vivir sin memoria, no necesitaríamos consagrarle lugares. Estos son instaurados por el deseo de recordar, aunque Pierre Nora no especifique quién desea y quién actúa en función de ese deseo. Son topoi, es decir, lugares y tópicos en los cuales la memoria converge, condensa, entra en conflicto y define relaciones entre el pasado, el presente y el futuro. Materiales o evanescentes, señalados en el espacio en forma de construcciones memoriales o mediante la toponimia, y en los ciclos anuales mediante un conjunto de conmemoraciones que edifican la unidad grupal y que se oponen al olvido; esos signos, que sirven a la descodificación de la memoria, recorren las existencias individuales, integrándolas en una genealogía prestigiadora, en la que la percepción del tiempo se cruza con los hechos de la vida familiar. El tiempo social, exterior, al obedecer a las formas de medición normalizadas, no coincide necesariamente con la percepción de lo que es vivido. La unifor-midad y homogeneidad del tiempo son limitadoras, confiriéndole una faz lisa, en la cual sería imposible inscribir ningún recuerdo. Es pertinente la distinción entre tiempo universal y tiempo histórico, siendo que este último recubre sólo a algunos grupos y yuxtapone memorias parciales. Más que un acontecimiento, son sus repercusiones las que son retenidas en la memoria, en la región del espacio donde se hayan propagado. Las duraciones colectivas son múltiples, tantas cuantos grupos haya. El calendario común es como una ropa hecha para varios cuerpos, y no puede servir enteramente a cada grupo, por más que las normalizaciones conviertan el tiempo abstracto en una materia susceptible de utilización grupal. La comprensión y la representación del tiempo son realizadas de formas variadas por los diferentes grupos sociales.

La dimensión diacrónica se apoya en el hecho de que todas las sociedades se inscri-ben en un lugar de la Historia que determina la utilización de una cuadrícula teórica que privilegie la diacronía. Karl Marx, en una célebre frase de El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, defiende que los hombres hacen su historia, aunque no escojan las condiciones en que se desarrolla, por ellos heredadas y transmitidas del pasado (Marx, 1852:17), justificando por el primer término la existencia de una disciplina histórica, y por el segundo la Antropología, que examina lo escondido, lo invisible, escrutando lo que no es explicable exclusivamente a la luz de los hechos en presencia.

En los momentos asociados al cambio, los mecanismos de la memoria colectiva pre-sentan dos modalidades: una, que remite a la situación anterior, otra, que se destaca, y que es iniciada por una modificación de la memoria. Un aspecto que resalta de la memoria colectiva que se edifica en torno a un momento de transformación se asocia a la expectativa del cambio, es decir, en términos de acción, a los mecanismos utili-zados para provocar esa modificación. En un primer análisis, hay alteraciones que son tenidas por incipientes. Pese a ello, al acumularse pueden constituir un motor de las transformaciones. La memoria de una aceleración histórica es una memoria de un proyecto continuo de un grupo, que se opone a la memoria de la tradición. No obstante, esa tradición es incorporada, aunque bajo una nueva configuración.

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Halbwachs nos permite contemplar estas dos perspectivas: la memoria que Gerard Namer denomina prospectiva indica el camino que puede ser recorrido; sin embargo, ésta se basa en una memoria retrospectiva, que confiere sentido a lo que hay que hacer, por el camino que ya ha sido recorrido (Namer, 1987:136-7). Camina en un sentido idéntico a la propuesta de Reinhart Koselleck entre los espacios de la experiencia y los horizontes de la expectativa (Koselleck, 1979). Con la duplicidad polisémica del término en portugués, tal como en castellano, el sentido da significado y confiere orientación. Se comprende así mejor el carácter estructurante que asume el acto de rememoración.

3. Memoria y futuros presentes

En una carta a Bloch, datada en septiembre de 1890, Friedrich Engels recuerda que la historia tiene como resultado final un conflicto de voluntades entre individuos, cada uno de los cuales se ha convertido en lo que es merced a un conjunto de condiciones particulares de la vida. La historia es el resultado de esos múltiples entrecruzamientos de fuerzas, que se pueden sintetizar en un acontecimiento y que puede ser recons-tituido también a través de la construcción de historias de vida (Godinho, 2007). El análisis del cambio social acelerado se beneficiará si en él se incorpora el papel de la acción individual. Si el camino de la historia es marcado en trazos gruesos por los momentos de cambio acelerado, que predisponen a la heroicidad, contiene también la capilaridad de múltiples cotidianos que delinean las relaciones y están marcados por experiencias de anonimato. Optar por la recogida de memorias, en el ámbito de un trabajo de campo, encuadra ese acontecimiento en la vida cuotidiana y cuestiona su significado como marco de las existencias individuales. Es decir, sin convertir en irrelevante un acontecimiento, lo integra en un presente que también es parte de la Historia, confiriéndole un poder de contemporaneidad. Entre la Antropología y la Historia, en una fase en que, más de lo que puedan encorsetar fronteras disciplina-rios, el conocimiento tiene que buscar franjas de convivencia en las Ciencias Sociales, urge buscar sentidos más generales para las conclusiones intuidas en estudios loca-lizados. La frontera disciplinaria es adecuada para objetos científicos en expansión, que precisan de acarrear más y más nuevos elementos. En el caso de nuevas vías y enfoques, que refuerzan la relación entre áreas concomitantes del conocimiento, se revela más provechosa una amplia zona de contacto interdisciplinaria, que permita superar lo fragmentario.

Producido, mercantilizado, adulterado, apetecido, el pasado es una construcción del presente (Lowenthal, 1978). Desde la década de 1980, la referencia a la memoria y al pasado parecen asociarse a un nivel de lo vivido por retroceso, con el tiempo pre-térito venerado como fuente de identidad. Ese pasado es autentificado, aunque con frecuencia sea imaginado, y se convierte en el modelo del presente, forjado a partir de herramientas modernas. No parece servir para preparar el futuro, porque es un país extranjero cuyas características son conformadas por los gustos actuales, y cuyas particularidades son domesticadas por la preservación de sus vestigios (Lowenthal, 1978:xvii). El ejercicio constante sobre el pasado, según el cual sus representaciones derivan y son aprovechadas para erguir, explicar o desmantelar relaciones de orden político, es considerablemente omiso en lo que concierne a los efectos de la memoria en la organización, en la jerarquización y en los ajustes de las relaciones sociales y culturales (Confino, 1997:1391). Constreñido por el presentismo, ese pasado maleable no parece inquietar a las clases dominantes (Godinho, 2012a).

Las memorias tienen clase, tienen género, varían coyunturalmente y en escalas diver-sas: grupal, comunal, regional, nacional. Pueden limitar o dar aliento, quedar bloquea-das o ser exhibibloquea-das y dotabloquea-das de performatividad, ser reorganizabloquea-das y re-significabloquea-das,

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o proscritas y execradas, utilizadas para liberar o para aprisionar, durante periodos más o menos duraderos. En función de los grupos y de los momentos concretos, pue-den ser homogeneizadas, objeto de consensos, rescatadas por terceros, por nietos de los vencidos. Pueden ser dolorosas o festivas, inventadas y reelaboradas, localizadas y enmarcadas en mapas conocidos. Pueden ser encerradas, recuperadas o reflejar las topografías de los poderes. Pueden revalorizarse o depreciarse, convertirse en objeto del mercado patrimonial o ser rescatadas por el aura de la “autenticidad”. Su variedad, denegada o enaltecida, en función de momentos y de equilibrios de grupos concretos, puede integrar la edificación de un pasado utilizable (Iordachi y Trencsényi, 2003) aunque suspendiendo otros pasados, remitidos hacia modalidades de ucronía o hacia su domesticación. Su privatización conduce a una erosión de la capacidad social, apartando la posibilidad de vincular el pasado y el presente, como sucede con la memoria de los grupos subordinados, desvalorizados, vencidos.

Pueden ser también una azotea hacia otra cosa, basada en futuros delineados con opti-mismo, con futuros presentes en vez de pasados presentes (Soutelo, 2016:17). La nueva relación entre pasado, presente y futuro, sobrevenida a partir de finales de los años ochenta, convirtió el pasado en objeto de consumo, a través de la patrimonialización, espectacularización, festivalización y mercantilización de la memoria. Se integra en un énfasis presentista. El pasado, como artefacto del presente, está sometido a rela-ciones de fuerzas y la obsesión con él es una respuesta sustitutiva a las urgencias del presente o, incluso, un rechazo del futuro (Rousso, 1994:280). La falta de expectativas ha llevado a que se buscase en el pasado lo que era seguro, con una visión deforman-te, simplificada, sin interés para el presendeforman-te, en un proceso de pregonado «fin de la historia», concomitante de la naturalización del capitalismo neoliberal y del impacto político-social de 1989, que hace de los futuros posibles algo de intangible y nebuloso (Soutelo, 2016:23).

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