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EDITORIALES

EL DR. LUIS MORQUIO (1867-1935)

Con su laconismo habitual, el cable trae la dolorosa noticia del fallecimiento de una de las más distinguidas personalidades de la medi- cina latinoamericana, y probablemente la figura más destacada en la pediatria del Nuevo Mundo. Ese puesto había sido alcanzado por el Dr. Luis Morquio tras una vida de constantes esfuerzos y de éxitos repetidos en la especialidad a que consagrara su privilegiada inteligencia, desde que en 1894 inaugurara la primera clfnica infantil en Montevideo, ocupando sucesivamente los cargos de primer medico del dispensario del Asilo de Huérfanos y Expósitos, médico jefe de La Cuna, director del Asilo Dámaso Larrañaga, y por fin catedrático desde 1900 de clínica de niños y director, desde su fundación, del Instituto de Pediatría de la Facultad Nacional de Medicina.

A otros puestos también fue encumbrado, y con toda justicia, Morquio, entre ellos el de presidente de la sección de medicina del III Congreso Medico Latinoamericano, celebrado en 1907, de la sección de pediatría del Primer Congreso Médico Nacional en 1916, del II Congreso Panamericano del Niño en 1919, y por fin presidente de la comisión organizadora y del comité ejecutivo del Congreso Médico del Centenario (1930). Hace un par de años sus méritos recibian con- sagración internacional al ser nombrado presidente de la Unión Inter- nacional de Socorros a la Infancia. El ilustre uruguayo no se dejó encerrar nunca en los estrechos recintos de la clfnica, pues trató siempre, como hombre de visión, de hacer labor médica en su sentido más amplio y completo, es decir, obra social y que abarcara no sólo el momento sino el futuro. De ahí una multitud de nobles iniciativas tomando luego forma tangible y actualidad pr&tica. Por ejemplo, una de sus actua- ciones, tras diez años de brega perseverante y asidua culminó en 1927 en la creación del Instituto Internacional Americano de Protección a la Infancia, uno de los grandes organismos de aproximación internacional.

Trabajador incansable, publicista erudito, maestro por vocación, jamás dejó que lo desviaran de su misión escogida tareas extrañas, por atractivas que las pintara la hora, pudiendo asf formar una escuela y un cuerpo de doctrina que mantendrán siempre vivos los principios que lo inspiraron. Otros muchos timbres de honor contó en su haber Morquio, como fueran la fundación de los Archivos Latinoamericanos de

PediatrQa, a los que se debe la divulgación de muchos adelantos de esa rama, y de la Sociedad de Pediatrfa de Montevideo, de la que era

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presidente vitalicio, que de modelo ha servido para otras muchas de América. En su ardiente deseo de servir a la clase que tanto honraba, Morquio también desempeñó la presidencia de la Sociedad de Medicina y del Sindicato Medico del Uruguay. En la literatura se encuentran multitud de profundos trabajos procedentes de su pluma, sobre varias fases de la puericultura, y en particular las enfermedades de la infancia y la mortahdad infantil (véase el BOLETÍN de diciembre 1928, p. 1466), alcanzando quizás su apogeo en el libro “Desarreglos Intestinales del Lactante”, con razón encomiado por las hondas enseñanzas que contiene y por la sencilla elegancia con que está escrito.

El tesón, el entusiasmo y el amor al trabajo que siempre distinguieran a Morquio, nunca dejaron de conquistarle merecidos laureles, de los cuales quizás los más preciados fueran el libro-homenaje‘presentado por discípulos, amigos y admiradores en 1921, al cumplir 25 años en la cátedra, y el ver su nombre grabado al mismo tiempo én el pabellón de contagiosos del Hospital Pereira Rossell, que él hiciera construir.

Aun aparte de su intensa y proficua labor científica y social, Morquio en particular deja tras sf dos obras de las cuales cualquiera podría con todo motivo sentirse orgulloso: una el Instituto Internacional Americano de Protección a la Infancia con el Boletin que le sirve de órgano, y la otra el Código del Niño del Uruguay, cuya comisión de redacción presidiera, y que representa en sus ideas avanzadas las doctrinas y principios que defendiera toda su vida.

La muerte de Morquio constituye una pérdida irreparable para la causa de la puericultura y de la sanidad en general.

OTRA ENFERMEDAD NUEVA: LA CORIOMENINGITIS LINFOCITARIA

AGUDA

En su monografía “La tuberculose” (1927), Rist comentó lo extraño que parecía que ciertas afecciones aparentemente bien definidas y carac- terísticas a la simple observación clínica no fueran identikadas por muchos siglos; citando en prueba de ello el sarampión, la escarlatina, la difteria, la tifoidea y la neumonía.

A su vez Zinsser, en su reciente obra “Ratas, Piojos e Historia,” ha hecho notar que la existencia de dos dolencias de rasgos tan propios como la poliomielitis y la encefalitis epidémica sólo ha sido reconocida con claridad en los últimos dos siglos, a lo cual agrega Friedl que podrfan sumarse bastantes enfermedades más a esa lista, y que sin duda existen todavía muchas más sin identificar y que probablemente “descubrirán” nuestros sucesores.

Al mismo grupo de las enfermedades de Heine-Medin y Economo mencionadas por Zinsser pertenece otro mal, cuyas caracterfsticas se

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van poniendo en claro gradualmente. Nos referimos a una variedad de la meningitis.

En general, aceptase que Morgagni fue el primero (1760) en diferen- ciar la meningitis propia, de las encefalopatías. Recalcaron esa diferen- ciación Vieusseux en Ginebra en 1805, y varios autores como Strong, North2, Danielsson y Mann, etc., en los Estados Unidos en 1806-15. A los franceses Parent-Duchatelet y Martinet les corresponde la prima- cia (1821), en distinguir la inflamación de la duramadre y la píamadre y a Guerin y Guersant (1827-39) en reconocer la forma tuberculosa o bacilar del mal. Fueron igualmente francesas las primeras reseñas bien delineadas de la meningitis “simple”: las patológicas, o sean las de Cruveilhier (1830), e igualmente las clínicas: las de Andral (1834) y de Rilliet y Barthez (1843).

Tardóse algún tiempo en descubrir, por ejemplo, por Koch en 1882 y por Weichselbaum y por Audenot en 1884, que la supuesta meningitis simple era siempre secundaria a otra infección. Koch fue el primero en señalar que las varias meningitis eran debidas a germenes específicos, encontrando en 1882 el bacilo que lleva su nombre en la variedad tuberculosa. En 1883 Leyden aisló, del lfquido cefalorraqufdeo y la píamadre, un diplococo, cuya identidad al neumococo demostraran Fraenkel y Hauser; y en 1887 Weichselbaum relacionaba la presencia del meningogoco (diplococo intracelular) con la meningitis cerebroespinal epidemica. Nuevas variedades del meningococo asf como meningitis producidas por distintos microbios eran reveladas después por otros investigadores; y ya en 1866 Bon Chut introdujo el término de pseudo- meningitis, para designar los estados meníngeos que no correspondían a las formas habituales (cerebroespinal o meningocócica, purulenta, tuberculosa) y que se caracterizan por el aspecto seroso del exudado y la evolución benigna. Ese nombre fue descartado en 1893, primero por Dupré que propuso el de meningismo, luego por von Quincke, quien indicó la denominación de meningitis serosas, y después por Widal, que designó como meningitis asépticas los estados en que el liquido cefa- lorraqufdeo contenía tantos leucocitos que parecfa purulento.

La independencia nosológica de la nueva entidad se ha ido afianzando cada vez más. Una de las contribuciones más importantes al asunto es la recientísima de Armstrong y Dickens3 a una forma especial del mal: la bautizada en 1926 por Wallgren con el nombre de “meningitis aseptica aguda,” o sea el propuesto por Widal. Después que apareciera el trabajo de dicho autor alemán, Viets y Watts conunicaron, en 1929 y 1934, 14 casos, todos caracterizados por iniciación aguda, cefalalgia, algún ofuscamiento papilar, emesis y fiebre moderada con marcada pleocitorraquia y pocos mononucleares y falta de gérmenes en el ifguido.

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Al comunicar sus casos Dickens en 1932 preguntó si se debía a un virus Btrable o no f?ltrable.

En su artículo reciente, Armstrong y el mismo Dickens no sólo con- testan la pregunta, sino que presentan el cuadro clínico en el hombre y en el mono; los hallazgos de laboratorio incluso la producción experi- mental de un complejo sintomático semejante; las pruebas inmuno- lógicas de que la causa radica en un virus especffico descrito por Armstrong en 1934; 4 casos nuevos, una demostración de que el suero sangufneo de los enfermos repuestos protege alos animales contra el virus espec%co, añadiendo que, aunque en la nomenclatura, le corresponde la primacia a la designación de Widal, retenida por Wallgren y mantenida por Vietz y Watts, de “meningitis aséptica aguda,” el nombre de “corio- meningitis linfocítica aguda” les parece más exacto.

El cuadro clínico es el de una infección de las vías aéreas superiores, seguida de síntomas menfngeos que aparecen súbitamente con cefalalgia, náuseas o vómitos, hipertermia, rigidez cervical y por lo común Kernig positivo. No hay signos de invasión nerviosa. La evolución es benigna, durando de 10 a 14 días, descendiendo la temperatura por lisis y re- poniéndose el enfermo completamente sin secuelas de ningún género.

En lo tocante al líquido cefalorraquídeo, manifiesta leve hipertensión, sino mayor turbidez. La reacción celular es casi absolutamente linfoci- taria, habiendo rara vez 10 per ciento de polimorfonucleares. El número de células varia de 50 a 2,000 según la intensidad del ataque. Los leucocitos pueden acusar ligero aumento a 9,000-11,000, con una fórmula diferencial bastante normal. El análisis químico rinde cifras normales de azúcar, cloruros y urea. La Kahn y la Wassermarm son negativas, y la curva de Lange queda en la zona meningftica. No pueden encontrarse gérmenes ni coágulos.

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En el diagnóstico diferencial ayudan: la ausencia de coágulos y la normalidad de la gluco, y en particular la clorurorraquia, para excluir la meningitis tuberculosa con la que puede confundirse la afección al principio; la falta de debilidad muscular y de signos nerviosos para excluir las encefalitis y la poliomielitis.

En 1935 Traub en los ratones blancos y Rivers y Scott en 2 casos de meningitis han aislado virus serológicamente idénticos al virus fltrable queArmstrongaislaraprimero en los monos en 1934 y cuyo papel etioló- gico describen ahora con tanta minuciosidad él y Dickens. Rivers ha corroborado esto en los cobayos, empleando su virus contra los inmuni- sueros de Armstrong, Traub y de Rivers mismo, y demostrando así la identidad inmunológica de los tres virus: el de Armstrong, el de Traub, y el de Rivers.

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Todos los datos disponibles, incluso esta seroprofilaxia, parecen señalar la identificación de otra entidad patológica en el grupo de las meningitis, producida por un virus aislado independientemente por Armstrong y Lillie4 Traub y Rivers y Scott.

Un hecho importante es que los casos de Dickens y Armstrong pro- cedían de regiones muy apartadas de los Estados Unidos, indicando la posibilidad, sino probabilidad, de que la dolencia exista por todo el país, aunque enmascarada bajo diagnósticos erróneos.

Es de consignar aquí que Roch, Demole y Mach describieron recien- temente a la Sociedad Médica de los Hospitales de Pa@, con el titulo de meningitis linfocitaria benigna, una enfermedad que reina en Suiza y la Alta Saboya desde hace algunos años, afectando en parti- cular a los jóvenes que trabajan en las porquerizas, y de la cual se han comunicado ya unos 40 casos. El estado febril agudo dura pocos

dias, terminando por una brusca defervescencia, la cual va seguida de otro breve acceso febril. Los síntomas principales consisten en dolores abdominales y estreñimiento, cefalea y algunos signos de meningitis, mientras que la raquicentesis muestra considerable aunque pasajera linfocitosis raquídea, sin ningún agente infeccioso. Es de notar, según apuntara en la discusión Massary, la completa falta de relación entre los signos clínicos de la invasión menfngea y la intensidad de la reac-

ción linfocitaria del líquido céfalorraquídeo.

Los higienistas vigilarán con interés futuros desenvolvimientos que, al poner en claro la exacta distribución geográfica y epidemiosidad de la nueva entidad nosológica, también permitan determinar su verdadera importancia sanitaria.

4 Pub. Hwdlh Rep., D. 1019, agto. 31, 1934. ~ProgrBa Med., 1264, jul. 27, 1036.

Referências

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