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HAROLDO EN UN ARCO-IRIS BLANCO

No documento Haroldo de Campos, Antologia (Por Aguilar) (páginas 95-102)

ode (explícita) em defesa da poesia no dia de são lukács

HAROLDO EN UN ARCO-IRIS BLANCO

(escritos a la muerte del poeta Haroldo de Campos, acaecida el 17 de agosto de 2003)

“o arco íris branco: uma segunda puberdade: goethe o viu

na estrada para Frankfurt (antes de ver marianne)”

El inagotable asombro de Haroldo de Campos (1929-2003)

Jorge Schwartz

alguma coisa acontece no meu coração

que é só quando cruza Ipiranga e a avenida Sao João é que quando cheguei por aqui eu nada entendi da dura poesia concreta de tuas esquinas […]

eu vejo surgir teus poetas de campos e espaços tuas oficinas de florestas teus deuses da chuva

“Sampa” de Caetano Veloso

Ojalá que el cielo exista y que Haroldo de Campos pueda encontrarse allá con Joyce, con Mallarmé, con Dante, con Goethe, con Maiakovski, con Homero, con Leopardi, con Bashó, con Kurt Schwitters, sus permanentes interlocutores, o con sus viejos amigos Roman Jakobson, Severo Sarduy, Néstor Perlongher, Emir Rodríguez Monegal y tantos otros. La personalidad ciclópica del maestro y amigo Haroldo, a quien conocí en Yale en 1978, deja una herencia monumental en la cultura brasileña. Su creatividad y generosidad avasalladora lo vincularon con las mejores vanguardias del Brasil y, con relación a las literarias, junto con su hermano Augusto de Campos y Décio Pignatari (Grupo Noigandres), fue fundador de la Poesía Concreta (1956). Desarrolló amistades y compartió trabajos con artistas plásticos como Hélio Oiticia, Alfredo Volpi, Mira Schendel, Tomie Othake, Maria Bonomi; cineastas como Julio Bressane; dramaturgos como Gerald Thomas y con una infinidad de colaboradores en sus traducciones del griego, alemán, hebreo, chino, árabe, italiano, japonés, ruso. Se vinculó de forma intensa con gente del mundo de la música, incluso con Caetano Veloso, quien canta su letra “Circuladô”. Recuerdo a Caetano sentado en los claustros de la Facultad de Filosofía, durante la defensa de la tesis doctoral Morfologia de Macunaíma que Haroldo realizó con la dirección de Antonio Candido, tesis que necesitaba defender para dedicarse a la docencia en el posgrado de la Universidad Católica de São Paulo.

Inclusive, en las recientes declaraciones de prensa motivadas por su fallecimiento, Candido reconoce que Haroldo de Campos “tuvo la rara capacidad de alterar los rumbos de la literatura brasileña de su tiempo”. Lo cierto es que Haroldo, amparado en la teoría del efecto retroactivo de la literatura postulado por Eliot, Borges y Jakobson, rehace la tradición literaria brasileña para imponer lo que hoy se llamaría un nuevo canon, libre de la linealidad historicista y de los mecanicismos previsibles. Así restaura el barroco a través de Gregório de Matos, entroniza a Sousandrade, a Pedro Kilkerry y a Oswald de Andrade, entre otros.

Como parte de su trabajo colosal, acaba de salir la “transcreación” o “transhelenización” de casi mil páginas de La Ilíada de Homero, edición bilingüe en dos tomos. Tradujo incluso poesía nahuatl, de próxima publicación en México. De los brasileños, es sin duda el poeta y crítico que tenía vínculos más intensos con Hispanoamérica; deja su

Transblanco, la traducción de Blanco de Octavio Paz, con gran aparato crítico, y una vasta

correspondencia con éste, con Cabrera Infante, con Cortázar y con Severo Sarduy. Años atrás, inicié con Haroldo una traducción de De donde son los cantantes, a la que se sumó posteriormente Josely Vianna Baptista; la próxima publicación de esta espléndida novela será un verdadero homenaje a Haroldo y, sin duda, a Severo.

El año pasado, Haroldo se presentó con Juan Gelman, de cuya poesía hablaba con entusiasmo, en Río de Janeiro. Quedan también sus espléndidas “transcreaciones” de poemas

de Huidobro, de Sor Juana, de César Vallejo y de Girondo. En los últimos tiempos, para mi sorpresa, hablaba con gran entusiasmo de la poesía de Lugones y de la necesidad de redescubrirlo y, de repente, me entero de que, entre otros compromisos, había programado para octubre una conferencia en Montevideo (en el ICUB) sobre Herrera y Reissig y Cruz e Souza. Siempre confesó su entusiasmo por Girondo y, con gran sorpresa, descubrió que En la

masmédula, su libro predilecto, era de 1954, o sea, coetáneo del grupo Noigandres. Sin duda,

un encuentro entre los jóvenes concretistas y un Girondo maduro hubiese rendido frutos insospechados. En un video reciente, se ve el tomo de las Obras completas de Girondo (el de Losada, organizado por Enrique Molina), ocupando un lugar de honra en la biblioteca. Estaba siempre orgulloso por haber teorizado el “neobarroco” y por haber anticipado también el concepto de “obra abierta” de Umberto Eco, hecho reconocido por el propio italiano.

De los innumerables premios nacionales e internacionales con que fue homenajeado, estaba muy orgulloso de haber sido el primer brasileño en recibir el de la Fundación Paz en México (1999), y ese mismo año compartió con Juan José Saer, en París, el premio Roger Caillois. No hay espacio aquí para enumerar los reconocimientos oficiales que ha tenido en el Brasil y que, sin duda, aumentarán con el tiempo.

Deja más de treinta libros publicados y aún mucha obra inédita y la idea de hacer una fundación, con su propia biblioteca y manuscritos, como espacio libre, democrático y cosmopolita destinado a la investigación. Su compañera de toda la vida y más estrecha colaboradora, Carmen Arruda de Campos, seguramente terminará de dar forma a esa idea.

Será muy difícil seguir adelante con el silencio de Haroldo (que habría cumplido 74 años el 19 de agosto), aunque su palabra quede perpetuada en un legado monumental.

La desaparición de un poeta

Umberto Eco

Para un escritor, no es recomendable morir en ferragosto. Los diarios están ocupados con otras cosas, como el calor, los embotellamientos en las rutas, los incendios en los bosques. Pero alguna atención le podrían haber dedicado al fallecimiento de uno de los grandes poetas de nuestro tiempo: Haroldo de Campos, quien murió en San Pablo, a los 74 años. No puedo decir que recorrí todos los diarios, pero hasta donde yo sé sólo Lello Voce dedicó al acontecimiento, en el periódico L'Unita, un amplio y conmovedor artículo.

Entre los incidentes del "ferragosto", está también el hecho de que me alejé de casa, donde tengo toda su obra, y me encuentro obligado a hablar sobre ella sin poder citar nada, incluso por el hecho de que de Campos debe la mayor parte de su fama a la poesía concreta, que tiene un carácter eminentemente visual y se apoya no sólo sobre la composición tipográfica, sino también sobre los colores. ¿Cómo se hace para mostrar esas cosas en una columna? Pero algo tengo que decir de este personaje excepcional y querido amigo desde hace 40 años.

Siempre vivió (cuando no se encontraba viajando por el mundo) en San Pablo, ciudad envenenada por la polución y atravesada por autopistas suspendidas entre los rascacielos que recuerdan a las megalópolis de Flash Gordon. San Pablo no es tan habitable y bellísima como Río de Janeiro, pero Campos la amaba como se fuese el ombligo del mundo. En San Pablo, Haroldo vivía su Brasil “profundo”, un país donde conviven los ritos del Candomblé, los remembranzas de los cangaçeiros y una gran y moderna tradición literaria y artística. Campos y sus amigos, a principios de los años sesenta, cuando fui hospedado por ellos, se reunían en el João Sebastião Bar y trabajaban en experiencias de la nueva vanguardia (anticipando en diez años a los italianos y a los franceses), al mismo tiempo que celebraban, bajo la inspiración de los grandes escritores modernistas como Mário e Oswald de Andrade, la “antropofagia brasileña”.

Aun antes que en el ambiente alemán de Max Bense, en el cual Peirce había sido poco entendido, los concretos brasileños estaban entre los primeros en revisitar la semiótica de este gran filósofo americano, en aquella época ignorado hasta por la academia norteamericana, y en camino de ser redescubierto en Italia y Alemania. Y contemporáneamente, con la revista

Noigandres, Haroldo, su hermano Augusto y Décio Pignatari iniciaban experiencias de poesía

concreta, que hicieron escuela en todo el mundo. En su artículo, Lello Voce lamenta que la obra de Haroldo, que recebió amplia atención en muchos países, sea poco conocida entre nosotros, donde no existe ningún volumen que traduzca sus poesías. Pero, para los apasionados, Haroldo era un maestro y visitaba nuestro país, donde tenía muchos amigos, así como nosotros íbamos a Brasil para que este grupo de “iluministas étnicos” nos hiciera conocer tanto las experiencias literarias más avanzadas como los misterios de los ritos sincretistas y al descubrimiento de nuevos pintores primitivos que daban nueva vida al politeísmo de aquel increíble país.

Haroldo era un hombre increíblemente jovial, de risa contagiosa, y un entusiasta de la palabra. Tal vez su fama se debiese, en gran parte, a las experiencias de vanguardia, pero Haroldo era um finísimo conocedor da las más diversas literaturas y −mientras mantenía un ojo en Joyce− fue un traductor formidable de grandes poetas, de Cavalcanti a Goethe, con especial atención a la poesía china (bajo influencia de Pound, al que consideraba uno de sus grandes maestros) y −no dudo en afirmarlo− el mayo traductor moderno de Dante. Dante:

Paraíso (seis cantos) fue publicado em 1978 por el Instituto Italiano de Cultura de São Paulo,

pero tuvo una circulación casi clandestina, al menos entre nosotros.

Traducir Dante es difícil. Como observa Douglas Hofstadter en Le Ton Beau De

Marot: In Praise of the Music of Language, normalmente los traductores o no saben recrear

los términos arcaicos o no pueden apuntar para la modernización y se inmovilizan con frecuencia delante de las dificultades del endecasílabo y de la rima, e invariablemente no captan la profunda estructura del terceto dantesco, limitándose a poner una palabra en el verso siguiente perdiendo el respiro dantesco.

Haroldo había conseguido superar todos estos límites. El Paraíso es, sin duda, el canto más difícil, pero los cantos del Paraíso de Campos sonaban, al mismo tiempos, medievales y modernísimos, y él había conseguido recrear de verdad en su portugués-brasileño imágenes y sonidos de la Divina Comedia.

Lamento dar la impresión de estar haciendo publicidad a expensas de un amigo desaparecido, pero quien quiera encontrar por lo menos una página de la traducción del canto 31, el de la cándida rosa, puede encontrarla en mi libro Dire quasi la stessa cosa. No es necesario comprarlo, basta ir a la librería y buscar en la página 297. Aun sin saber portugués, murmuren en voz baja (de manera de no llamar la atención del librero) el Dante de Haroldo de Campos: “A forma assim de uma cândida rosa...”. Tal vez entiendan aquello que he intentado decir.

Hermano siamismo

Augusto de Campos “Who even dead yet hath this mind entire” (“Quien, aun muerto, tiene la mente intacta”). Pound transcreando la Odisea, del canto 10 para el cantar 47. Haroldo no se entregó. Hasta el fin, hasta el último momento en que pude hablar con él, en el hospital, quería saber qué había de nuevo e, incansable, hablaba de proyectos. Después, ya sedado, enmudecido, entre los cables kafkianos que lo conectaban a la vida, en un último esfuerzo para revertir a la enfermedad, yo creía ver todavía un aire de desafío en su rostro, como si estuviese fastidiado por la pérdida de tiempo a la que lo sometían.

“Hermanos siamesmos” era cómo él gustaba de referirse a nosotros dos, en los buenos tiempos, anulando nuestras diferencias naturales y extremando en su palabra-valija la traducción que yo había hecho de los versos de “Epitafio” de Tristan Corbière: “Ninguém foi mais igual, mais gêmeo / irmão siamês de si mesmo” (“Nadie fue más igual, más gémelo / hermano siamés de si mismo”). Y tenía razón. Por más que nuestros caminos poéticos, en los últimos tiempos, divergieran –él, en su refinado neobarroco, afirmando y reafirmando que hacía más de 30 años que no hacía poesía concreta, irritado por ser llamado todavía de concretista; yo, tenazmente llevando las propuestas verbivocovisuales para la computadora–, teníamos un sólido denominador común que nos mantuvo unidos y solidarios todo el tiempo. Eramos, tal vez, uno lo opuesto del otro. Pero un opuesto reversible. Cóncavo, convexo. “Discordia concors”. Él, extrovertido, yo intro. Él más logopaico, aunque excelente en lo melo y en lo fanopaico. Yo melo y fano, poco logo.2

De niños, Haroldo, muy precoz, escribía cuentos mientras yo hacía dibujos. “Obras” que vendíamos a nuestras víctimas, los parientes cercanos, con el gracioso y cariñoso sello que el celo paterno había mandado a hacer para autenticar nuestros trabajos: “Escritorio Hermanos Campos”. Guardo un registro de ese sello en un viejo libro, una antología de poesía portuguesa de la cual a nuestro padre le gustaba recitar, entre otros, el poema “Da Tarde” (“De la tarde”), de Cesário Verde: “Naquele piquenique de burguesas, / Houve uma coisa simplesmente bela…” (“En aquel picnic de burguesas, / Hubo una cosa simplemente bella...”). A él le gustaba mucho Cesário y se sabía de memoria el poema “Contrariedades”, que nos declamaba jugando con las líneas: “Quem sabe se depois, eu rico e noutros climas / Conseguirei reler essas antigas rimas / Impressas em volume?” (“Quién sabe si después, enriquecido y en otros climas / Conseguiré releer estas antiguas rimas / Impresas en volumen?”), aproximando el “eu rico”, en un juego de palabras con su nombre, Eurico, para ironizare sobre las dificultades económicas de la familia. La dirección de la calle Capitão Messias que tenía el sello era la de la casa alquilada en la que vivíamos, en el barrio paulista de Perdizes.

Años más tarde, en 1949, yo con 18 y Haroldo con 19 o 20, Oswald de Andrade sacramentaría esa unión al darnos, después de una conversación animada en su casa, uno de los pocos ejemplares de Serafín Ponte Grande que le quedaban, con la dedicatoria: “A los hermanos Campos (Haroldo y Augusto) – firma de poesía”. Y así permanecimos no sólo en los trabajos en común (Revisão de Sousândrade, Panaroma do Finnegans Wake, Ezra Pound¸

Mallarmé, Poesia russa moderna, Os Sertões dos Campos) sino como si fuésemos uno la

extensión anímica del otro. Haroldo sonriente, exhuberante, expansivo; yo parco, melancólico, a la orilla del silencio. Ambos explorando la palabra en todos los límites, hacia fuera y hacia adentro. Uno completando al otro. Con Décio Pignatari, poeta-inventor, fanomelogopaico, atrevido e imprevisible, formaríamos el trío-base de la poesía concreta y de

2 Augusto de Campos se refiere acá a la clasificación poundiana de los poetas en fanopaicos (poesía de la

otras aventuras literarias. Como escribió Décio en el poema “Rosa d‟Amigos”, dedicado al trío, en agosto de 1949: “Tudo será tão bárbaro e diverso / Mas joguemos às rosas, meus irmãos. / Esta é a Rosa d‟Amigos (dize: Rosa)” (“Todo será tan bárbaro y diverso / Pero apostemos a las rosas, mis hermanos / Esta es la Rosa d‟Amigos (decid: Rosa)”.

Cuando Haroldo supo, hace unos meses, que estaba por salir mi traducción de los seis cantos de la Divina Comedia, quedó superexcitado. Él había traducido seis cantos del “Paraíso”. Yo me había quedado con el “Infierno” y el “Purgatorio”. Sin pérdida de tiempo propuso que tradujésemos entera la Divina Comedia. “Podemos traducirla por teléfono”, me dijo él con entusiasmo, justificando la propuesta insólita alegando su dificultad de locomoción. “Yo leo una terzina y vos, después, me pasás la siguiente. Y así seguimos”. “Calma Haroldo”, le respondía yo, no queriendo contrariarlo, “primero necesito librarme de este libro. Después pensamos en eso”.

Infelizmente, no llegó a ver la nueva antología, que reunía provenzales y toscanos, ni llegó a conocer totalmente mis traducciones de Dante. Leyó apenas la del inicio del canto primero y la integral del canto quinto del “Infierno”, publicadas en O Anticrítico, y algunos pasajes de otros cantos, en otros libros. Mi nuevo libro dialoga con él, ya que traduje también algunos poemas de Guido Cavalcanti, de quien Haroldo había transcreado espléndidamente “Donna Mi Prega” y otras canciones. Una vez más, caminamos juntos. Él no pudo ver, también, ya en fase final de edición, el libro de su sobrino Arteciência, en el que tenía muchas esperanzas, conociendo otros trabajos de Roland Azeredo. “Espero ávidamente su libro”, le dijo, en la visita que le hicimos al hospital, cuando todavía podía conversar más extensamente con los familiares. La ciencia y el arte se hermanan en su último poema publicado, A Máquina

do Mundo Repensada y ese tema era una de sus pasiones. Hacía proyectos y más proyectos

que recorrían el mundo en todos los tiempos y direcciones –poesía egipcia, árabe, azteca–, me pedía novedades instigantes del mundo cultural, noticias que, en verdad, yo no tenía, ni una siquiera, para darle, por más que me esforzase para encontrar algo que pudiese interesarle a su nivel de repertorio.

Percibí que la cosa era grave cuando me dijo: “Quise permanecer de pie y no pude. Las piernas no sostenían el cuerpo y el cuerpo no sostenía la cabeza”. Pero para él el hospital parecía ser apenas una pesadilla que estaba entorpeciendo momentáneamente sus proyectos. Amado por muchos, envidiado, aun después de muerto, por la “mediocre mesnada de medianos mediadores”, que Maiacóvski fustigó mediante su voz, fue, para donde sea, “en la punta del ultrafin”, pensando y escribiendo, en el más allá o en el más acá, “vestido estrellas”.

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