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Don Juan Manuel sigue, en todo momento, el diseño cortesano alfonsí, debida-mente encauzado hacia valores de ortodoxia religiosa y de definición moral en el período molinista; por consecuencia, se interesa por esa línea de versificación, con la que se arma el entramado de la convivencia palaciega47, sobre todo cuando colma sus ambiciones ejerciendo la función de tutor o creyendo que su hija será la reina de Castilla. Por ello, resulta tan importante constatar cómo el noble se ampara en ese segundo esquema de la «versificación» cuando las aguas bajan turbias y, expulsado de la corte, debe definir la suya propia, la que merece por su linaje, mucho más impor-tante que la de ese «rey moço», porque él, don Juan, la afirma en ese entendimiento nobiliario que su abuelo Fernando III, su tío Alfonso X y su primo Sancho IV pro-movieron. Ahí es donde tiene cabida esa importante dimensión del «versificador entendido»; para exhibir esta condición de su conducta aristocrática construye la sorprendente y compleja estructura del Libro del conde Lucanor.

41 de versificar que es esfuerço en palabra»49 –, resulta fundamental para comprender la

imagen de «versificador entendido» con que don Juan Manuel aparece al final de los

«exemplos», porque se ajusta, una a una, a todas las vicisitudes por las que atraviesa el noble en ese proceso en que resulta airado y apartado de la corte real y se queda con su solo «esfuerço de palabra»:

El esfuerço en palabra puede omne con él quedar la saña e amatar el fuego de la ira, e puede llegar ant’el rey e ante señores e ante omnes buenos, e puede ganar algo con él si pedir quisiere, e es buen presente para ante señor e para un omne bueno. 50 (118)

Don Juan Manuel esgrime su «palabra» como defensa ante la agresión de la «ira regia» y, por ella, sigue manteniendo la bondad de su especial linaje51. Por eso com-pone el Libro del conde Lucanor, para demostrar el «entendimiento» asociado a su

«palabra» a través de esa concreta función que se halla implícita en el «versificar», tal y como en Cien capítulos se precisaba:

El versificar es apostura de la lengua e entendimiento de palabra; es partido sin yerro e ayuntado por seso; anlo los áraves por natura e los latinos por maestría. (118)

Asumidos los conocimientos de la gramática (caps. xix-xx), se están explorando las posibilidades recitativas que propicia la retórica, esa arte que se vincula al «fermo-so fablar» como se apuntaba en el Libro de Alexandre (42a) o en el Setenario:

Rectórica llaman a la terçera partida d’estas tres, que se entiende que enseña a fablar fermoso e apuesto, e esto en siete razones: color, fermosura, apostura, conveniente, amorosa, en buen son, en buen contenente. 52 (30)

49 Cito por la ed. de A. Rey. Bloomington: Indiana, 1960, pp. 30-31.

50 Cito por la ed. de Marta Haro. Vervuert: Iberoamericana, 1998.

51 Su «palabra» presupone un conocimiento de la «clerezía cortesana», de unos procedimientos figurativos destacados por Guillermo Serés, ver «La scala de don Juan Manuel», en Lucanor, 4 (1989), pp. 115-133, y «La diversidad retórica de El conde Lucanor», en Literatura medieval.

Actas do IV Congresso da Associação Hispânica de Literatura Medieval. Lisboa: Cosmos, 1993, III, pp. 55-61.

52 Me sirvo de la ed. de Kenneth H. Vanderford. Buenos Aires: Instituto de Filología, 1945.

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El «fablar fermoso e apuesto» permite encauzar la acción de «versificar», actividad que comparten esos dos contextos culturales – el árabe y el latino – y que conjunta ese doble proceso de la composición («apostura de la lengua») y de la recitación («en-tendimiento de palabra»): versos que se «parten sin yerro» (porque su estructura formal carece de «pecado») y que se «ayuntan por seso», para encerrar en ellos un dominio del saber que es el que se quiere entregar a los receptores.

Don Juan Manuel no se siente orgulloso de haber compuesto el «exemplo», sino de haberlo oído y de haber sabido reducir, abreviadamente, toda su enseñanza a través de esa compleja operación de «versificar» que es la que entrega a sus receptores, a los oyentes que están más allá del texto, para que asuman el significado, la «sentencia»

del «exemplo» tal y como figura en esos versos. En Cien capítulos, ahora en el xli, es clara la función que desempeñarían estos «versificadores», con un apunte sobre el modelo – real o literario: poco importa – en que se tuvo que inspirar don Juan Manuel para concebir este complejo cierre:

Dixo un versificador unos buenos viesos en este lugar, e quieren dezir: avía un amigo en que metía mientes e era leal e obediente e camióseme d’esto e afrontélo e díxele que quería fazer fuerte cosa e consegél’ que lo fiziese e cuando vi de todo en todo que quería seer desobediente, fízelo yo así, e fúmoslo amos. En el acuerdo á alegría e amor; el desacuerdo aduze enemistad e desamor. (148)

La similitud con don Juan Manuel es absoluta: los «versos» se «dizen» porque son portadores de una verdad, de unas pautas de comportamiento, de unas reglas de convivencia, que asumidas por el oyente pueden servirle para orientar sus acciones, para guiar su conducta. Nótese que en este pasaje no aparecen los «versos» pero sí los efectos que han causado, las transformaciones que han logrado provocar: al «e fízelo yo así» de Cien capítulos, don Juan Manuel añade «e fallóse ende bien», porque él no está en esa corte en la que piensa, en ese espacio que se ha desvinculado de su especial pensamiento cortesano; este «versificador» de Cien capítulos sí puede participar en ese

«acuerdo» de la «alegría e amor» que surge de la «apostura de la lengua», del «enten-dimiento de palabra».

Y es que don Juan Manuel no podía ser más preciso a la hora de elegir una dimen-sión en la que envolver ese grado especial de su nobleza que un monarca está empeñado en destruir, ajeno a la que debería ser su verdadera obligación:

43 Amad el versificar que suelta la lengua presa e esfuerça el coraçón medroso e muestra

nobleza de maneras. (118)

Las tres ideas convergen en esa transmisión de la verdad, que implica soltar la

«lengua» del «entendimiento de palabra», para esforzar el corazón y mostrar esa «no-bleza de maneras»; por algo, los «exemplos» de don Juan Manuel se refieren a problemas relacionados también con tres planos: la «onra», el «estado», la «fazienda», que vendrían a corresponderse con esta calculada actuación.

Sin embargo, Cien capítulos no se conforma con enumerar la serie de operaciones formales – pero siempre retóricas – a que han de atenerse los «versificadores»; a este tratado sapiencial le preocupa, sobremanera, la actitud receptiva que se adopta ante estos especiales «componedores-recitadores»; de ahí que se indique con claridad:

Más val’ qui entiende bien el versificar que el que versifica. (118)

Son dos grados de entendimiento diferente y, en ellos, se ampara don Juan Manuel, seguro de los especiales poderes, de las virtudes precisas que regula el «versificar»:

E el buen versificador es el que dize bien e aína, e sabe contar las maneras de quien quisiere, e sabe denostar vilmente, e loar altamente, e sabe fablar de guisa que ayan sabor de oír lo que dize. (118)

«Dezir» y «fablar» se refieren al cumplimiento de los rasgos formales de esos versos, a la ejecución recitativa de ese discurso rítmico que causa «sabor» en los oyentes, que atrae esa voluntad de recepción hacia un contenido que aquí se refiere al dominio de las costumbres morales – «contar las maneras» –, de donde la acción de «denostar» y la de «loar», en un doble proceso que quizá ilumine las razones que le llevaron a don Juan Manuel a exhibir ese poderoso instrumento de su versificación:

Los versificadores cuentan mal a quien quieren, fázenle heredar vergüença e mal precio e durable, así que el que non vieron nin saben quién es, dirán mal d’él;

otrosí cuentan bien de quien quieren, danle buen prescio durable, así que siempre dirán bien d’él, maguer que nunca·l’ vieron, nin conoscieron, nin saben quién es.

(118-119)

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El acuerdo con las líneas argumentales de muchos de los «exemplos» es absoluto, por cuanto esa ideología nobiliaria debe escapar de ese «mal contar», de esa «vergüença», de ese «mal precio durable»; don Juan Manuel se defiende de los ataques que ha recibido en el interior de esa corte alzando la fuerza de su palabra, quizá comprometiendo la honra de ese rey que lo ha expulsado si se aplica esta sentencia de Cien capítulos:

Quien da algo a los versificadores ondra a sí e a sus parientes. (119)

Pero no honra a sí ni a su linaje quien aleja de su lado a los versificadores, porque en ellos se cifra la suma de la cortesía, los valores esenciales de la nobleza:

E el versificador es cabestro de las cosas que omne quiere ganar. E el que non quie-re testimonios de buenos viesos, que fueron dichos en sus buenos fechos o en su bondat e en lo que contare en bondat de sus parientes, avrá muchos que refertar e muchos que no·l’ querrán retraer. Aquélla es nobleza durable la que es contada por viesos rimados e pesados53. La nobleza que es callada e olvidada al tiempo, luego cámias’ e piérdes’ luego. (119)

Don Juan Manuel ha sabido aprovechar estas ideas de manera magnífica; estos apuntes demuestran las verdaderas intenciones que lo animaron a construir esa espe-cial dimensión de su autoría, para mostrarse como «cabestro de las cosas», capaz de desgranar, «exemplo» a «exemplo», esa «nobleza durable» mediante unos «viesos rima-dos e pesarima-dos». Y lo curioso es que Alfonso XI tenía que pensar lo mismo, pues no en vano él supo servirse también de estas peculiares propiedades de la versificación:

no sólo compuso cantigas, sino que encargó a un «versificador», tan fiel de su pensa-miento cortesano como Rodrigo Yáñez, que compilara los hechos de su vida en una crónica ajustada al esquema de los versos rimados y pesados conforme a otros módu-los rítmicos.

Y es que la versificación forma parte de un proceso educativo que se cifra en esta recomendación, en la que además se pone de manifiesto la diferencia entre «cantar»

– con el apoyo del ars musica – y «versificar», asentado en los conocimientos grama-ticales y las técnicas de recitación de la retórica:

53 Prefiero aquí la lectura de los códices CABNP, frente a «pensados»; con «peso» se alude a la intensidad rítmica del acento de posición.

45 Faredes bien en fazer usar vuestros fijos versificar. E el que non ama cantar e non

lo entiende, aquél desama versificar. (119)

Las mismas ideas aparecen en dos «exemplos» que inciden en el temor a esa «ver-sificación» por su poder de cambiar la imagen de la realidad:

E dixieron a un sabio: «¿Por qué sabes fazer viersos e non los fazes?» E él dixo: «Tanto los quiero escatimar e guardar d’ellos que los non oso fazer». Dixieron a otro: «¿Por qué sabes fazer viersos e non los fazes?». E dixo: «Porque me viene emiente lo que non me plaze». (119)

Con don Juan Manuel ocurre lo contrario: sabe «fazer versos» y los «faze» para guardarse con ellos, para amparar su conducta nobiliaria diciendo aquello que le viene «emiente» de quien le «plaze».

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