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EDITORIALES

EVOLUCIÓN DE LA MICOLOGÍA PARASITARIA

La mitología pura se remonta a una época muy antigua, pero su estudio en relación con la patogenia humana nació, en verdad, con Gruby en la primera parte del siglo XIX, y tomó mayor desenvolvi-

miento después de los descubrimientos de Pasteur. Si bien en 1677

Hooker hacía notar una afección fungoidea de las plantas, y Alibert en 1806 describía la micosis fungoidea, en las monografías de Willan, Alibert, Brett, Rayer y Cazenave sobre las dermatosis no aparece aun

la menor mención de hongos. La relación de los hongos parásitos con

las afecciones humanas o animales fué primeramente mencionada por Reaumur, pero el verdadero alcance del asunto sólo fué comprendido cuando resultó factible aplicarle la moderna técnica de microbiología. Autores hubo, como Pringsheim, Brefeld, Thaxter y de Bary (1853 y 1861), que estudiaron ciertos grupos de hongos que atacaban a los

animales, pero casi exclusivamente desde el punto de vista botánico.

Previas investigaciones, como las de los hermanos Tulasne (1847-1853) acerca de las mucedinias, habían recibido poca atención, por creerse que todos esos hongos no pasaban de ser más que meros saprofitos. Por ejemplo, Mayer en 1815 describió un hongo en las vías aéreas de un animal, y casos de micosis en las aves fueron observados o sos-

‘pechados sucesivamente por Jaeger en 1816, Heusinger en 1826,

Theile en 1827 y Owen en 1832.

Un gran paso hacia adelante fué dado en 1837, al vislumbrar Remak el parásito del muguet y apuntar que la tiña favosa estaba constituída

por una aglomeración de hongos. Dos años después, Schoenlein ya

demostraba la naturaleza micoidea de dicha tiña, siendo acerbamente

combatido por algunos. En 1841-43, Gruby confirmaba el descu-

brimiento y describía el hongo de la mentagra, y Rousseau y Serrurier observaban un caso de micosis pulmonar en un ciervo de Bengala, y Langenbeck señalaba una seta en el escurrimiento nasal de un caballo

con muermo. En 1842 Remak ya reproducía la tiña favosa en su

propia persona, y separando al hongo, del grupo Oidium, lo llamaba Achorion schönleini.

.

Para 1842 Bennett descubrió en el esputo, cavernas, y material tuberculoso de un individuo con neumotórax, los filamentos micélicos

de un hongo. En 1845, ya Remak afirmaba que la mayor parte de

10s esputos de los tísicos contenían fibras micélicas ramificadas, y en

el mismo año Langenbeck en Alemania, y algunos años después

Libert en Francia, señalaban la existencia de una afección cripto-

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gámica producida por el microorganismo que no fué identificado hasta

1877 por Boellinger y bautizado por Harz: el actinomiceto. En 1853,

ya Robin podía publicar una “Historia natural de los vegetales parási-

tos del hombre y de los animales,” haciendo resaltar la patogenicidad de los hongos, y, por la misma época, descubría Robin, el muguet al

cual daba el nombre de O%dium albicans. En 1856, Virchow publicó

una memoria importante sobre tres casos de micosis broncopulmonar. En 1862, Tilbury Fox, autor de un celebrado tratado sobre las derma-

tosis de la India, identificaba el “querion” de Celso con la tiña ton-

surante, y Bassin redescubría la micosis fungoidea y establecía una nueva nomenclatura dermatológica fundada en la etiología parasitaria. En 1869, Wilson, el famoso dermatólogo que pasa por haber intro-

ducido la costumbre del baño diario en Inglaterra, describía el liquen plano, cuya naturaleza micoidea sólo ha sido apuntada con claridad

últimamente. En 1875, Fresenius daba con el Aspergillus jumigatus,

y una serie de trabajos por otros autores ponían de manifiesto la fre-

cuencia de una seudo-tuberculosis pulmonar en los cuidadores de

palomas y los mozos de caballeriza. Para 1881 Thinn demostraba

que el tricofito es distinto de los demás hongos. Después, las obser-

vaciones se multiplican, pero muchas veces sin contener datos sufi-

cientemente precisos.

Una efeméride notable representó el año 1892, pues Sabouraud,

reanudando los trabajos de Gruby, cuya importancia puso de relieve,

ponía de manifiesto la pluralidad de las tiñas, y ya pudo hacer una

clasificación bastante lógica en su obra de 1894 sobre las tricofitias

humanas. Poco más tarde, ya ofrecía, como remedios, primero el

talio, y después los rayos X. En 1909 Beurmann y Ramond descu-

brían una nueva micosis producida por un hongo al cual Mat’ruchet

daba el nombre de Sporotrichum beurmanni, y la pesquisa de las

esporotricosis permitía encontrar nuevas afecciones criptogámicas.

Desde entonces la literatura ha aumentado constantemente, y en su

trabajo, que repasamos ahora, los Sartory l han podido publicar una

bibliografía, principalmente francesa, de 61 fichas,2 aunque apenas

contiene literatura americana.

Los Sartory hacen notar los medios que permiten hacer un diagnós-

tico lo más exacto y rápido en el laboratorio; por ejemplo, si se trata

de las uñas, material éste infectado con suma frecuencia, son cortadas en pedacitos muy pequeños, algunos de los cuales son tratados con

potasa al 40 por ciento, calentándolos gradualmente hasta que se

ablanden. El preparado es luego cubierto, para hacerlo objeto de un

examen directo. Los otros detritus son triturados o pulverizados, para

sembrarlos en medios tales como la gelosa de Sabouraud, maltosada,

1 Sartory, A., y Sartory, R.: Progr. Méd., 1441, agto. 20, 1932.

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glucosada, líquido de Raulin, etc. Las inoculaciones pueden ser

practicadas en el cobayo, bien sobre la piel después de la escarificación,

o por vía subcutánea e intraperitoneal después de emulsionar en suero

fisiológico. Los cabellos y escamas son objeto del mismo tratamiento.

Si se trata de expectoración, no hay que contentarse con el examen directo en frotes teñidos con los métodos de Gram y de Ziehl, sino que hay que hacer siembras en medios como los de Sabouraud, caldo

malteado, etc., aunque se conozca la ácidorresistencia de algunos

elementos parasitarios, pues no hay que olvidar que hay actinomicetos

ácido y alcorresistentes. La inoculación del material patológico y de

los cultivos es también necesaria, lo mismo que los retrocultivos

partiendo de las lesiones del animal. Las biopsias son objeto, primero,

de un examen directo y de un estudio histológico en cortes teñidos,

pero sin descuidar cultivos e inoculaciones. Para el diagnóstico de

las micosis óseas, se pueden utilizar: la comprobación de la ausencia del bacilo de Koch en las lesiones; la reacción de Bordet-wassermann-

Vernes; y la histología, con fines de exclusión. La radiología, así

como la anatomía patológica, permiten a veces excluir la tuberculosis,

la sít?lis, y el cáncer. La serorreacción con la esporoaglutinación, la

fijación del complemento, y las cuti e intradermorreacciones, orientan

a veces al médico.

Entre las modernas obras sobre clasificación y diagnóstico de las

micosis, pueden mencionarse las de Vuillemin y Jacobson. La

verdadera trascendencia del asunto sólo ha sido comprendida en los

últimos años tras las investigaciones de Castellani, a partir de 1905,

sobre los hongos patógenos, y Ashford sobre el esprúo, a partir de 1908, la revelación de la múltiple etiología del pie de Madura, descrito por Kampfer en 1712 y con mayor precisión por Carter (186%1874),

sin olvidar las importantes aportaciones latinoamericanas, y más

recientemente, cuando comenzó a verse, primero en los Estados

Unidos y después en otras partes, la enorme difusión de las epidermo- fitosis de los pies.

PROFESIONALIZACIÓN DE LA SANIDAD

Hecho reconocido que, en la protección y fomento de la salud pú- blica, deben utilizarse los conocimientos derivados de muchas de las artes y ciencias, si no todas, de ahí que los higienistas no pertenezcan a una sola profesión, sino a varias; por ejemplo, el director de sanidad especialízase en esta rama partiendo de la profesión médica; la visita- dora sanitaria, de la enfermería; el ingeniero sanitario, de la ingeniería; el microbiólogo, del laboratorio; pues los datos aplicados en las medidas higiénicas, comprenden hechos aportados por las ciencias médicas,

naturales y mecánicas. Es fácil, pues, ver que la higiene, si bien sólo

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Forzosamente, por su misma naturaleza, el trabajo de toda organi- zación sanitaria tiene que ser sumamente técnico, exigiendo un persona- especializado y capaz de atender a los complejos problemas que cons-

tantemente surgen. Al crear cualquiera organización sanitaria, en

justicia al público, hay que tener constantemente presente el rendi-

miento de un servicio máximo a un costo mínimo, lo cual sólo la

utilización de un personal idóneo permite hacer debidamente.

Necesítase, pues, con urgencia una profesionalización más específica

y precisa en la rama sanitaria, pues por la misma razón que tiene que

utilizar tantos conocimientos, precisan dotes muy elevadas y una

especialización bien definida para prestar los necesarios servicios en la

forma más competente. Ha pasado ya la época en que podían aplicarse

medidas sin ton ni son en la higiene. Lo que se necesita hoy día es

aplicar procedimientos específicos a problemas específicos, pues ya

contamos con gran parte del volumen de conocimientos indispensables para ello.

Ciertos trabajos sanitarios son claramente de la incumbencia de las autoridades locales, que son las que mejor conocen las condiciones y las

necesidades de la localidad. A ellas, pues, les corresponde la obliga-

ción de impedir, más bien que cohibir, epidemias; de crear medios que sirvan de vallas permanentes contra la enfermedad; de divulgar datos que hagan comprender al público los principios que permiten realzar la higiene y la salud; de estar constantemente en guardia para que no amaguen catástrofes y, en una palabra, ser el médico de familia de la

comunidad. De ahí que la administración local de sanidad deba

contar con un personal que dedique todo su tiempo exclusivamente a

esa tarea. A fin de poder contar con el necesario personal técnico y de

poder alcanzar la eficiencia máxima, la circunscripción sanitaria debe

tener una base suficientemente amplia, o sea una población que per-

mita sufragar los gastos indispensables. El modo de hacerlo consiste

en la creación de unidades sanitarias teniendo por base un distrito dado, más bien que una mera zona urbana.

Bishop 1 ha proclamado la necesidad de establecer normas para poder

justipreciar la capacidad de cada higienista, lo cual, naturalmente,

obliga a fijar patrones y encontrar medios y modos de otorgar certi-

ficados a los aptos, pues sin ellos, el administrador sanitario se encuen-

tra perplejo al tratar de juzgar la capacidad de los individuos que se le

presenten para empleo en determinadas esferas. El problema, por

supuesto, tiene que ser objeto de detenido estudio a fin de poder llegar a una solución satisfactoria y, claro está, que no se trata de una obra que pueda ser realizada en un día, ni a la carrera.

En un trabajo reciente, Mustard y Sharp 2 afirman que un departa- mento estadual de sanidad debe hallarse en aptitud de ayudar a los

-

1 Bishop, E. L.: apud, Eealth News, eno. 2, 1933.

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departamentos locales de sanidad, ofreciendo ayuda económica,

pautas para el personal, orientación administrativa, y servicios

técnicos. La calidad del trabajo sanitario realizado mejora mucho si

sólo se emplea a personas que posean dotes elevadas. Las relaciones

administrativas establecidas deben ser claras, bien definidas, y limi-

tadas a una dependencia o sección del departamento de sanidad del

Estado. Los departamentos locales deben poder contar con servicios

técnicos de todo género, que deben ser facilitados, cuando haya

menester, por el departamento estadual.

Hecho es manifiesto que, donde más ha adelantado la higiene, es

donde tales principios han entrado a figurar en la legislación y la

práctica sanitaria.

La psitacosis en el Canadá.-Repasando el único brote de psitacosis observado en el Canad& o sea los 9 casos de la Colombia Británica en 1930, J. W. Mclntosh (Bull. Mens. Off. Int. Hvg. Pub., 970, jun., 1932) hace notar que de 28 papagayos importados de contrabando, 5 se enfermaron y 3 se murieron, y 9 personas, todas en contacto con las aves enfermas, contrajeron la psitacosis. En cada casa donde enfermara un piijaro, una o más personas contrajeron el mal, sin enfermar ninguna en las casas donde no hubo papagayos enfermos. Entre los 9 casos no hubo mortalidad, aunque 3 enfermos tuvieron que ser hospitalizados, 2 de ellos dc gravedad, y uno casi moribundo. Los papagayos se enfermaron de 6 a 8 días después de haber salido de su recinto c8ido a bordo. El período de incubación después de el contacto con un ave enferma, pareció ser de 9 a 16 días antes de la aparición del mal en estado agudo, con un promedio de 11 días. Hubo pocos indicios de contagio humano, con la escepción del novio de una joven, que jambs estuvo en contacto directo con un ave enferma, pero que visitó con ella al enfermo de una casa. La enfermedad duró de 7 a 24 días, con un promedio de 16. Puntos interesantes fueron: que en el mismo buque en que se introdujeron de contrabando estos 28 papagayos, en un viaje anterior habían traído también clandestinamente 200 de la América del Sur, todos los cuales murieron, habiendo la posibilidad de que las deyecciones de los mismos infectaran a los que les siguieron. Es posible que el t,iempo transcurrido atenuara el virus, aunque reteniendo éste cierta facultad infectante, lo cual prolongara la duración de la incubación y mermara la letalidad. Es interesante observar que en el mismo barco trajeron abiertamente una carga de papagayos, ninguno de los cuales manifestó la enfermedad, quizás por no haberse hallado expuestos a la infección.

Referências

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