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Horiz. antropol. vol.10 número22

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Academic year: 2018

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HOJAS EMBETUNADAS Y LIBROS EN PAPEL: ESCRITURA Y

MEMORIA PERSONAL EN LA ESPAÑA MODERNA

Antonio Castillo Gómez

Universidad de Alcalá – España

Resumen: En este trabajo se analizan las escrituras privadas de los siglos XVI y XVII en cuanto herramientas para el recuerdo y espacios de configuración de la memoria personal, familiar y social. Se repasan sus manifestaciones más represen-tativas y cotidianas, en particular, las diversas tipologías de libros de memoria, los libros de cuentas y las memorias propiamente dichas. En cada caso se consideran las características materiales de los distintos escritos, su contenido y las funciones que pudieron cumplir.

Palabras clave: escritura, España moderna, memoria personal, memoria social.

Abstract: In this work are analyzed the private writings of XVIth and XVIIth centuries like tools for the memory and spaces of configuration of the personal, familiar and social memory. It reviews their more representative and daily manifestations, in individual, and the different types of memory books, the account books and the memoirs. In each case are considered the material characteristics of different writings, their content and the functions that they could make.

Keywords: modern Spain, personal memory, social memory, writing.

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colectivas (Mandingorra, 2002, p. 131). Por más que muchas no hayan llegado hasta nosotros, la variedad de las escrituras producidas, y eventualmente conservadas, en el ámbito doméstico sugiere la posibilidad de que con ello se pretendiera constituir y transmitir una cierta memoria individual y familiar. Guardadas en arcas o en gavetas de escritorios, incluían, junto a documentos notariales, como testamentos y actas matrimoniales, otros testimonios de naturaleza estrictamente personal. Una ojeada al cofre de la mujer de Samuel Pepys sirve para acercarnos a algunos filones de esa memoria a la vez que nos advierte de su intrínseca fragilidad:

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Quien fuera secretario del Almirantazgo, miembro del Parlamento inglés y presidente de la Real Sociedad observó, según vemos, distintos criterios respecto a la conservación de los papeles del matrimonio. Mientras que guardó buena parte de los suyos, como los voluminosos diarios que redactó entre 1660 y 1669, hizo trizas una sustanciosa porción de los que su mujer había atesorado o escrito. Con ello pretendía levantar un muro de silencio sobre algunos avatares de la vida matrimonial procurando que su honor no se viera socavado por la soledad y la tristeza de su mujer.

Ya fuera porque se quisiera preservar algún secreto, porque no siempre se juzgara importante conservar dichos papeles o porque con ello se buscara establecer una cierta memoria de uno mismo; lo cierto es que la destrucción de las escrituras privadas revela aspectos notables del valor depositado en ellas al igual que impone algunas rémoras para su estudio, sobre todo cuando se quiere analizar la concreción material del hecho de escribir.

Contando con ello, lo que sigue es una aproximación a algunos de los contenidos y formas materiales donde se fue plasmando la memoria personal más urgente: unas veces con la inmediata necesidad de combatir transitoriamente los contratiempos del olvido; y otras con la voluntad, más o menos firme, de preservar el testimonio o de transmitir una experiencia de vida, incluso una página de historia. La indagación se queda a las puertas de otros procesos más exploratorios del yo, no exentos tampoco de alguna atención literaria, caso de las autobiografías propiamente dichas.

Tablillas, hojas embetunadas y libros en papel

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compuesto por seis tablillas de madera enceradas para consignar sus cuentas domésticas del segundo semestre de 1308 (Lejeune; Bogaert, 2003, p. 25-26).

El monje se valió de aquellas para apuntar momentáneamente las inquietudes y pecados que luego había de confesar al superior; en tanto que el rey francés utilizó un soporte muy similar para dejar memoria de otros asuntos más mundanos. En suma, dos casos coincidentes de un escritura huidiza, sin tinta, para borrar; como la que se apunta en la siguiente copla de un caballero que, para componer unos motes, se recogió a pensar y escribir (Zapata, 1959, p. 380-381):

La pluma muy bien cortada Y el papel muy bien bruñido, Y el galán muy retraído, Mucho quedará corrido Si después no dice nada. Porque suele acontecer Sobre mucho aparejar, Cuando más es menester Borrar lo escrito de ayer, Y escribir para borrar.

En su forma y uso, las mencionadas tablillas guardaban un alto parentesco con los libros, libricos o librillos de memoria empleados durante la Edad Moderna. Sobre todo con los más próximos a la definición que de esa voz propuso el Diccionario de Autoridades (1990, II, p. 400):

El librito que se suele traher en la faltriquera, cuyas hojas están embetunadas y en blanco, y en él se incluye una pluma de metal, en cuya punta se inxiere un pedazo agudo de piedra lápiz, con la qual se annota en el librillo todo aquello que no se quiere fiar a la fragilidad de la memoria; y se borra después para que vuelvan a servir las hojas, que también se suelen hacer de marfil.

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de memoria dorado” que Pasquín llevaba en la faltriquera y donde tenía escritas algunas confidencias personales: “Es vn libro de memoria, / que traigo en la faltriquera”; “Mira que es mi confessión, / no le abras, no le leas” (Calderón, 1674, f. 225-226). Adviértase, de paso, que la descripción académica recoge datos sustanciales para la reconstrucción material del objeto aludido: un soporte de formato pequeño que se podía llevar en la faltriquera, con las hojas de madera embetunadas o incluso de marfil, y acompañado de una pluma de metal con la punta de carboncillo. Así mismo, Sebastián de Covarrubias (1984, p. 798), en su definición de “memorioso”, equipara el “libro de memoria” con los “pugillares latine, vel

palimpsestus”. En suma, un producto gráfico bastante análogo a las writing tables conocidas en Inglaterra entre 1570 y 1630 (Chartier; Mowery;

Stalybrass; Wolfe, en prensa).

Dichos libros de memoria eran bastante usuales entre los cortesanos áureos, según puede constatarse por los estudios de Bouza (2003a) y Gonzalo (2004). Inventarios, documentos y fragmentos literarios referidos a ellos destilan no pocas menciones a polípticos de pizarra, guarnecidos en cuero, oro, plata, marfil o con telas preciosas, dotados de herrajes y manecillas de plata, bronce u oro, y que a veces estaban iluminados, sobre todo en las guardas de las cubiertas, amén de llevar incorporado el lápiz metálico con punta de carboncillo o alguna “piedra blanca”, barita de yeso o tiza, para escribir. Así, a principios de 1544, el joven Felipe II mandó pagar 204 maravedís al librero madrileño Juan de Medina por la encuadernación de “vn librico de memoria de piedras negras guarneçido de plata en madera y cuero negro” (AGS. CSR. Leg. 36, 1º, f. 41r.; Gonzalo, 2004). Treinta años después todavía conservaba cuatro de éstos, entre ellos uno “chiquito con cubierta de marfil y dos tachones de plata”, al que le faltaba la mano, según consta en el Catálogo de los Libros de su Mag. [Felipe II], que se

Hallaron en Poder de Serojas, fechado en marzo de 1575 (RBME,

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y un clavico de plata que la cierra” (Sánchez Cantón, 1956-1959, § 4807). José Luis Gonzalo Sánchez-Molero (2004) ha apuntado que su introducción en la corte española “estuvo claramente vinculada con un uso previo en Alemania y los Países Bajos”. Fuera de los “çinco libricos para escribir memorias, el vno dellos de hueso blanco e los otros dos de cuerno, las cubyertas estoriadas y el de hueso blanco tiene vnos escudos de las armas rreales y el otro está desenquadernado y fáltanle media qubyerta, que estaba tasado cada vno a dos rreales”, incluidos en la almoneda de Isabel la Católica (1505), llegados probablemente de Flandes y vendidos a mosén Felipe por tres reales (Torre, 1974, p. 114); dicho autor considera que pudo ser su hija, la reina Juana, quien trajera la moda a la península Ibérica. Observa que en el inventario de sus bienes, realizado en 1509, se incluyeron “dos libros de debuxar”, de los cuales “vno tenía cubiertas de marfil y el otro hera de horas de molde”, mencionados de nuevo y casi en los mismo términos en 1555; sin embargo, cuando la herencia pasa a Carlos V la descripción que se hace resulta más expresiva: “vn libro de memorias chiquito, y pluma, vn rretablillo pequeño de las ystorias de la pasión de bulto, es de marfil todo figuras y tablas, bien fecho en blanco”. A su lado habría que estimar el ejemplar de su hijo, el infante don Fernando, hermano de Carlos V, de quien se conserva, en el museo del castillo de Ambras en Tirol, un libro en forma de políptico de pizarra con anotaciones suyas, en castellano, referidas a su entorno más íntimo, datadas entre 1526 y 1530. En la cubierta ostenta, en la parte externa, su escudo como soberano de Hungría; y en la interna, vistas de una de sus residencias, probablemente el castillo de Praga, obra del artista Johann Minsinger fechada en 1529 (Opll; Rudolf, 1997, p. 51-53).

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1998, p. 446); u otro “con sus maneçillas y palillo de oro”, valorado en cuatro ducados, de Duarte de Portugal, marqués de Frechilla, registrado en su inventario de 1627 (Bouza, 2003a, p. 52; 2003b, p. 281). Incluso podría ser el caso del “librico de azabache dorado” de Ana de Salazar, esposa del mercader Juan de Ortega, que tanto podía tratarse de un credo o relicario para guardar nóminas u oraciones como de un ejemplar similar a un “librico de asentar memorias”, también suyo (Cátedra; Rojo, 2004, p. 182, 245).

Por ello que la elaboración de muchos de estos libros fuera tarea más de orfebres que de libreros. Concretamente, el relojero Juan de Serojas y el platero Manuel Correa intervinieron en el rematado del que Felipe II encargó en 1544, pues el segundo recibió 340 maravedís a cuenta de “unas manos de plata para un libro de memoria que avía guarneçido Serojas y le puso una hoja de piedra y un garfio de piedra”; mientras que dos años después hallamos al relojero enfaenado en otro “librico de memoria con tres tablas de piedra negra guarneçidas de oro por las orillas” (AGS, CSR, Leg. 36, 1º, fs. 41v. y 181v.; Gonzalo, 2004). De “lindísimo” calificó el Duque de Lerma uno de los libros de memoria que, en 1601, recibió de su tío Juan de Borja, conde de Mayalde y Ficallo, para entregarlo al rey:

Beso las manos a Vuestra Señoría por el libro de memoria que es lindísimo, y otro como el que Vuestra Señoría me dio por zierto trayo siempre conmigo, y por eso daré éste a Su Magestad. (BL. Add. 28424, f. 101v-102r; García García, 1996, p. 265).

Tales libros tampoco debían ser muy diferentes a algunos de los que se vendían en Valladolid en la segunda mitad del siglo XVI. Recuérdese que, en 1563, se podían adquirir “libros de memoria de piedra” y “libros de piedra guarnecidos” en la tienda de Pablo Estaqueres; y que, treinta años después, Miguel Navarro vendía en la suya “libros de memoria dorados”. Por supuesto también los había de hechura más modesta, designados por su tamaño, como los libros de memoria medianos y pequeños que se ofrecían en 1554 en el comercio de Fansín de Villanueva (Rojo, 1996, p. 259). Así mismo la Tassa reformada de 1628 distinguía entre los “libros de memoria blancos”, ajustados en 28 maravedís, y los “libros de memoria dorados mejores y colorados”, a real y medio cada uno (Tassa…, 1628, f. 13r.).

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Autoridades estaba representada por los polípticos de pizarra, hojas

embetunadas y papeles muy bien bruñidos donde se practicaba esa “escritura para borrar”, que decía Luis de Zapata. Abundando en la función conferida a tales librillos de memoria, Felipe III disponía de uno donde apuntaba “todas las mercedes, assí personales como generales, que Dios le avía hecho después que entró en la Monarchía”; amén de tomarlo cada día, en el retiro de la oración, para leer y repasar todos los beneficios inscritos en sus páginas, agradeciéndoselos a Dios uno por uno y sumando nuevas oraciones (García García, 1996, p. 11; Peñalosa, [s.d.]). En la tragicomedia

El Premio de la Hermosura, de Lope de Vega (1981, p. 1520-1521),

Mitelene alude a ellos cuando dice que los ojos, “como libros de memoria, / van apuntando deseos, / pretensiones amorosas, / sentimientos y esperanzas”. A su vez, Celinos, uno de los forasteros que visitan la corte de los Austrias en la obra de Liñán y Verdugo, anotaba en el suyo las informaciones más variopintas antes de trasladarlas a un soporte más duradero:

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En este punto es pertinente recuperar una observación formulada por fray José de Sigüenza a principios del siglo XVII. Al describir los fondos judíos de la biblioteca de El Escorial, menciona la existencia en ella de un “pugilar antiguo de los mismos hebreos, en que, como nosotros en el breviario o capitulario, tenían las lecciones y cosas de la Santa Escritura que se leían más frecuentemente en sus sinagogas”, aparte de emplearlo para asentar sus cosas particulares, “como nosotros en los libros que llamamos de memoria” (Sigüenza, 1988, p. 431). De nuevo, la pluralidad semántica del vocablo admite pensar tanto en un ejemplar concebido para una escritura fugaz como en otro destinado a una fijación más estable. A la postre, la misma que puede alegarse del librillo de memorias donde don Quijote había pergeñado el borrador de la carta que Sancho debía llevar a Dulcinea del Toboso. ¿De qué librillo se trataba?

Cervantes lo describe como un ejemplar “ricamente guarnecido” que don Quijote y Sancho encontraron, cabalgando por Sierra Morena, en el interior de una maleta. Iba acompañado de cuatro camisas de “delgada holanda”, es decir, de un lino muy fino, otras piezas de lienzo no menos primorosas y un montoncillo de escudos de oro. Al abrirlo para intentar desvelar la identidad del dueño, lo primero que don Quijote “halló en él, escrito como en borrador, aunque de muy buena letra, fue un soneto”. Animado por el escudero a seguir curioseando en su interior llegó a un texto en prosa que parecía una carta. “¿Carta misiva?”, le preguntó Sancho. “En el principio no parece sino de amores”, le respondió don Quijote, quien, “hojeando casi todo el libro, halló otros versos y cartas, que algunos pudo leer y otros no; pero lo que todos contenían eran quejas, lamentos, desconfianzas, sabores y sinsabores, favores y desdenes, solenizados los unos y llorados los otros” (Cervantes, 1998, I, p. 252-254).

A partir de ahí el hidalgo manchego no se separará del librillo, lo llevará consigo y lo hará propio. Donde Cardenio había anotado versos y prosas de lastimado amor, él añadirá textos varios. Sabemos que en una ocasión apuntó allí la cédula de los pollinos con la que quiso compensar a Sancho del hurto de su rucio, y en otra el citado borrador de la carta que el escudero debía entregar a Dulcinea:

Sacó el libro de memoria don Quijote y, apartándose a una parte, con

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Sancho y le dijo que se la quería leer porque la tomase de memoria, si acaso se le perdiese por el camino, porque de sus desdicha todo se podía temer. A lo cual respondió Sancho:

– Escríbala vuestra merced dos o tres veces ahí en el libro, y démele, que yo le llevaré bien guardado; porque pensar que yo la he de tomar en la memoria es disparate, que la tengo tan mala, que muchas veces se me olvida cómo me llamo. Pero, con todo eso, dígamela vuestra merced, que me holgaré mucho de oílla, que debe de ir como de molde. (Cervantes, 1998, I, p. 286).

Unos capítulos más adelante, Sancho, interrogado por su señor, confirmará que nadie le pudo trasladar la carta porque el borrador de la misma estaba en el “librillo de memoria” y éste se quedó en las manos de don Quijote:

Así es como tú dices – dijo don Quijote –, porque el librillo de memoria donde yo la escribí le hallé en mi poder a cabo de dos días de tu partida, lo cual me causó grandísima pena, por no saber lo que habías tú de hacer cuando te vieses sin carta, y creí siempre que te volvieras desde el lugar donde la echaras menos. (Cervantes, 1998, I, p. 356-357).

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181-182). Es más, hasta podría pensarse que Cervantes introduce cierta confusión al descartar como materia de la que estuviera fabricado tanto el papel como las hojas de los árboles o las tablillas de cera, tan difíciles de encontrar como el primero:

Todo irá inserto – dijo don Quijote –; y sería bueno, ya que no hay papel, que la escribiésemos, como hacían los antiguos, en hojas de árboles o en una tablillas de cera, aunque tan dificultosa será hallarse eso ahora como el papel. Más ya me ha venido a la memoria dónde será bien, y aun más que bien, escribilla, que es en el librillo de memoria que fue de Cardenio, y tú tendrás cuidado de hacerla tras-ladar en papel, de buena letra, en el primer lugar que hallares donde haya maestro de escuela de muchachos, o, si no, cualquiera sacristán te la trasladará. (Cervantes, 1998, I, p. 282).

Esta posible equiparación entre el librillo y otros soportes de escritura efímera, el carácter de borrador de algunos de los textos copiados en sus páginas o la mención de autoridad por la Academia podrían llevarnos a emparentarlo con la modalidad correspondiente a los polípticos de hojas embetunadas o cualesquiera otras superficies donde se pudiera escribir y borrar. Sin embargo, conforme se ha precisado, no debe soslayarse que la voz librillo de memoria se empleaba igualmente para designar otras prácticas de escritura más estables, efectuadas en cuadernos de papel. A este respecto, es oportuno recordar una de las definiciones que se dieron de la voz “memorias” en el Diccionario de Autoridades: “Se llama también el libro, quaderno, papel u otra cosa, en que se apunta o annota alguna cosa para tenerla presente y que no se olvide: como para escribir alguna Historia u otra cosa”.

Libros de cuenta y razón

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encuentra que aquellas páginas contenían todo un registro del afanoso laboreo de los bajos fondos sevillanos. En el recto del primer folio figuraba un único asiento bajo la rúbrica “Memoria de las cuchilladas que se han de dar esta semana”; después la “Memoria de palos”; y luego el “Memorial de agravios comunes”:

Fuese muy satisfecho el caballero, y luego Monipodio llamó a todos los ausentes y azorados. Bajaron todos, y poniéndose Monipodio en medio dellos, sacó un libro de memoria que traía en la capilla de la capa, y dióselo a Rinconete que leyes, porque él no sabía leer. Abrióle Rinconete, y en la primera hoja vio que decía:

MEMORIA DE LAS CUCHILLADAS QUE SE HAN DE DAR ESTA SEMANA

La primera, al mercader de la encrucijada: vale cincuenta escudos. Están recebidos treinta a buena cuenta. Secutor, Chiquiznaque. […]

Volvió la hoja Rinconete, y vio que en otra esta escrito: Memoria de palo. Y más abajo decía:

Al bodeguero de la Alfalfa, doce palos de mayor cuantía a escudo cada uno. Están dados en buena cuenta ocho. El término, seis días. Secutor, Maniferro.

[…]

– Pues pasad más adelante – dijo Monipodio –, y mirad donde dice: Memorial de agravios comunes.

Pasó adelante Rinconete, y en otra hoja halló escrito:

Memorial de agravios comunes, conviene a saber: redomazos, untos de miera, clavazón de sambenitos y cuernos, matracas, espantos, alborotos y cuchilladas fingidas, publicación de nibelos, etcétera. (Cervantes, 1992, p. 235-236).

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en cada momento se pudiera conocer el estado de las cuchilladas, palos o agravios, pendientes o ya ejecutados. De vuelta a El Quijote, en éste hallamos referencia a otro de parecido calibre, aquel donde Dorotea llevaba la administración de la hacienda paterna, labradores ricos en Andalucía:

Y del mismo modo que yo era señora de sus ánimos, ansí lo era de su hacienda: por mí se recebían y despedían los criados; la razón y cuenta de lo que se sembraba y cogía pasaba por mi mano, los molinos de aceite, los lugares del vino, el número del ganado mayor y menor, el de las colmenas; finalmente, de todo aquello que un tan rico labrador como mi padre puede tener y tiene, tenía yo la cuenta y era la mayordoma y señora, con tanta solicitud mía y con tanto gusto suyo, que buenamente no acertaré a encarecerlo. (Cervantes, 1998, I, p. 321-322).

Tales testimonios exhiben el eco literario alcanzado por estos libros cuyo contenido podía transitar entre las anotaciones que no se querían dejar al albur de la memoria y aquellos productos más pensados para el asiento de las cuentas, de los recuerdos personales y de familia o, incluso, de otros de alcance más social. Volviendo ahora a la documentación coetánea, basta con echar un vistazo a los inventarios notariales para confirmar su amplia presencia en el ámbito privado. Por mencionar algunos testimonios, podríamos pensar en el “libre de recort scrit de mà” del mercader Simón Godinella (1549), en el “libre de comptes scrita de mà” del doncel Melcior Felisses (1595) o en los “dos libres en paper cuberts de pergamí de comptes y memòries” del cerero Francesc Juliol (1550), todos ellos de Barcelona (Peña, 1996, p. 127-128). Así como en los testimonios aragoneses relativos a un ejemplar “con cubiertas de pergamino del año 1654, que comienza ‘memoria de las deudas que deben en la botiga’”, a otro también encuadernado en pergamino “que comienza ‘Jesús, María, Joseph: lista de las personas que deben en esta’ y acaba con un quaderno cosido al rebés con estas palabras ‘ajustóse en 14 de junio de 1683’” o, por no citar más, a un tercero “intitulado ‘de Memoriis’ del año mil seyscientos quarenta y quatro” (Navarro, 2003, p. 810-811).

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estampas y los pliegos de cordel.

“memoria”. Es cierto que ésta, cuando se refiere a tal suerte de libros, no entrañaba necesariamente una escritura de índole autobiográfica (Peña, 1996, p. 144); pero sin que por ello debamos desestimarlos como elaboraciones culturales de una determinada mirada de sí (Amelang, 1998, p. 22-51). Indudablemente, dicha expresión alude, sobre todo, a un tipo de libro, también llamado de razón, en el que la persona, mayormente un administrador o un comerciante, “escribe todo lo que recauda y gasta para darse cuenta y razón a sí mismo de todos sus negocios” (Foisil, 1991, p. 332).

Fue, en efecto, la necesidad de registrar los cobros y los pagos o el nombre de los deudores y acreedores, conforme se hizo constar en la cubierta de alguno de los libri di famiglia medievales, lo que desencadenó una cierta extensión social de la capacidad de escribir y la difusión de estos productos, especialmente desde mediados del siglo XIV (Allegrezza, 1991; Castillo, 2002b, p. 198-203). Aunque sus principales usuarios fueron los artesanos y mercaderes, también los utilizaron hacendados y campesinos acomodados. Del repertorio bajomedieval, el libro de ricordi de los campesinos toscanos Meo y Benedetto del Massarizia y varios livres de

raison franceses o provenzales son muestra clara de su extensión en el

mundo rural. Entrando en la Edad Moderna, no debe perderse de vista la notable nómina catalana, donde está atestiguada su presencia en 22 familias de payeses durante los siglos XVI y XVII, al igual que otros ejemplares pertenecientes a granjeros ingleses y de los Países Bajos (Balestracci, 1984; Franceschini, 1990; Klapisch-Zuber, 1991; Tricard, 1988; Slicher van Bath, 1962; Stoklund, 1980; Torres, 2000).

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A diferencia de los librillos de memoria ricamente guarnecidos, esta otra modalidad tenía una hechura mucho más corriente. Lo atestiguan tanto los ejemplares conservados como determinadas descripciones notariales especialmente clarificadoras:

Yten paresçe por vn libro de quarto de pliego que <e>stá escripto de la mano del dicho liçençiado Alonso de Deça, que aya gloria, en que dize por él en çiertos capítulos que <e>stán escriptos en çinco hojas e rubricadas del dicho señor contador, en que por ella paresçe que prestó el dicho liçençiado Alonso de Deça al dicho Lope de Deça çiertos maravedís, e que ansimismo cobró por él, e ansimismo paresçe en la quenta que se hiço ante Castro, e de lo mismo que está en estas çinco hojas, e porque no está feneçido en la dicha quenta antel dicho Castro e de lo cargamos e hazemos cargo dello aquí en la manera siguiente:

– Paresçe por el dicho libro que le prestó en el primero capítulo dél, quinze mill maravedís para pagar a la madre de Teresa López, muger que fue de Baldomero; no dize en que día ni mes ni año […]. (Castillo, 1997, p. 307).

Escritos en vulgar eran, por lo común, libros de pequeño formato, normalmente entre octavo y cuarto, compuestos por varios cuadernillos de papel y encuadernados a lo sumo con una pieza de pergamino, extraída a veces de la página de algún libro, como si con ello se quisiera dotarlos de mayor consistencia y preservar mejor el texto. Puede verse en esto una voluntad de memoria sugerida igualmente por las rúbricas empleadas en la denominación de estos productos – memoria, ricordi, ricordanze – y por las fórmulas invocadas para introducir la toma de la escritura: entre otras, “Sia a mi memoria” o “Memòria sia a mi”, empleadas respectivamente en los libros del notario Françesc Ferrando y de Miquel Ferrer (Mandingorra, 2002, p. 134).

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de allegarnos al Siglo de Oro, tal modalidad fue la empleada por los campesinos Meo y Benedetto del Massarizia, padre e hijo, en sus dos libritos de cuentas. En sus páginas no encontramos la huella escrita de sus analfabetos propietarios, pero sí la de un amplio ramillete de compaisanos que trataron con ellos (Balestracci, 1984). El mismo procedimiento fue adoptado en la elaboración del librillo de cuentas de la tendera romana Magdalena, cuyos 102 registros fueron anotados por los respectivos deudores y acreedores o por sus dependientes y representantes (Petrucci, 1978).

De similar factura pero redactados por sus titulares son, entre otros, los ejemplares de los estudiantes salmantinos Gaspar Ramos Ortíz y el italiano Girolamo da Sommaia. Al primero corresponde un libro-diario donde llevó su cuenta personal de gastos mientras estuvo dicha Universidad entre 1568 y 1569), como él mismo se encarga de advertir al comienzo: “En este libro está la raçón de los mrs. que yo Gaspar Ortiz, hijo legítimo de los muy mgcos. mis señores padres Balthasar Ramos Ortiz y Catalina Álvarez su muger que aya gloria, voy gastando y pagando en esta Universidad de Salamanca”, siendo su contenido justamente ese (Rodríguez-San Pedro, 1999, p. 33). Algo similar es el “diario” compuesto por Girolamo entre enero de 1603 y julio de 1607, si bien los volúmenes que lo integran merecen algunas apreciaciones. Al inaugurar el primero, su titular se refiere a él como “libellus rationarium”, y, en efecto, su tenor y estructura son típicos de los libros de cuenta y razón; mientras que el segundo, llamado “libro ad formam Ephimerides seu Diarij”, combina las notas de ese tipo con otras sin cargo monetario referidas a sus actividades estudiantiles y sociales (visitas, lecturas, correspondencias cursadas, sermones escuchados, actos universitarios, etc.), aproximándose más a la forma textual del diario personal (Sommaia, 1977).

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lo atestigua el ejemplar contemporáneo intitulado Libro de la señora doña

María de Mendoza, siendo ésta la hermana de Íñigo López de Mendoza,

marqués de Mondéjar. Este manuscrito contiene una serie de recibos, fechados entre 1575 y 1581, relativos a la administración de los bienes de dicha dama; y otros, datados entre 1583 y 1602, correspondientes a los pagos y censos de su sobrina Catalina, hija natural del citado Marqués, criada con su tía, vecinas ambas de Alcalá de Henares (AHN, Clero, Jesuitas, Leg. 36, núm. 11). Como en otros casos similares, el libro y su transmisión familiar pueden tomarse como una manera de organizar, establecer y legar tanto el patrimonio como la memoria del grupo.

El libro en cuestión está compuesto por seis cuadernillos de tamaño cuarto, encuadernado con un folio de pergamino extraído de un códice medieval, seguramente de una obra litúrgica o de un cantoral, y debidamente anudado (Cortés, 1998, p. 403-404). En su interior se fueron cosiendo los recibos que conforman la memoria económica de estas mujeres de la nobleza castellana sin que en ello mediara criterio cronológico alguno. De hecho, el libro se abre con un recibí de 1584 suscrito por Juan de Garay, mayordomo del Colegio de san Ildefonso de Alcalá de Henares, relativo a las gallinas que Catalina de Mendoza había satisfecho del censo que debía pagar por Navidad; mientras que poco más adelante figura otro, datado a 23 de julio de 1575, acreditando el abono de uno de los plazos del censo perpetuo contraído por María de Mendoza con el concejo de la villa. Sólo en algunas páginas encabezadas por el nombre de la persona beneficiaria de los pagos se aprecia un principio de organización más racional.

Éste, sin embargo, resulta más evidente en aquellos libros de cuentas y memorias que dispusieron de algún sistema clasificatorio, como un abecedario previo remitiendo al folio donde se extiende el asiento del gasto o asunto aludido. Este dato se comenta, por ejemplo, de esa “graciosa cosa” que llevaba consigo la conocida alcahueta Margaritona cuando la prendieron; a la sazón, un “libro de pliego entero” que, de haber existido, representaría una interesante variedad de esta familia de librillos:

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zurcidoras de honras tan bien como de paños desgarrados. (Barrionuevo, I, 1968, 6-IX-1656).

Por lo que se intuye podía tratarse de un libro muy semejante al que Cervantes atribuye a Monipodio y Antonio de Solís a otro rufián no menos famoso, el doctor Carlino. En un momento de la segunda jornada de la comedia, éste sale a escena con uno en la mano y dispuesto a repasar los negocios en los que andaba metido, que eran más o menos del siguiente aspecto: “Calle Mayor, casamiento, cien escudos de contado, mil si se acierta; recado de atrevido pensamiento” (Solís, 1951, p. 47-48). El de Margaritona tenía una doble peculiaridad: por una parte, los “retratos”, como si fuera una suerte de álbum de meretrices; y por otra, el abecedario empleado para ordenar la información recogida. Es la misma característica que debía reunir el libro de memorias del presbítero Pere Guanser, que “comensa any 1566 ab un abecedari”, según se encargó de reflejar el notario que inventarió sus bienes (Peña, 1996, p. 128).

Fuera de toda hipótesis, la inclusión del índice alfabético es precisamente uno de los rasgos que presenta el libro donde el mercader zaragozano Felipe Los Clavos registró sus cuentas de 1588 a 1647 (ADPZ, Ms. 623). En éste, por ejemplo, la rúbrica dedicada a la letra “m” se abre con el asiento “Mygel de Fillera, beçino de Yjea de los Caballeros, en folio 8”, y, efectivamente, dicho folio contiene detallada la “memoria de lo que yo e gastado por Miguel de Fillera, natural de la bila de Exea de los Caualeros”. Aunque no siempre se siguiera un mismo criterio de alfabetización, pues tanto podía valer un nombre de persona como la materia objeto del asiento o la palabra que encabezara éste, su sola incorporación expresa una cierta racionalización del registro escrito con el fin de allanar la búsqueda de información, en suma, de servirse del libro como soporte de la memoria económica y a veces personal.

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luego su contenido pudiera incorporar datos referidos a los años previos y posteriores. Sucede así en el Llibre del ofisi de molines de vent de la Seva

als 23 agost, any 1691 (bnm, Mss. 18347), un ejemplar de tamaño cuarto,

en papel y guarnecido con pergamino, en el que figuran registros tanto anteriores a la fecha señalada en la cubierta como las cuentas correspondientes a Jaume Bover, titular del cargo, entre 1690 y 1717.

Memoria familiar versus crónica social

Volviendo al libro de cuentas de Felipe Los Clavos, es de notar ahora el contenido de ciertas entradas relativas a la letra “m” del índice. Amén de la cuenta de Miguel de Fillera, se introducen dos apuntes de defunción del siguiente tenor:

murió mi suegra, questé con los ánjeles, martes a dos días del mes de junio del año de nuestro señor Jesuchristo de mil y seisçientos y quatro.

murió aquella santa de mi fija, Agostina Los Clabos, que goçe para sienpre con todos los santos en la gloria, amén, lunes a doçe de julio del año de nuestro señor Jesuchristo de mil y seisçientos y quatro. (ADPZ, Ms. 623, f. 13r.).

La instrumentación del objeto como espacio de configuración familiar tiene su mayor demostración en los libros de familia, donde la escritura se sucede de unas generaciones a otras conformando la genealogía y la memoria del grupo (Cicchetti; Mordenti, 1985; Mordenti, 2001). Incluso, llegado el caso, con cierta voluntad instructiva y ejemplar, como la que expuso el cronista y doctor en derecho Jeroni Pujades en el prefacio de su dietario:

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futuro. (Simon, 1991, p. 21).

Procurando “poder contar y hacer saber” cuanto pasaba en su tiempo, el pelaire Gaspar Gasset no perdió la oportunidad de hacer constar en su libro de memorias el embarque del emperador Carlos V o los fastos relativos a la celebración del Corpus en Valencia en 1544; mientras que en la continuación a cargo de su hijo Josep predominan las anotaciones de índole familiar: nacimientos, matrimonios y defunciones. A su vez, Miquel Ferrer destinó algunas páginas del suyo a dar memoria de las fiestas celebradas en Valencia en julio de 1622 por la canonización de varios santos (Mandingorra, 2002, p. 135-137).

Un caso bien significativo es el que nos ofrece el “diario” del payés Joan Guàrdia, campesino hacendado de Santa María de Corcó (l’Esquirol), completado con algunos apuntes de su hijo Antoni Joan. Si observamos su comienzo, comprobamos que, tras hacerse con un “llibre de paper blanch”, el autor se dispone a dejar memoria de sus “comtas” y “negosis” a partir del primero de diciembre de 1631. Al comienzo, todo apunta hacia un típico libro de cuentas, máxime considerando que los folios iniciales contienen una serie de anotaciones de tal cariz fechadas entre ese día y el 2 de noviembre de 1639. A continuación, sin embargo, se consignan el natalicio de seis hijos, comenzando por el de Ana María Petronila, y la firma de las capitulaciones matrimoniales de su hermano. Prosiguen los registros de cuentas, salpicados con algún asiento de tono distinto – como el relativo a la muerte de su boyero Joan Riera y determinados ejercicios de álgebra de Antoni Joan, su hijo –, hasta que en el recto del folio 27 se incorpora el pormenorizado relato de una “cosa miracolosa del que s’à socseït aquest any de 1687 en aquest lloch de l’Asquirol”, a saber, “l’aspant que la gent an tingut de una plaga de llagostas” (Pladevall; Simon, 1986, p. 54-56).

Aunque las “comtas y negosis” vuelvan alguna que otra vez, lo que sigue es un diario más volcado en la memoria colectiva. Se da cuenta de los hechos más significativos de cada año, los avatares históricos, las pestes y hambrunas, las celebraciones festivas, el paso de un cometa y, señaladamente, el desarrollo de la guerra de los segadores. Aparte de ciertos desastres familiares, como la muerte de varios cuñados, la suegra, la hermana o algunos de sus hijos.

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como de la voluntad de trascendencia depositada en la primera. En algunos escritos personales dicho salto se explicita más claramente en la intitulación del texto, sobre todo cuando incorporan términos como “memorias”, “noticias” o “relación”. En tal sentido pueden considerarse, entre otras, las

Memòrias per a Sempre (1551-1573) del caballero Perot de Vilanova

(Simon, 1991); los dos volúmenes manuscritos, De Molts Sucessos que han

Succeït dins Barcelona i en Molts Altres Llochs de Catalunya Dignes de Memòria (1626-1660), del zurrador barcelonés Miquel Parets (BUB, Mss.

224-225); las Notícies de València i son Regne (s. XVII) de mosén Joaquim Aierdi (1999); las Coses Evengudes en la Ciutat i Regne de

València (1589-1628) de mosén Pero Joan Porcar (1934); o el “diario” de

Antonio Moreno de la Torre, merino mayor de la ciudad de Zamora, escrito entre 1673 y 1679 (AHPZ, Fondo Moreno de la Torre, Leg. 1).

Todos ellos, y otros más que se podrían agregar, reflejan una actividad memorialista volcada en la crónica social (García Cárcel, 1993; Escartí, 1998). Normalmente la narración se nutre de cuanto el autor ha visto o sabido; pero también es usual que se enriquezca y contraste con el argumento que aportan cartas, relaciones y otra suerte de materiales documentales que se suelen alegar, copiar o resumir. Por ello que muchas de estas memorias sean el vivo espejo de una práctica de escritura sensiblemente más rica y elaborada, en la que también son claros los vínculos entre los actos de escribir y de leer (Castillo, 2004, p. 32-33). A propósito de este asunto, Antonio Moreno de la Torre se sirvió de los panfletos, la literatura de cordel y la poesía callejera en su crónica zamorana; mosén Joaquim Aierdi, de relaciones de sucesos, en la suya de Valencia y su reino; y el presbítero Gregorio Martín de Güijo (1952, p. 128), secretario de la Iglesia metropolitana de México, de algunos escritos probatorios como el edicto de la devoción a la Virgen del Rosario.

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destacar los hechos y materias recogidos, aparte de otras donde queda constancia de la lectura y revisión del manuscrito.

Un procedimiento análogo es el que puede observarse en las Memòrias

per a Sempre de Perot de Vilanova. De un lado, debe destacarse que, al

tiempo de redactarlas, el autor se valió de diversos materiales, particularmente documentos coetáneos. De otro, el texto de Perot de Vilanova se divide, hasta un cierto punto, en parágrafos numerados, introducidos por la fórmula “Not” (Notum), de procedencia notarial. La racionalización del escrito se completa con la inserción de notas marginales alusivas al contenido.

La segmentación del discurso y su representación en unidades menores perfectamente marcadas y nombradas es una característica que también constatamos en otras memorias de personas habituadas a escribir, ya sean las de Frederic Despalau (Simon, 1991); el libro de memorias (1572-1602) de Jeroni Saconomina, ciudadano de Gerona, donde “estan asentades algunes jornades y notas de cosas que an per mi pasades y tanbé del temps que jo hera diputat del real de Catalunya, y tanbé parla de jornades que alguns parens y estranys són nats y morts y tanbé de alguns casamens que·s són fets de persones, parentes y estranyes, y tanbé parle d’altres coses molt difarens” (Simon, 1991, p. 189); o las de Miquel Parets. En éstas, puede notarse la cuidada cursiva usual en la que escribe, signo claro de un hábito que se materializa en la significativa extensión de las mismas. Igualmente debe reseñarse la importante organización del texto, de la que dan cuenta tanto las múltiples divisiones y rótulos internos, como las llamadas marginales al contenido o las letras capitulares empleadas para realzar distintos comienzos. Incluso cuando transcribe algún documento oficial en apoyo de sus recuerdos, trata de hacerlo reproduciendo su disposición gráfica. Miquel Parets, en suma, manifiesta, en todo momento, una elevada competencia escrituraria.

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incorrecciones ortográficas o en la general falta de puntuación.

Más allá de los pormenores gráficos, esta clase de textos evidencian una escritura girada hacia el futuro y planteada en términos claramente testimoniales; esto es, como si sus autores estuvieran pensando en la historia, según dijo Ignasi Terradas. Señala este autor, tratando de las memorias de las masías catalanas, que, de algún modo, el mayorazgo se sentía atraído por el conocimiento histórico y acostumbraba a hablar del presente con un lenguaje del pasado, siendo desde esa perspectiva desde la que “las grandes pérdidas, las guerras, las hambrunas, los desastres, las muertes, etc., eran vividas en el presente como si fuesen ya un recuerdo. Como historia” (Terradas, 1984, p. 335). A fin de cuentas casi lo mismo que vino a decir Jeroni de Capmany en el prólogo a la crónica gerundense del noble Jeroni de Real:

para que en el futuro algunos de esta ciudad se puedan valer y tomar ejemplo de lo que en ella se contó, esto es, de muchas cosas dignas de toda estimación y memoria que han pasado a lo largo del tiempo. (Simon, 1991, p. 22).

Cosas dignas de toda estimación y memoria que alcanzaron su objetivo al ser desparramadas sobre páginas de papel en blanco mediante el fértil concurso de la escritura. Mientras que hubo quienes no alcanzaron a redactar nada más que algún cuadernillo; otros dispusieron de la condición necesaria para transmitir un testimonio más amplio y hasta elaborado, incluso con la posibilidad de repartirlo en diversos objetos-memoria:

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desposorios, muertes, la llegada de buenas o malas noticias; el cambio de los principales criados; materias semejantes. (Montaigne, 1985, I, p. 287).

Antigua costumbre, añade Montaigne, que “deberíamos desenterrar, cada cual a su modo”, al tiempo que se llamaba necio “por no haberlo hecho”. Cuando escribe estas palabras está pensando en el diario que no llegó a escribir, pues su lacónico Efemérides de Beauther apenas si merecería tal categoría. Samuel Pepys lo hizo con más propiedad, mientras que otras muchas personas, notables y gente común, puede que exploraran esa vía a través de los libros de cuentas, libros de familia y memorias, considerados en estas páginas, testigos de una escritura híbrida donde aquel habría tenido su origen (Castillo, 2001, p. 821-829).

Abreviaturas

ADPZ – Archivo de la Diputación Provincial de Zaragoza AHN – Archivo Histórico Nacional

AHPZ – Archivo Histórico Provincial de Zamora BL – British Library

BNM – Biblioteca Nacional de Madrid BUB – Biblioteca Universitaria de Barcelona

RBME – Real Biblioteca del Monasterio de El Escorial

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