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EDITORIALES

COMPLÉTASE LA RATIFICACIÓN DEL C6DIGO SANITARIO PANAMERICANO

Con fecha 25 de septiembre de 1935 la Oficina ha recibido noticias de que, cumplidos ya los últimos trámites, ha sido ratificado definitivamente por la República Argentina el Código Sanitario Panamericano. Com- plétase así la lista de los países que han dado formalmente su voto de aprobación a una de las proezas más notables de la sanidad y la política americanas.l

Tan señalada ocasión, que une con un nuevo lazo a Ias democracias del Nuevo Mundo, se presta para algunos comentarios. Es éste el primer tratado interamericano ratificado por todas las Repúblicas Americanas, y el primer convenio sanitario, y quizás el primero mundial, que haya recibido esa consagración después de madura consideración de parte de los firmantes.

Buscando un sistema de coordinación y cooperación conforme al espfritu de confraternidad que debe regir en todas las naciones, y en particular en aquellas, como las del Nuevo Mundo, unidas por vfnculos históricos y geográficos, así como por la semejanza de sus instituciones polfticas, las Repúblicas de este hemisferio han tratado, en forma más general desde 1889, de llegar a acuerdos, inspirados en principios cient%cos, y revistiendo la fuerza y alcance de tratados internacionales, en uno de los campos más importantes para el hombre, o sea la sanidad.

En el invierno de 1901-02, la II Conferencia Internacional Americana ya aprobó en México la creación de organismos panamericanos, como las Conferencias Sanitarias y la Oficina Sanitaria Panamericana, que pasaron al terreno de la realidad al celebrarse en octubre de 1902 en W&hington la Primera Conferencia Sanitaria Internacional de las Repúblicas Americanas. Un acuerdo aprobado en ésta modificóradical- mente los reglamentos cuarentenarios, a fin de conformarlos a las doc- trinas de Finlay sobre la transmisión de la fiebre amarilla, que acababa de confirmar tan brillantemente la Comisión encabezada por Reed. La Convención Sanitaria de Wáshington (en verdad el primer Código Sanitario Panamericano), firmada en la II Conferencia Sanitaria en 1905, fué mucho más allá, y acaso constituya el mayor paso hacia adelante dado en más de un siglo en los procedimientos internacionales de cuarentena, pues formuló reglamentos no tan sólo con respecto a la fiebre amarilla, sino a otras enfermedades transmisibles, limitando las

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restricciones que los paises signatarios se comprometieron a no traspasar en su aplicación al comercio internacional.

Más estrechas y continuas cada día las relaciones entre los pueblos, debido a los modernos medios de comunicación, y más completos también nuestros conocimientos de ciertas dolencias, pareció conveniente y hasta necesario poner al día la serie de preceptos contenidos en la Convención de Wáshington, facilitando de ese modo, por un lado, las relaciones comerciales y los viajes, y por otro, resguardando a las naciones contra la invasión de ciertas enfermedades peligrosas. Así lo hicieron en una conferencia memorable las Repúblicas del Hemisferio Occidental, al firmar en la Habana en 1924 el Código Sanitario Panamericano.

El Código, ya aceptado por las 21 Repúblicas de América, encuadra dentro de las tendencias cientificas de la sanidad contemporánea y expresa conclusiones fundamentales basadas en la experiencia respaldada por la ciencia, ofreciendo así la solución de una multitud de problemas que a todos los paises americanos interesan. Obra de fndole puramente cientffica e higiénica, el Código redunda en beneficio de todos los pafses signatarios, mejorando las relaciones internacionales, que aun en lo relativo a la sanidad, pueden sufrir, de faltar pautas idénticas y sabias para resolver pronta y equitativamente los problemas que surjan,

En lo tocante al comercio, en particular, dicho tratado reviste incalcu- lable importancia, ya que todo rechazo o prolongada detención de las exportaciones de un pafs en donde reine una enfermedad cuarentenable ocasiona naturalmente disputas, roces y hasta enemistad. La carac- teristica más notable del Código consiste en su aplicabilidad práctica, pues sus redactores no trataron de confeccionar un estatuto teórica- mente ideal, sino que, actuando como higienistas experimentados, se guiaron por las disposiciones dictadas por la lógica y la sensatez, sin ir más allá de lo posible.

Anticipándose, como exige la profilaxis, a la propagación de las enfermedades peligrosas susceptibles de transmisión por contagio, los varios articulos prudentemente redactados, consignan y aconsejan las medidas más eficientes con el objeto de impedir la introducción y difusión de las pestilencias en los territorios de todos los Gobiernos signatarios; uniforman las estadfsticas relativas a morbilidad y mortalidad; fomentan el intercambio de informaciones útiles para mejorar la salud pública y combatir las dolencias humanas; y exponen por fin las medidas a emplear en los puertos y las fronteras, a fin de obtener mayor protección contra las afecciones transmisibles, y eliminar a la vez todo innecesario obstá- culo al comercio y las comunicaciones internacionales.

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LA ALIMENTACI6N Y EL DESARROLLO DEL INDIVIDUO Y LA RAZA

En un trabajo reciente, Gauducheaul ha apuntado que la consecuencia biológica más importante de la evolución actual de los hábitos alimenti- cios, consistirá en la modificación del carácter de las generaciones futuras, basándose para ello en ciertas observaciones y experiencias, y en las mismas ideas abunda el discurso pronunciado recientemente por McLesterz ante la reunión conjunta de las Asociaciones Médicas de Estados Unidos y Canadá.

Es un hecho notorio que los pueblos más emprendedores y enérgicos son los que consumen mucha carne y leche, mientras que los consumi- dores de arroz, como los chinos y los hindús, que comen poca carne y lacticinios, muestran una resignación asombrosa. La observación qui- zás más notable sobre ese punto, y también la más citada, es la de Liebig, quien percibió que el oso del museo de Giesen se mostraba dócil y manso mientras que se .le suministraba pan y legumbres, pero que a los pocos dias de recibir un régimen animal se volvía peligroso. Liebig agrega que podía exaltarse la irritabilidad de los cerdos haciéndoles consumir carne.

McCollum y Simond en los Estados Unidos, y Mann en Inglaterra, en dos grupos de niños pobres de las escuelas constataron: primero, que la adición de mantequilla o de crema al régimen habitual hacia aumentar el peso, pero no aceleraba el crecimiento del esqueleto; y segundo que la adición de un poco de leche descremada hacía aumentar la talla y provocaba excitación general, de modo que los niños que consumían esa pequeña cantidad de leche, además de la alimentación general, se mostraban m& despiertos y activos que los otros.

No hay más que comparar la animación que se observa en el momento de la salida de las clases, por ejemplo, en los medios obreros o campesinos, y en los barrios ricos, para observar diferencias sensibles. Si se corre- laciona luego esa observación con el régimen consumido por unos y otros’, quizás se descubra una notable coincidencia entre la riqueza de la alimentación en principios de origen animal y la turbulencia infantil. Para Gauducheau, ciertos cambios observados en el carácter francés se relacionan con alteraciones en la alimentación. Considera también probable que si los consumidores actuales de arroz, como los chinos, annamitas e hindús, se proveen en abundancia algún día de carne, lacticinios, alimentos fermentados, alcohol, etc., su apatía se convertirá en vivacidad y su carácter se aproximará al europeo.

El hombre es el fruto no sólo de la herencia y del clima, sino también de diversos artificios, buenos y malos, que ha creado él mismo, y de los cuales se beneficia o se perjudica, y esa técnica no ha cesado de desa-

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rrollarse. Es sabido que la aplicación de dichos artificios incluso ali- mentación, a los animales, ha convertido a algunos de éstos de salvajes en domésticos. Si bien es verdad que en cada pueblo existe teórica- mente en general equilibrio entre el habitual régimen alimenticio y las necesidades nutritivas de los individuos, también es un hecho que recientes investigaciones han puesto de manifiesto la frecuencia de tras- tornos debidos a desequilibrio alimenticio, cuya existencia sólo se sos- pecha después que dicho trastorno alcanza gravedad inminente.

El asunto todavía entraña demasiadas incógnitas para que se pueda llegar a conclusiones definitivas; sin embargo, parece bien recordar que la alimentación, cuyo papel es nutrir nuestros órganos, el cerebro inclu- sive, ejerce un influjo marcado sobre la formación y el funcionamiento intelectual, y que la evolución histórica de las costumbres alimenticias no ha dejado de hacer sentir su efecto sobre el desarrollo de las carac- terfsticas psfquicas de los individuos y las razas.

En el pasado, advierte McLester, la ciencia ya ha otorgado a los pueblos que aprovecharon los nuevos conocimientos de las enfermedades infecciosas mejor salud, y una vida media más larga. En el futuro, promete a las razas que aprovechen los nuevos conocimientos de la nutrición una estatura mayor, más vigor, longevidad más prolongada, y una cultura superior. Dentro de ciertos límites, el hombre ya rige su propio destino, mientras que antaño tenía que obedecer la dura mano de los hados.

Los filósofos y los higienistas harían bien en estudiar ese problema complejo, para tratar de esclarecer el bien o mal que pueden derivarse de los actuales hábitos dietéticos, y para facilitar así a los gobiernos datos prácticos que permitan encarrilar la civilización de acuerdo con los principios de la higiene.

Médicos de Costa Rica.-La Revista Médica (agto. 1935) publica una n6mina de los médicos registrados en la Facultad de Medicina de Costa Rica, compren- diendo 141 para una población de alrededor de 530,000 habitantes, 68 de ellos con residencia en San José (56,900 habitantes), o sean proporciones approximadas de uno por cada4,OOO y uno por cada800 habitantes, respectivamente.

Referências

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