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Violencia, Poder y Conflicto: los límites del Derecho

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Academic year: 2021

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VIOLENCIA, PODER Y CONFLICTO: LOS LÍMITES

DEL DERECHO

Arturo Santillana Andraca1

RESUMEN: El presente artículo pretende problematizar la relación

paradójica existente entre la violencia y el Derecho, así como los efectos que este vínculo problemático tiene en cantidad de ciudadanos del mundo que han fincado sus expectativas de cambio, mejoramiento y desarrollo en la eclosión de un lenguaje de los derechos, que no obstante, continúa atrapado en las correlaciones de fuerza inmersas en las instituciones del Estado, a fin de paliar los efectos de un mercado cada vez más inequitativo.

PALABRAS CLAVE: Violencia, poder, conflicto, derecho.

ABSTRACT: This paper aims to problematize the paradoxical relationship

between violence and law, as well as the effects that this problematic link has on the number of citizens of the world who have fulfilled their expectations of change, improvement and development in the emergence of a language of rights, which nevertheless remains trapped in the correlations of force immersed in state institutions, in order to alleviate the effects of an increasingly unequal market.

KEYWORDS: Violence, Power, Conflict, Law.

Quiero comenzar poniendo sobre la mesa dos advertencias sobre las siguientes líneas:

1. Si bien constantemente he merodeado lecturas y reflexiones en torno al derecho, ello ha sido fundamentalmente desde la órbita de la filosofía

1 Doctor en Filosofía. Profesor Investigador en Universidad Autónoma de la Ciudad de

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21 política. Por ejemplo, ¿qué relación guarda el derecho con el orden social y político, con la forma que puede adquirir tal o cual régimen político, con las maneras de legitimar el ejercicio de poder o en su caso de administrar la violencia? Es decir, me interesa el derecho, en la medida que se relaciona con la explicación de fenómenos políticos. El derecho como disciplina, cobra relevancia, hasta el momento que se le requiere para mantener un orden político, impartir justicia, legislar, proteger a la población. He de confesar, por tanto, que no me considero especialista en filosofía del derecho. De cualquier manera no pretendo descubrir el agua tibia.

2. La noción de derecho o derechos, parte siempre de un horizonte social. “El derecho a tener derechos” como reclamaba Hannah Arendt, siempre supone a más de una persona, frente a la cual se reclamen dichos derechos. En este sentido, la idea misma del derecho apela a una cierta expectativa de universalización. No obstante, las reflexiones que expongo a continuación, parten de un horizonte histórico, cultural e identitario que lejos de ser universal, se encuentra anclado a mi estrecho mundo de la vida. Esto lo comento porque cantidad de veces que he discutido alrededor de estos temas, se ha objetado a mi escepticismo sobre el futuro de la democracia y los derechos, el tomar como referencia de mis argumentos la realidad concreta, cuando se trata de un nivel de discusión normativo. Por supuesto que no dudo que existan cantidad de sociedades imaginarias o factibles en las que el derecho tenga una fuerza vinculante más firme e intensa de la que encontramos en México, sin embargo, prefiero reflexionar desde mis vivencias con el derecho, más que situarme en un nivel meramente deontológico.

I.

Hablar del derecho, se puede hacer desde cantidad de pensadores y escuelas de pensamiento. La literatura que hay a su derredor es hasta cierto

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punto inconmensurable y por tanto el punto de partida de la reflexión, siempre resultará un tanto arbitrario. En lo personal considero a Kant, un filósofo que me hace sentir cómodo, para tomarlo como punto de partida, en tanto piensa al derecho en un ambiente francamente moderno y porque cantidad de reflexiones también modernas y contemporáneas parten de él. ¿Cómo define Kant, al derecho? En su Metafísica de las costumbres nos dice: “El derecho es el conjunto de condiciones bajo las cuales el arbitrio de uno puede conciliarse con el arbitrio del otro según una ley universal de la libertad” (Kant: 1989, 39) Y en el siguiente párrafo completa: “Una acción es conforme a derecho (recht) cuando permite, o cuya máxima permite a la libertad del arbitrio de cada uno coexistir con la libertad de todos según una ley universal” (íbid)

Así pues una primera noción fundamental del derecho significa que cada uno de nosotros pueda ser libre sin afectar, al mismo tiempo, la libertad de los demás de tal manera que se logre una convivencia pacífica. Ahora bien, lo que nos hace, desde esta premisa, sujetos de libertad es el ejercicio de una razón práctica que permite ejercer nuestro arbitrio gobernando los propios apetitos. Kant (1989: 39,40) lo enunció de la siguiente manera: “Tomar como máxima el obrar conforme a derecho es una exigencia que me hace la ética”. Y para Kant, sólo somos capaces de actuar éticamente bien si logramos poner coto a los apetitos fincados en un placer egoísta, desde donde no podría nacer una norma de conducta universal, puesto que dicho placer y el goce que genera son subjetivos y generan un mero beneficio individual. La ética, en cambio, nos demanda una idea del bien, que sólo es susceptible de representarse al comportarnos como legisladores universales. Es la famosa fórmula del imperativo categórico. “Actúa de tal manera que hagas de la máxima de tu acción una ley universal”.

La posibilidad de que exista el derecho como un conjunto de normas que regulan la conducta externa de los individuos bajo amenaza de

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23 coacción, presupone la noción de individuos libres, igualmente racionales, capaces y dispuestos a obrar conforme al imperativo categórico. Esto es, para vivir en una república, Kant confía en ciudadanos ilustrados, capaces de decidir sobre sus propias amarras a fin de adecuar su libertad a la convivencia pacífica con los otros. El derecho tendrá éxito para garantizar una vida política republicana, si y sólo si, las leyes que protegen los derechos son respetadas por convicción y no por miedo. De ahí que sea tan importante el enunciado de que “obrar conforme a derecho sea una exigencia de la ética”.

Aunque el filósofo de Köningsberg, considera que los seres humanos somos capaces de actuar conforme al imperativo categórico2, también

reconoce que no todas las personas lo pueden lograr. Su lectura antropológica se acerca mucho a la de Maquiavelo y Hobbes, en el sentido de encontrar ciertas tendencias al conflicto. De ahí, que además de la ética, necesitemos del derecho y la política. Sin embargo, recurrir a la coerción para obligar a un actuar ético, genera una aporía: hacer uso de la fuerza para defender un derecho; o, dicho en otras palabras, utilizar lo irracional para incitar la conducta racional. La fuerza protegiendo al derecho. He aquí la preocupación de Walter Benjamin (2001): la violencia es el medio fundamental a través del cual se sostiene un régimen de derecho. El problema no es de Kant, sino de una aporía del mismo orden que aquella otra que encontramos en los fundamentos del Estado: la diada obediencia y libertad. Sed libres pero obedeced, como aconseja Kant (1992) en su artículo “¿Qué es la Ilustración?” ¿Cómo ser libres y obedientes a un mismo tiempo, ahí donde la igualdad en derechos no resuelve la igualdad de la subsistencia económica, esto es, en una civilización que no logra garantizar la reproducción de la vida para todos los seres humanos? (164 millones de

2 Recordemos que el imperativo categórico es la forma que adquiere nuestro actuar en el

mundo cuando podemos convertirnos en “legisladores universales”. Sabemos que actuamos bien, si estamos orgullosos de nuestra acción al grado de convertirla en un ejemplo universal.

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pobres en América Latina y el Caribe). La respuesta está en el arte de la política, esto es, en el arte de la conducción frente a la turbulencia y ante el enfrentamiento potencial o explícito entre las partes de la comunidad. En este sentido, comparto la noción de política pensada por Jacques Rancière (1996), desde el horizonte del desacuerdo. La política nace ahí, donde las dos partes fundamentales de la sociedad - la de los propietarios y los desposeídos -, reclaman su participación apelando a una idea de comunidad que se rompe en los hechos, pero que le imprime dinámica a la disputa por el ejercicio del poder. Esa lucha, sutil y velada o intensa y abierta, se va a congelar a través de las leyes, de un poder constituido que marca la pauta y el radio de la disputa por la justicia. Ahí donde las leyes y las normas entran a escena, la política, dice Rancière se trastoca en policía, esto es, en la custodia administrativa y legal de los recursos del Estado. Esta policía, pendiente de la correlación de fuerzas y de la disputa entre clases antagónicas en el seno de lo que Marx (1966) llamaría, una comunidad

ilusoria, se encarga de generar los pesos y contrapesos y de hallar los

equilibrios. Si el equilibrio falla y la ley emerge desde la desnudez de su dominio, la política vuelve a tambalearse y con ella las reglas del juego. La democracia liberal representativa o el modelo de democracia deliberativa son formas que adquieren estas reglas del juego.

Si bien debemos diferenciar entre el derecho pensado como un conjunto de normas que prescriben la conducta externa de los individuos; y los derechos como la defensa de aquellos valores que nos son inmanentes como la vida, la dignidad, la libertad; también tendremos que reconocer que estos últimos, deben inscribirse tarde o temprano en ordenamientos legales, para quedar entonces protegidos en un mundo de lobos.

Aunque es bien sabida la crítica realizada por Hegel a su predecesor, al acusarlo de defender un formalismo vacío de historia, de cultura, esto es de espíritu; Kant acierta al defender que el derecho se fundamenta en la posibilidad de anteponer nuestros apetitos más inmediatos a ciertos

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25 principios como el respeto, la dignidad, la justicia en nuestra relación con nosotros mismos y con los demás. Sólo desde una plataforma normativa como la que Kant nos ofrece, podríamos denunciar aquellos mecanismos de dominación, anclados, por decirlo de alguna manera, a la eticidad, a las costumbres y hábitos de los pueblos. Me parece que sólo desde ideas regulativas de la razón práctica, se puede hacer frente a fenómenos como el linchamiento, esto es, tomar justicia por propia mano atormentando colectivamente a una persona que es privada de la posibilidad de argumentar, defenderse, y ser juzgada por un tercero distinto del agraviado o los agraviados.

Ahora bien, ¿lo que garantiza cierto orden social en México y otras sociedades latinoamericanas, es realmente la ley y los derechos? O es quizás algo más del orden de dispositivos de poder de asociación y disociación entre los cuáles el derecho desempeña un engranaje importante, pero que de ninguna manera explica por sí mismo el orden o el desorden social, político y económico.

Si partimos de las premisas kantianas y pensamos que la mayor parte de las personas en el mundo son capaces de vivir la libertad renunciando a sus apetitos, así como al goce de su propio egoísmo, el derecho puede llegar a buen puerto. Pero pensemos cuántas veces actuamos conforme al imperativo categórico, y cuántas conforme al imperativo hipotético3. ¿Son

compatibles la racionalidad estratégica e instrumental del capital, el avasallamiento de las representaciones mercantiles en las más diversas esferas de la vida humana, con la ética del imperativo categórico, que es por demás una ética judeo-cristiana que en su momento expulsó a los fariseos de las sinagogas?

3 El imperativo hipotético es en que parte de una acción condicionada: “Si A, luego entonces,

B”. El niño sale a jugar si hace su tarea. Es la forma que adquiere la conducta de quien actúa buscando su propio beneficio.

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Más que provenir de un ejercicio impoluto de la razón pura práctica, del rey filósofo platónico, del supremo legislador de Rousseau, o de la razón sapiente de sí de Hegel, considero que la ley es un dispositivo de poder institucionalizado y cuya fuerza inicial se convierte en dominación, esto es, en un poder de generar obediencia. La ley proviene de la correlación de fuerzas, del que gana la batalla, del que pone el nombre. La ley pretende eternizar la concepción del mundo, las tensiones, conflictos e intereses de quienes la crean. Los demás por miedo o convicción, obedecen.

En la ley se reconocen los equilibrios o desequilibrios entre esas dos partes sin las cuáles sería impensable la comunidad. La parte de los que saben y los ignorantes, los ricos y los pobres, los sanos y los enfermos, los fuertes y los débiles. Son las dos partes que contempla Aristóteles al pensar la politeia, están los virtuosos que gobiernan, pero también están los ricos y el pueblo, que aunque no tienen propiedad la requieren para que haya comunidad.

Está tensión se puede expresar entre los que salen y no salen de la caverna, entre los dos humores cuyo enfrentamiento, Maquiavelo (2003) atribuye a la dinámica política: los que quieren seguir mandando y los que ya no quieren obedecer. Está también en la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel (1987), en la lucha de clases de Marx, en el amigo-enemigo de Schmitt (2009), en los normales y los anormales de Foucault (1990), en los que tienen parte y los sin-parte de Rancière…

Si bien la ley, nace del conflicto, puesto que su razón de ser es regularlo, esta no garantiza su eliminación. ¿Qué hay detrás del respeto a la ley y del reconocimiento de los derechos? Me parece que puede haber cantidad de motivos diversos, tal y como señala Jon Elster (1995) en algunos ensayos de psicología política. Y lo que tiende a prevalecer es porque en el cumplimiento de la ley se percibe un mayor beneficio que va en proporción inversa a los costos que generaría no acatarla. Aquí el tema es que en el mundo contingente tantos son los que buscan aplicar la ley,

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27 como otros tantos los que pretenden defenderse o librarse de ella. Habrá quien la cumpla por miedo al castigo, quien la cumpla porque de su cumplimiento obtendrá un beneficio particular, esto es por estrategia y no por convicción y habrá quien efectivamente la acate por convicción o costumbre. Habrá quien la cumpla un día y al siguiente no. Siempre a conveniencia.

Ahora bien, cuando ciertos vicios políticos –como el compadrazgo, el clientelismo, las influencias, el nepotismo, la corrupción- se vuelven sistémicos y la costumbre o el ethos, para decirlo con Hegel, se imponen sobre el razonamiento solipsista del ciudadano de Köningsberg; entonces el cumplimiento de la ley, la cultura de la legalidad o la existencia de ciudadanía, cae en un peligroso pantano. Lo interesante de la ley, más allá de su cumplimiento o transgresión, estriba en la fuerza que la generó, en el halo místico de pretender trascender su tiempo y eternizarse. Claro que se trata de una ley –y en esto coincido con Kant- inspirada en la ética. Otra discusión es si la ética fundante de la ley es, efectivamente universal y

universalizable.

Me parece que parte importante de la tradición occidental en materia de derechos, surge de una concepción dualista del ser humano que, por supuesto, está presente en Kant: cuerpo y alma, si lo miramos desde el judeocristianismo o razón-pasiones, ya entrada la modernidad. Mientras nos mantengamos instalados en dicho dualismo, el futuro de los derechos no será el más promisorio. Los motivos que nos conducen a actuar en la vida razonan y racionalizan pensamientos pero también emociones o quizás, pensamientos emocionales o emociones pensantes. (Inteligencia sintiente decía Xavier Xubiri). De ahí, que un actuar dogmático frente al derecho, resulte difícil de encontrar y si lo encontramos, no dudo que también resulte peligroso.

En México, el país al que el azar me arrojó desde mi nacimiento, nos gobierna una oligarquía bastante mafiosa que llegó a blindar las

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instituciones políticas y sus leyes, para la reproducción duradera y satisfactoria de sus negocios; claro, todo ello a costa de una sociedad que intenta sobrevivir en un mar de resignación. Un ejemplo es la cantidad de negocios ilegales que políticos, empresarios y narcotraficantes han venido haciendo en los diferentes niveles de gobierno (municipal, estatal y nacional) con el traslado clandestino de productos petroleros, incluyendo una gran cantidad de ductos clandestinos, que hasta permiten la exportación de productos robados. (Pérez: 2012)

Nos hemos acostumbrado a los escándalos de corrupción, a la trata de personas, al maltrato de migrantes, a los crímenes del ejército y del narco, al asesinato de estudiantes y periodistas. Ya no nos sorprende la desaparición del adversario político, los feminicidios, la violación constante y flagrante de los derechos humanos. La justicia se imparte como tema en algunas universidades, pero no así, en las instituciones del Estado diseñadas para ello.

Vivimos en un mundo dominado por la racionalidad del mercado, donde deseamos y nos sentimos “realizados” en el imperio de lo efímero, como le llamó Lipovetsky (2006), en el universo de lo consumible y lo desechable, o en la “época de la eyaculación precoz” como le denominó Baudrillard. En un mundo como el nuestro, dominado por el dinero y la ganancia económica, en el que crece la expulsión y se reduce la inclusión al goce y el disfrute; en un mundo en el cual la gente va a subsistir y no a existir, en el que la humanidad ha dejado su impronta de irracionalidad y destrucción en nuestro planeta, el lenguaje de los derechos tiene grandes desafíos.

Pero ello, no significa un llamado a claudicar en la lucha por fortalecer e incrementar el régimen de los derechos; por pugnar por una educación cívica y por un fortalecimiento de las políticas públicas que logre realizarlos. La arena de los derechos es una de las pocas que nos quedan a los ciudadanos para intentar construir un mundo mejor. No obstante, me

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29 parece importante reconocer que el impacto de los derechos siempre dependerá del equilibrio de las fuerzas que subyacen a su reconocimiento. Me refiero a las fuerzas de una comunidad escindida entre quienes tienen los privilegios y quienes carecen de lo elemental para una vida digna. Pienso que mientras sigamos viviendo bajo la égida de la civilización capitalista, la competencia, la desconfianza, la búsqueda de riquezas, el poder ejercido a través del consumo, el egoísmo extremo, seguirán siendo diques difíciles de burlar, para acceder al parsimonioso fluir de los derechos.

En resumen, lo que intento decir no es que el derecho y los derechos carezcan de relevancia para proteger la integridad de los seres humanos, al contrario, es finalmente un medio con todo y sus imperfecciones para la impartición de justicia. No obstante, debemos también cobrar conciencia de sus límites, para no confiar demasiado el advenimiento de una sociedad mejor a la fuerza de un derecho que puede, fácilmente ser avasallado por la influencia del dinero, del estado de excepción o de las preferencias adaptativas de los sujetos.

BIBLIOGRAFÍA

Benjamin, W. (2001). Para una crítica de la violencia y otros ensayos. Madrid: Taurus.

Elster, J. (1995). Psicología política. Barcelona: Gedisa.

Foucault, M. (1990). Historia de la locura en la época clásica, México: Fondo de Cultura Económica.

Hegel, W. (1987). Fenomenología del espíritu. México: Fondo de Cultura Económica.

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____________. (1992). “¿Qué es la Ilustración?”. En: Filosofía de la

historia. México: Fondo de Cultura Económica.

Lipovetsky, G. (2006). El imperio de lo efímero. Barcelona: Anagrama. Maquiavelo, N. (2003). Discursos sobre la primera década de Tito

Livio. Buenos Aires: Losada.

Marx, C. y Engels, F. (1966). La ideología alemana. La Habana: Editorial Pueblo y Educación.

Pérez, A. L. (2012). El cártel negro. México: Grijalbo.

Rancière, J. (1996). El desacuerdo. Política y filosofía. Argentina: Ediciones Nueva Visión Buenos Aires.

Referências

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