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En nu e stro s días, Karl M a r x es c o n o c id o ca si e x c l u s i v a ­ mente c o m o el autor de El Capital y del M anifiesto del Partido Comunista e s c r i t o , este último, en c o la b o r a c ió n con F r e d e r ic k Engels. N o o b s ­ tante,- fue un e s c r it o r prolífico, aunque los le c to re s c o n t e m ­ p o r á n e o s c o n o z c a n só lo una parte r e d u cid a de su en orm e p r o d u cció n .

R o b e rt Payne, el fa m o s o e n ­ sa y is ta y b ióg rafo de tantos p e r s o n a je s míticos, nos o f r e ­ ce en EL D ESC O N O C ID O KARL MARX a lg u n o s de e s ­ tos im p ortan te s y o lv id a d o s d o c u m e n t o s dej Marx, que permiten un rnejor c o n o c i ­ miento de su vid a y forma de pensar.

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EDITORIAL BRUGUERA, S. A.

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EL

DESCONOCIDO

KARL MARX

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EL DESCONOCIDO

KARL MARX

R ecopilación de d o cu m e n to s

o introducción por

Robert Payne

E D I T O R I A L B R U G U E R A , S. A.

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Titulo original: THE UNKNOWN KARL MARX

Edición en lengua original:

© Robert Payne - 1975

© Pilar Gtralt G orina - 1975

Traducción

© Minguell - 1975 Cubierta

La presente edición es propiedad de EDI TORI AL B R U G U E R A , S. A. Mora la Nueva, 2. Barcelona (España)

1.ª edición: mayo, 1975 Impreso en España Printed in Spain ISBN 84-02-04274-0

Depósito legal: B. 16.940 -1975

Impreso en los Talleres Gráficos de EDITORIAL BRUGUERA, S. A.

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INTRODUCCION

En este libro he recopilado una serie de docum entos relativos a K arl M arx, los cuales, que yo sepa, aún no han sido publicados en América (1).

Incluyen el ensayo de K arl M arx Sobre la unión de los

fieles con Cristo según Juan X V , 1-14, descrita en su base y esencia, en su necesidad incondicional y en sus efec­ tos y o tro s dos ensayos de su juventud; su tragedia poé­ tica O ulanem ; la auto biografía de Jenny Marx, titu lad a

B reve bo sq uejo de una vida m em orable; dos obras cortas

escritas p o r M arx, H istoria de la vida de Icsd Palm erston e H istoria diplom ática secreta del siglc. x v iii; y las car­

ta s e scritas p o r E leanor M arx a F rederick D em uth, hijo ilegítim o de M arx, d u ran te los últim os tristes m eses de su vida. T am bién he incluido un inform e policíaco sobre M arx y los revolucionarios alem anes de Londres, rem i­ tid o a lord P alm ersto n p o r el b aró n M anteuffel, y una c a rta de H einrich H eine a Marx, escrita en la época en que eran am igos íntim os.

E sto s docum entos revelan algo del c a rá c te r de Marx, su s su frim ien to s y pasiones. Le vem os ta n to en sus m e jo res m o m entos com o en los peores. El elevado idea­ lism o h u m a n ita rio de los p rim eros ensayos, los tiernos versos in tercam b iad o s en tre Lucindo y B eatrice en Oula­

nem , y algunas de sus invectivas co n tra lord P alm erston nos b rin d a n la o p o rtu n id a d de verle bajo u n aspecto poco conocido. El largo discurso de Oulanem ,

condenan-(1) El lector debe tener en cuenta que la edición original del presente volumen dio a luz en EE. UU . (N. del E.).

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do al m undo a la m aldición y la aniquilación, indica la verdadera naturaleza del conflicto que resolvió en El

M anifiesto C om unista, llam ado a e je rc e r tan e x tra o rd i­

naria influencia en la h isto ria del m undo. La autobio­ grafía de Jenny M arx nos dice m ás de lo que cab ría esperar sobre la vida con su m arido. Las c a rta s de E leanor M arx a F rederick D em uth, en su ab so lu ta deses­ peración y angustia, p resen tan el tem a de la autodes- trucción que se m antiene en la segunda generación: dos hijas de M arx se suicidaron. En los capítu lo s finales de la H istoria diplom ática secreta del siglo x v m , M arx expone sus ideas so b re la h isto ria ru sa y la p erso n alid ad de los gobernantes rusos, p ro p o rcio n an d o así un irónico com entario al estado m a rx ista que Lenin in tro d u jo en Rusia tre in ta y cu atro años después de la m u e rte de Marx.

Estos docum entos nos ayudan a d e sc u b rir al h o m b re a través de las b ru m as de la leyenda. Le vem os en té r­ minos hum anos: idealista, im prev isor, locuaz, vulnerable, decidido a exigir rep aració n p o r las ofensas, a veces p ró ­ ximo al suicidio, en am o rado de la poesía, que era su protección p erm an en te c o n tra la m a ld a d del m undo. Cuando escribió sus m ejo res o b ras, pidió ayu d a a la poesía: sus líneas m ás m em o rab les tien en el sonido y el im pacto poético. El r e tr a to que surge al final es el de un rom ántico im pulsivo, que o d ia con violencia y está a m erced de fuerzas so b re las que ejerce poco control, ingobernadas e ingobern ables: y en el fondo de su ser p alpita lo que m enos esp e rá b a m o s de él: u n a poesía apasionada.

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I

H ace m uchos años que en el cem enterio de Highgate, al n o rte de Londres, se levanta una estatu a de k a r l M arx sobre una pesada base de granito. Vemos sólo la cabeza, con cejas sobresalientes, ojos m uy espaciados y b a rb a espesa y enm arañad a, y hay algo, en este extrañ o b u sto m etálico del aspecto fiero y m ajestu o so de u n e m p erad o r asirio, algo parecido a los enorm es em pera­ dores asirios con ro stro de hom bre y cuerpo de to ro que m o n tan gu ardia en el Museo B ritánico, a pocos pa­ sos de la Sala de Lectura. M arx conocía esas estatu as de em p erad o res asirios, que a veces m encionaba y a las que d etestab a. C onstituían una perfecta representació n del m u n d o antiguo y sus reyes divinos, y n ad a le ins­ p irab a m a y o r desprecio que el gobierno indiscutible de reyes y em perad o res.

La efigie de M arx es ta n pesada que parece h u n d irse len tam en te en el p edestal de granito. Fue esculpida con u n a especie de crudeza deliberada, tal vez p a ra sugerir la fuerza m asiva de su cerebro y el triu n fo de sus doc­ trin a s, pero sólo tiene u n a sem ejanza rem o ta con el h o m b re al que rep resen ta. Dos de las frases m ás m em o­ rab les relacion adas con él están g rab ad as en le tras dora­ das en el pedestal. Una de ellas dice: Trabajadores de

todos los países, u nios. E stas p a la b ra s fu ero n escritas

o rig in alm en te p o r K arl S ehapper, no p o r K arl Marx. La o tra frase, to m ad a de las Tesis sobre Feuerbach, dice así: L os filó so fo s no han hecho m á s que in terpretar el

m u n d o de diversas m aneras: la cuestión es cam biarlo.

Como n o es cierto que los filósofos sólo h ay an

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tado el m undo —S ócrates, Platón y m uchos o tro s lucha­ ron valientem en te p ara cam biarlo—, quizá hubo algún m otivo p ara g ra b a r esta segunda inscripción en la p a rte in fe rio r del pedestal, donde suele q u ed ar o cu lta b ajo m o n tañ as de coronas colocadas allí p o r los delegados oficiales de los d iferen tes p artid o s com unistas.

C uando K arl M arx m urió, en m arzo de 1883, fue en te­ rra d o en un ex trem o de la colina del cem enterio de H ighgate, al pie de unos árboles. E ra un lu g a r ap a rta d o , siem p re difícil de en co n trar, y la h ierb a cu b ría la larga y ap lan ad a lápida. En 1956, el p a rtid o co m u n ista de G ran B retañ a, a in sta n cias de Moscú, o btuvo p erm iso p a ra a d q u irir un te rre n o a m itad de la colina, y allí erigieron el m o n u m en to a M arx, de tre s m e tro s y m edio de altu ra . Desde luego es el m o n u m en to m ás alto del cem enterio, pero sólo dom ina las p eq u eñas cruces que lo rod ean , y no a los ángeles de p ie d ra que cub ren , com o un ejé rc ito , la falda de la colina. E ste feo m o n u m en to germ ánico parece una isla o scu ra en m edio de un océano blanco.

N a tu ra lm e n te , existían razones p e rfe c ta m e n te com ­ p ren sib les p a ra que los co m u n istas crey eran que M arx m e re cía un h o n o r especial. E n 1956, su re n o m b re h ab ía crecido consid erab lem en te, y la q u in ta p a rte de la po­ b lación m undial se hallab a, en p a la b ra s de Lenin, «bajo la b a n d e ra del m arxism o». El M arx h u m a n o h ab ía desa­ parecid o : h a b ita b a ya el m u n d o de las leyendas, un m u n d o ex tra ñ o donde no hay lu g a r p a ra los sim ples m o rtales, donde rein an los dem onios y los e sp íritu s, y donde n ad a es lo que p arece ser. En este m u n d o de leyendas a d o p ta ría m u ch as fo rm as, crecien d o o enco­ giéndose según la m a re a de las p asio n es h u m a n a s, siem ­ p re d esata d as. P alab ras que él p ro n u n c ia ra serían sa­ cad as de su co n tex to y p ro cla m ad as com o v erd ad es e te r­ n as; en su n o m b re se c re a ría n ejército s; n u m e ro so s secta rio s an u n c ia ría n que sólo ellos h ab ían h ered ad o la v e rd a d e ra d o c trin a y a rre m e te ría n c o n tra o tro s sec­ ta rio s convencidos a su vez de su fidelidad al m arxism o. Casi todos los g ran d es p ro fe ta s o m a e stro s d ejan tra s de sí un e jé rc ito de crey en tes e n fre n ta d o s. Los m a rx ista s

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em pezaron a pelearse casi desde el m om ento en que M arx convocó la p rim era reducida reunión del partido com unista. E sto tam bién form aba p arte de la leyenda.

La deificación de M arx se inició el día de su entierro. Engels habló en tono apagado a las diez personas que rodeaban la tu m b a sobre la desaparición del m ayor genio de la época. Utilizó profusam ente los superlativos. No sólo M arx rivalizaba con Newton y Darwin en su com­ prensión de las fuerzas que gobiernan el universo, sino que adem ás les superaba en los beneficios que había conferido a la hum anidad. Fue un científico, un m ate­ m ático, un filántropo; había descubierto las leyes que m ueven a la sociedad; fue el prim ero en hacer cons­ ciente al p ro letariad o del papel que estaba destinado a re p re se n ta r en la historia; había inventado una m eto­ dología nueva, que en lo sucesivo sería considerada la única m etodología p o r la cual se d eterm in arían las for­ m as fu tu ra s de la sociedad. Fue un profeta, un vidente, una a u to rid a d en todas las artes y religiones, y no había un solo cam po de la ciencia al que no hubiese contri­ buido con nuevas ideas. Engels no intentó p ro b ar sus afirm aciones sobre M arx: enum eró sus dotes como si todo el m undo las conociera.

—Con el d escu b rim ien to de la plusvalía —continuó Engels—, se creó de im proviso una nueva luz, com­ p a ra d a con la cual todas las investigaciones anterio res de econom istas burgueses y críticos socialistas no eran m ás que sim ples tanteo s en la oscuridad.

Sin duda, Engels sabía que m uchas de sus afirm acio­ nes e ra n in fu n d ad as, y que el propio M arx las hubiese negado con vehem encia, porque era un h om bre que con­ cedía m ucho v alo r a la verdad. M arx habló a m enudo de sus contrib u cio nes a la ciencia política, y tuvo buen cuidado de d istin g u ir en tre sus p ropias co ntribuciones y las de los dem ás. «En cuanto a m í —escribió a Joseph W eydem eyer el 5 de m arzo de 1852—, no tengo el m érito de h a b e r d escu b ierto la existencia de clases en la so­ ciedad m o d ern a, com o tam poco la lucha que hay en tre ellas. M ucho an tes que yo, h isto riad o res burgueses des­ crib iero n el d esarro llo h istó rico de esta lucha de clases,

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y econom istas burgueses describieron la anatom ía eco­

nóm ica de las clases. Lo que yo hice fue p ro b a r: 1) que la existencia de clases está sólo ligada a determ inadas

fases históricas en el desarrollo de la producción; 2) que

la lucha de clases conduce n ecesariam ente a la dictadura

del proletariado; 3) que esta m ism a d ictad u ra sólo cons­ tituye la transición hacia la abolición de todas las clases y a una sociedad sin clases.»

E l ju icio de M arx acerca de su propio tra b a jo y de sus ideas era m uy claro y de una h o n estidad a toda p ru e­ ba. De hecho, no h ab ía p ro b ad o ninguna de estas cosas, pero al m enos in ten tó p ro b a rla s y llegó a la conclusión de que la sociedad estab a d estin ad a a seg u ir el curso que él le h ab ía trazado. Las p ru eb as de M arx relativ as a la d ic tad u ra del p ro letariad o e ra n de hecho profecías expresadas con gran fuerza y convicción. Que la lucha de clases debe co n d u cir n ecesariam en te a la d ic tad u ra del p ro letariad o fue su co n trib u ció n m ás orig in al a la teoría de la lucha de clases, y p o r d ic ta d u ra del prole­ tariad o en ten d ía ex actam ente lo que decía: el poder ejecutivo caería en m anos de los cam pesinos pobres y de los o b rero s no especializados o sem iespecializados. Los a ristó c ra ta s, la b u rg u esía y los tra b a ja d o re s espe­ cializados serían d estro n ad o s, y los p ob res, que cons­ titu ía n la m ayoría de la población, h e re d a ría n la tierra. E ntonces, con el tiem po, la d ic ta d u ra del p ro le ta ria d o d a ría paso a una sociedad sin clases.

Cuando Engels se dirigió aq u el día frío y ventoso a las perso n as congregadas ju n to a la tu m b a, su intención no era h a c e r un juicio exacto de las o b ra s de M arx. Hizo un elogio fú n eb re del h o m b re cuyo n o m b re estab a in ex tricablem en te unido al suyo. T rad icio n alm en te en los fu n erales siem p re se d a u n a c ie rta g randilocuencia. E n ­ gels, leyendo sus n o tas e scritas con ap re su ra m ie n to , se en co n tró a m erced de u n a tra d ic ió n que d a ta de los tiem pos m ás antiguos. En su d iscu rso , se ab an d o n ó a la h ip érb o le y p reten d ió que M arx h ab ía sido el h o m b re m ás o d iad o y m ás q u erid o de la T ierra. D ijo:

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Y así ocurrió que Marx fue el hom bre más odiado y m ás calum niado de su época. Los go­ biernos, ya fueran absolutistas o republicanos, le deportaro n, y los burgueses, ya fueran conserva­ dores o ultradem ócratas, com pitieron entre sí en cubrirle de insultos. El los ignoró a todos como si fuesen telarañas, no les dedicó la m enor aten­ ción, y sólo replicó cuando no tuvo otro remedio. Ahora está m uerto, y es reverenciado, am ado y llorado por millones de trab ajad o res como él, desde las m inas de Siberia y de Europa entera, hasta C alifornia, pasando por toda América, y me atrevo a decir: aunque tuvo m uchos adversarios, tal vez no tuvo un solo enemigo personal.

La verdad era m uy distinta. M arx estaba lejos de ser el h o m b re m ás odiado y calum niado de su época. Es cierto que fue deportado en 1848 y 1849, pero los gobier­ nos le dedicaron m uy poca atención du ran te los años subsiguientes, y le p erm itiero n v iajar librem ente y siem­ pre que quiso a Francia, Países Bajos, E stados alem anes y al im perio austro-húngaro. En el m om ento de su m uer­ te era u n h o m b re olvidado, y sus obras apenas eran conocidas fu era de un pequeño grupo de socialistas ale­ m anes que reco rd ab an que había jugado un papel secun­ dario en la revolución de 1848. No le lloraron los tra ­ b aja d o re s de las m inas de Siberia, y en C alifornia no h a b ía n oído h a b la r de él .más que dos o tres personas com o m áxim o. Fue u n hom bre que vivió en las som bras, to ta lm e n te consciente de que su u tilid ad había caducado. M antenido p o r u n a pensión de Engels, aquejado de una en ferm ed ad nerviosa, pasó los diez ú ltim os años de su vida com o u n recluso, viendo a m uy poca gente; era u n h o m b re p re m a tu ra m e n te envejecido, de b arb a blan­

ca, cuya prin cipal satisfacción co nsistía en v isitar a sus nieto s y d a r largos paseos solitarios p o r H am psíead H eath.

La alocución de Engels ju n to a la tu m b a había sido p re p a ra d a cuidadosam ente p a ra un au d ito rio m ucho m ás n u m ero so que aquel p atético grupo de asisten tes al

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en tierro . E ra un ho m b re de pocas ilusiones, y sabía ex actam ente lo que hacía. E sta b a creand o d eliberada­ m en te el re tra to del M arx legendario, que ten ía m uy poco en com ún con el M arx que h ab ía vivido so b re la T ierra; y sería este M arx legendario quien m ás ta rd e co n q u istaría extensas áre a s del m undo. Engels estab a encendiendo la m echa de u n a bo m ba que ex p lo taría en n u estro siglo.

A p a r tir de aquel día em pezaron los inn u m erab les e rro re s y confusiones que se h an acu m ulado en to rn o al n o m b re de M arx. El h o m b re se ahogó en la leyenda, la leyenda se ahogó en la p ro p ag an d a, la p ro p ag an d a se ahogó en invenciones e im provisaciones cada vez m ás in trin c a d a s —tal fue el destin o de M arx, que siem p re h ab ía d etestad o el p o d e r de las leyendas—. Engels in­ ventó al g ran científico, al fu n d a d o r de las d o c trin a s del m a te ria lism o dialéctico, al in iciad o r de leyes científicas p o r las cuales serían m ed id as to d a s las sociedades. A los o jo s de Engels, M arx e ra el nuevo M oisés con las nuevas T ablas de la Ley, y com o M oisés, no vivió p a ra v er la T ierra P ro m etid a, p ero no cab ía la m e n o r d u d a de que su s seguidores la v erían . M arx era el su m o sacer­ d o te de u n m isterio a él sólo revelado: n ad ie m ás h ab ía p e n e tra d o a trav é s de los velos. Las re sp u e sta s a to d as las cu estio n es sociales se e n c o n tra ría n en las o b ra s de M arx, que en lo sucesivo d eb ían co n sid e ra rse com o la B iblia de la nueva era. La leyenda de la in falib ilid ad de M arx fue c re a d a p o r Engels, que sa b ía m uy bien qu e M arx no era infalible, que a veces d u d ab a, se con­ tra d e c ía , y su fría atro z m e n te de u n a fa lta de d iscip lin a in telectu al. E ra h u m an o , d em asiad o h u m an o , y h a b ía h ered ad o m u ch o s de los vicios n o rm a le s de la h u m a ­ nidad.

E ngels no p o seía n a d a del ca lo r y la p asió n de M arx. «¡Qué frío es Engels!», escrib ió D avid Ryazanov, el g ran e ru d ito soviético que tr a b a jó d u ra n te m u ch o s añ o s p a ra c o m p ila r las o b ra s co m p letas de M arx, y al final fue fu silad o p o r S talin com o p rem io a su s servicios en p ro de la ciencia. El M arx legendario, re m o to , frío , a te r r a ­ d o ra m e n te om n iscien te, fue, m á s que u n a invención de

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Engels, la proyección de su propio concepto de sí mismo. Engels tra ta b a de que M arx y él m ism o entrasen juntos en la h isto ria.

Jakob B u rck h ard t, el h isto riad o r social suizo nacido el m ism o año que Marx, profetizó una vez que el siglo xx sería la era de los «grandes simplificadores». P rim ero En­ gels, y después los com unistas, sim plificaron a M arx casi h a sta b o rra r su existencia. Se convirtió en un ídolo, un e sta n d a rte , u n co n ju n to de apotegm as fáciles de recordar. La d ic ta d u ra del p ro letariad o fue sim plificada h a sta con­ v e rtirse en u n a sim ple d ic tad u ra que ra ra vez consultaba las necesidades del p ro letariad o y nunca le p erm itía ocu­ p a r los p uesto s de m ando. El proletariado , lejos de asu­ m ir el poder, se convirtió en el in stru m en to de los revo­ lucio nario s que se creían firm em ente investidos del dere­ cho de d ic ta r en n o m b re del proletariado. M arx había im aginado u n gobierno de m uy d istin ta índole.

C uando Lenin asum ió el poder en Rusia, ordenó que se c e rra se n las iglesias y en sus m uros se colocasen enor­ m es p a n c a rta s con las p alab ras: «La religión es el opio del pueblo. K arl Marx». E fectivam ente, M arx h ab ía es­ crito e sta s p alab ras, pero las aislaron de su contexto. El habló con p ro fu n d o respeto de la experiencia religiosa, y e ra m ucho m ás benévolo y com prensivo que cuantos después se p ro cla m aro n sus seguidores. Sus palab ras ori­ ginales fueron: «El su frim ien to religioso es al m ism o f

tiem p o u n a expresión de verd ad ero su frim ien to y una

p ro te sta co n tra el verd ad ero sufrim iento. La religión es

el su sp iro de u n a c ria tu ra o prim id a, el corazón de un m u n d o despiadado, y el alm a de u n estado de cosas ca­ re n te de alm a. Es el opio del pueblo». Los com u nistas sim p lificaron las d o ctrin as de M arx h a sta que p ráctica­ m e n te p e rd ie ro n to do su significado, del m ism o m odo q ue sim plificaron el E sta d o m a tan d o a cu an to s se opo­ n ía n a él. E n n o m b re de M arx in tro d u je ro n los tra b a jo s fo rzados, los cam pos de concentración, las cám aras de to rtu ra , y M arx, de h a b e r vivido, h u b ie ra sido u n a de sus p rim e ra s víctim as.

Q ueda el M arx desconocido, el v erd ad ero Marx, el h o m b re de carn e y h ueso que vivió u n a vida de esp an to sa

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m iseria y pobreza, la m itad de ella en el exilio, to rtu ­ rad o de m odo casi inso p o rtab le p o r continuos fracasos y fru stracio n es, p asan d o largos períodos de depresión, en desacuerdo consigo m ism o, su fam ilia y sus am igos, so­ ñando con el día en que se in sta u ra ría una sociedad sin clases y todos los h o m b res serían iguales.

B oris P a ste rn a k escribió que S talin obligó al pueblo a tra g a r las o b ra s del poeta M ayakovsky del m ism o m odo que C atalina la G rande le h abía obligado a co m er p a ta ­ tas. «E sta —dijo P a ste rn a k — fue su segunda m uerte, y él no tuvo la culpa». Lo m ism o o cu rrió con M arx, que no era resp o n sab le de las leyendas que se acu m u laro n a su a lre d ed o r ni de los crím enes com etidos en su n om bre.

I I

K arl H ein rich M arx nació al am an ecer del día 5 de m ayo de 1818, en u n a elegante casa de u n a de las calles p rin cip ales de T réveris, en la p ro v in cia ren an a del E stad o p ru sian o . Su p ad re, H irschel ha-Levi M arx, era un rico abogado, y casi todos su s an tep asad o s p a te rn o s h ab ían sido rab in o s. La fam ilia se re m o n ta al siglo xiv, e incluía al fam oso ra b in o Jeh u d a Minz, de M aguncia, que e sta ­ bleció su p ro p ia escuela talm ú d ica en Padua. H irschel M arx c o n tra jo m a trim o n io con H e n rie tta P ressb o rck , h ija de un ra b in o de N ym w egen, Países B ajos, p o r lo que K a rl e ra m edio holandés. Tuvo ocho h erm an o s, p ero sólo él alcanzó la m adurez.

H irsch el M arx ro m p ió la tra d ic ió n rab ín ica de la fam i­ lia y educó a sus h ijo s d e n tro del cristian ism o . K arl fue b a u tizad o y co n firm ad o en la Iglesia evangélica. E n la escuela local fue un buen estu d ian te, au n q u e no especial­ m e n te precoz, so b resalien d o en alem án , griego y latín, p e ro no m uy d o tad o p a ra la h is to ria y las m a te m á tic a s. En la casa vecina vivía el b aró n Jo h a n n Ludw ig de West- falia, que ac tu a b a com o re p re s e n ta n te del G obierno p ru ­ s ia n o en el concejo m unicipal. Al b a ró n le a g ra d a b a

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el m uchacho, con quien daba largos paseos por el cam ­ po y al que p erm itía u sa r librem ente su biblioteca. K arl tenía dieciséis años cuando se enam oró de la hija del barón, Jenny, cuyo abuelo, el b aró n Philipp de Westfa- lia, se había encum brado h asta o b ten er el cargo de se­ c re ta rio confidencial del duque F erdinand de B runsw ick y convertirse en la em inencia gris tra s el tro n o ducal. Se h ab ía casado con Jenny W ishart de E dim burgo, que descendía de u n a larga línea de nobles escoceses, sien­ do Colin, el p rim e r duque de Argyll, uno de sus an te­ pasados.

Se han conservado las p ru ebas de exam en del últim o sem estre de la escuela. R edactó tres ensayos en su letra p u n tiag u d a y casi ilegible. Uno de estos ensayos, de títu lo a b su rd a m e n te largo, Sobre la unión de los fieles con

Cristo según Juan X V , 1-14, descrita en su base y esencia, en su necesidad incondicional y en sus efectos, m u estra

la p ro fu n d id a d de su sentim iento religioso. En R eflexio­

nes de un joven al elegir su profesión aparece luchando

con ideas que tienen poco que v er con u n a profesión en el sen tid o n o rm al de la p alab ra. H abla del d eb er del hom ­ b re p a ra con sus pad res, sus congéneres y Dios, y tra ta de re sp o n d e r a la p reg u n ta: ¿Qué puede h acer el ho m b re en su vida? E n el ensayo p alp ita u n esp íritu de elevado idealism o, que re su lta co m pletam ente convincente. El te r­ cer ensayo, escrito en latín, in te n ta c o n te sta r la p reg u n ta:

«¿Debe contarse el principado de César A ugusto entre las épocas m ás felices de la R epública ro m a n a ?» El ensayo

es in te re sa n te , p o rq u e p resen ta al joven M arx ab o rd an d o la cu estió n de un gobierno d ictato rial.

E sto s ensayos so n dignos de estudio p o rq u e en ellos ya hace gala de u n estilo m a d u ro y u n a voz reconocible. H a estu d iad o a fondo a Tácito, y sabe co m p o n er so no ras frases ep ig ram áticas. La voz es clara y a u to rita ria , p ero los arg u m e n to s no siem pre son expresad o s con lógica.

Sus b rilla n te s exám enes le p e rm itie ro n e n tra r en la U niversidad de Bonn, donde sólo pasó dos sem estres an tes de s o lic ita r la adm isión en la U niversidad de Berlín. E n B onn se dedicó a divertirse, a b eb er con exceso, a es­ c rib ir m o n to n es de poesías y a g a s ta r d in ero en grandes

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can tidad es, y se afilió a u n a sociedad secreta revolucio­ n aria. Luchó en un duelo, y d u ra n te u n a v isita a Colonia, al p a re c e r p o r encargo de la sociedad revolucionaria, fue a rre s ta d o p o r tenencia ilícita de u n a pistola. El asu n to era grave, y las au to rid a d e s de la u n iv ersid ad le exigie­ ro n una explicación de su a rre sto . La intervención de su p ad re le salvó del castigo.

La U niversidad de Bonn carecía del p restig io de la U niversidad de B erlín, donde se congregaban los m ayo res eru d ito s de los E stad o s alem anes. A M arx le g u stab a ta n to la U n iversid ad de B erlín que esta b a en p eligro de co n v ertirse en u n estu d ian te p erm a n en te, uno de eso s es­

tudiosos indiscip lin ad o s que van de u n a clase a o tra y n u n ca se estabilizan. E ra u n le cto r om nívoro, c o n tin u a ­ ba escribiend o poesía, asistía con poca frecu en cia a las clases y llevaba u n a vida de bohem io. Su m a y o r deseo era s e r poeta, y en los in terv alo s de su trad u c ció n de Ger-

m ania de T ácito y T ristia de Ovidio escrib ió tre s lib ro s

de p o em as y u n a trag ed ia poética, O ulanem , n o ta b le an te to d o p o r u n e x tra o rd in a rio soliloquio del p e rso n a je que p re s ta su n o m b re a la trag e d ia:

¡D estruido! ¡D estruido! ¡Mi tiem p o h a term in ad o ! El reloj se h a detenido, la casa enan a se h a d errum

-[bad o. P ro n to e stre c h a ré a la e te rn id a d en m is brazos, [y p ro n to p ro fe riré g ig an tescas m aldiciones c o n tra la hum a-[n idad . ¡Ah! ¡La etern id ad ! Es n u e s tro e te rn o d olo r,

in d e scrip tib le e in c o n m en su rab le m u e rte , vil artificialid ad concebida p a ra b u rla rn o s,

siendo n o so tro s la m a q u in a ria del relo j, ciega y me-[cánica, que nos co n v ierte en c a le n d a rio s del T iem po y el [E sp acio , sin o tra fin a lid a d que e x istir y s e r d e stru id o s,

pues algo h a de h a b e r su sc e p tib le de d estru cció n . E ra n ecesario algún d efecto en el u n iv e rso ...

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En esta vena y en m uchos m ás versos, Oulanem vitu­ pera el universo en el esp íritu de M efistófeles, insultando a la raza hum an a p o r su indignidad, vom itando todas sus fru stracio n es, su confuso anhelo de la m uerte y de la in m o rtalid ad , y su deseo de d e stru ir el m undo p ara lib e ra r a la h u m an id ad «encadenada, q u eb ran tad a, vacía, atem orizada», de las penas del m undo. Algún elem ento esencial de M arx está contenido en la espectral figura del d e stru c to r, que considera a los h o m b res com o «los sim ios de un Dios indiferente» y, p o r tan to , condenados a la aniquilación. Un p ro fu n d o pesim ism o corrosivo ha pene­ tra d o en su alm a, y ya nunca se lib ra ría p o r com pleto del nih ilism o rom ántico.

A unque M arx no llegó a ser un gran poeta, nunca con­ sideró perd id o s los m eses que dedicó a la poesía, que, com o dijo en un c a rta a su padre, al m enos le h ab ía dado «una visión de los rem o to s palacios encantados» de la a u tén tic a poesía. H asta el fin de su vida, la poesía segui­ ría siendo u n a pasión devoradora.

T anto estu d io filosófico y ta n ta com posición poética pro vo caro n un a crisis nerviosa, y tuvo que p a sa r varios m eses de descanso en S tralau , un pequeño pueblo de pescadores ju n to al río Spree, a pocos k iló m etro s de Ber­ lín. El aire puro, las com idas a h o ras regu lares, los pa­ seos p o r la o rilla del río y m uchas h o ras de sueño le de­ volvieron la salud, y de ser, com o él decía, «un pálido debilucho», pasó a ser ro b u sto y vigoroso. A su regreso a la U niversidad de B erlín, se in scrib ió en el D oktorklub, una p equeñ a sociedad de id ealistas jóvenes hegelianos, en la que p arece que llegó a ser uno de los m iem b ros diri­ gentes, se c re ta rio general extraoficial y resp o n sab le de sus archivos. Con su piel oscu ra, o jo s o scu ro s y vivaces, b arb a negra y espesa m elena de cabellos negros, excita­ ble y d esp iad a d am en te te sta ru d o , se d istin g u ía de los dem ás m iem b ro s del club, y E d g ar B au er le dedicó unos versos (véase pág. siguiente) que d escrib en el efecto que p ro d u cía en sus co m pañeros.

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¿Quién en tra com o una trom ba, im petuoso y sal-Cvaje... el tipo m oreno de Tréveris, ardiendo de furia?

No cam ina ni salta; se abalanza sobre su p resa con fu ria arro llad o ra, com o si quisiera a b a rc a r grandes espacios de cielo y b a ja rlo s a la tie rra , estirando sus brazos extendidos hacia el firm

a-[ m entó. Su puño m aligno está ap retad o , g rita interm ina-[blem ente, com o si diez mil dem onios le tira se n de los pelos. M arx continuó siendo im petuoso, ap asio n ad o y vehe­ m ente d u ra n te la m ay o r p a rte de su vida. No le g u stab an los térm inos m edios.

¿Mientras tan to , asistía a las clases cu an d o se le an to ­ jab a, dirigía los asu n to s del D oktorklub, y escrib ía in te r­ m inables c a rta s a Jen n y de W estfalia, n in g u n a de las cuales se ha conservado. Su p a d re m u rió en 1838, cu ando él estab a en el segundo año de la U niv ersid ad de Berlín. Sus ú ltim o s años en esta u n iv ersid ad son los m enos do­ cum entad os, y sabem os m uy poco so b re sus finanzas; es p ro b ab le que se g an ara la vida dando clases, p o rq u e le e ra im posible so b rev ivir con el d in ero que recib ía de su fam ilia. E sta b a en m alas relaciones con su m a d re , que sobrevivió a su m a rid o u n c u a rto de siglo.

D espués de cinco años en la U niversidad de Berlín, M arx ab an d o n ó sus estu d io s y se fue. Su tesis d o c to ra l so b re La diferencia en tre la filo so fía de D em ó crito y de

E picaro, e sc rita con a n te rio rid a d , fue a c e p ta d a p o r la U niversidad de Jen a, en la que n u n ca h a b ía estu d iad o . Dedicó la tesis d o c to ra l al b a ró n Ludw ig de W estfalia, «com o m u e s tra de devoción filial». E l b a ró n m u rió en la p rim a v e ra de 1842, u n añ o d esp u és de que M arx a b an ­ d o n ase la U niversid ad de B erlín.

E n e sta época, M arx ya se h a b ía fo rm a d o u n a idea c la ra de la o rien tació n que q u e ría d a r a s u vida. Q uería s e r d ire c to r de un p erió d ico lib e ra l que a ta c a se las fu e r­ zas de la reacción. Con a y u d a de su am ig o M oses H ess se co nvirtió, p rim e ro en c o la b o ra d o r y d esp u és en je fe de

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redacción del Rheinische Zeitung, financiado por un grupo de banqueros e industriales de Colonia. Sus ideas aún no se habían endurecido, y sus artículos m ás interesan­ tes fueron los que escribió en defensa de la libertad de p ren sa y la lib ertad de los cam pesinos pobres para reco­

ger leña de los bosques, aunque éstos fuesen propiedad privada. Los banqueros e industriales de Colonia no se d ejaro n im presion ar, y se vio obligado a dim itir en marzo de 1843. Dos m eses m ás tard e co n trajo m atrim onio con Jenny de W estfalia.

La boda se celebró en la iglesia evangélica de Kreuz­ nach, donde la m ad re de Jenny, baronesa Carolina de W estfalia poseía una gran m ansión. Como dote, Jen­ ny recibió u n a b an d eja de p lata con el escudo de ar­ m as de la casa de Argyll, que se tran sm itía en la fam ilia de generación en generación, y un pequeño cofre lleno de dinero p a ra los gastos de la luna de miel, que p asaro n en Suiza. V olvieron a K reuznach sin apenas un céntim o, pues h ab ían gastado casi todo el dinero.

M ientras vivía en la casa de K reuznach, M arx escribió un largo ensayo Sobre la cuestión judía, uno de sus es­ crito s m enos interesantes. Su solución de la cuestión ju d ía no era m uy diferente de la de Adolf H itler, pues e n tra ñ a b a la liquidación del judaism o. Por p rim era vez puede observ arse en sus o bras una d u ra n ota de petu ­ lancia, que conserv aría h astá el fin. Aún m ás destructiva que la petu lan cia era la ro tu n d a negación de la existencia de fuerzas m orales y un deleite en los despiadados epi­ gram as. El dinero era la raíz de todos los m ales; los ju d ío s e sta b a n en posesión del dinero; p o r consiguiente, el ju d a ism o debía ser aniquilado. E s c rib ió : «No sólo en el P en tateuco y en el T alm ud, sino tam bién en la sociedad co n tem p o rán ea en co n tram o s la verd ad era n atu raleza del ju d ío ta l com o es actualm en te, no en abstracto , sino de un m odo to ta lm e n te em pírico, no sólo com o una limi­ tació n im p u esta al ju dío , sino com o una lim itación ju d ia im p u esta a la sociedad.» Su argum entación viene presen­ ta d a en u n a fo rm a filosófica, pero no o b stan te, la con­ clusión final de que «el ju d ío se hace im posible» (ist der

Jude u n m ö g lich gew orden) es u n grito de ra b ia dirigido

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co n tra sí m ism o. E m pobrecido, dependiendo del caudal de la baron esa de W estfalia, ata c a b a con fu ria a sus an ­ tepasados. Una vez m ás oím os la voz estrid e n te y aniqui­ lad ora de O ulanem .

Un segundo ensayo escrito d u ra n te este períod o o sten ­ ta b a el p o m po so títu lo de C ontribución a la crítica de la

Filosofía del D erecho de H e g e l Es u n ensayo corto, y tie-

ne m uy poco que v er con Hegel, p ero es m ucho m á s inte­ re sa n te que su ensayo sobre la cuestión ju d ía, p o rq u e vem os com o va fo rm an d o p au latin a m en te ideas que luego serían cen trales en su filosofía. D iscute la religión, el pro­ letariado, la n a tu ra le z a de los c a ra c te re s fran cés y ale­ m án, y la in m in en te revolución que será pro vo cada p o r la aud acia y la inteligencia fran cesas y realizad a m edian­ te la aplicación de la filosofía alem an a. No h a b la de la d ic ta d u ra del p ro letariad o , sino de la abolición de éste. Ei ensayo concluye con la p rofecía: «C uando se hayan cu m plido to d as las condiciones in te rn a s, la resurrección

alem ana s e rá an u n ciad a p o r el can to del gallo gálico.»

Con la « resurrecció n alem ana» se re fe ría a la revolución alem ana.

D espués de a c a b a r estos dos ensayos, m a rc h ó a P arís en o c tu b re de 1843 p a ra e je rc e r el cargo de d ire c to r de la D eutsch-Französische Ja h rb ü ch er (A nales francoalem a-

m s ) , que a p e s a r de su n o m b re era u n a rev ista m ensual. Dos ricos em ig rad o s alem anes h ab ían aco rd ad o finan ciar la rev ista, y en p rin cip io se decidió que c o n te n d ría a rtíc u ­ los en fran cés y alem án . Ante la im p o sib ilid ad de en con ­ tr a r co lab o rad o res franceses, el p rim e r n ú m e ro doble, ap arecid o en feb rero de 1844, resu ltó , en g ran p a rte , un vehículo p a ra la d ifu sió n de los ensayos de M arx y de sus am igos. La rev ista fue se c u e s tra d a p o r la policía alem ana, y la fran cesa em pezó a m ira r con recelo al jov en revo­ lu cio n ario alem án q ue escrib ía en el len g u aje im p e n e tra ­ ble de la filosofía h egeliana so b re vagos le v a n ta m ie n to s rev o lu cion arios.

E n P arís, M arx e n tró en c o n ta c to cón m u cho s de los p rin cip ales p erso n a je s rev o lu cio n ario s de la época. Cono­ ció a P ro u d h o n , B ak u n in y Louis B lanc, a sistió al saló n de la co n d esa M arie d'A goult, la a m a n te de Liszt, y tra b ó

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amistad

con H einrich Heine, cuyos poem as había im ita­ do. Marx an im ó a H eine a escrib ir con m ordacidad sobre los m ales sociales, pero H eine ya era un consu m ad o sa tí­ rico social y no necesitaba el consejo de M arx. El m ás largo y d espiad ad o de los poem as satírico s de Heine, u na

n a r r a c ió n versificada de un viaje, titu lad o Germania, un

cuento de invierno, es posible que d ebiera algo a las ins­

tan cias de M arx. Se ha conservado una larga c a rta de H eine a M arx sobre la publicación de los poem as, que d em u estra que sus relaciones eran b a sta n te íntim as, y sa ­ bem os p o r o tra s fuentes que H eine v isitaba de vez en cuando la casa de M arx, que le g u stab a la co m p añ ía de Jenny, y que en u n a m em o rable ocasión salvó la vida de su p rim e ra h ija, que tam b ién se llam ab a Jenny. La cria­ tu ra sólo ten ía unos m eses cuando un día llegó H eine y la en co n tró su frien d o convulsiones. Los jóvenes p ad res

la m irab an sin sa b e r qué hacer.

—Tenéis que p re p a ra r un baño caliente —dijo H eine; y él m ism o calen tó el agua y sum ergió a la n iñ a en el baño.

M arx no ten ía ni idea de c u id ar niños, el poco dinero que le q u ed ab a se estab a agotando, y Jenny no ta rd ó en re g re sa r a P rusia. En sus c a rta s a su m arid o , le in sta b a m uchas veces a d o m in ar su violencia, y se la m en ta b a de que él tuviese que e sc rib ir con ta n to re n c o r e irrita c ió n .

M arx se quedó solo en P arís, y le re su lta b a m uy difícil vivir solo. D u ra n te este perío d o escrib ió los ensayos que después se h iciero n fam o so s com o M anu scrito s económ i­

cos y filo só fic o s de 1844, en los que d e sa rro lla b a su s teo­

rías de econom ía y discu te los p ro b lem as de la alienación. Tenía razo n es p a ra sen tirse aislado, p o rq u e vivía en el exilio y c a rec ía de un país, u n a religión, u n a esposa y u n a fam ilia; y de la con tem p lació n de su p ro p ia alienación pasó a c o n te m p la r la alienación del h o m b re. «In m u n d ic ia —el e s ta n c a m ie n to y p u tre fa c c ió n del h o m b re — , las aguas

cloacales de la civilización (h ab la n d o lite ra lm e n te ) llegan a s e r p a ra él la esencia de la vida.» M arx p in ta el c u a d ro con los colores m á s o scu ro s, y a p u n ta la m o ra le ja : sólo m e d ian te la rev o lu ció n del p ro le ta ria d o p o d rá el h o m b re

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recib ir lo que es suyo, libre de todas las m iserias de la alienación.

A prin cipios de setiem b re de 1844, M arx conoció a Frie- drich Engeis. Alto, rubio, de o jo s azules, m odales afab les y cereb ro privilegiado. Engeis era uno de esos ho m b res que obtienen su m áxim a satisfacció n de la crític a com pli­ cada y sutil, a diferencia de M arx, que p re fe ría e m p u ñ a r sus a rm a s críticas a u n a escala m ás am plia. Se hicieron am igos íntim os, p o rq u e cada u n o veía en el o tro algo que a él le faltab a, y ju n to s com enzaron a tr a b a ja r en un libro que se titu la ría Crítica de la crítica crítica. Se tr a ­ taba, com o in d icab a el título, de u n a crític a am b icio sa y d estru ctiv a de las ideas filosóficas de la época. E n te rra ­ das en ella h ab ía unos cu an to s p asaje s so b re el tem a del p ro letariad o , ev id en tem en te to m ad o s de las n o ta s de M arx:

Si el p ro le ta ria d o sale v icto rio so , ello n o signi­ fica en m odo alguno que se co n v ierte en el dueño ab so lu to de la sociedad, p o rq u e sólo se rá v icto rio so aboliéndose a sí m ism o y a su o p o n en te. E nto nces, el p ro letariad o , y su o p o n en te d e te rm in a n te , la p ro ­ piedad p riv ad a, d esa p a re c e rá n .

De este m odo sinuoso, M arx te n d ió la tra m p a a gene­ raciones de co m u n istas que e s p e ra b a n con a n sie d a d el m o m en to en que el estad o , la p ro p ie d a d y el p ro le ta ria d o cedieran el paso a la p e rfe c ta sociedad c o m u n ista . Com o era evidente que el títu lo o rig in al no a y u d a ría a la v en ta del libro, lo cam b iaro n p o r el de La sagrada fa m ilia . A unque las nueve décim as p a rte s de la o b ra h a b ía n sido e scritas p o r M árx, fue p u b licad a con el n o m b re de am b o s en fe b re ro de 1845 en F ra n k fu rt. M uy pocos la leyeron, y p ro n to quedó relegada al olvido.

C uando se publicó La sagrada fam ilia, M arx ya no se h allab a en F ran cia, ya que h a b ía sido ex p u lsad o p o r o rd en de la policía ju n to con c e n te n a re s de o tro s exilia­ dos alem anes en P arís. Se tra s la d ó en d ilig encia h a s ta B ruselas, donde p erm an eció d u ra n te m ás de tre s años,

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Bruselas

reco rrió las bibliotecas, cam bió frecuen tem ente

de dirección, vivió

en la pobreza, y escribió dos o b ras de

gran importancia.

Una, m uy breve, fue Tesis sobre Feuer­

bach,

la otra,

E l M anifiesto C om unista. En la p rim era

esbozaba,

en u n a serie de fó rm ulas, un concepto p u ra ­

mente

m a te ria lista de la h isto ria, y en la segunda p ro cla­ m aba

la

llegada de la revolución com u n ista. Las tesis eran

monótonas

y frías, pero el m anifiesto se inflam aba de u n a

especie de

poesía vengadora.

D u ran te su breve visita a L ondres en co m p añ ía de Engels, M arx conoció a los escasos elem entos que aún q u ed ab an de u n p a rtid o revolucion ario alem án llam ad o la Liga de los Ju sto s. C arecía de h isto ria, p o rq u e h ab ía su rg id o de m u ch as co n spiraciones y m uchos fracaso s. La m a y o ría de sus m iem b ro s eran o b rero s especializados inseguros de su fu tu ro revolucionario, vehem entes e idea­ listas, que in te n ta b a n tra z a r u n p ro g ram a m ie n tra s per­ dían el tiem p o en in term in a b les d ebates. A M arx le im ­ presionó p ro fu n d a m e n te su vehem encia, y p o r p rim e ra vez en tre v io la p o sib ilid ad de c re a r u n p a rtid o revo­ lucionario, red u cid o y m uy unido, capaz de e je rc e r u n a influencia m u y su p e rio r a la que p o d ría e sp e ra rse d ad o el n ú m e ro de sus m iem b ro s. C uando regresó a B ru selas organizó la Liga co m u n ista, el p rim e ro de todos los p a r­ tidos c o m u n istas. De él fo rm a b a n p a rte

él

m ism o, su es­ posa, su c u ñ a d o E d g a r de W estfalia, y ex actam en te quince m iem b ro s m ás. La Liga co m u n ista, fu n d a d a en el invier­ no de 1845, d u ró en te o ría siete años, h a s ta que M arx la disolvió. De hecho, n u n ca existió re a lm e n te com o p a rtid o rev o lu cio n ario ; se lim ita b a a ser un red u cid o g rupo de am igos que serv ía com o c a ja de reso n an cia p a ra las ideas de M arx.

E n L ondres, la Liga de los Ju sto s p ro seg u ía su s deba­ tes. E n en ero de 1847, uno de sus m iem b ro s, Jo se p h Moll, un re lo je ro de C olonia, viajó h a s ta B ru selas p a ra p ed ir a M arx que co o p erase con su p a rtid o . T am b ién d iscu tie­ ro n la cu estió n de la ela b o ra c ió n de u n p ro g ra m a . Las consecuencias de aq u ella e n tre v is ta fu ero n tra s c e n d e n ta ­ les, p o rq u e M arx recib ió el en carg o de tr a z a r el p ro g ra ­

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m a. Se dem oró p o r diversas razones, y tra n sc u rrió algo m ás de un año an tes de que E l M anifiesto C om unista fuese com pletado e im preso en Londres:

Un espectro está m erodeando p o r E u ro p a —el esp ectro del com unism o— . Todas las potencias de la vieja E u ro p a se han unido en una san ta alianza p a ra exorcizarlo: papa y zar, M etternich y Guizot, radicales fran ceses y espías de la policía alem an a,..

El com unism o ya es reconocido com o una po ­ tencia p o r todas las p otencias de E uropa.

Ya es h o ra de que los co m u n istas h ab len ab ier­ tam ente, an te el m u n d o entero, publiquen sus opi­ niones, sus m etas, sus tendencias, y rep liquen al cuento de h ad as del esp ectro del co m u nism o con u n m anifiesto del p ro p io p artid o .

La soberbia insolencia de estas p a la b ra s iniciales sólo era igualada p o r la sob erbia insolencia de la conclusión:

Los com u n istas no se re b a ja n a o c u lta r sus opi­ niones y sus m etas. D eclaran a b ie rta m e n te que sólo pueden lo g rar sus o b jetiv os d estru y en d o p o r la fuer­ za todas las condiciones sociales existentes. Las clases dirigentes p ueden te m b la r a n te u n a revolu­ ción co m unista. Los p ro le ta rio s no tien en n ad a que p e rd e r a excepción de sus caden as. Y p u ed en con­ q u is ta r u n m undo.

C uando M arx escrib ió estas p alab ras, sus seg uidores no p asab an tal vez de u n a docena en B ru selas. P ero él es­ crib ió com o si c o n ta ra con m illones. E l panfleto fue pu­ b licad o en L ondres en fe b rero de 1848, el año de las rev o­ luciones, y no p ro d u jo el m e n o r efecto en los revolucio­ n a rio s que se a p o s ta ro n tra s las b a rric a d a s en Francia, P ru sia, A u stria e Ita lia , p o rq u e casi n in g u n o lo leyó. Sin em b argo, el m anifiesto, con su a p a sio n a d a poesía, tenía v id a p ro p ia, y ja m á s fue o lv id ad o c o m p leta m en te . Lenin lo c o n sid erab a com o el ú n ico d o cu m en to su p re m o en la h is to ria del com unism o, y, de to d o s los e sc rito s de M arx, es el m á s leído.

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Acababa M arx de te rm in a r El M anifiesto Comunista cuando la policía belga le arrestó , después de en terarse de que había gastado cinco mil francos de oro, de una herencia de seis mil procedente de su padre, en rifles para a rm a r a los tra b a ja d o re s belgas. C orría peligro de su frir ima ejecución sum aria. Jenny tam bién fue arres­ tada; describió los h o rro res de la prisión en su autobio­ grafía B reve bosquejo de una vida m em orable. Intervi­ nieron poderosas influencias, y después de una noche en la cárcel y u n a m añ ana de interro g ato rio , Marx, su es­

posa y sus tre s hijos, Jenny, L aura y E dgar, fueron con­

ducidos a la estación del ferrocarril. Cuando llegaron a P arís supieron que la revolución de febrero había term i­ nado con la d e rro ta to tal de los revolucionarios. Después de un m es escaso en París, M arx se dirigió a Colonia y se convirtió en d ire c to r del N eue R heinische Zeitw ig, que se autodefinía com o «órgano de la dem ocracia». E ra un diario m uy bien escrito que fluctuaba en tre el libera­ lism o y la revolución. M arx estab a en su elem ento como director, y casi siem pre lograba llegar a un acuerdo con los censores. E l ú ltim o núm ero, que apareció en mayo de 1849, se im prim ió en tin ta ro ja y contenía la despe­ dida de M arx a las au to rid ad es que a p lastab an las pe­ queñas rebeliones surgidas en P rusia:

Som os desp iad ados y no os pedim os clem encia. C uando nos llegue el tu rn o , no ocu ltarem o s nu estro te rro rism o . E n cam bio, los te rro rista s reales, los te rro ris ta s p o r gracia de Dios y de la ley, son b ru ­ tales, despreciables y vulgares en la p ráctica, cobar­ des, m ezquinos y tra id o re s en teoría, y ta n to en la p rá c tic a com o en la teo ría no tienen honor.

H uyó a P arís ju s to a tiem po, donde vivió b a jo el nom ­ bre de R am boz, pero la policía fran cesa no ta rd ó en des­ cu b rir su id en tid ad . El 26 de agosto de 1849 llegó a Lon­ dres, que se ría su h o g ar p a ra el re sto de su vida.

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Ill

El visitante de Londres aún puede v er el ap a rta m e n to increíblem ente pequeño donde M arx y su fam ilia vivieron a p re tu ja d o s desde diciem bre de 1850 h asta octu b re de 1856. H abía un d o rm ito rio dim inuto, una cocina con fregadero, y una habitació n que servía de sala de estar, c u a rto p a ra los niños, com edor, salón, estud io y biblio­ teca. El m ueble p rin cip al era u n a gran m esa anticuada, c u b ie rta con un hule, que hacía las veces de escrito rio y m esa de com edor. Las sillas eran desvencijadas, había polvo p o r to d as p a rte s, lib ro s y papeles se am o n to n ab an en to tal confusión, y el h u m o del tab aco h acía denso el aire. Fue allí d o n d e escrib ió sus lib ros y ensayos polém i­ cos, y donde m u rie ro n dos de sus h ijo s y su esposa es­ tuvo a p u n to de en lo qu ecer. E sta s tre s p eq ueñ as h ab i­ taciones tien en c ie rta im p o rta n c ia p a ra la h isto ria, p o r­ que en ellas em pezó a e sc rib ir E l capital en u n a época en que n u n ca sab ía si p o d ría p a g a r al m édico, al casero al ca rn ic e ro y al p an ad ero .

La m ise ria de aq u ello s añ o s d ejó su huella en él, p ero aún m á s m o rtific a n te q u e la p o b reza e ra s a b e r que ya no le q u e d a b a n seguidores. D u ran te los p rim e ro s m eses de 1850, los em ig rad o s alem an es a ú n so ñ ab an con la re­ volución. M arx y u n g ru p o de am igos h ab ían cread o una S o ciedad U niversal d e stin a d a a p ro v o c a r u n a ola revo­ lu c io n aria en G ran B re ta ñ a , F ra n c ia y P rusia. Los m o nu­ m en to s p ú b lico s se ría n in cen diado s, los reyes y rein a s de E u ro p a s e ría n asesin ad o s, y en to d a s p a rte s se c re a ría n g ob ierno s d ic ta to ria le s p o r los rev o lu cio n ario s decididos a a p la s ta r to d a o p o sició n y a d e s q u ita rse del fra c a so de la rev olución de 1848. P o r los escaso s d o cu m en to s que se co n serv an de la S ociedad U niversal, y p o r un in fo rm e e s c rito p o r u n ag ente secreto alem án , q ue fue enviado a lo rd P a lm e rsto n , con ocem os las g ran d es esp e ra n z a s que a le n ta b a n los em ig rad o s. P ero la fiebre d u ró sólo unos

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meses, los em igrados se enfrentaron entre sí violentamen­ te, y en el verano, la Sociedad Universal había dejado de existir. Desapareció porque sólo representaba a un pu­ ñado de revolucionarios y no atendía a ninguna de las verdaderas necesidades del pueblo.

A bandonado a sus propios recursos, Marx se encerró en el Museo B ritánico, donde estudió las obras de los econom istas y los Libros Azules («Blue Books») publica­ dos p o r el G obierno b ritán ico sobre los aspectos de la refo rm a social. Se convirtió p rácticam ente en un recluso, acudiendo al m useo todas las m añanas, y volviendo a casa p o r la noche. Ib an algunos visitantes, había violentas pe­ leas ocasionales en tre los em igrados, en las cuales tom aba parte, pero ya no era el form idable articu lista ni el d irr gente revolucionario, y poco a poco se iba sum iendo en el anonim ato. Su única fuente de ingresos eran los artículos m al pagados que escribía p ara el N ew Y o rk Daily Tri-

bune. E sta b a aprendiendo a escribir en un vigoroso inglés que nunca llegó a p arecer auténtico. Un descam ado sar­ casm o re c o rría las páginas en que atacaba la política de lo rd P alm ersto n y se oponía a los designios del príncipe Luis N apoleón.

P ara Jenny, educada en un am biente de distinción y lujo, aquellos p rim ero s años en Londres fueron una pesadilla. S iem pre h ab ía sido una m u jer m uy sensible, consciente de su ascendencia aristo crática. La suciedad del Soho c o n stitu ía u n m undo to talm ente extraño p ara ella. Sin em bargo, la m ayor afren ta la sufrió en junio de 1851, cuando poco después del nacim iento de su hija F ranziska, la doncella, Helene D em uth, dio a luz el hijo ilegítim o de M arx. El asu n to no trascendió, pero Jenny sufrió u n a crisis nerviosa y el propio M arx sintió te rro r an te la idea de que Jenny se divorciase de él y le con­ v irtiese en el h a z m e rre ír de los em igrados alem anes en L ondres.

Al año siguiente, F ran zisk a m urió de b ro n quitis y des­ n u trició n . Aquella noche colocaron a la niña en el d orm i­ torio, m ie n tra s to d a la fam ilia d o rm ía en el suelo de la única h abitación. M arx estab a dem asiado trasto rn a d o p a ra serv ir de ayuda, y fue Jenny quien salió a pedir

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prestado el dinero para el féretro de su hija. En su frag­ m ento autobiográfico Breve bosquejo de una vida m e­

morable escribió:

Con angustia en el corazón co rrí a casa de un em igrado francés que vivía cerca de nosotros y solía visitarnos. Le supliqué que nos ayudase en aquel terrib le m om ento. Me dio in m ed iatam en te dos li­ bras, lleno de conm iseración, y con ellas co m p ra­ m os el pequeño féretro , donde ah o ra la po bre niña descansa en paz. No tenía cuna cuando llegó al m undo, y d u ran te m uchas h o ras se le negó el úl­ tim o descanso.

Marx en co n tró alivio en la m iseria de aquellos p rim e­ ros años en Londres visitando o casionalm en te algunos

pubs con su am igo W ilhelm L iebknecht. T am bién Jenny,

com o relata en su libro, se d istra ía en las salas p a ra seño­ ra s de los b ares de L ondres, y le g u stab a d a r largos p a­ seos so litario s p o r el W est End. A m en u do en ferm a b a y con frecuencia se h allab a al b o rd e del h isterism o , y algu­ nas de las c a rta s m ás triste s de M arx a su am igo Engels, que enton ces resid ía en M anchester, m encionan las d ia tri­ bas que le dirigía su m u je r p o rq u e se negaba a tr a b a ja r y g a n a r din ero p a ra su fam ilia com o los d em ás h o m b res. E n la única ocasión conocida en que solicitó u n em pleo (com o em pleado del fe rro c a rril), sin tió u n g ran alivio cu ando se e n te ró de que su p etició n h ab ía sid o denegada p o rq u e su e s c ritu ra e ra ilegible.

Los años de m iseria y d esesp eració n to c a ro n a su fin en el o to ñ o de 1856, cu and o M arx, su esposa y sus tre s h ijas, Jenny, L aura y E leano r, fu eron a vivir a u n a casa en G rafton T errace, en H am p stea d . Con dinero de E ngels y una o p o rtu n a herencia, M arx em pezó a vivir com o un cab allero burgués, con levita, c h iste ra y m onóculo. Su m u je r e sta b a e n tu sia sm a d a con su re p e n tin o decoro.

T eníam os aspecto de p e rso n a s re sp e ta b le s, y vol­ vim os a c a m in a r con la cabeza erg u id a —escri­ bió—. N avegam os a to d a vela h acia la tie r r a de los filisteos.

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Se quejaba de los filisteos, pero debió sentirse bien entre ellos, porque dio bailes y fiestas, y acudía con ellos a las playas de moda. Las niñas recibieron clases par­ ticulares de baile, declam ación, italiano y piano. La res­ p etabilidad le gustaba m ucho, al igual que a Marx.

No o b stan te, nunca conocieron u n a época de seguridad financiera. Las cartas de Marx a Engels y la autobiografía de Jenny dem u estran que vivieron en continua inquietud. Aunque M arx ganaba pequeñas sum as escribiendo artícu ­ los p a ra u n a enciclopedia am ericana y publicando folle­ tos con ayuda de su am igo David U rquhart, nunca apren­ dió a ad m in istrarse, y continuam ente estaba en deuda con el p re sta m ista . E n una ocasión reunió un poco de dinero y lo invirtió en operaciones de Bolsa. De vez en cuando, ta n to M arx como Jenny hacían rápidos viajes al continente, a F rancia, Países B ajos y Prusia, con la espe­ ranza de recoger fondos, pero estos viajes, em prendidos con ta n ta valentía, casi siem pre term in ab an en un fraca­ so, y reg resab an m ás pobres que antes.

M arx escrib ía le n tam en te sus libros en un estudio tan deso rd en ad o y ta n lleno de periódicos, panfletos, Libros Azules («B lue Books») y libros de todas clases que sólo quedaba u n pequeño pasillo p o r donde p o d er an d ar, y por el cual cam in ab a a rrib a y a b a jo h a sta g a sta r la alfom bra. Cada d ía estu d iab a m enos en el M useo B ritánico, porque la m a y o ría de lib ro s e sta b a n a su alcance. Como siem pre, escrib ía a dos niveles —im p etu o sas polém icas y expo­ sición e ru d ita — y a veces ap arecían am bos en un solo libro o folleto. La H istoria de la vida de lord Palm erston e H istoria dip lo m á tica secreta del siglo x v n i, am bas es­ critas m ie n tra s vivía en Dean S treet, eran una com bina­ ción de los dos estilos. La H istoria de la vida de lord

P alm erston no era u n a h is to ria ni una biografía, sino un

in ten to de d e m o s tra r que lord P alm ersto n estab a al servi­ cio de la c o rte ru sa. La o b ra ten ía una g ran deuda con «aquel m o n o m an iaco de U rqu hart» , que era am igo de M arx y p u b licab a sus artícu lo s. U rq u h art ten ía sus razo­ nes p a rtic u la re s p a ra o d ia r a lo rd P alm erston, y no se

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detenía an te nada p ara d ifam ar al ho m b re que le había d estituid o de un im p o rtan te cargo. En H istoria diplom á­

tica secreta del siglo x v iii, M arx con tin u ab a su investi­ gación de la ex trañ a sum isión de la po lítica e x te rio r b ri­ tán ica a los dictados de la co rte ru sa sin a p o rta r p ru eb as, p ero en el curso de su estu d io de la h isto ria ru sa llegó a algunas notables conclusiones. Las leyes de h ie rro de la visión m a rx ista de la h isto ria eran entonces desconoci­ das p a ra el m undo, y el m arx ism o científico e ra algo que so b rep asab a los sueños m á s descabellados de M arx. Su in te rp re ta c ió n de los rasg o s p rin cip ales de la h is to ria ru sa se b asab a en u n a cuid ad o sa erudición. A sus ojos, la his­ to ria ru s a era u n a tira n ía in term in ab le.

Su o b ra sobre la n a tu ra le z a del cap ital, m a d u ra d a d u ra n te ta n to tiem po, y ta n ta s veces ap lazad a, recibió un ligero im pulso en la nueva casa de H am p stea d , y se p uso a tr a b a ja r en un estu d io general de econom ía política, cuya p rim e ra p a rte d ed icaría al «capital en general». Pero la n atu ra leza del cap ital seguía escapándosele, y el libro que publicó b a jo el títu lo de C rítica de la econom ía polí­

tica co nsistía en dos cap ítu lo s so b re p ro d u c to s y dinero,

y no co ntenía ni u n a p a la b ra so b re el cap ital. E n u n a c a rta a Engels m a n ife sta b a e s ta r can sad o de la econom ía política y que e stab a p en san d o en d ed icarse a o tr a cien­ cia. P ero en re a lid a d se en treg ó con feroz ab an d o n o a u na o b ra polém ica c o n tra K arl Vogt, an tig u o rev o lu cio n ario y m ás ta rd e o scu ro p ro fe so r en la U niversidad de B erna, que h abía tenido la d esgracia de p u b lic a r p o r su cu en ta u n a au to b io g rafía fra g m e n ta ria en la cual m en cio n ab a b rev em en te a M arx. La tím id a alu sió n de K a rl V ogt fue co n testad a con el fra g o r de u n tru en o . E n la m á s vio­ le n ta de to d a s sus o b ra s p o lém icas, M arx a ta c ó al p ro fe­ so r com o si fu e ra el P rín cip e de las T in ieb las, y p o r a ñ a d id u ra , a ta c ó ta m b ié n a M oses Levy, un e d ito r inglés que en u n a ocasión h ab ía p u b licad o u n a rtíc u lo fav o rab le a Vogt. M arx casi enloquece de f u r o r a n te la id ea de la in terv en ció n de Levy en el a s u n to :

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Pues bien, Levy, pro p ietario de esa cloaca central hecha de papel, no sólo es un experto en quím ica: es u n infalible alquim ista. Después de tran sfo rm ar la b a su ra social de Londres en artículos de perió­ dico, con vierte los artículos en cobre, y finalm ente, tra n sfo rm a el cobre en oro. S obre la en tra d a de esa cloaca cen tral hecha de papel cam pean estas pala­ b ra s escritas di colore cacuro: M e quisquam fo.xit

oletum », o com o tan poéticam ente lo expresó

B yron: «C am inante, ¡deténte y... mea!»

Con esto s térm in o s castig a M arx a Moses Levy en

El señor Vogt, u n largo y denso libro lleno de im pro­

perios e indigno de su capacidad intelectual. El libro sólo d e m u e stra h a s ta dónde era capaz de llegar Marx cuando le dom in ab a el rencor.

P a sa ro n siete años an tes de que M arx te rm in a ra El

capital y lo diese a la im p ren ta. Sufrió continuas in te rru p ­

ciones, d eb id as a pro lo n g ad as jaq u ecas y a u na aguda infección estrep to có cica; le salieron furún culo s p o r todo el cu erp o , y las m edicinas que to m ab a p a ra cu rarlo s dis­ m in u y ero n su resisten c ia m ie n tra s los fu rúnculos pro- liferab an .

O cu rra lo que o c u rra —escribió a Engels—, es­ p e ro que la b urguesía, h a s ta que deje de existir, ten ga m otiv o p a ra re c o rd a r m is carbunclos.

C uando fu e a P m s ia p a ra p o n er el m a n u scrito en m a­ nos d e su e d ito r de H am b u rg o , sólo co n tab a cu a re n ta y nueve años, p e ro re p re se n ta b a sesenta.

M arx h a b ía p u esto m u ch as esp eranzas en E l capital. C reía que a u m e n ta ría su fam a y m e jo ra ría su situación, p ero no sirv ió p a ra n in g u n a de am b as cosas. Tuvo algu­ n as c rític a s, d e m o stra n d o u n cierto respeto, en enciclo­ pedias y p erió d ico s alem anes, p ero n ad ie com prendió que h a b ía e sc rito u n lib ro que so b rev iv iría a casi todas las o b ra s d e s u época. Cinco años después, apareció tr a ­ ducido al ru so , y entonces se inició su segunda vida, por­ que ev e n tu a lm e n te caería en m ano s de Lenin. E n vida

Referências

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