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Epidemiologia y profilaxis de la fiebre amarilla

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Academic year: 2017

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EPIDEMIOLOGfA Y PROFILAXIS DE LA FIERRE AMARILLA*

por cl DR. JOSEPII H. WIIITE,

Directoy de la Comisión Espccaal para la CampaGa contra la Piebre Antarilla en México y Vice Director de la Oficina Sanifnvza Panamericana.

Trataré de exponer aquí solamente hechos generalmente aceptados a fin de que en el ánimo de mi auditorio no quede la más ligera sombra de duda.

El único agente transmisor del germen dc la fiebre amarilla es la hembra del mosquito denominado Aedes Calopus, más conocido con el nombre de estegomia.

Para que este mosquito pueda transmitir la infección, necesita ante todo picar a una atacado de la fiebre amarilla durante las primeras setenta y dos horas de la enfermedad, conservando cn sus entrañas virus por un período de doce días, después de lo cual ya está en con- diciones de transmitir la infección a las personas no inmunes, a

quienes llegue 8 picar.

El Aedes Calopus es esencialmente doméstico, y vive siempre al lado del hombre en las habitaciones de éste o cerca de ellas. La hembra necesita alimentarse con sangre para poder poner sus huevos.

Nunca pone sus huevos en charcos, lodazales u otros depósitos naturales de agua, sino que siempre lo hace en aquellos que tienen paredes de metal, madera, piedra u otras materias artificiales. Pre- fiere el agua limpia en pequeñas cantidades y en sitios protegidos por la sombra. Jamás pone sus huevos en depósitos que contengan mate- rias fecales o agua contaminada por dichas materias a menos que no pueda encontrar agua clara, y siempre la encuentra. Únicamente en experimentos de laboratorio se la puede obligar a abandonar sus hábitos de limpieza.

Cuando logra introducirse en una casa y obtener de los habitantes de ella, su alimentación de sangre, se instala ahí cómodamente y sólo abandona el bienestar, sombra y abundancia de alimento (sangre) de que disfruta, para ir en busca de un estanque o barril en donde poner sus huevos.

Afortunadamente una gran proporción de estos insectos mueren en el acto de la puesta, y aun cuando no se sabe a ciencia cierta el porcentaje de las hembras que perecen por este motivo, se calcula en

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un treinta por ciento o tal vez mas, puesto que, en nuestro campo de trabajo, podemos contar con la desaparición de casi todas las hembras adultas infectadas en un lapso de cuarenta días, no obstante que el doctor Juan Guiteras logró conservar a una hembra adulta cn una jaula ciento cincuenta y siete días después de la primera puesta de huevos, sin permitir el acceso del macho durante ese tiempo.

El que esto escribe, aun cuando no fué el descubridor, tal vez fué el primero en afirmar públicamente que el estegomia deposita sus huevos únicamente en receptáculos artificiales, y el difunto profesor R. Boyce, dc Liverpool, colaborador en la campaña de Nueva Orleans en 1905, creyendo que se trataba de un error, llevó a cabo investiga- cioncs tanto cn la América Central como en Las Antillas y en Africa, cuyo resultado fuC una confirmación plena de mi aserto y el cual es ahora generalmente aceptado por los epidemiólogos, como un dogma.

Dc los hechos ya relatados obtenemos las siguientes conclusiones por lo que hace a las medidas preventivas contra la fiebre amarilla: Puesto que tenemos dos factores, cl hombre y cl mosquito, es evidente que, scpariindolos no podrá existir la infección. Puesto que el primero es infeccioso tan sólo durante las primeras setenta y dos horas de la fiebre, se desprende que es necesario aislar a los enfermos de tal modo que so impida cl acceso de mosquitos en todo su tiempo, lo que se consigue mantcniikldolos en piezas cuyas puertas y ventanas estén protegidas por telas de alambre de dieciocho hilos por pulgada, o cuando menos dentro de pabellones o mosquiteros.

La cadena de infección puede ser rota, evitando la entrada de mos- quitos a las habitncioncs del hombre en todo tiempo con el uso de tela de alambre adecuada.

IJa cnfcrnicdad puede hacerse desaparecer en cualquiera población,

simplemente con reducir el número de estegomia en proporción sufi- ciente, de tal manera que dcsnparczca la posibilidad de que una o más hembras resulten contaminadas.

Aun cuando para cl clínico no tenga importancia la diferencia entre las condic~iones de cndcmicitínd y epidemicidad de la fiebre amarilla, para cl higicnistn tal difcrcncia reviste el mayor interés.

C~~nndo uua ciudad tiene suficiente población para mantener un margen considerable de personas no inmunes, bien que éstas sean gente dc fuera o ya los niños que nacen, tal ciudad puede muy bien constituir un centro endémico de tipo permanente, siempre y cuando su temperatura media no sea menor de unos quince grados C” (sesenta grados Farenheit ). La cantidad de habitantes que se requieren para llegar a este resultado varía de acuerdo con el movi- miento de población ; por ejemplo : una ciudad relativamente pequeña,

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como era Veracruz en 1900, con un enorme movimiento de extranjeros, podría ser un centro endémico de tanta importancia como La Habana (llamada en una época “el infierno central del demonio amarillo) con sus trescientos mil habitantes; en tanto que León, Nicaragua, con sesenta mil, no podría mantener un estado endémico por el poco o ningún movimiento de población flotante que tiene.

Ahora bien, en el caso de varios pequeños poblados cercanos unos de otros, o bien de haciendas a donde llegan frecuentemente crecidos números de trabajadores de los climas fríos o del extranjero, como sucede con las haciendas azucareras de Lambayeque, Perú, o en vuestro Valle del Papaloapan, se encuentra todas las condiciones ne- cesarias para constituir un foco endkmico por un período de tres o cuatro años, interrumpiéndose la endemia alguna vez cuando por cual- quier circunstancia se suspende la inmigración de fuereños no In- munes. Esto constituye un centro end~nzico-infermitente.

Cuando en una población, debido al escaso número de sus habitantes y a su poco o ningún movimiento de forasteros, existen pocas per- sonas no inmunes, al aparecer la enfermedad, ataca desde luego a todas aquellas que están en condiciones de contraerla, desapareciendo después por falta de sujetos receptivos que la propaguen. Como cuando se incendia una pradera, el fuego se extingue cuando ha devo- rado todo el pasto que le sirve de combustible R esta condición se le llama epidemicidad.

En las zonas templadas, tenemos ejemplos de epidemicidad en las ciudades cuya poblacibn es lo suficientemente numerosa para consti- tuir un foco endémico, pero cuya temperatura invernal es menos de unos quince grados C” (60 grados Far.), lo cual ocasiona la muerte del mosquito, haciendo así desaparecer la infección.

Todo lo que hasta aquí hemos expuesto, demuestra lo raciona1 de nuestra campaña en cl pasado, y la línea de acción que debe trazarse para ei porvenir, en esta campaña, en la que habéis colaborado con tanto acierto.

Hasta aquí hemos empleado nuestro tiempo y nuestros recursos para lograr el exterminio de la enfermedad, en los pequeños focos epidémi- cos, El Consejo Superior ha dictado estas medidas con fines humani- tarios, fines por los que nadie necesita dar explicaciones, ni ofrecer excusas. En lo futuro, dado que ya no existen pequeñas zonas infec- tadas y, tal vez, tampoco haya grandes, debemos dedicar nuestros esfuerzos a una campaña científicamente minuciosa, en contra del mosquito, tan sólo en las regiones endémicas y endémico-intermitentes, abandonando nuestro trabajo en lugares pequeños y aislados.

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carnes, es preciso que, en los lugares que fueron focos de fiebre ama- rilla, tales como Mérida, Veracruz, el Valle del Papaloapan y Colima, no se permita que la proporción de estegomia (índice) se eleve, y debe tenderse a que se mantenga dicha proporción de tal manera baja, que sea imposible la propagación de la enfermedad en cualquiera de estos lugares, aun cuando hayan habido casos de fiebre ocultos casual o deliberadamente,

No creo que haya habido ocultación alguna, y posiblemente, tam- poco ha habido casos no reconocidos.

Si llegado cl día primero de diciembre, no se ha descubierto ningún nuevo caso, podemos muy asegurar que México, que quizás fué la cuna de la fiebre amarilla, ha logrado desterrarla definitivamente.

El doctor Connor ha enviado al Consejo, un acertado artículo sobre el mftodo para dctcrminar el porcentn je de estegomia existente en una población, artículo* que recomiendo muy especialmente a la considera- ción de ustedes.

Nuestra experiencia en campaGas contra la fiebre amarilla, llevadas a cabo en muchos lugares, nos demuestra que, cuando menos de un cinco por ciento dc las casas de una comunidad, tienen criaderos de estegomia en act,ividad, la fiebre tiene por fuerza que desaparecer. En realidad un cinco por ciento cs tal vez excesivamente poco, pero en bien de la segnridad. mús vale que el porcentaje sea menor y no mayor que la indicada cifra.

La reducción n un cineo por ciento, da resultados eficaces porque disminuye la posibilid:lti clc contactos cntrc enfermos de fiebre y mos- quitos, Sstos, ademäs, SC diezman durante la puesta de huevos. Si a 6 esto se agrega la circunstancia dc que los mosquitos supervivientes,

vectores del germen dc la ficbrc, picaran scguramentc LL mayor número de personas inmunes que a las que uo lo estén, resnlta que hacen poco o ningún daco y mueren cn la siguieutc puesta.

Para demostrar mtís claramcutc esto, citaré el sigruiente ejemplo: LXcz casos de fiebre, con el número ordinario de mosquitos, pueden con- taminar a cien insectos, de los cuales unos treinta muereu sin causar darío, y los setenta restantes pueden infectar a cuarenta personas que visiten las diez casas en las que se encuentren los setenta insectos, pues hay que tener presente que son como el ratón doméstico, es decir, viven siempre en la misma casa. Ahora bien, si reducimos a un cinco por ciento el número de casas infectadas, nos quedaría, según la ley de promedios, solamente una casa infectada de las diez, o tal vez ninguna, y ~610 dos o tres mosquitos, de los cuales, posiblemente, uno sobre-

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viviría a la puesta, infectando a alguna persona no inmune, quien al caer enfermo y, siempre que en su casa no hubiese mosquitos, no podría. naturalmente, infectar ninguno, y las probabilidades de que no hubiera mosquitos serían de veinte contra una.

Por lo anterior pueden ustedes ver cómo decrece la infección, pu- diendo casi hacerse un cálculo matemático con respecto a los resultados finales.

El trabajo de Connor en Guayaquil y en Mérida, la labor de Hanson en Truxillo, Perú y, en realidad, todas aquellas campanas de las que tenernos noticia exacta, demuestra de una manera palpable que, des- pués de la reducción a un cinco por ciento, nunca ocurre más que un ciclo dc infección, o sean 18 días.

Lo que debemos hacer en lo sucesivo, es mantener el porcentaje de estegomia tan bajo como sea posible, en nuestros focos endémicos y endémico-intermitentes; que este porcentaje sca de un cinco por ciento o menor, y concentrar nuestros esfuerzos a la dest,rucción definitiva de los criaderos, siempre que esto sea posible.

Referências

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