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Aportes para el estudio de los movimientos sociales en América Latina

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Academic year: 2021

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Aportes para el estudio de los movimientos sociales en

América Latina: un estado de la cuestión

Marisol Esteve1 Resumen

Este artículo se encuadra en el marco de un proyecto de investigación doctoral que se está realizando en el Valle de Traslasierra, en la provincia de Córdoba (Argentina). En dicha investigación se parte de considerar que, como reacción frente a la aplicación de políticas agrarias de corte neoliberal tanto a nivel estatal como a nivel regional surgen movimientos sociales de base campesina, presentándose dichos procesos de movilización social como parte de un entramado mayor que incluye procesos de similares características en toda Latinoamérica.

Para el abordaje de esta temática resulta necesario realizar un análisis de diversos marcos teóricos a través de los cuales las ciencias sociales abordan la problemática de los procesos de movilización social. El objetivo entonces será realizar un primer estado de la cuestión que pase revista a algunas de estas teorías, explicitando similitudes y diferencias en los modos en que los diversos autores abordan la temática.

Palabras claves: movilización social, campesinado, capitalismo

1 Prof. de Cs. Antropológicas y doctoranda en Antropología – FFYLL, UBA-

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Abstract

This article is fitted in the frame of a project of doctoral research that is realized in Traslasierra's Valley, in the province of Cordoba (Argentina). In this research we started by considering that, as reaction opposite to the application of agrarian policies of neoliberal court so much state level as to regional level there arise social movements of rural base, appearing the above mentioned processes of social mobilization as part of a major studding that includes processes of similar characteristics in the whole Latin America.

For the boarding of this subject matter it turns out necessary to realize an analysis of diverse theoretical frames across which the social sciences approach the problematics of the processes of social mobilization. The aim will be to realize a first state of the question that it inspects some of these theories, marking similarities and differences in the manners in which the diverse authors approach the subject matter of the social mobilization.

Keywords: social mobilization, peasant, capitalism

Introducción

El presente trabajo se encuadra en el marco de un proyecto de investigación doctoral que se está realizando en el Valle de Traslasierra, en la provincia de Córdoba (Argentina). En dicha investigación se parte de considerar que, como reacción frente a la aplicación de políticas agrarias de corte neoliberal tanto a nivel estatal como a nivel regional surgen movimientos sociales de base campesina, presentándose dichos procesos de movilización social como parte de un entramado mayor que incluye procesos de similares características en toda Latinoamérica. Partiendo de esta premisa, en este artículo revisaremos algunas líneas teóricas que abordan la temática de la movilización social explicitando similitudes y diferencias entre ellas, a fin de poder establecer y fundamentar la elección de un marco teórico-conceptual a partir del cual

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analizar el proceso de movilización social en el Valle de Traslasierra (Córdoba).

Consideramos que en base a la hipótesis inicial resulta necesario realizar un análisis de carácter contextual, para el cual se recurrirá a los aportes de las teorías de la dependencia y la conceptualización del capitalismo en cuanto “sistema mundo”. En esta área se destacan los aportes de Gunder Frank (1973), Wallerstein (1999) y Quijano (2003), entre otros investigadores, quienes afirman que luego de la independencia de las naciones latinoamericanas y a partir del desarrollo del capitalismo industrial y el libre comercio, la situación de dependencia económica y sujeción política a las grandes metrópolis persistió, estructurando así el mapa geopolítico mundial y dando paso de esta forma al complejo sistema mundo actual. Por su parte, Piqueras (2002) señala que la colonización capitalista del mundo, comenzada con la expansión colonial ibérica, va dando forma a un sistema interestatal paneuropeo y, luego de la Segunda Revolución Industrial, se consolida el Capitalismo Monopolista de Estado que completa la expansión colonial. A partir de allí, todas las formas de control y explotación del trabajo, y el control de la producción, la apropiación y la distribución de los productos se articularon alrededor de la relación capital-salario y del mercado mundial. Es así que, entendiendo la desigualdad y el subdesarrollo como producto de la dominación de las potencias primermundistas, surgen diversas teorías que intentan dar cuenta y explicar los procesos de movilización social.

Asimismo, al pasar revista a las teorías sobre movilización social, es imprescindible señalar los aportes de las teorías enroladas bajo el

individualismo metodológico, siendo las principales: en Norteamérica, la

Teoría de la Acción Colectiva y la Teoría de la Movilización de Recursos y, en Europa, la Teoría de los Nuevos Movimientos Sociales. El eje de las investigaciones que siguen esta línea suelen ser las preguntas sobre cómo se organiza la gente y cuáles son las condiciones que facilitan la movilización social. De este modo se vuelve la atención hacia los factores microsociales de la movilización social originándose, en los últimos años, un gran desarrollo de estudios micro sociológicos (PIQUERAS INFANTE, 2002).

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Por último, realizaremos un breve acercamiento al análisis de los procesos de movilización social campesina en América Latina desde la teoría crítica y definiremos ciertas líneas de trabajo para el avance de la investigación en curso.

1. Acción colectiva e individualismo metodológico

A mediados de los años sesenta Mancur Olson, economista estadounidense, impactó en las ciencias sociales con su obra “La lógica de la acción colectiva. Bienes públicos y la teoría de grupos”, la cual exploró la problemática del comportamiento de grupos en función de los intereses y decisiones razonadas de los individuos, contrastando con los estudios previos no-marxistas que consideraban a los actores como irracionales y los movimientos como una disfunción social (PURICELLI, 2005). Olson partió del supuesto de que los actores son egoístas y se motivan por intereses particulares, siendo la acción colectiva aquella acción conjunta de individuos para la defensa de sus intereses comunes. Asimismo este investigador definió el problema del free rider, estrechamente relacionado a la idea de la elección racional, planteando que los individuos en grupos u organizaciones obedecen primero a sus intereses particulares, calculando el costo y beneficio de su participación antes de invertir su tiempo y esfuerzo en acciones colectivas. De este modo, un individuo maximizador intentará beneficiarse a través de la acción de los otros ya que su propio aporte al esfuerzo colectivo tendría un efecto poco notable en la organización mientras que para él tendría un costo elevado, siendo que de todas formas obtendría su parte de beneficio independientemente de su participación. A partir de esto, Olson dedujo la necesidad de incentivos selectivos individuales (positivos o negativos) para el desarrollo de la acción colectiva (PURICELLI, 2005; REVILLA BLANCO, 1996).

Se han realizado diversas críticas a este enfoque, señalando desde la falta de ideal social de los actores hasta el hecho de que implícitamente lo que se está señalando es por qué los actores no se movilizan, más que por qué sí lo hacen, pasando por aquellos que consideran que la identidad colectiva constituye en sí misma un incentivo selectivo para

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realizar este tipo de acción (PURICELLI, 2005; REVILLA BLANCO, 1996).

No es el objetivo de este trabajo adentrarnos en dicha polémica, sino apenas mencionarla a fin de poder situarnos respecto a los antecedentes de las dos grandes tradiciones teóricas vinculadas a la lógica de la acción colectiva y el individualismo metodológico, ambas herederas teóricas de la obra de Olson.

Respecto del surgimiento y apogeo de estas líneas teóricas Fernández Álvarez (2007b) señala que fue a partir de la “efervescencia” política de los años sesenta que se desarrollaron enfoques cuyo elemento común fue el cuestionamiento a las teorías hasta entonces disponibles sobre acción colectiva, las cuales aparentemente no permitían explicar el desarrollo de lo que se conceptualizó como “nuevas” formas de movilización.

1.1. La escuela norteamericana

La llamada escuela norteamericana2 enfatizó el carácter estratégico de los movimientos sociales centrando su análisis en el estudio organizativo que focaliza en el sistema y los recursos que posibilitan la acción colectiva. El punto de partida era la idea de que el actor racional participaba en la acción realizando un cálculo de costo/beneficio, asimismo la preocupación central pasaba por analizar el origen y la formación de los movimientos sociales sin intenciones de abordar los antagonismos sociales subyacentes en el surgimiento de un movimiento social sino aproximándose a la organización interna del mismo.

Esta tradición teórica se consolidó en la Teoría de la Movilización de Recursos, enfatizando en cuestiones como la organización, los recursos y la movilización. Posteriormente dio lugar al enfoque sobre los procesos políticos o “Estructuras de Oportunidades Políticas”, el que retoma la concepción de que la acción emprendida por los movimientos es más estructurada que espontánea, sumando la idea de que es también una

2 De la cual algunos de sus más reconocidos exponentes son Tilly, Tarrow,

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acción política y preocupándose por pensar en cuándo surge un movimiento y por qué ciertos movimientos son más fuertes que otros. Es así que la “Estructura de Oportunidades Políticas” contribuyó a la consideración del contexto político, explicando el surgimiento de los movimientos sociales en base a coyunturas favorables en las oportunidades políticas y enfatizando en variables externas e institucionales. Si bien esta perspectiva ha contribuido a poner en debate el contexto político, cosa que no ocurría con la Teoría de la Movilización de Recursos, la crítica a esta teoría señala el hecho de que al enfocarse completamente en el cuándo, ignora los por qué contextuales detrás de las tensiones sociales.

Finalmente, en los últimos años la escuela norteamericana ha sintetizado e integrado los diferentes enfoques en la línea de Perspectivas Comparadas. Esta línea articula los factores externos de política institucional que influyen en el desarrollo de un movimiento, las estructuras de movilización y forma organizativa de un movimiento y, por último, los marcos de análisis que consideran lo simbólico, lo cultural, la interpretación y los significados compartidos entre los partidarios de un movimiento.

Charles Tilly, uno de los principales teóricos de esta línea, señala cuatro “aspectos profundos” de la acción colectiva:

[…] siempre ocurre como parte de la interacción entre personas y grupo […]opera dentro de los límites impuestos por las instituciones y prácticas existentes y los entendimientos compartidos […] los participantes aprenden, innovan y construyen historias en el propio curso de la acción colectiva […] y […] cada forma de acción colectiva posee una historia que dirige y transforma usos subsecuentes de esa forma (TILLY, 2000, p.13-14).

La línea de las Perspectivas Comparadas, seguida por Tilly y Tarrow entre otros autores, explicita la existencia de conflictos, relaciones políticas y adversarios y es así que “[…] su preocupación yace en analizar los cambios macro políticos en la cual nace, el carácter estructural interno y los mensajes de la acción colectiva, comparando

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casos en diferentes países con la finalidad de sistematizar más la investigación empírica” (PURICELLI. 2005, p.15).

Diremos entonces que la línea norteamericana de la Acción Colectiva se inscribe dentro de las denominadas teorías de alcance intermedio3, siendo su eje explicar cómo se organiza la gente y cuáles son las condiciones que viabilizan la movilización social.

1.2. La escuela europea

Por otra parte resulta necesario comentar los aportes de la escuela europea4, la cual se ha preocupado principalmente por los factores identitarios y estructurales que orientan a los individuos a movilizarse y a involucrarse en acciones de protesta.

El punto de partida se encuentra en la idea de que existen “Nuevos Movimientos Sociales” que no responderían a las teorías de la acción racional desarrolladas en Estados Unidos, ni al marxismo estructuralista, sino que en estos nuevos movimientos sociales el eje estaría puesto en la lucha por el control de los modelos culturales. Y si bien la categoría de acción colectiva también es central para esta línea teórica, ésta es definida en términos de una confrontación de lo simbólico y lo subjetivo. La referencia empírica se encuentra en las luchas europeas y estadounidenses de los años sesenta (pacifismo, feminismo, ecologismo, protestas estudiantiles, etc.), explicando las reivindicaciones en términos de las preferencias por determinados estilos de vida y el valor de los derechos humanos.

Fernández Álvarez (2007b) señala que, bajo este paradigma,

[…] las movilizaciones del capitalismo tardío y la “sociedad posindustrial” no operarían en torno al

3 Se conocen bajo este nombre aquellas teorías intermedias entre las hipótesis

de trabajo menores, pero necesarias, que se producen durante las prácticas de la investigación y los esfuerzos por desarrollar una teoría unificada que expli-que todas las uniformidades observadas de la conducta, la organización y los cambios sociales.

4 Podemos mencionar a Offe, Touraine y Melucci, como algunos sus principales

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componente obrero, no estarían organizadas en relación a “la clase”, sino a otros elementos identitarios como el género, el origen étnico, etc. […] la clase dejaría de constituirse en el eje articulador y sus fines no estarían orientados por intereses estrictamente económicos o políticos (FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, 2007b, p. 2-3).

Es decir que, desde esta óptica, los nuevos movimientos sociales serían transclasistas y socioculturales, en la búsqueda de la reapropiación de la propia identidad, los conflictos “[...] representan un desafío a los lenguajes y códigos culturales que permiten organizar la información” (MELUCCI, 1999, p.107).

Es así que dimensiones como “lo cultural”, “lo simbólico” y “lo emocional” resultan variables fundamentales a tener en cuenta para el análisis de la acción colectiva desde este enfoque teórico ya que

El movimiento social surge cuando la situación de disonancia o incertidumbre entre preferencias y expectativas me coloca en una situación, vivida individualmente, de exclusión respecto de las identidades colectivas y las voluntades políticas que actúan en una sociedad en un momento dado (REVILLA BLANCO, 1996, p.10-11).

En cuanto al origen de los movimientos sociales se plantea que surgen donde la interacción entre los distintos proyectos de sociedad no tienden a la inclusión y representación de todos los individuos y colectividades que conforman una sociedad en un espacio y tiempo determinados, de modo que a través del proceso de formación de un movimiento social se estaría “subjetivizando” un ámbito de lo social. Por lo tanto, desde esta línea teórica los movimientos sociales se caracterizan como una forma de activación de la sociedad por la cual los grupos de ciudadanos, reunidos a través de un proceso de identificación, promueven la transformación del orden social (REVILLA BLANCO, 1996).

Uno de los principales exponentes en esta línea es Alain Touraine, cuyos desarrollos teóricos se orientan a la llamada “sociología del actor

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histórico”. Un postulado básico de esta línea es la asociación de modelos culturales y formas de organización social con un estado de la producción, a la vez que se señala que la organización social está regida por la representación que se hacen los hombres de su creatividad en cada nivel de modernización económica y técnica (TOURAINE, 1995). De este modo, será la lógica de los actores sociales comprometidos simultáneamente con valores culturales y en relaciones sociales conflictivas el eje a partir del cual analizar los movimientos sociales:

[…] aprendí en cambio a reconocer en los movimientos sociales la defensa del derecho de cada quien, individuo o grupo social, a escoger y a construir su existencia, a la vez que a defender, si lo desea, la herencia cultural […] de la que se siente descendiente.

De manera que equiparo por completo el tema del sujeto y el del movimiento social [...]

(TOURAINE, 1995, p.15- resaltados propios-).

Cabe aclarar que con movimiento social se refiere a “[…] la acción conflictiva de un actor dirigente o popular hacia el control de los modelos y los recursos de una sociedad, es decir, su historicidad” (TOURAINE, 1995, p.17), así este es entendido como un actor histórico formado por el sistema de acción histórica y por las relaciones de clase, defensor del sujeto personal y colectivo, que pone en práctica el conflicto por la gestión de la historicidad contra los sistemas de dominación y gestión establecidos.

Touraine dirá que el sentido de las conductas ha de explicarse por las relaciones sociales en que el actor está implicado, aclarando asimismo que para explicar las conductas es preciso situarlas respecto a la oposición de clases y sus intentos antagónicos de controlar el sistema de acción histórica. Así afirmará que el actor no actúa por una estructura social ni la estructura social es resultado de las intenciones del actor, sino que una y otra deben expresarse en términos de relaciones sociales. Este autor caracterizará a la modernidad latinoamericana como en continua tensión entre un universo instrumental, con un proyecto elitista de racionalización, y un universo simbólico, en el cual se manifiesta el desgarramiento y la fragmentación propios de procesos de

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subjetivación. Siendo así, los movimientos sociales en América Latina estarían dirigidos tanto a aliviar dicha tensión como hacia un esfuerzo

de subjetivación, entendido este como el esfuerzo de un sujeto con

voluntad de ser reconocido como actor social. Como consecuencia será el movimiento social el sujeto social por excelencia a analizarse en América Latina en tanto su formación depende de actores definidos por un determinado conflicto y deseo de participación social, quitando del centro de análisis a las clases sociales que para el caso latinoamericano parecen tener poca verificación empírica y escasa utilidad al momento de analizar y comprender las luchas actuales (GADEA y SCHERER-WARREN, 2008).

Siguiendo con su desarrollo teórico, explicitará que los movimientos sociales no son la expresión de una contradicción sino que hacen estallar los conflictos de clase, propios del sistema de acción histórica. Es así que no es el movimiento social en sí lo que debiera ser objeto de análisis sociológico sino el campo de acción histórica en que el movimiento funciona como un actor más.

1.3. Críticas a las teorías del individualismo metodológico y la acción colectiva

Se han realizado diversas críticas a estas líneas teóricas. Algunas de ellas señalan que lo que subyace a los investigadores enrolados bajo las diversas líneas del individualismo metodológico es la pregunta por el “por qué” y el “cómo” del surgimiento de los movimientos sociales. Así

[…] todas estas corrientes teóricas intentan encontrar argumentos explicativos que puedan dar cuenta de la emergencia de los movimientos sociales y del porqué aparecen intentos de cambio social […] lo importante es cómo […] y porqué surgen y cómo y porqué se mantienen en el tiempo. (GALAFASSI, 2006, p.10).

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subyaciendo en estas preguntas la idea de que el equilibrio social es la regla en vez de entender el proceso histórico como construido a partir de los antagonismos y conflictos entre los sujetos, clases o subclases. Otro aspecto que ha sido objeto de crítica es el hecho de que frente al reduccionismo político que señalara Melucci la respuesta es un “reduccionismo subjetivo” ya que: “[…] pareciera que más allá de la construcción de una identidad no quedara mucho más por hacer, y por lo tanto tampoco para explicar” (GALAFASSI, 2006, p.8). Asimismo se señala que al hacer hincapié en el estudio del actor y no en el estudio del sistema social, se pierde de vista el hecho de que en la sociedad capitalista avanzada los procesos y la producción de la información controlan decisiones sobre las relaciones personales, solapándose de este modo la existencia de las relaciones de poder político que son estructurales.

En relación a este punto Wallace señala que:

Si la nueva subjetividad política sólo es constituida por una única relación (lo económico o la transición a la democracia) o por varias relaciones no clasistas, sin considerar lo clasista […] es repetir el reduccionismo que llevó a que la clase tuviera una hegemonía conceptual ahistórica, trabando el intento por conocer la realidad y haciendo una sustitución de lo clasista o lo económico por una enfatización de la modernización estatal y/o los MS. (WALLACE, 1999, p. 352).

Por su parte Nash (2006) sugiere que este tipo de enfoques permiten exploraciones más agudas respecto de las formaciones de identidad y representación de los movimientos sociales pero también enfatiza que estas exploraciones sólo “[…] tienen sentido en el contexto del poder y de los recursos materiales que mantienen a las estructuras de poder” (NASH, 2006, p. 50). Y entiende que

[…] la emergencia de nuevos actores no puede ser subsumida en “conflictos de identidad” sin tener en cuenta los sistemas económicos e institucionales ya que ambos definen y son reconstituidos con su presencia. (Ibidem, p. 53).

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En esta línea, Wallace afirma que los movimientos sociales están envueltos en una compleja trama de fuerzas económicas, políticas y sociales, de allí que una determinada reestructuración del poder estará implicada en sus reivindicaciones articuladas a las identidades que asuman. De esto se sigue que cuando un movimiento social plantea una reivindicación en la lucha por el logro de sus objetivos sectoriales, se inserta en ciertas relaciones de poder que lo trascienden. Por último, respecto a la caracterización de un movimiento social como “nuevo”, Wallace menciona que “[…] la simple descripción de aspectos objetivos de ciertas manifestaciones sociales no puede dar cuenta por sí misma de novedad alguna” y enfatiza en la necesidad de contar con una red conceptual histórica y estructural, al momento de caracterizar un movimiento social como “nuevo” y evaluar su significado político y social (WALLACE, 1999, p. 353).

1.4 Repensando las teorías sobre la acción colectiva desde América Latina

En los últimos años se ha desarrollado en América Latina toda una línea que reconoce y utiliza ciertos aportes de la acción colectiva en el estudio y análisis de los procesos de movilización social, pero desde una perspectiva crítica que permite realizar un acercamiento reconociendo la particular realidad histórica y contextual latinoamericana. Dicha línea propone estudiar la articulación entre procesos de desigualdad y dispositivos de politización, por un lado, y acción colectiva, por el otro. De este modo, se busca captar las acciones políticas o politizadas de los grupos subalternos en contextos que trascienden el sistema político formal (FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, 2007b).

Fernández Álvarez y Manzano (2007) señalan la importancia de indagar acerca de la capacidad preformativa del Estado, de los sujetos y de los modos de acción colectiva a la hora de definir una determinada categorización social sin desconocer que este proceso se da “… en el marco de relaciones de poder en el que se inscriben las interacciones entre los diferentes actores desde las cuales se definen tanto las categorías institucionales como las categorías nativas” (FERNÁNDEZ

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ÁLVAREZ; MANZANO; 2007, p. 147). Es decir, teniendo en cuenta la existencia de relaciones de hegemonía que enmarcan estos procesos y negociaciones ya que, según estas autoras, se trata de poner el acento en los sentidos intersubjetivos de las construcciones sociales pero también en la forma de categorización del Estado y la correlación variable de fuerzas sociales para impulsar definiciones y acciones sociales. De este modo se analizarán de modo articulado las formas cotidianas de resistencia y dominación, teniendo en cuenta los modos en que las políticas sociales y las acciones del Estado configuran y regulan estos procesos, generando a su vez un espacio de disputa. Se trata entonces de señalar la incidencia de procesos estructurales pensando de manera articulada las experiencias desarrolladas por los sujetos que llevan a cabo las prácticas de movilización social en relación a la definición de las políticas públicas, considerando que las primeras no se “derivan” o “emergen” de las segundas. Se trata de “…plantear una mirada que considere el proceso y permita, a partir del mismo, considerar las interacciones” (FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, 2007a, p. 106)

En esta misma línea se cuestiona el planteo de oposición rígida entre Estado y movimientos sociales, apuntando a analizar el papel de las políticas públicas no sólo como cooptadoras sino como creadoras en relación a los movimientos sociales (QUIRÓS, 2009), entendiendo a los movimientos sociales como procesos que delimitan un campo de relaciones con el Estado (FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, 2007a).

Manzano (2004) realiza una importante crítica a las teorías de la acción colectiva enfatizando que si bien la reflexión sobre los movimientos sociales tensiona las nociones de la política como dominio diferenciado e institucionalizado y al mismo tiempo la separación entre Estado/sociedad civil, estas teorías“…no se interesan por demostrar que estas separaciones o categorías son producto de la historia y no hechos universales” (MANZANO, 2004, p. 2). Y en relación al surgimiento de cierta línea de análisis que ha abandonado el uso del concepto de movilización social, incorporando en su lugar el de protesta social, señala que el interés no debe recaer en las formas de protesta en sí mismas y recalca que lo fundamental debería ser: “… su vinculación con los modos históricos y cotidianos a partir de los cuales se forman actores sociales y modalidades de acción sociopolíticas” (MANZANO, 2004, p. 9).

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Asimismo considerará fundamental tener en cuenta el vínculo con el Estado así como con las ONG’s, las cuestiones identitarias y los procesos internos de las organizaciones para lograr el consentimiento de sus miembros con las demandas y medidas de acción.

Quirós (2009) señalará la necesidad de cuestionar las dicotomías entre razón material/razón ideológico-moral e identidad/interés a partir de las cuales se ha abordado la pregunta por las motivaciones de la acción colectiva, afirmando en cambio que:

[…] los términos dicotómicos y excluyentes en los que se cercó la reflexión académica, derivaron en a) una subestimación del poder propiamente “político” que encierra el orden de “lo económico”-es decir, una inadvertencia del carácter no excluyente de la distinción política/economía; y b) una imposibilidad para advertir e incluir en el análisis dimensiones que escapan a los propios términos de la distinción (QUIRÓS, 2009, p. 6).

En este ámbito resulta fundamental mencionar la figura de Lygia Sigaud quien ha sido una pionera dentro de la antropología política latinoamericana en la realización de análisis que dieran cuenta de la dinámica e institucionalización de relaciones de dependencia recíproca entre el Estado, los movimientos sociales y los individuos que los conforman (Sigaud, 2005). Es así que investigadores de Argentina y Brasil5 han realizado una revisión de la oposición autonomía/heteronomía afirmando la necesidad de entender las relaciones entre Estado y movimientos sociales en términos de poder

creador y relaciones de interdependencia, rompiendo con el dualismo

Estado/Sociedad Civil así como con la oposición entre Estado/movimientos sociales6.

5 Sigaud (2004, 2005), Ernández (2005), Fernández Álvarez (2007), Manzano

(2004, 2007), Quirós (2008, 2009), Rosa (2008), entre otros.

6 Por ejemplo para el caso del LPM Rosa señala que: “Ao contrario de uma luta

contra o Estado, o que presenciei foi uma luta para que o Governo usasse os instrumentos desse Estado pós-apartheid para garantir a implementação das medidas previstas na Constituição.” (Rosa, 2008, p. 310)

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Se trata, en síntesis, de una línea teórica que tomando algunos de los postulados de la acción colectiva así como las críticas a esta línea teórica, prioriza el análisis en términos de contextos relacionales y procesos políticos, focalizando tanto en las especificidades locales como en la dimensión histórica y contextual, entendiendo a la política como una dimensión de la vida cotidiana, centrando su atención en los procesos de lucha y conflicto, dando cuenta de los variados mecanismos de dominación y resistencia. Así, el problema del poder que históricamente ha constituido un eje central de la antropología política, fue redefinido en términos relacionales, complejizándose con la incorporación de la perspectiva gramsciana del poder en términos de hegemonía, así como con los desarrollos foucaultianos acerca del biopoder y la gobernamentalidad (FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, 2007b). 2. Enfoques críticos en el estudio de los procesos de movilización social

Las llamadas teorías críticas, de corte marxista, ponen el eje en las luchas y conflictos generados por la imposición de un determinado modelo de desarrollo capitalista y por la interacción y puja de intereses entre sectores y clases sociales. Desde este marco teórico se entiende la historia como un proceso en constante transformación motivo por el cual los llamados “nuevos movimientos sociales” son analizados como dando cuenta de los nuevos ámbitos de la contradicción, es decir: como respuesta ante las modificaciones de las relaciones sociales en el mundo del trabajo y la aparición de nuevos espacios de socialización. Y, si bien esto sería lo “nuevo”, lo que no cambia en forma sustancial es la base estructural de las relaciones de explotación y dominación en toda sociedad capitalista.

Las diferentes líneas de las teorías críticas coinciden en la idea de que toda lucha debe conectarse dialécticamente con una lucha más amplia, que tenga como horizonte la totalidad, así como con la idea del hombre como sujeto histórico, ser creador de la realidad social (KOSIK, 1963; PIQUERAS INFANTE, 2002). Se entiende entonces, a los movimientos sociales como un conflicto de clase dentro del capitalismo, pero

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evidenciándose diferencias ya que para algunas líneas teóricas la lucha debe ser a través de emprender negociaciones con el Estado, mientras que otras consideran que esta debe ser sin contaminarse del Estado, construyendo espacios autónomos (PURICELLI; 2005). En cualquier caso, el conflicto siempre es conceptualizado como expresión de la resistencia ante la dominación social, señalando los procesos de explotación, subsunción, desigualdad e injusticia social.

Wallace (1999) habla de una posición clasista que se sostendría en la concepción de que la explicación del origen y la naturaleza de los “nuevos movimientos sociales” deben buscarse en los cambios de base económica. Desde una posición de este tipo el surgimiento de movimientos sociales se entiende como el modo en que emerge la lucha de clases en el nuevo escenario para la acción social, como expresiones de nuevas relaciones de fuerza entre el poder reestructurado y la sociedad. Tomando los planteos de Gilly (1993), Wallace señala que desde esta postura de tipo clasista los nuevos movimientos sociales aparecen determinados por su contexto estructural y su novedad radica en el significado que en ese nuevo contexto adquieren, no en sus contenidos reivindicativos o formas organizadas per se, sino en

[…] la reestructuración económica, la reestructuración del poder a nivel mundial, y paralelamente la quiebra de un paradigma de organización de las clases trabajadoras, movimientos y partidos clasistas. (WALLACE, 1999, p. 356)

Es importante señalar que existen análisis críticos contextuales, estudios de caso críticos y líneas críticas que explican determinados movimiento pero no hay una teoría neomarxista de movimiento social que permita explicar la gran cantidad de experiencias actuales. Por lo tanto, siguiendo la propuesta de Piqueras Infante7 (2002) esbozaremos

7 Este autor considera pertinente la utilización del análisis marxista para dar

cuenta de los movimientos sociales como polimórficas expresiones de la lucha de

clases, a la vez que propone la combinación de lo que considera las dos grandes

vertientes del marxismo para su estudio: el marxismo “sistémico”, que focaliza la trayectoria histórica de los movimientos sociales como parte de la propia evolución del sistema capitalista, junto con el marxismo “abierto” que resalta el

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algunas características del marxismo sistémico aplicado al estudio de los movimientos sociales y posteriormente haremos lo propio respecto al marxismo abierto.

2.1. Marxismo sistémico: dependencia, sistema mundo y movimientos antisistémicos contemporáneos

Dentro de esta línea teórica podemos mencionar entre otros, los aportes de Gunder Frank (1973), Wallerstein (1999, 2002) y Quijano (2000, 2003) quienes afirman que luego de la independencia de las naciones latinoamericanas y a partir del desarrollo del capitalismo industrial y el libre comercio, la situación de dependencia económica y sujeción política a las grandes metrópolis persistió, estructurando así el mapa geopolítico mundial y dando paso de esta forma al complejo sistema mundo actual. En este esquema las relaciones mutuas entre las regiones “feudales” del tercer mundo y las “modernas”, representan el funcionamiento de una sociedad global de la que ambos polos son parte integrante y resultado de un único proceso histórico.

Es así que entendiendo que

La colonialidad es uno de los elementos constitutivos y específicos del patrón mundial de poder capitalista. […] Se origina y mundializa a partir de América […] en el mismo momento y en el mismo movimiento históricos, el emergente poder capitalista se hace mundial […] como ejes centrales de su nuevo patrón de dominación se establecen también la colonialidad y la modernidad […] hasta hoy (Quijano; 2000: 342),

la idea de movimientos sociales no puede aislarse del contexto histórico y las condiciones macro estructurales, por lo cual resulta imprescindible recurrir a los análisis de tipo macro sociales para poder comprender el fenómeno de los procesos de movilización social en toda su dimensión.

movimiento de alternatividad a lo dado como un fenómeno imprevisible e inevi-table.

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Dentro del marco teórico marxista es central el concepto de “movimientos antisistémicos contemporáneos” propuesto por Wallerstein (1999), concepción que abarca dimensiones no solo económicas, sino también políticas, ideológicas, culturales y sociales en un sentido integral del cambio. Quijano (2000) señala que es a partir de esta propuesta teórica en la cual convergen la visión marxista del capitalismo como un sistema mundial y la braudeliana sobre la larga duración histórica, que se ha reabierto y renovado el debate sobre la reconstitución de una perspectiva global en la investigación científico-social del último cuarto del siglo XX.

En términos de Wallerstein, “movimiento antisistémico” es una forma de expresión que incluye en un mismo grupo a aquellos movimientos que histórica y analíticamente se ubicaban bajo el nombre de movimientos sociales, es decir que peleaban por fortalecer la lucha de clases dentro de cada Estado, junto con aquellos que se autocalificaban de nacionales, los cuales luchaban en pos de la creación de estados nacionales (WALLERSTEIN, 1999, 2002). Creemos que en esta caracterización hay implícita una definición netamente sociopolítica, entendiéndose a los movimientos antisistema como organizaciones con fines sociopolíticos de cambio social, independientemente del tipo al cual pertenezcan.

Es así que el Estado encarnó un eje clave en el accionar de estos movimientos, tanto porque era el objetivo a alcanzar/conquistar como porque en el poder del Estado residía buena parte del poder del enemigo. El Estado como objetivo a conquistar los hacía obrar de acuerdo a lo que Wallerstein llama la “estrategia en dos pasos” (aquella orientada a primero ganar el poder dentro de la estructura estatal y sólo después, transformar el mundo). Sin embargo, el ímpetu revolucionario originario se fue matizando con la discusión entre revolución y reforma como estrategia adecuada para llegar a la transformación social. Finalmente Wallerstein considera que la estrategia en dos pasos llevó a la paradoja por la cual hacia los años ´60 del siglo XX, casi una tercera parte de los países del planeta estaban en poder de estructuras sociopolíticas que representaban a alguna clase de estos movimientos pero sin que la transformación terminara nunca de completarse, quedándose en la primera etapa. Este autor considera que hay un punto

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de inflexión a partir de las protestas y movilizaciones de 1968, que introdujeron un fuerte debate en la estrategia de los dos pasos, dando lugar a la emergencia de los nuevos movimientos antisistémicos contemporáneos.

Las características comunes de estos “nuevos” movimientos sociales serían principalmente el rechazo frente a la estrategia en dos pasos, las jerarquías internas y las prioridades de la vieja izquierda. Además, se estarían construyendo en base a principios más flexibles y democráticos, concibiendo la burocratización como parte del problema y sospechando profundamente del Estado, así como de la acción orientada en referencia a ese mismo Estado.

En el cambio abismal que está alterando el escenario de los movimientos antisistémicos, una dinámica transformadora sobresale histórica, teórica y estratégicamente sobre las demás. Se trata de la paulatina pérdida de significado de los Estados de la economía-mundo, en su independencia soberana, como centros organizadores claves de las pautas de desarrollo del capitalismo histórico […] Se trata de dos procesos esenciales del capitalismo, la centralización de capital y la polarización socio-económica. (WALLERSTEIN, 1999, p.110).

La solución parecería ser ir hacia un mundo más humanitario, concepción que abarca dimensiones no solo económicas, sino también políticas, ideológicas, culturales y sociales así, como ya fuera mencionado anteriormente, se trataría de apuntar a un sentido integral del cambio. Respecto a esto, Wallerstein menciona que

Los movimientos y los grupos sociales han generado expectativas tremendamente altas en términos de democracia, derechos humanos, igualdad y calidad de vida; simultáneamente, los Estados encuentran cada vez más difícil satisfacer estas demandas […] (WALLERSTEIN, 1999, p. 110).

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La principal crítica que puede hacerse a estas teorías es que utilizan esquemas totalizantes perdiéndose de vista “[…] el problema entre las diferencias locales y las corrientes globales […]” (NASH, 2006, p. 44). Y si bien el principal y fundamental aporte del paradigma del “sistema mundo” fue centrar la atención en los problemas de poder que afectan a las poblaciones a lo largo del mundo, es preciso señalar cómo a nivel local también “[…] la resistencia y la rebelión detienen y a veces desestabilizan la confianza en las fuerzas económicas mundiales” (Ibidem, p. 44).

2.2. Marxismo abierto: “cambiar el mundo sin tomar el poder”

Uno de los principales exponentes del marxismo abierto es John Holloway quien ha destacado la importancia de “...pensar las categorías

marxistas como categorías abiertas, categorías que conceptúan la apertura de la sociedad”. Esta concepción del marxismo como abierto,

conlleva una crítica al denominado “marxismo cerrado”, es decir:

[...] aquellas corrientes de la tradición marxista que ven el desarrollo social como un camino predeterminado […] ya sea que se le vea en los términos tradicionales de la "necesidad histórica" o en los tonos posmodernos, posestructurales, más influyentes de las "inescapables líneas de tendencia y dirección establecidas por el mundo real"… (HOLLOWAY, 1995, p.1)

Así se señala como característica distintiva de una aproximación abierta al marxismo la idea de que “[…] ‘no hay distinción entre contradicción y lucha’: todas las contradicciones sociales son relaciones de lucha […] nacemos dentro y existimos en una relación de lucha […] estamos constituidos y nos movemos en la lucha.” (Ibidem, p. 7). Siguiendo esta línea se considera que la dicotomía clásica entre poseedores de propiedad privada y trabajadores se ha trocado hacia una polarización social más amplia donde el concepto de lucha de clases es esencial para

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comprender los conflictos y el capitalismo actuales, entendiendo esta noción como polo del antagonismo social incesante y cotidiano entre alienación y desalienación.

Partiendo de este marco analítico, se asevera que

Un concepto de revolución que se reduce a una teoría de la organización y al Estado como el espacio privilegiado de la acción revolucionaria está dominado por el mito del progreso y la temporalidad abstracta, justamente contra lo cual es necesario pensar el cambio radical. (TISCHLER, 2004, p. 135).

Un ejemplo paradigmático de esta conceptualización es el caso de los zapatistas quienes:

[…] dicen que no quieren tomar el poder, que pueden ser derrotados, pero que están seguros que van a ganar. Van a ganar porque mientras haya historia, habrá quien recoja su ejemplo; no como acto heroico, individual, sino como la temporalidad irreductible de las resistencias y luchas. (Ibidem).

Asimismo, tomando estas proposiciones para el análisis de los procesos de movilización social, June Nash (2006) afirma que lo central de su investigación en relación al EZLN es “[…] entender cuál es el legado que quedará, más allá de su último destino[…]” (NASH, 2006, p. 57).

Es en relación con estas premisas que se sostiene que la lucha no debe ser un contrapoder sino un “antipoder sin Estado”, es decir, luchar contra el Estado pero sin contaminarse de él, a través de la construcción de espacios autónomos. Para una comprensión más acabada de esta idea es necesario partir de una comprensión de la emancipación política como parte del proyecto de dominación del hombre por el hombre, así desde el marxismo abierto se afirmará que “La izquierda debería dejar la construcción de los estados a aquellos que ven un uso en eso, más bien técnicos sociales del bien común o políticos profesionales con nada que perder excepto en las elecciones.” (BONEFELD, 2003).8 Y en este

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sentido se insiste en que el poder reside en la fragmentación de las relaciones sociales, motivo por el cual no es posible “tomar” el poder. Asimismo se entiende al Estado como una forma fetichizada de las relaciones sociales, como elemento en el desplazamiento de las relaciones sociales, “[…] un bastión contra el cambio, contra el flujo del hacer […]” (HOLLOWAY, 2002, p. 116).

Es así que desde una interpretación que abreve del marxismo abierto, pensar científicamente tendrá que ver con comprender todos los fenómenos sociales como formas de relaciones sociales, entendiendo que las relaciones sociales son fluidas e impredecibles pero a su vez se rigidizan en ciertas formas que parecieran adquirir su propia dinámica y son cruciales para la estabilidad de la sociedad. Entonces, el razonamiento científico implicaría disolver esas formas rigidizadas, de modo tal que la lucha será entendida como

[…] una lucha que identifica y, en cada momento de identificación, niega esa identificación: somos indígenas-pero-más-que-eso […] Una lucha que no se mueve contra la identificación como tal se mezcla fácilmente con los patrones cambiantes de dominación capitalista (HOLLOWAY, 2002, p. 156).

En la idea de “cambiar el mundo sin tomar el poder” es clave la comprensión de la fetichización, ya que “[…] una revolución que no es ‘en beneficio de’ sino auto-movimiento, ni siquiera tiene necesidad de pensar en ‘tomar el poder’” (HOLLOWAY, 2002, p. 157). Y así la lucha se comprende como “lucha contra el fetichismo”, es decir, lucha para superar nuestra fragmentación, para encontrar maneras de unir nuestras distintas dignidades en respeto mutuo (HOLLOWAY, 2002). Esta conceptualización desafía los paradigmas clásicos de las teorías liberales y marxistas respecto de la evolución lineal y la existencia de un solo modo de producción dominante, en el análisis del conflicto y los movimientos sociales. Se trata así de una postura teórica que propone una lectura de la situación actual desde una visión con tintes claramente libertarios.

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3.1. Los movimientos sociales campesinos desde la teoría crítica

Diversos autores han realizado análisis acerca de los movimientos sociales campesinos utilizando para ello el enfoque crítico. Claro está que esto implica inexorablemente prestar especial atención a las condiciones macro estructurales y macro sociales en las cuales estos procesos de movilización social tienen lugar y adquieren sentido y relevancia.

Según datos del Observatorio Social de América Latina (OSAL-CLACSO) en el período que va de mayo-agosto 2000 a igual cuatrimestre de 2002 hubo en América Latina un crecimiento de los hechos de conflicto social relevados del orden de más del 180% (SEOANE; TADDEI; ALGRANATI; 2006). Para estos autores, este incremento de la conflictividad social da cuenta de un nuevo ciclo de protesta social que emerge en contestación a las regresivas transformaciones estructurales producto de la implementación de fuertes políticas neoliberales en la región.

Asimismo identifican que a partir de las fuertes transformaciones estructurales impuestas sobre todos los órdenes de la vida social por el neoliberalismo se debilita el peso de los sindicatos y “[…] el modelo de reprimarización económica y la centralidad que en este contexto asumen los procesos de reestructuración agraria tienen como contrapartida la emergencia de destacados movimientos de origen rural” (SEOANE; TADDEI; ALGRANATI; 2006, p. 233). Y también afirman que dichos movimientos tienen una fuerte influencia a nivel nacional e internacional, trascendiendo las reivindicaciones sectoriales y cuestionando tanto la política económica neoliberal así como la forma constitutiva del estado-nación en América Latina, y dando cuenta de un creciente proceso de movilización y organización rural a nivel regional contra las consecuencias económicas y sociales del modelo neoliberal.

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Así pues, entendiendo que el neoliberalismo se presenta como un sistema mundial, los autores citados señalan que a partir de la irrupción en los diversos escenarios políticos nacionales de procesos de dimensiones continentales comenzaron a surgir y afirmarse experiencias de coordinación continental dentro de las cuales las organizaciones campesinas tienen un papel fundamental (SEOANE; TADDEI; ALGRANATI, 2006). Y concluyen:

[…] los movimientos sociales enfrentan el gran desafío de aprovechar los intersticios abiertos con la pérdida de legitimidad del neoliberalismo para disputar el rumbo de los procesos en curso, manteniendo y profundizando su autonomía en relación con los gobiernos […] los procesos de convergencia regional que a escala nacional impugnan el modelo económico hegemónico, y los horizontes emancipatorios que se desprenden de las prácticas y discursos que caracterizan a los movimientos sociales en los principios del siglo XXI, alumbran los contornos de esa “otra América es posible” que tanto reclaman nuestros pueblos.” […] (Ibidem, p. 248).

Tal vez la característica más destacable de estos procesos de movilización social se encuentre en la confluencia entre lo local y lo global. Actualmente nos encontramos en un momento histórico particular en el que hay un fuerte resurgir de movimientos sociales ya no únicamente ligados a una identidad obrera y/o comunista, sino que han proliferado las organizaciones formadas en base a identidades étnicas, raciales, de género, pueblos colonizados, campesinos, indígenas, etc. e incluso desde los años setenta los diversos tipos de reclamos comenzaron a entrelazarse formándose grupos que reivindican luchas feministas y ambientalistas, pacifistas y campesinistas, etc. Todos ellos comparten un componente de alternativa al modelo de vida y desarrollo capitalista (NOGUÉ FONT; RUFÍ, 2001). Como bien señala Harvey (1998) estos grupos opositores al capitalismo universalizante tienen un poder relativo para organizarse en el lugar y las resistencias regionales pueden ser bases muy buenas para la acción política pero probablemente no puedan soportar aisladamente el peso de un cambio

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histórico radical. Es así que el eslogan revolucionario de los años sesenta “pensar globalmente, actuar localmente” se reactualiza y adquiere nueva vigencia en una época en la cual la gran paradoja se encuentra en la relación entre la globalización que como condición altera “[…] las estructuras geopolíticas tradicionales, sobre todo en sus esquemas espaciales […] y temporales […]” (NOGUÉ FONT; RUFÍ; 2001, p. 205) a la vez que el ámbito local aparece como espacio de reivindicación y lucha social.

Por lo mismo el panorama que se presenta respecto a la interacción entre lo local y lo global y la emergencia de procesos de movilización social con reivindicaciones que a veces parecieran trascender lo clasista y generalmente articulan reclamos coyunturales con otros estructurales, es realmente complejo. Es en función de dicho panorama que nos interrogamos sobre el rumbo y los objetivos de las organizaciones campesinas en Latinoamérica: ¿se trata de voces que se alzan reclamando un cambio de tipo revolucionario del sistema hegemónico o en verdad lo que se reclama es una reforma del sistema de modo tal de no caer fuera de este?, ¿cuál será su devenir? La respuesta a estos interrogantes excede los objetivos y límites del presente trabajo, quedando planteado como un eje a desarrollar en próximos avances de la investigación.

3.2. Movimientos campesinos en Argentina: el caso del Movimiento Campesino de Córdoba

En el marco de surgimiento de movimientos rurales en América Latina y todo el mundo, directamente ligado con un particular ordenamiento del sistema-mundo neoliberal, se da también la emergencia de movimientos sociales de base campesina9 en Argentina. Este tipo de

9 Cabe mencionar que la utilización del término “campesinos” se inscribe dentro

de una vieja y no resuelta polémica entre “campesinistas” y “descampesinistas” (también conocida como “polémica Lenin-Chayanov”) sobre la permanencia, o no, del campesinado dentro del sistema capitalista. Asimismo esta polémica toma ribetes aún más peculiares en el caso argentino por tratarse de un país que históricamente ha negado la existencia del campesinado en su formación en cuanto estado-nación. Como dicha polémica excede los límites y objetivos del presente trabajo nos limitaremos a señalar que en esta ocasión optaremos por utilizar una conceptualización del campesinado que tenga en cuenta principal-mente los aspectos estructurales, sin descartar rasgos subjetivos pero

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entendi-organizaciones nacen como una respuesta “desde abajo” ante un escenario nacional e internacional favorecedor de grandes productores monopolistas y pools de siembra, que actúa arrinconando a los campesinos que producen para la autosubsistencia y el mercado local, tanto por el corrimiento de la frontera agropecuaria como por el tipo de políticas económico-productivas vigentes.

Como fuera señalado en un trabajo anterior (ESTEVE, 2009), a partir de la década de 1980 se asiste en Argentina al surgimiento de organizaciones de base agro-rural, algunas de las cuales se reconocen “herederas” de lo que fueron las Ligas Agrarias10, mientras que en otros casos se trata de nuevas organizaciones que buscan referenciarse en una u otra experiencia pasada, o bien apoyarse en organizaciones preexistentes (la Federación Agraria Argentina, el Movimiento Agrario Misionero u otras organizaciones cuyos orígenes se encuentran en sectores de la Iglesia Católica). Estos movimientos campesinos tienen un posicionamiento crítico frente al avance del neoliberalismo, reclaman un cambio radical en el modelo económico y productivo argentino, reconocen un fuerte vínculo con la tierra y tienen en común el reclamo por un cambio en las condiciones de producción y reproducción agro-rurales.

En los últimos años la provincia de Córdoba se ha convertido en el primer productor nacional de soja. Para entender esta afirmación hay que ir un poco hacia atrás y recordar que en el año 1995, la Agencia Nacional Ambiental (USDA) de Estados Unidos aprobó la liberación de

endo que estos emanan de las condiciones de vida y la histórica explotación a la que los campesinos se han visto sometidos, considerando que la “lógica campe-sina” sólo se puede entender desde el contexto de una economía global, depen-diente y de bajo nivel de absorción de población en empleos productivos.

10 Nacidas en la década del ‘70 a partir de un trabajo misional del Movimiento

Rural de la Acción Católica combinado con la necesidad de los pequeños y me-dianos productores agrarios, que comenzaron a movilizarse en el contexto de un capitalismo argentino en transformación hacia una política de apertura econó-mica, que implicaba una profundización de la crisis en las economías regiona-les. Uno de los ejes de su lucha era pelear por el precio de sus producciones debido a que los monopolios que operaban en la compra y venta y en la indus-trialización de los productos primarios fijaban los precios a su conveniencia. Las Ligas Agrarias constituyeron la máxima expresión de la lucha social en el ámbito rural en esa década. (Ferrara 2007, Galafassi 2008)

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la soja RR y en el año siguiente el entonces secretario de Agricultura, Ing. Felipe Solá autorizó la apertura desregularizada de semillas genéticamente modificadas (OGM) en el país, sin ningún estudio previo que avalara dicha decisión. A partir de entonces, el cultivo de soja resistente al glifosato (RR) comenzó a extenderse con mayor rapidez sobre el territorio argentino.

En este contexto, y con un marco nacional e internacional de fuertes políticas neoliberales favorecedoras de la producción agropecuaria para la exportación, avanzó la siembra de soja en la región pampeana cordobesa, y con ello un número importante de sistemas de producción de dicha región se han transformado, pasando de sistemas de producción ganadera o mixta a sistemas agrícolas puros. Asimismo, los sistemas agroproductivos de las regiones extrapampeanas cordobesas se han visto modificados debido al avance de la producción sojera que provoca el corrimiento de la producción ganadera y agrícola tradicional hacia zonas que fueron históricamente consideradas ‘marginales’ por no presentar condiciones edáficas ni climatológicas óptimas para el desarrollo de producciones agropecuarias de exportación. Este corrimiento de la frontera agropecuaria implica el avance de la lógica y prácticas monoproductivas, las cuales incluyen como primera medida una fuerte inversión en tecnología para ‘convertir’ las tierras marginales en tierras aptas y la consecuente explotación intensiva del territorio y los recursos naturales. Generalmente este avance de la frontera agropecuaria implica la pérdida de la diversificación productiva propia de las zonas marginales, sin tener en cuenta el cuidado por la biodiversidad natural y menos aún el respeto hacia las poblaciones campesinas que viven en esas zonas.

Resumiendo: a partir del avance de la frontera agropecuaria en Córdoba se produjo un cambio en el uso tanto de las tierras de la región pampeana, sobre las cuales se avanza con el cultivo de soja, como de las tierras extrapampeanas sobre las cuales avanza la ganadería bovina. En la región de Chaco Árido cordobesa el uso tradicional es la ganadería de monte, practicada en el bosque nativo principalmente por los productores campesinos y también por medianos y grandes productores. Estos últimos realizan un tipo de ganadería extensiva sin vivir en el campo mientras que los productores campesinos viven en la región y son

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quienes se vinculan más estrechamente con el monte nativo. En los últimos años se está registrando la aparición de inversores y empresas capitalistas provenientes de otras regiones del país, interesados en intensificar la producción ganadera para lo cual ejecutan un desmonte selectivo mecánico (muy similar al desmonte total) utilizando rolo11 y topadoras con el objetivo de quitar gran cantidad de árboles y arbustos, para luego sembrar el terreno con pasturas megatérmicas forrajeras. De este modo se compromete la existencia de los sistemas silvopastoriles campesinos, el monte y con esto el estilo de vida campesina. Así entonces, la propuesta política y tecnológica hegemónica pareciera ser la

pampenización de las regiones extrapampeanas del país.

Las consecuencias son múltiples e implican cuestiones ambientales, socio-culturales y económicas, teniendo entre sus principales efectos el avance del proceso de concentración de la tierra, el sub-aprovechamiento de los recursos regionales (quedando soslayados los múltiples usos del monte) y la pérdida de biodiversidad con los consecuentes trastornos que esto provoca tanto a nivel natural como económico y social.

A partir de este avance de la frontera agropecuaria sobre las tierras marginales de Córdoba, junto con la necesidad de organizarse para obtener mejores precios en la compra de insumos y la venta de la producción, en el año 1999 se creó la Asociación de Productores del Noroeste de Córdoba (Apenoc), dos años después surgieron la Unión de Campesinos de Traslasierra (Ucatras), la Organización de Campesinos Unidos del Norte de Córdoba (Ocunc) y la Organización de Campesinos y Artesanos de Pampa de Achala (Ocapa) y luego siguieron sumándose otras organizaciones surgidas como respuesta frente a un modelo de exclusión y expulsión. Juntas conformaron, en noviembre de 2004 el Movimiento Campesino de Córdoba (MCC) cuyos ejes básicos son el

11 El rolo está conformado por un cilindro con cuchillas de acero dispuestas

ra-dialmente, montado sobre bujes en un bastidor. Las cuchillas generan pozos en el suelo, los cuales captan y retienen agua de lluvia, y así se incrementan las condiciones de humedad del suelo. Además, al pasar el rolo sobre un terreno se eliminan las leñosas arbustivas “improductivas” y se remueve el suelo y se lo prepara para la siembra de pasturas megatérmicas, es decir, aquellas que tie-nen una gran capacidad de adaptación y supervivencia en climas cálidos y ári-dos, tales como los de la región chaqueña árida y semi-árida.

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reclamo por la tierra y el agua para producir y poder vivir, dos recursos que son la base de la vida campesina.

La formación del MCC surge como respuesta a la aplicación de políticas neoliberales en el agro que generó la apertura hacia el suroeste y noroeste de la provincia, destruyendo bosques y montes nativos, desalojando a los campesinos por medio del despojo violento y directo de las tierras como por el llamado desalojo silencioso, es decir: el cercamiento y apropiación de tierras que históricamente se utilizaban de modo comunitario para el pastoreo de cabras y aprovechamiento forestal.

Frente a esta situación estructural el MCC se presenta como independiente de partidos políticos; sus líderes son producto de debates de base popular y responsables antes asambleas populares; enlaza luchas sectoriales con temas de política nacional e internacional; tiene enlaces nacionales (a través del Movimiento Nacional Campesino Indígena-MNCI-), regionales (a través de la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones Campesinas-CLOC-) e internacionales (a través de Vía Campesina); cuenta con aliados urbanos como el Frente Popular Daría Santillán y ha tomado en cuenta la experiencia de otros movimientos campesinos (por ejemplo, el MOCASE) y urbanos en términos de tácticas y estrategias. En su configuración se combinan la autodeterminación, el antiimperialismo y la oposición al neoliberalismo, pero se focaliza sobre todo en las demandas locales inmediatas.

IV. Conclusiones

Enrolándonos en la línea de las teorías críticas, y partiendo de la idea de movimientos antisistémicos, sostendremos que el proceso histórico se construye a partir de los conflictos y antagonismos entre sujetos, clases o subclases, por cuanto lo fundamental son las direcciones y caminos del cambio social que intentan imprimir los movimientos sociales y la capacidad, estrategias y voluntad que tienen para transformar efectivamente las reglas del juego dominantes (GALAFASSI, 2006).

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Consideramos que los movimientos sociales siempre son objetivamente políticos,12 independientemente de que cuestionen o no subjetivamente al Estado, ya que “[…] están constreñidos en su proceso de surgimiento – génesis y en su desarrollo y posibilidades de éxito a una cierta configuración dominante y contradictoria de poder […]” (WALLACE, 1999, p. 358).

Por ello, más allá de la identidad revolucionaria o reformista que reivindiquen o no las organizaciones, analizaremos los procesos de movilización social como expresión de los procesos de lucha en el marco de la contradicción entre sujetos o clases sociales, considerando que la acción social al mismo tiempo que responde a parámetros de índole estructural, tiene una capacidad estructurante, reflexiva, sobre la realidad. De este modo, creemos que es fundamental la búsqueda por desentrañar los nexos mediatizadores de la realidad, comprendiendo para ello que las estructuras sociales existen dos veces: como condiciones objetivas más allá de los sujetos y también objetivadas, impresas en los agentes a través de esquemas de pensamiento y acción (PIQUERAS, 2002; 2003). Es así que incluso sin poder dar una respuesta definitiva respecto al futuro de las organizaciones campesinas en América Latina, podremos al menos comprender mejor los factores que han llevado a su formación y persistencia en la actualidad así como comprender su lógica de acción, estrategias y reclamos.

En la introducción a su obra “Europa y la gente sin historia”, Eric Wolf señala que espera “… delinear la situación de los procesos generales en el desarrollo mercantil y capitalista, siguiendo al mismo tiempo sus efectos sobre las micro poblaciones que son el tema de estudio de los etnohistoriadores y antropólogos” (WOLF, 2006, p. 39). Tomando esta idea, intentaremos recuperar los orígenes de la tradición antropológica como ciencia social holística, de modo de realizar un análisis de las cuestiones macro-estructurales vinculadas a la expansión de los monocultivos y su impacto micro social, sobre la población campesina de Córdoba. Tomaremos como punto de partida la idea de que los procesos

12 Entendiendo “lo político” no sólo como el sistema de representación de

intere-ses vigente o como el Estado en tanto conjunto de instituciones formales, sino entendiéndolo en un sentido foucaultiano, es decir, un poder que circula y tras-pasa todo el cuerpo social.

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de movilización social campesina son la respuesta “desde abajo” ante el ejercicio de poder “desde arriba” y que la capacidad de “agencia social” tiene un impacto diferente según el lugar que los actores ocupen en la estructura del poder y considerando que

[…] un enfoque que no aborda los procesos interrelacionados de imperialismo, mediación del Estado y clase dominante no es capaz de explicar hasta qué punto el ejercicio de poder ‘desde arriba’ plantea, necesariamente, límites a cualesquier y a todo tipo de empoderamiento ‘desde abajo’ (PETRAS; VELTMEYER, 2002, p. 17).

Por todo lo expuesto creemos conveniente la articulación de la perspectiva macrosociológica y macropolítica, capaz de encuadrar las diferentes dimensiones en el análisis de los movimientos sociales dentro de una estrategia teórica de amplio alcance, prestando atención tanto a la cambiante correlación de fuerzas de actores sociales atravesados por el factor de clase, como a las diferentes manifestaciones microhistóricas del sistema socioeconómico en que actúan y a las que dan lugar (PIQUERAS INFANTE 2002, 2003; WALLACE 1999). Sólo así podremos delinear un cuadro de situación más completo, atendiendo a las múltiples variables que hacen tanto al escenario actual en el agro latinoamericano como a su vinculación con los procesos globales del capitalismo actual.

Referências

CECEÑA, E.: La resistencia como espacio de construcción del nuevo mundo, Revista Chiapas n° 7, 1998.

ESTEVE, M.: Tierra y agua para poder producir y vivir: el Movimiento

Campesino Cordobés, Revista Theomai n° 20, segundo semestre 2009

(http://revista-theomai.unq.edu.ar)

FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, M.I.: (a) De la recuperación como acción a la

Referências

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