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ELCORONELNOTIENEQUIENLEESCRIBA

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Academic year: 2021

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EL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

1. UN ENFOQUE GENERAL.

La historia cubre acontecimientos entre octubre y diciembre de 1956; es un relato en sí mismo bastante lineal y es contado por un narrador omnisciente. Como sugiere el título, la novela está dominada por la personalidad de un Coronel sin nombre, anónimo, un veterano de la Guerra de los Mil Días, la cual estalló en 1899 entre las facciones liberales y conservadoras causando muerte y destrucción en las provincias de Colombia. De acuerdo a los términos del Tratado de Paz de Neerlandia y los subsecuentes decretos firmados por el Congreso Nacional, los veteranos de esta guerra tenía derecho a ser indemnizados, pero cincuenta años más tarde nuestro Coronel está todavía esperando pacientemente la carta que le autorice a cobrar su pensión de veterano de guerra.

La historia vital del Coronel es una frustración sin fin. Su pobre casa está hipotecada y sus ahorros están a punto de expirar; para colmo, su único apoyo y perpetuación de su nombre, su hijo Agustín, ha sido brutalmente asesinado por sus actividades clandestinas en favor del movimiento revolucionario.

Aunque nunca sabremos el nombre del Coronel, su personaje está tan vivamente retratado que el lector rápidamente tiene la impresión de conocerlo íntimamente. La humanidad de este Coronel lo convierte en uno de los más memorables personajes de Márquez. En él se fusionan acertadamente lo trágico y lo cómico. Como persona mayor demuestra un coraje moral que va más allá del coraje físico que demostró como militar.

La entera existencia de este anciano está dominada por dos factores. En primer lugar, su inexorable espera de la carta que finalmente le confirme su pensión de guerra: “Durante 56 años, desde que terminó la última

guerra…”, y, en segundo lugar, el gallo de pelea, cuya presencia refuerza el

significado de los últimos años del Coronel y la muerte de su hijo. La futura pelea de gallos es la última oportunidad del Coronel para poder pagar las deudas adquiridas en estos años y recuperar el respeto de la gente del pueblo.

Para complicar la situación ya existente, surgen otras dificultades a las que enfrentarse. Los largos años de miseria y pobreza han mermado la salud tanto del Coronel como de su esposa. La vida en ese trópico lleno de plagas y enfermedades, a lo que se le suma el clima caluroso y húmedo, no es fácil. La lucha diaria por sobrevivir en estas condiciones se acrecienta con la llegada del mes de octubre, con sus perpetuas lluvias y olores. Los

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desórdenes de una naturaleza descompuesta y contaminada se reflejan en los curiosos síntomas físicos que experimenta el Coronel: “el Coronel

experimentó…”.

Para el Coronel, además, hay una humillación que va más allá de ese malvivir; hablamos de la inutilidad de su causa política, que parece haber perdido cualquier ímpetu. Sin dinero y sin prestigio o influencia, cualquier sentido de orgullo o independencia personal es difícil de mantenerse, y más cuando las circunstancias personales son tan vulnerables como las del Coronel: “Tuvo que apretar los dientes muchas veces para solicitar crédito”.

Por otra parte, la pesada carga psicológica que este matrimonio soporta induce al lector a realizarse una gran cantidad de preguntas acerca del destino humano y el fundamental dilema sobre si la existencia del hombre debería ser vista con los ojos de la esperanza o de la desesperación, otro de los temas que Márquez propone en su relato.

Aunque el Coronel puede parecer una figura pasiva que es manejado por cualquiera: “…péinate…, venda ese gallo…, no sea ingenuo…”, él es, en verdad, un hombre de profundas determinaciones y convicciones. Básicamente, él es un inconformista en conflicto con su tiempo y los valores corruptos de su mundo. A él le quedan pocas ilusiones acerca de la lealtad y el apoyo a los amigos, pero, con todo, él todavía continúa buscando los valores genuinos en un ambiente social donde la integridad se ridiculiza y los ideales suenan vacios.

El Coronel es un visionario político, como aquellos extravagantes héroes que persiguen sus sueños, así el legendario coronel Aureliano Buendía y el Duque de Marlborough. Los grandes días del fervor revolucionario han terminado y la Asociación Municipal de Veteranos está obsoleta y sus miembros han muerto o desaparecido. Su propia contribución como tesorero de los fondos de los insurgentes enfrentándose al peligro durante aquella crucial fase de la revolución ahora parece remota y olvidada, mas, pese a ello, todavía algo de aquel antiguo entusiasmo permanece en él. En verdad, él es el único sobreviviente de aquellos acontecimientos históricos. La soledad política del Coronel sólo sirve para aumentar su agudo y acendrado sentido de la responsabilidad y la confianza. El abandono es un concepto que él encuentra inaceptable. Los acontecimientos subsiguientes que le ha tocado vivir y sufrir únicamente le han traído una decepción tras otra, dañando así las pocas esperanzas de lograr aquella justa recompensa por su entrega militar, pero siempre queda en él su filosofía de vida: “Nunca es demasiado tarde para nada”.

El Coronel todavía tiene alguna carta escondida. Un viernes la barca-correo podrá traer finalmente la carta deseada, el gallo de Agustín podrá ganar la próxima pelea de gallos y así tanto el Coronel como los amigos de su hijo obtendrán algo de dinero, de la misma manera las guerrillas clandestinas podrán obtener el éxito de su lucha hacia la democracia.

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Ciertamente, cualquiera de estos hechos es difícil que ocurra, pero el Coronel cree que su paciencia será recompensada al final.

2. LA ESENCIA DEL HEROÍSMO.

García Márquez ha explicado que el Coronel originariamente fue concebido como una figura cómica, pero su personalidad gradualmente va cambiando durante la novela y adquiere una ambigüedad digna de un gran personaje de novela.

El anciano, pese al contexto adverso que le rodea, logra preservar la inocencia y la pureza de un niño. Esta atractiva cualidad se ejemplifica por las cosas que excitan su imaginación: el circo ambulante, plantar rosas, o sus espontáneas canciones. A los ojos del Coronel, el mundo, con todas sus cosas desagradables, todavía está lleno de posibilidades sorprendentes. El Coronel es tan curioso como un niño acerca de las maravillas de un viaje en avión y su escritura es aún infantil, con “sus garabatos grandes un poco

infantiles”.

El retrato físico del Coronel, con ese improvisado traje de chaqueta que decide ponerse para el funeral de un músico local, resulta irrisorio. Frente al espejo, el Coronel intenta imaginarse el efecto total con su traje planchado y le dice a su esposa que debe parecer un loro. Ésta, examinándolo de cerca, todavía reconoce en él a aquel soldado con quien se casó hace ya muchos años. El hombre que ella ve ante sus ojos no es un payaso, sino el bravo joven héroe que luchó con braveza por sus ideales. Para su mujer, el Coronel es un hombre demasiado honesto y orgulloso para su tiempo, por lo ella encuentra desesperante la actitud estoica de su marido ante las injusticias que ambos están sufriendo. Sus necesidades son verdaderamente modestas y él solamente se siente seguro en la privacidad de su casa, en la compañía de los pocos amigos leales que le quedan o en la tranquila conversación que mantiene con su gallo de pelea, el animal en el que pervive la memoria de su hijo perdido, animal que es el confidente de sus ansiedades y el único capaz de responderle con “un sonido gutural...

como una sorda conversación humana”.

Ahora que la mayoría de sus correligionarios han desaparecido o se han exiliado y ya Agustín ha muerto sin perpetuar su nombre, el Coronel se siente más solo que nunca. Cansado de esperar y a menudo cerca de la desesperación, él continúa corriendo el riesgo de ser encarcelado por hacer circular propaganda de la causa revolucionaria, como él tristemente dice:

“Era su único refugio… y él quedó convertido en un hombre solo sin otra ocupación que esperar el correo todos los viernes”.

En ningún momento de la obra se menciona afiliación política alguna, y al mismo tiempo se subraya la naturaleza solitaria de las acciones del Coronel. La vaguedad en detalles de las descripciones de las actividades

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clandestinas sirve para reforzar la idea de inefectividad de la oposición en este status quo político en el que viven. El Coronel reacciona al caos sin esperanza, con resignación, ya que él no puede enfrentarse a esa burocracia sin sentimientos, a sus ineptos abogados, al desinteresado correo, al avaricioso Don Sabas, a la negatividad de su esposa.

Aunque su sentido del humor ayuda al anciano a enfrentarse a la desesperación y a la infelicidad, también duda: “El que espera lo mucho

espera lo poco”. Pese a la vida tan dura que ha vivido el Coronel, pese a sus

amarguras, él es capaz de afirmar que “La vida es la cosa mejor que se ha

inventado”. Es interesante el verbo utilizado por Márquez en esta cita: una vida inventada más que creada, reforzando la idea de lo aventurado del

destino humano, cualquiera que sean los obstáculos a lo largo de la misma. Pese a la deshonestidad reflejada por sus enemigos políticos, el Coronel continúa practicando la compasión y la honestidad. Es consciente que las circunstancias adversas han influido en la degeneración de la sociedad, pero él siempre está preparado para ver algo bueno en los demás. Este aspecto se aprecia en su relación con Don Sabas, quien se ha hecho rico gracias a dudosas alianzas políticas y a sus métodos poco escrupulosos, que son denunciados por el Doctor cuando él asegura al Coronel que: “El

único animal que se alimenta de carne humana es Don Sabas”. El Coronel

no responde, ya que Don Sabas era el padrino de su hijo muerto, Agustín. El Coronel ha aprendido a reflexionar y resignarse, pero el diálogo final con su esposa está lleno de amargura e intensidad.

-“No se te ha ocurrido que el gallo puede perder………….

-Se sintió puro, explícito, invencible en el momento de responder. -Mierda”.

La novela finaliza abruptamente con esta vulgaridad. La palabra

“Mierda” irrumpe con toda la agresión y puede parecer que el personaje

estalla en mil piezas como si de un puzle se tratara, pero no es así, él está vivo y dispuesto a sobrevivir en sus difíciles condiciones.

3. LA MUJER DEL CORONEL.

La mujer juega un papel central en la historia, como la figura de contraste. Sus reacciones hacia la gente y sus situaciones varían con las de su marido, revelando un personaje atado a la realidad y mucho más práctica en sus esfuerzos por solucionar los problemas domésticos. Sus comentarios revelan un cariz cínico. La mujer del Coronel es mucho más sensible ante su situación humillante en una comunidad donde hay poca caridad o comprensión. Sus síntomas de asma crónica le hacen parecer un personaje mucho más sombrío de lo que es. Una vida de pobreza y enfermedad ha alterado su carácter: “endurecido todavía más por cuarenta años de

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amargura”. Esta mujer torturada revela el lado más oscuro de la psicología

humana. Profundamente religiosa, ella se debate entre el temor a Dios y su justicia y la angustia ante la corrupción moral del mundo que les rodea.

Aunque tenaz en sus creencias religiosas, llega a dudar y a rebelarse contra su cruel destino. La vida tan dura que ha sufrido –que parece que no tiene fin– le ha enseñado a no esperar de este mundo nada más que tristeza y desolación. Después de muchos años de hambre y pobreza sólo puede decir que “Nosotros ponemos el hambre para que coman los otros”.

Varios hechos durante la obra nos hacen pensar que las preocupaciones y la falta de salud han convertido a esta anciana en una mujer incorregiblemente pesimista. El retrato que quiere plasmar el autor va más allá de esto. La mujer del Coronel es una señora mayor, pero bajo esa frágil apariencia (“Es una mujer construida apenas en cartílagos blancos

sobre una espina dorsal arqueada e inflexible”) se esconde una mujer dura,

de fuertes convicciones, que es capaz de recuperarse de una crisis de asma tras otra, probando que ella tiene un notable poder para sobreponerse ante una enfermedad crónica: “Cuando estoy bien, soy capaz de resucitar un

muerto”.

A pesar de sus quejas ante la “paciencia de buey” del Coronel, del orgullo que éste demuestra para no pedir ayuda, ella admira profundamente la integridad de su esposo. Comparte muchas de las cualidades de su marido, su honestidad, su espíritu de independencia y su lealtad y compasión. Ella es capaz de aceptar infinitos dolores con tal de asegurarse de que su marido tiene algo para comer o que va bien vestido. Está convencida de que al menos el Coronel sale a la calle limpio y aseado. Es mucho más consciente de los equívocos e injusticias sufridos por su marido que de los sinsabores que ella misma ha sufrido. Además, sus recuerdos del pasado son mucho más positivos que los del Coronel. Aun así, la imagen obsesiva de la muerte de Agustín y los ataques de asma reducen su vida a los rezos en semi-inconsciencia: “la pedregosa respiración…remota…

navegando en otro sueño”.

Inconsolable, los momentos de respiro de la anciana son pocos y están distanciados entre ellos, pero, cuando ocurren, el lector rápidamente aprecia a una mujer bastante diferente. Se retoca su maltrecha ancianidad en el cuarto de baño, discute con el Doctor y parece que vaya a comenzar una vida nueva justo cuando todo parece perdido. Ella es rápida a la hora de retomar su autoridad en la casa: “Un día de estos me muero y me lo llevo a

los infiernos”.

Por otra parte, el misterio de la muerte está siempre presente en los pensamientos de esta anciana: por un lado, desde la percepción de la futilidad y la pérdida de la vida, por otro, desde el punto de vista cristiano de lo inevitable y la aceptación de la misma. Incluso sintiéndose más solos desde la muerte de su hijo, ellos se apoyan el uno al otro lo mejor que pueden. Se cuentan inocentes mentiras y se sacrifican secretamente para

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aliviarse de su miseria diaria. Su juventud es momentáneamente recuperada en un espontáneo gesto de afecto cuando el Coronel promete a su esposa llevarla al cine cuando termine el año de luto por la muerte de Agustín; en ese momento, los tiempos más felices vuelven a su mente intentando recordar los detalles de la última película que vieron en el 1931, significativamente titulada “La voluntad del muerto”. Lo que surge de estos episodios es una relación de amor, respeto y cuidado mutuos entre estos ancianos.

Aunque los problemas de la pareja sean serios y los momentos de tensión tormentosos, todo es provocado más por la desesperación que por un antagonismo entre ambos de profundas raíces, ya que, ante todo, su matrimonio es firme y seguro. En comparación opositiva muy intencionada, el lector encuentra en la relación entre Don Sabas y su pobre esposa una caricatura de matrimonio.

4. POBREZA Y REDENCIÓN.

La pobreza parece ennoblecer la vida del Coronel y su mujer. El concepto social y el enfoque cristiano de la pobreza se combinan en esta obra, de modo que se percibe algo decididamente evangélico en la actitud del autor hacia el sufrimiento de los pobres. La moral que Márquez incorpora recuerda un precepto bíblico: “Dios bendiga a los pobres de

espíritu porque de ellos será el Reino de los Cielos”. De la misma manera

recordamos las advertencias de Cristo a los ricos: “Es más fácil que un

camello pase a través del ojo de una aguja que un rico entre en el reino de Dios”.

Los ricos en esta obra transmiten cierta compasión. Don Sabas y su esposa pertenecen a este infeliz grupo. Él es un hombre hipocondriaco que incesantemente se preocupa por temores imaginarios, fobias y miserias incurables. La descripción física de este personaje nos hace pensar en los excesos y la avaricia: “Un hombre pequeño, voluminoso, pero de carnes

flácidas, con una tristeza de sapo en los ojos”, perdido entre los muchos

papeles de su oficina. Miserable e insatisfecho, su bienestar económico sólo le ha traído a Don Sabas infelicidad y ningún amigo, esto es, soledad e insatisfaccción vital. Él constantemente necesita inyecciones para controlar su diabetes, pero, cuando el Doctor le dice que “La pobreza es el mejor

remedio contra la diabetes”, sabemos que es la única cura que Don Sabas

nunca buscará.

Su esposa, bastante simple y estúpida, es también un poco hipocondriaca, “con su manera de hablar que recordaba el zumbido del

ventilador eléctrico”. Ella sufre de perpetuas pesadillas y visiones

terroríficas del mundo que despiertan nuestra curiosidad, pero no nuestra simpatía hacia ella. Igual que su marido, ella también necesita de algún remedio para una enfermedad indefinida no diagnosticada, descrita como

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“esas cosas que de pronto le dan a uno y que no se sabe qué es”. La vida

doméstica de estas criaturas desafortunadas gira en torno a sus quejas y lamentos sin fin, son víctimas de sus temores sin fundamento.

En la obra de Márquez no hay una simple o directa explicación ante el destino del ser humano. Las curiosas paradojas subrayan la fortuna del rico y del pobre. En el análisis final descubrimos que ni el poderoso ni el oprimido son inmunes a la enfermedad o la muerte. Las injusticias y desigualdades son comunes en la sociedad primitiva que el autor describe. Las autoridades corruptas abusan de su poder mientras el pobre encuentra alivio en Dios y la Providencia.

5. EL PUEBLO

Los cuarteles militares, la iglesia, el cine y el salón de billar se agrupan alrededor de la principal plaza del pueblo, disposición que caracteriza la restrictiva atmósfera de esta vida provinciana. El Cura y el Mayor representan la moralidad y el orden a los ojos de los habitantes del pueblo, que no poseen grandes convicciones morales, mientras que las películas eróticas y las mesas de juego ofrecen más palpables diversiones.

Las medidas que presentan las autoridades militares y eclesiásticas hablan de prohibición y censura. El Mayor es un hombre débil, más preocupado por las potenciales conspiraciones e insurrecciones públicas que por gobernar de una manera adecuada. Consciente de su propia ineptitud, sufre pensando en su futuro y que alguien lo saque de su oficina. En el otro lado de la plaza está el padre Ángel, quien también es consciente de su ancianidad y su vaga influencia en esa comunidad sin Dios. Él también tiene sus obsesiones y tentaciones, así el abandono de los sacramentos por los encantos del cine. El padre Ángel simboliza el declive de una Iglesia que ha perdido credibilidad. El filántropo Doctor y el Abogado negro completan el cuadro de una comunidad tradicional de una provincia de Colombia. Igual que el Mayor y el Cura, ellos representan el prestigio en una pequeña ciudad.

El humor sarcástico del Doctor, así como su actitud políticamente radical, le une al Coronel y su esposa. Su carácter abierto y jovial, sus ropas elegantes y sus cuidadas maneras nos sugieren la existencia de una minoría independiente en esa represiva comunidad.

El obeso Abogado es de alguna manera el más típico representante de esta sociedad de lenta evolución: “un negro monumental sin nada más

que los dos colmillos en la mandíbula superior… rodeado de desorden en su silla… demasiado estrecha para sus nalgas otoñales.” El retrato de este

abogado nos hace pensar en incompetencia y abandono, y el caos de su oficina nos transmite confusión más que solución de problemas.

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La Iglesia y los militares, por su parte, están desacreditados, y la vida política es un callejón sin salida. El Doctor resume con su realismo pragmático el sentido colectivo de frustración: “no sea ingenuo… ya

nosotros estamos muy grandes para esperar el Mesías”. La vida política ha

llegado a ser una farsa en esta ciudad, donde incluso el funeral de un pobre músico puede ser visto como un pretexto de revuelta. El Abogado intenta paliar la desesperanza del Coronel con solemnes frases vacías: “Así es

coronel… la ingratitud humana no tiene límites”, el Mayor y el Cura

histéricamente tratan de llevar sus cargos recalcitrantes, el Doctor castiga lo establecido, el Coronel lucha con sus preocupaciones y su mujer reza. Pero la mayoría de los habitantes de esta ciudad enferma simplemente vegetan entre el fanatismo, los cotilleos, los placeres prohibidos y la incomprensión.

6. VISIONES.

Los efectos combinados en la novela de fuerzas externas como el fiero clima, la represión política, el aislamiento y los temores tienen sus raíces en la superstición y las creencias religiosas ortodoxas que distorsionan la realidad.

El clima tropical de Colombia es descrito por el autor como opresivo:

“la incesante lluvia… llovizna… humedad… y calor” deprimen a todos y a

todo, causando desórdenes físicos y mentales como somnolencia, amnesia, fiebre o malaria. Los elementos se presentan con fuerza, incluso violencia, siendo el autor quien lo enfatiza haciendo uso de verbos fuertes: “El pueblo

se hundió en el diluvio”, y, refiriéndose específicamente al Coronel, “La llovizna le maltrató los párpados”. Extrañas sensaciones en los intestinos

del Coronel le anuncian los peligros futuros. Él tiene la extraña impresión de que hongos venenosos y lilas crecen en su interior y que un animal se alimenta en sus entrañas. La fiebre hace que las visiones y apariciones pasen por su mente en una rápida sucesión de imágenes grotescas. Los sueños y pesadillas de los habitantes del pueblo rozan el surrealismo. Bajo la luz reverberante, los objetos familiares de la vida cotidiana son redescubiertos en un mundo de fantasía donde asumen un nuevo significado. Las sensaciones físicas desagradables provocadas por el calor y la humedad invariablemente evocan aquellos tristes recuerdos. Así, en el calor de la tarde, el Coronel revive con horror sus experiencias en el mítico Macondo, cierra los ojos y rememora aquellos días de tormento físico y mental: “En el sopor de la siesta vio llegar un tren amarrillo… Necesitó

medio siglo para darse cuenta de que no había tenido un minuto de sosiego después de la rendición de Neerlandia”

La crueldad y la perversidad de la naturaleza y el hombre constituyen dos enemigos formidables. La atmósfera de intriga y desconfianza en la esfera política y social extiende rápidamente unas sospechas infundadas a

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nivel personal. Los enemigos imaginarios, los temores irracionales o

vendettas, los absurdos prejuicios dirigidos a los extranjeros han reforzado

entre los habitantes de la ciudad la necesidad de una discreción y hermetismo que contribuyen a ese ánimo general de tensión y al mismo tiempo histeria. Las agitadas conversaciones que el Coronel mantiene en sueños con el Duque de Marlborough, “El inglés disfrazado de tigre que

apareció en el campamento del Coronel Aureliano Buendía”, hacen que

reviva los recuerdos problemáticos del pasado, nunca muertos. Las voces interiores vuelven con insistencia, y su mensaje confuso y ambiguo le ha permitido no caer todavía en el total pesimismo.

7. LOS SÍMBOLOS SILENCIOSOS.

Hay dos símbolos/personajes dominantes en esta obra: el nombrado hijo fallecido, Agustín, y su gallo de pelea. Obviamente, ninguno puede hablar, pero su presencia es captada por el lector. Cuando la novela se inicia, el Coronel está ya resignado a la pérdida de su hijo, pero la distribución de propaganda clandestina y la preparación del gallo para la pelea son los tributos que por la memoria de su hijo el Coronel quiere cumplir. Las referencias que se hacen de Agustín nos describen a un joven lleno de vida, un sastre trabajador y un idealista liberal como su padre, popular en el pueblo, un hijo bueno y generoso que ayudaba en las necesidades de sus padres. Sabemos que, cuando Agustín fue arrestado y brutalmente asesinado, su madre no desprendió ni una lágrima, tal fue el trauma. Además, en ningún momento de la obra el Coronel hace referencia a cómo fue la muerte de su hijo. El Coronel ha aprendido a suprimir los profundos sentimientos en el tenso encuentro que tiene con el asesino de su hijo. Pero la curiosidad y el rechazo pesan ante cualquier odio y amargura cuando el Coronel ve lo absurdo de la violencia del hombre que elimina al hombre: “El Coronel sintió a sus espaldas el crujido seco… En un instante se

sintió tragado por esos ojos, triturado, digerido e inmediatamente expulsado. Pase usted, Coronel…”.

Este dramático episodio presenta al Coronel en su situación más vulnerable. El repulsivo pequeño mestizo que se enfrenta a él representa a esa humanidad manejada por políticos, esa humanidad que ha llegado a ser un monstruo que provoca la destrucción de todo lo que le rodea. Sorprendentemente, hay incluso un hálito de compasión en el Coronel cuando tiene ese desagradable encuentro, ya que entiende que ambos son víctimas de la triste historia de su país.

La esposa del Coronel no es tan filosófica y está mucho menos resignada por la muerte de su hijo. Ella ve en la pérdida de Agustín un castigo de Dios. Conforme la novela avanza, llega a ser más evidente que la muerte del hijo ha dejado un poso no sólo de sufrimiento, sino también de

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deudas. ¿Mártir o loco? La pregunta no tiene respuesta. Su muerte no ha solucionado nada para sus padres moribundos, todo lo contrario, ha empeorado su situación. A través de la novela vemos cómo la madre une la muerte de su hijo a la mala fortuna en la que viven. Así, ella ve un sacrificio sin fin: el alimentar al ave con la ración diaria de grano que le pertenece a ellos es enfrentarse a su propia dignidad, como si Coronel hubiera antepuesto el gallo de Agustín a sus afectos hacia ella, su esposa: “Toda

una vida comiendo tierra para que ahora resulte que merezco menos consideración que un gallo”. Ella se queja a su marido con la firme creencia

de que no se gana nada manteniendo al gallo vivo; y es que no puede esperar ver la marcha de “ese pájaro de mal agüero”.

Para los ojos del Coronel y los amigos de su hijo, sin embargo, el gallo es el símbolo del optimismo y el deseo de luchar contra los poderosos. Como la esperada carta, el gallo está rodeado de especulaciones e incertidumbres, pero vale la pena cada uno de los sacrificios que por él se hagan hasta el día de la pelea. La esposa del Coronel encuentra al gallo algo feo y desagradable, “tan feo… un fenómeno… la cabeza muy chiquita para

las patas”, pero el Coronel cabezonamente ignora cualquier comentario

negativo. Para él, el gallo tiene un inestimable valor: “Es un gallo contante y

sonante”. Él está secretamente animado por el interés que despierta en la

vecindad y por los pronósticos optimistas que, según los amigos de Agustín, el gallo tendrá en la pelea. El Coronel sólo necesita mantener la posesión de su premio en sus brazos y sentirlo, “caliente y profunda palpitación”, para convencerse a sí mismo de su triunfo. De alguna manera misteriosa, el ave ha sufrido una metamorfosis, pues ha pasado de ser la posesión más preciada de Agustín a ejercer como símbolo de esperanza colectiva. Su victoria (si así ocurriera) no sólo significaría la solución a los problemas económicos del Coronel y su esposa, sino que también éste recuperaría su honor maltrecho: “gallo… casi humano”.

8. EL CAMINO DE LA SUPERVIVENCIA.

El Coronel no es ciego ante la seriedad de su situación, pero sabe que si trata de enfrentarse a la realidad él puede perder sus nervios y deprimirse, lo que le supondría una dura derrota. Es mejor reírse en la cara de las miserias que él no puede cambiar. Su mundo interior de esperanzas e ilusiones secretas también contribuye a su supervivencia, como así le dice a su esposa: “La ilusión no se come… pero alimenta”. Para el Coronel, la capacidad de amar y de sacrificarse por sí mismo y por los otros son las salvaguardas de la felicidad del hombre; armado con estas cualidades, con estas armas, el Coronel puede sobrevivir espiritualmente en un mundo mediocre, violento e injusto.

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Los siete capítulos que componen el relato son de igual extensión y están entrelazados por un patrón de temas recurrentes: la carta, el gallo, la muerte de Agustín, los años perdidos, la supervivencia física y espiritual, la dignidad... El angustioso diálogo entre el Coronel y su mujer en el capítulo IV revela la verdadera urgencia de su situación, justo cuando ellos revisan todas las estrategias que han intentado sin éxito en su lucha contra la pobreza.

Al inicio del capítulo final encontramos a un Coronel virtualmente agotando sus recursos, solo, humillado, cuyos pensamientos están nublados por la fiebre y las alucinaciones. Una segunda confrontación con su esposa provoca las mismas voces recriminatorias que en el capítulo IV con incluso más vehemencia. Este momento culmina en una agresión física y verbal cuando los ancianos pierden el control. Finalmente, el Coronel opta por la solución más arriesgada, mantener al gallo.

El autor repite palabras como ansiedad, desilusión y nada para crear una atmósfera de tensión narrativa. Del mismo modo usa frecuentes grupos de nombres, adjetivos calificativos acumulados y verbos para intensificar las descripciones de personalidades individuales:

- “El Coronel se sintió puro, explícito, invencible”.

- “Eres caprichoso, terco y desconsiderado, repitió ella”.

A veces los adjetivos son utilizados para dramatizar un episodio o situación:

- “El Coronel observó la confusión de rostros cálidos, ansiosos,

terriblemente vivos”.

O bien para crear una nota de crisis y suspense:

- “En un instante se sintió tragado por esos ojos, triturado, digerido e

inmediatamente expulsado”.

Los conceptos de tiempo y espacio son de especial importancia en la novela. Ciertas fechas están firmemente grabadas en la mente del Coronel y su esposa, como son las fechas de los tratados y campañas militares, la salida de Macondo, la fecha de nacimiento y muerte de su hijo Agustín, pero, en cambio, muchas otras fechas son vagamente recordadas, como las décadas que hacen referencia a su mala fortuna: “diez años de historia”,

“veinte años de recuerdos”, “cuarenta años de amargura”.

Estructuralmente, la obra es cíclica, pues vuelve recurrentemente a los viernes y al mes de octubre. Las horas del Coronel, días, semanas y meses son medidos como unidades de esfuerzo sin fruto. La idea del tiempo cíclico se refuerza con ciertas acciones repetitivas, como la circulación de la propaganda clandestina.

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García Márquez apenas describe el paisaje, se centra más en la atmósfera. Así, el calor, la humedad y la poca luz refuerzan la sensación de ahogo en los personajes. Se describe un ambiente denso que dificulta la respiración de los personajes; y, en una pincelada genial, el sabor de una taza de café deja su saliva “impregnada de una dulzura triste”.

El espectro de colores del autor es igualmente sombrío. Por ejemplo, Don Sabas lleva una sortija de piedra negra sobre el alianza matrimonial de oro, que podría compararse con su negra alma, de la misma manera que el amarillo es el color de la tristeza, la enfermedad y la decadencia.

La creciente tensión que el lector experimenta durante la obra finaliza en un clímax impactante, en una dramática confrontación entre la anciana pareja, dejándolos a ellos y al pueblo exactamente donde lo habíamos encontrado, de forma que todo queda inconcluso.

El último mensaje de El coronel no tiene quien le escriba no es político, sino moral. Cuando el Coronel protesta y dice: “Nunca es

demasiado tarde para nada”, él no sólo quiere reafirmar su confianza en la

vida y su defensa de su integridad, sino que también quiere transmitir la necesidad de hacer lo mejor de un mundo imperfecto y desagradable.

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