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La guerra al esputo

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Academic year: 2017

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LA GUERRA AL ESPUTO

La ventilación de la sala de clase es importantísima para la salud del niño, y desde hace muchos años los ingenieros han luchado tratando de instalar medios mecánicos apropiados. La opinión actual ha virado marcadamente, y hoy día se considera mejor la simple ventilación por las ventanas, con emisión del aire impuro por la gravedad. Los salones de asambleas y reuniones necesitan dispositivos mecánicos especiales, pero no sucede así con las salas de clase. Los ventiladores en forma de tabla en cada ventana, con una salida o desembocadura de aire en la pared opuesta cerca del cielo raso o en éste, de donde va a parar a un ventilador en el techo, han resultado ser lo más económico e higiénico hoy día. Por supuesto, cada aposento debe poseer un termómetro que debe ser vigilado cuidadosamente por el maestro o

maestra.

Durante el tiempo frío la temperatura mejor es de 20 a 21 grados C. Cada sala debe tener su propio vestuario. Para los niños mayores es mejor tener armarios individuales de acero. Las salas de vestuario deben contar con calefacción, e iluminación y ventilación exterior. Si se emplean ganchos, deben quedar distanciados por lo menos 30 centímetros, lo cual puede hacerse siempre en una sala de vestuario.

El servicio de portería es importantísimo en lo tocante a limpieza, calefacción y ventilación. Todo el barrido debe ser practicado después de las horas de clase, y se necesita un sistema al vacío, o el empleo de un compuesto para barrer.

En resumen, tanto los padres como los maestros deben esforzarse a fin de proveer un ambiente escolar que equivalga al de un hogar moderno y bien dirigido.

La Guerra al Esputo *

Por el Dr. M. IGLESIAS

El bacilus de Koch, microorganismo eficiente de la tuberculosis, vive y se desarrolla en el organismo animal, siendo expelido de éste, en cantidades que se cifran por millones; por medio de sus excreciones y secreciones, para ir a continuar su obra desvastadora, albergándose en nuevos organismos, sanos, la mayoría de las veces. Pero esta expulsión de bacilos, no es igual por todas ellas.

o( Demasiado sabido es, y holgara repetirlo, si no fuera porque tal parece que ello se olvida con demasiada frecuencia, que abundan de una manera absoluta en los esputos de los que padecen de esta afección; que estos esputos, al caer sobre las paredes y sobre los pisos, tanto en las habitaciones como en las calles, sufren al cabo de

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poco tiempo su desecación; y al ser disgregados: por nuestros mismos pies, al caminar por todas partes; por las escobas, al barrer; por el deshollinador, plumero, o trapo de sacudir, al limpiar las paredes; no hacemos otra cosa que poner en libertad a los bacilos que contienen, encargándose entonces las corrientes de aire de suspenderlos en su masa, por lo que, con toda facilidad, los introducimos a nuestro organismo al respirar el aire que nos rodea, y que nos es tan indis-

pensable para poder vivir. Por otra parte, cuando el esputo aún no r ha sufrido su desecación, es visitado por cantidades innumerables de moscas, que recogerán también cantidades innumerables de bacilos

para irlos desparramando por donde quiera que se van posando: la . boca, ventanas de la nariz, y demás partes de nuestro cuerpo, encar- gándonos nosotros mismos, aunque inconscientemente, de intro- ducirlos en nuestras vías respiratorias; en todos nuestros alimentos, siendo algunos de ellos, como Ia leche, verdaderos caldos de cultivo, para su proliferación y desarrollo, los que introducimos en nuestro organismo, al consumir dichos alimentos.

EI tuberculoso, al &ornudar, arroja fuera de sí, grandes canti- dades de bacilos, con las mucosidades que expele de su nariz; y al hablar, los desechos también, con las part$lculas de saliva, que a1 igual de los demas humanos, arroja inconscientemcntc; yendo a caer unas, y otras, y con ellas, 10s bacilos que contienen, sobre las partes descubiertas, y sobre 10s vestidos de su interlocutor, y demás personas que lo rodean; siendo éste, otro de 10s medios por los cuales, la tuberculosis, se propaga del hombre enfermo, al sano.

Es problemático, y está todavía por demostrar de una manera eficiente, que la transmisión de la tuberculosis, se haga directamente

de persona, a persona, por contacto inmediato, como la vida conyu- c gal, y el dormir en el mismo lecho; o por el contacto inmediato, sea empleando los mismos útiles de aseo, como las palanganas, baña- L deras, o tinas, toallas, etc., y los que sirven para IR alimentación,

como platos, va,sos, y cubiertos, etc. Se ha acusado t,ambién, como vehículo de Ia propagación de la tuberculosis, a la carne, y a la leche de los animales que padecen esta afección; y aun cuando estos medios - de propagacihn pueden aceptarse con cierta reserva, indudablemente

que no son de 10s más eficientes. Por último, se ha incriminado y con justificada razón en algunos casos, a ciertos y determinados alimentos, como los dulces, pasteles y demks golosinas que se adquie- ren de los vendedores ambulantes en Ias c,alIes, plazas y paseos; así como a las legumbres, frutas, et#c., que son manipulados por personas que padecen dicha enfermedad.

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ocupa de una manera absoluta el primer lugar entre todos ellos, representa un tanto por ciento tan elevado, que las otras maneras de propagación casi, casi, podrían considerarse como despreciables.

De todo lo que acabo de exponer se desprende: que toda campaña emprendida cont-ra la tuberculosis no debe limitarse a combatir la enfermedad ya adquirida, sino que deben de emplearse a la vez todos los procedimientos posibles para impedjr su propagación y disemina- 0 ción, entre los cuales debe considerarse como base esencial y primordial

lo que con toda propiedad podría llamarse “la guerra al esputo.” Cuando el esputo no se riegue por doquier, como ha venido sucediendo w desde tiempos inmemoriales y como continúa verificándose actual- mente; cuando no se deposite y se deje secar impunemente, como lo presenciamos todos los días, lo mismo en la habitación particular, que en la calle, que en el templo, que en el salón de espectáculos, que en el taller, que en la escuela, que en el paseo, que en los cuarteles, cárceles, etc., entonces la tuberculosis irá aminorando gradualmente el número de sus víctimas, y aún, posiblemente, llegará a desaparecer con la secuela del tiempo, si se persevera en esta guerra al esputo.

La guerra al esputo debe ser ante todo educativa. Nuestras ,masas populares, aún las dotadas con cierta instrucción, son com- pletamente ignorantes en lo absoluto en lo que se refiere a la pro- filaxis de las enfermedades transmisibles, entre éstas la tuberculosis y por consiguiente, la primera y principal misión tiene que ser: “enseñar al que no sabe.” Empleando un lenguaje sencillo y al alcance de todas las inteligencias, debemos decir a nuestras masas populares lo que nosotros los médicos sabemos, pero que ellas ignoran : que la causa eficiente de la tuberculosis es un microorga- + nismo, un microbio, que se encuentra por millones en cada esputo de

los enfermos, que se designan con el nombre de “tfsicos,” y aún de 4 muchas personas que no lo son, o no lo parecen; que cuando se secan esos esputos, los millones de microbios que contienen se desprenden con toda facilidad al volverse polvo dichos esputos: cuando se barre el suelo; cuando los desmenuzamos al pisarlos; cuando se sacuden ^ las paredes en que han cafdo.

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estamos, obligados por egoismo bien entendido, para no correr el peligro de hacernos “tísicos,” y para evitar que lo sean nuestros semejantes; e impedir con todas nuestras energías, y por cuantos medios estén a nuestro alcance, el que escupan en el suelo, los pisos, y las paredes, los “tísicos,” los que lo parecen, y en general todas las personas, sin excepción de ninguna clase. Que esto se consigue con - mucha facilidad, haciéndolo en las escupideras que deben ponerse a profusión por todas partes; o recogiéndolos, cuando se encuentren * en lugares en que ellas no existan en escupideras de bolsillo, que todo tosigagoso o gargajiento debe de llevar consigo, como lleva el fumador, sus cajetillas con cigarros, y cerillos. w

Que estas escupideras de bolsillo, no son más grandes que una cigarrera común; que se fabrican de papel-cartón; que son impcr- meables, y que por consiguiente, aun cuando estén llenas con esputos, se pueden guardar en los bolsillos, sin que aquellos se derramen en éstos; que son tan excesivamente baratas, ($0.02 a $0.03 plata mexi- cana) que están al alcance del más pobre ; y que, por todas estas circunstancias, deben arrojarse a las brasas, cuando estén llenas, para que, al consumirlas el fuego, se quemen y se consuman, todos los microbios que contengan, o puedan contener, los expresados esputos.

Estos consejos, estas indicaciones, estas enseñanzas, deben impri- mirse, acompañadas de ilustraciones y de caricaturas adecuadas, para llamar más la atención de los lectores, en toda clase de periódicos, sin tener en cuenta su color político o su doctrina religiosa; en peque- ños “volantes” de papel, para repartirlos a profusión, para fijarlos en todas las partes visibles de las casas dc vecindad, calles, paseos públicos, teatros, salones de espectáculos, escuelas; pidiendo a los maestros, a los predicadores en los diferentes cultos, que los lean y c los repitan constantemente ante sus auditorios; deben exhibirse

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cierto punto sería difícil crearla; pero podemos proveernos de ella, porque existe en abundancia en los Estados Unidos.

Excusadme el que haya insistido en todos estos nimios detalles, que son por demás conocidos de todos ustedes; pero lo he estimado necesario, porque no tengo noticia hasta ahora de que los hayan publicado y propalado nuestras autoridades sanitarias; y porque ? espero que esta mi plegaria, en beneficio de nuestros semejantes, pueda traspasar las paredes de este recinto y sea acogida por ellos con

toda la atención e importancia que se merece.

Mas no deben limitarse las autoridades sanitarias a hacer esta . amplia y constante campaña de publicidad, sino que, cumpliendo con la nobilísima misión que les corresponde de velar por la conservación de la salubridad general de todo el país, deben vigilar constante y asiduamente porque todas las instrucciones que se den para impedir que los esputos se arrojen y se rieguen por doquier, se cumplan estrictamente; así como para que lo que se recoja en toda clase de escupideras, sea consumido por el fuego.

Es posible que se me diga: que toda esta labor en contra del esputo es de todo punto imposible realizar con todo el rigor deseable; y si así fuese, contestarfa: Que ninguno de los profanos en las ciencias médicas, que nadie de los habitantes de las costas; cuando se les . anunció que para extinguir la fiebe amarilla era necesario acabar con los mosquitos, creyb esto posible; se rieron de lo que consideraron pretenciones absurdas; dijeron que ello equivalía a contar las arenas del mar; y con la secuela del tiempo, pasmados y admirados de su desaparición completa, al grado de que totalmente se suprimió el uso de los pabellones en las camas de todas ellas, nos preguntaban; i ¿Qué han hecho ustedes para acabar con tanto mosquito? Pues de

la misma manera que se extinguieron los mosquitos y con ello se c logró hacer desaparecer la fiebre amarilla, se puede hacer la “guerra

al esputo” y con ello hacer desaparecer la tuberculosis: Con fe, con constancia, con perseverancia, con ganas de trabajar y de hacer * el bien a nuestros semejantes.

Comentarios de Dietética Infantil

Por el Dr. J. B. LLOSA *

Si alguna rama de la medicina modérna ha quedado para muchos espíritus relegada al empirismo, es ciertamente la que trata del niño de pecho y de su patología.

Asf como para la segunda infancia no ha habido síndrome ni enfermedad que en tiempo de nuestros abuelos no fuera atribuido a

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