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La vida de Carlos Finlay y la derrota de la bandera amarilla

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Perfil biográfico’

L

A VIDA

DE CARLOS FINLAY Y LA DERROTA

DE LA BANDERA AMARILLA2

Jonafhan Leonard3

Ya casi se ha olvidado lo que sig-

nificaba la bandera amarilla. En cambio, cien

años atrás todo el mundo, desde los médicos

más ilustres hasta los pilluelos analfabetos,

entendía muy bien lo que querfa decir. Sabían

que la bandera amarilla era la seríal de cua-

rentena que se desplegaba para avisar a la

gente que no se acercara a los lugares donde

acechaba la fiebre amarilla. Sabían también

que esta enfermedad podía aparecer impre

vistan-tente, golpear con una fuerza devasta-

dora y cobrar centenares o millares de vícti-

mas en unas cuantas semanas. Temían, pues,

con justa razón a la bandera amarilla que era

para todos un presagio de epidemias deso

ladoras y mortandad.

Los síntomas eran tales que agui-

joneaban aun más el temor. Las formas leves

del “vómito negro” -como llamaban a veces

1 Ocasionalmente se publicarán en esta revista perfiles bit+ gráficos de figuras de las Américas que se han destacado por sus aportes extmordinarios a la salud pública intema- cional.

’ Se publica en el Bulletin of the Pan Americm Hdth Oqani-

aztim, Vol. 23, No. 4, con el título “Carlos Finlafs Life and the Death of Yellow Jack”.

3 Fsaitor y conector independiente de artículos biomédicos

para el Bulktin of the Pan Arneriam Hdth Or~anizatim.

a la fiebre amarilla- producían fiebre, do-

-22

lores de cabeza, ictericia, postración y náusea.

8

Los casos más graves se acompaíiaban de

s

vómitos de “sangre negra”, hemorragias y

;8

delirio. Según las cimmstancias, para una

cuarta parte o más de los adultos afectados,

(2)

La ignorancia acerca de la enfer- medad exacerbaba la sensación de peligro. Algunos sabían que en los países donde la fiebre amarilla era endémica, los niños por lo general sufrían episodios leves de la enfer- medad, y casi todos estaban enterados de que las personas que habían tenido fiebre amarilla eran inmunes a episodios posteriores. Sin em- bargo, nadie sabía cuál era la causa de esta enfermedad, cómo se propagaba o cómo se podía evitar. La única certeza era que cuando este antiguo flagelo de las Américas llegaba a una población susceptible, como las de La Habana en 1649 o Memphis, Tennessee, en 1878, arrasaba igual que la peste negra. Por esa razón, cada vez que se producía una epi- demia grave, la gente huía de la zona, por- tando consigo la enfermedad. Así, la fiebre amar& aparecía en una ciudad portuaria, se dispersaba con la ola de gente despavorida y llegaba decenas o cientos de kilómetros tierra adentro antes de detenerse.

Sin embargo, a fines del siglo pa- sado, aproximadamente, se pudo interrumpir este ciclo de devastación periódica. En 1901 se llevó a cabo una intensa campaña de salud pública que extinguió la enfermedad en La Habana, zona de importancia decisiva, y con una labor similar se liberó de este flagelo a los trabajadores que estaban construyendo el canal de knamá. En otros sitios también se realizaron actividades que asestaron un duro golpe a la enfermedad. Así se abolió el yugo de la fiebre amar& y, si bien no se logró erradicar el virus (en parte porque continuó a infectando a los monos en las selvas), estos z acontecimientos pusieron fin al reino de te- 2 rror de la enfermedad y al uso de la bandera E amarilla. Los conocimientos que conduje-

B ron a esta proeza se remontan a 1881. El 14 $ de agosto, un médico cubano llamado Carlos .% .- Finlay leyó un tratado extraordinario titulado:

P vi B õ m

230

“EI mosquito hipotéticamente considerado como agente de transmisión de la fiebre ama- rilla” ante una reunión de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana. Finlay explicó la manera en que el mosquito conocido actualmente como Ae&s aegypti propaga la fiebre auwilla pi- cando a personas infectadas, portando el agente patógeno e inoculándolo posterior- mente en otras personas.

No se trataba de una teoría des- cabellada. Finlay, que a la sazón tenía 47 años, describió la fisiología y los hábitos del mos- quito con lujo de detalles, reveló la notable similitud entre las temperaturas y altitudes que permiten la supervivencia del mosquito o fomentan su reproducción, demostró que la motilidad de

A.

aegypti explica la epide- miología peculiar de la fiebre amariUa, a di- ferencia de los transmisores inanimados, y presentó los resultados de experimentos mi- nuciosos que había llevado a cabo y parecían respaldar su opinión.

Aun más notable que la exactitud y minuciosidad de la teoría de Finlay fue su visión de futuro. El caso es que Finlay pre- sentó su teoría casi 20 años antes de tiempo. La comunidad de expertos en salud pública y de investigadores médicos sencillamente tu davía no estaba preparada para recibirla. Por eso, a pesar de que Finlay publicó una larga sucesión de monografías defendiendo una idea que no estaba en boga, no fue sino hasta el 1900 que algunas personas con el poder y los recursos necesarios demostraron que la “teoría del mosquito” era correcta y se ba- saron en ella para adoptar las medidas que derrotaron rápidamente la enfermedad.

Cabe preguntarse, entonces, quién era Carlos Finlay, de dónde venía,

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E

LlkIUNDODEFINLAY

Carlos Juan Finlay nació en Puerto Prfncipe (actualmente Camagüey), Cuba, en 1¿3?L3. Su padre, Edward Finlay, fue un médico escocés que salió de Inglaterra a principios de la década de 1820, cuando to- davía era estudiante de medicina, para rmirse a una fuerza expedicionaria británica que es- taba luchando junto a Simón Bolívar por la liberación de Venezuela. El buque en que via- jaba naufragó y Edward terminó en Puerto España, Trinidad. Allí comenzó a ejercer la medicina y se casó con una muchacha de ascendencia francesa llamada Eliza de Barres. El matrimonio se mudó a Puerto Príncipe en 1831, y en 1834, un ano después del naci- miento de Carlos, se estableció en La Habana. Allí, Finlay padre ejerció la medicina, espe &lizándose en ofta.lmologfa, hasta su muerte en 1872.

En esa época, Cuba era una co- lonia española. De hecho, fue la “isla fiel” y el último bastión de España en las Américas hasta la guerra de 1898 entre España y los Estados Unidos de América. Sin embargo, no todo andaba bien en el gobierno de la colonia. Durante la mayor parte del siglo XIX se su- cedieron vanos gobernadores generales que administraron la colonia de forma más o menos arbitrana, dada la falta de un control efectivo por parte de España. Este gobierno ineficiente condujo a un rreciente descon- tento.

Es probable que ello no haya constituido un problema para Carlos Finlay durante su juventud, ya que rara vez se en- contraba en Cuba. Su padre continuó via- jando después de establecerse en La Habana y Carlos viajó con él de niño a vanos lugares de las Arrullas y de América del Sur. En 1844, cuando tenía 11 anos, lo enviaron a una es- cuela francesa de Le Havre. Dos anos des- pués, un ataque de corea que lo dejó con un problema permanente de lentitud y confu- sión del habla lo obligó a volver a Cuba para recuperarse. No obstante, en 1848 volvió a Europa, pasó un tiempo en Inglaterra y Ale- mania, y comenzó los estudios universitarios

en Rouen, Francia. Allí estudió hasta 1851, pero ese ano un episodio de fiebre tifoidea lo obligó una vez mas a regresar prematura- mente a su hogar sin un titulo universitario.

Según las leyes españolas, para estudiar medicina se necesitaba un titulo de licenciado en letras, de manera que Finlay no permaneció mucho tiempo en Cuba, sino que fue a estudiar medicina en los Estados Uni- dos, donde el nivel académico era inferior, desde el punto de vista de los eruditos de La Habana, las normas de ingreso eran menos estrictas y no se necesitaba una licenciatura.

Felizmente para sus estudios pos- teriores sobre la fiebre amar&, Carlos Finlay ingresó en el Jefferson Medical College, de Filadelfia, donde estudió con el profesor John Kearsly Mitchell, uno de los primeros que sostuvo sistemáticamente la teoría de la fun- ción de los gérmenes en las enfermedades, y su hijo, el Dr. S. Weir Mitchell, que tema apenas cuatro anos mas que Finlay y fue su principal instructor en la facultad. Jo que Fin- lay aprendió de estos dos hombres fue im- portante, especialmente porque la compren- sión de la relación entre los gérmenes y las enfermedades sería fundamental para sus tra- bajos posteriores sobre la fiebre amanlIa. Ambos maestros tuvieron en él una gran in- fluencia. Weir Mitchell, que más tarde sería muy conocido como médico y escritor, era tan capaz como expresivo. Finlay y él se hi- cieron grandes amigos. ‘Trate en vano”, es- cribió Weir Mitchell anos más tarde, “de con- vencer a Finlay, que estudió conmigo durante tres años -de hecho, fue mi primer alumno- de que se estableciera en Nueva York, donde habfa muchos esparioles y cu- banos. Afortunadamente, no siguió mi con-

sejo”. 2 k

En un principio, esta decisión tal 5 vez no le haya parecido muy acertada al pro- pio Finlay porque, poco después de regresar s a Cuba, encontró un obstáculo en su carrera: u . -E

E 3

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un examen oral que tenía que pasar para re- validar su titulo de médico. En esa ocasión, su problema del habla, las dificultades idio máticas resultantes de su formación en idioma inglés y la poca estima que los pro- fesores de La Habana tenfan por la enseñanza de la medicina en los Estados Unidos cons- piraron en su contra. Reprobó el examen, tras lo cual viajó al Perú y a otros países de Amé- rica del Sur con su padre durante un ano, en parte para trabajar en el campo de la medicina y en parte para recuperarse del revés sufrido.

Rn marzo de 1857 se presentó a examen nuevamente (una de las cualidades de Finlay era la persistencia), y esta vez aprobó. En 1860 y 1861 trabajó en centros médicos de París mientras se especialimba en oftalmología. Este período marcó el fin de sus viajes de juventud por el mundo. En 1864, a los 31 anos, abrió un consultono de medicina general y cirugfa oftálmica cerca de la capital de Cuba, y en 1865 se casó con Adela Shine, natural de Trinidad. Carlos Finlay y su esposa tuvieron tres hijos y formaron una familia que más tarde llegó a ser muy conocida y res- petada en La Habana.

Cuando Finlay se estableció en Cuba, ya había adquirido algunas cualidades sorprendentes. Internacionalista inveterado, hablaba inglés, francés y alemán con fluidez, además de español, que era su idioma ma- temo, y practicaba todos estos idiomas. (Entre otras cosas, acostumbraba desayunar, almor- zar y cenar con gente que hablaba uno de esos idiomas extranjeros, alternándolos).

8 Ademas, como se educó en distintos medios c-( culturales, llegó a conocer esas culturas ex- 2 tranjeras. Debido a ese conocimiento, com- 5 binado con su gran afabilidad y su habilidad para llevarse bien con la gente, era siempre

LJL

la persona preferida para trabajar con nortea- mericanos y europeos en cuestiones de salud internacional.

Al mismo tiempo que adquiría esta formación internacional, Finlay cultivó un intelecto s umamente activo y penetrante. Todo le interesaba. Aunque dedicó la mayor parte de su energía a la medicina, jugaba muy bien al ajedrez y de vez en cuando abordaba problemas de filologfa, cosmología y mate- máticas avanzadas. Una vez descifró un anti- guo manuscrito en latín (lengua que conocía bastante bien) y recopiló los datos históricos, heráldicos y filológicos necesarios para de- mostrar que la biblia en que figuraba el ma- nuscrito databa del siglo XVI y había perte- necido al emperador Carlos V del Sacro Imperio Romano Germánico.

Rn vista de su pasión por la labor intelectual, no causa sorpresa que en 1864, año en que comenzó a ejercer la medicina, solicitara entrada en calidad de socio super- numerario en la principal asociación científica cubana, la Real Academia de Ciencias Mé- dicas, Físicas y Naturales de La Habana. De- bido en parte a que en ese entonces todavía no se había forjado una buena reputación pro- fesional en Cuba, sus primeros intentos de convertirse en socio fracasaron. Sin embargo, con el correr del tiempo sus colegas se dieron cuenta de sus dotes y cuando se produjo una vacante en 1872, Finlay fue propuesto como Miembro de Numero de la Academia. Su can- didatura fue aprobada por unanimidad.

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Lo increffle es que Finlay hizo No todas las ideas de Finlay casi todos estos trabajos solo, durante su

tiempo libre y sin percibir remuneración al- guna, es decir, en las horas que no dedicaba al ejercicio de la medicina o a la familia. Du- rante mucho tiempo colaboró con él Claudio Delgado, un colega medico con conocknien- tos de bacteriología, pero no tuvo una red de colaboradores, equipos de ayudantes, fuentes de financiamiento ni un gran laboratorio. Tenía un consultorio en su casa, pero la mayor parte de los informes que presentó a la Real Academia de Ciencias se basaban iki- camente en sus agudas dotes de observación y análisis. En otras palabras, al igual que mu- chos otros destacados pensadores del siglo XIX, el principal laboratorio científico de Fin- lay era su cerebro.

daban en el blanco. Aunque estaba dispuesto a presentar teorks lógicas pero no compro- badas, sabía que disponía de pocos recursos para verificar la multitud de ideas brillantes que se le ocmrfan. Por lo tanto, presentaba teorías nuevas cuando creía que valían la pena, tras un proceso de elaboración que las alistaba para debates, pruebas y análisis por otros investigadores.

Hoy día se destinan miles de mi-

llones de dólares a las investigaciones, hay laboratorios deslumbrantes que ocupan acres de terreno y el acervo de conocimientos mé- dicos es tan vasto, que a duras penas podría encontrarse a una persona que domine una gama tan amplia de disciplinas médicas. En la época de Finlay, tanto el sistema de apoyo a las investigaciones como los conocimientos

médicos eran más limitados. La teorfa de los gérmenes como agentes patógenos estaba co- menzando a ganar aceptación; no existían las vacunas, los antibióticos ni las técnicas qui- rúrgicas modernas, y la mayor parte de los medios verdaderamente útiles para diagnos- ticar y tratar las enfermedades eran relativa- mente sencillos comparados con los actuales. Por estas razones, en esa época un médico

como Finlay, con una formación liberal y un intelecto brillante, todavía podfa explorar nue- vos horizontes en muchos campos.

Sin embargo, las ideas de Finlay eran en general muy acertadas. Considérese, por ejemplo, su trabajo sobre las temibles epi- demias de cólera que azotaban periódica- mente a La Habana. En 1867 Finlay ya estaba al tanto de los trabajos realizados en Londres con respecto a la salud pública, en los cuales se indicaba la relación entre la transmisión del cólera y el agua contaminada. Anticipándose a muchos de sus contemporáneos, Finlay em- pezó a buscar la manera de interrumpir la transmisión de esta enfermedad.

Ese ano se produjo un brote de cólera más intenso que de costumbre y Finlay notó que muchas de las vktimas vivfan en los alrededores de la Zanja Real, que era una vía de agua municipal. Basándose en esta ob- servación, escribió una carta al director de un periódico local, el Dzirti de la Matirz~, reco- mendando que se cubriera la Zanja Real y que la gente no usara de esa agua durante la epidemia.

Lamentablemente, el censor ofi- cial considero que las recomendaciones de Finlay constituían una crftica de lo que el go- bierno español estaba haciendo para combatir el cólera y la carta nunca se publicó. Algunos anos después, a principios de la década de 1870, Finlay bosquejó sus ideas sobre la trans- z misión del cólera ante la Real Academia de r-4 Ciencias,4 lo cual a pesar de su valor, llegó 8 demasiado tarde para combatir el brote.

.

4 Carlos Finlay. Transmisión del cókra por medio de las aguas comentes cargadas de prinlipios espeáficos. Anaks de la Rpnl Academia de Ciencias Medicas, Físicas y Naturala de h tina

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L

AS INVESTIGACIONES

SOBRE LA FIEBRE

AMARILLA (18!%-1881)

Finlay no tropezó con obstáculos de esa índole en sus investigaciones sobre la fiebre amar&. Al parecer, esta enfermedad había existido en las Américas, particular- mente en los alrededores de Darién (Panamá) y Veracruz (México), desde la época de los aztecas. Se propagó también por el Caribe, posiblemente transmitida por los aguerridos caribes 0 por otros navegantes, e invadió la isla de Santo Domingo poco después de su descubrimiento por los españoles. (Se dice que en 1494 Cristóbal Colón sufrió un epi- sodio benigno de fiebre amarilla en Santo Do- mingo.)

Cuba se mantuvo exenta de la enfermedad hasta 1649, pero ese ano la fiebre amanlIa se difundió por toda la isla y causó la muerte de un tercio de la población. El azote de la fiebre amar& continuó en forma intermitente hasta 1653, ano en que desapa- reció, presuntamente debido a que ya no había nadie que no hubiese quedado inmu- nizado por un episodio de la enfermedad.

Durante un siglo, aproximada- mente, Cuba permaneció libre de fiebre ama- rilla, como una isla encantada de un libro de cuentos. Sin embargo, en 1761 se produjo otro brote. Esta vez la enfermedad se arraigó en la isla, probablemente debido a que Cuba se estaba convirtiendo en un puerto impor-

8 tante por el que pasaba una corriente ince- 22 sante de inmigrantes y transeúntes no in- mm-res. g

5

Por consiguiente, en la época de Finlay prácticamente todos los habitantes na- ’ E turales de La Habana habían estado expues-

2

cl tos a la enfermedad durante la infancia, y si .s bien algunos morfan (probablemente menos

234

del 5%), los demás quedaban inmunizados de por vida. La situación de los adultos no inmunes recién llegados era muy distinta. Muchos de ellos morían cuando contraían la enfermedad. En consecuencia, los que se oponían a la inmigración a veces decfan cí- nicamente que la bandera amar& era su amiga, en tanto que el rechazo y la enfer- medad por lo general causaban horror a aque- llos que llegaban a Cuba sin haber estado expuestos previamente a la fiebre amar& (y a veces sin saber el peligro que corrfan).

Carlos Finlay dijo que se interesó por primera vez en el problema de la fiebre amar& en 1858, tres anos después de con- cluir sus estudios de medicina y uno después de ser habilitado para ejercer la medicina en Cuba. Es lógico pensar que, debido a su for- mación internacional y a sus conocimientos de vanos idiomas, haya estado en contacto con inmigrantes y viajeros susceptibles de in- fección.

En esa época, los médicos no te- man idea de cuál era la causa de la fiebre amarilla. Arreciaba el debate entre aquellos que creían que la enfermedad era transmisible y los que creían que no lo era, grupos que fueron denominados, con muy poca imagi- nación, “contagionistas” y “no contagionis-

tas”, respectivamente. Al principio, Finlay trató de establecer una relación entre la pre- valencia de la fiebre amarikr y las condiciones atmosféricas. Sus primeros dos trabajos sobre el tema -su discurso de ingreso como Miem- bro de la Real Academia de Ciencias publi- cado en 1873 y otro publicado en 1879- se titulaban “Alcalinidad atmosférica observada en La Habana” e “Informe sobre la alcalinidad de la atmósfera observada en La Habana y otras localidades de la isla de Cuba (parte de un informe de la Comisión sobre Fiebre Ama- rilla de La Habana)“.

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El motivo indirecto de ese cambio fue la epidemia de fiebre amariUa que se pro- dujo en los Estados Unidos en 1878. La en- fermedad no era endémica en ese país, pero algunos veranos se producían brotes, y si existía una combinación adecuada de mos- quitos vectores y pobladores no inmunes, se propagaba rápidamente. El brote de 1878, que fue muy grave, causó la muerte de millares de personas, devastó las ciudades de Nueva Orleáns y Memphis, entre otras, y llegó hasta Gallipolis, en Ohio.

Enfrentado con este desastre, el Gobierno de los Estados Unidos envió una comisión especial a La Habana para estudiar la enfermedad en esa importante zona en- démica. La comisión tenía seis integrantes: tres destacados expertos en fiebre amar& (el bacteriólogo George Sternberg, el epiden& logo Stanford Chaille y el patólogo Juan Guiteras), un ingeniero sanitario (Thomas Hardy), un estudiante de medicina (Rudolph Mata) y un auxiliar (Abraham Morejón). Los miembros de la comisión permanecieron en Cuba alrededor de un ano, llevaron a cabo numerosas actividades y trabajaron con co- legas cubanos designados por el gobernador general. Uno de ellos era CarIos FinIay.

Finlay se llevaba bien con los nor- teamericanos. Anos más tarde, Rudolph Mata, quien a la sazón se había convertido en una eminente autoridad de salud en los Estados Unidos, dijo lo siguiente refiriéndose a su relación con Finlay: “En el Hotel San Carlos, donde residía la comisión, él [el Dr. Finlay] fue aceptado con la mayor conside- ración y al mismo tiempo con la confianza que se dispensa solo a un estrecho colabo- rador y valioso asesor. [. . .] En ese entonces tenfa unos 49 anos [en realidad Finlay tenía 45 en ese momento] y ya tenía fama de ser un investigador original, penetrante, tenaz e

incansable [. . .] dedicado al arduo problema etiológico de la fiebre amar&. [. . .] Para un joven como yo, Don Carlos simbolizaba un mentor digno de ser imitado por cualquiera que tuviese vocación por la ciencia y la hu- manidad”.s

A pesar de ello, cualquier efecto que Finlay pueda haber tenido en la comisión fue mucho menor que el efecto que la co- misión tuvo en él. Si bien esta no realizó gran- des progresos en el camino hacia la preven- ción de la fiebre amariUa o el descubrimiento de su causa, convenció a Finlay de que las condiciones atmosféricas por sí solas no ex- plicaban la fiebre amarilla y que la enferme- dad era causada por un agente infeccioso.

Segín el mismo Finla~,~ al recibir el informe de la comisión en 1879 efectuó una revisión de los datos recopilados desde 1853 y dedujo lo siguiente: primero, que la fiebre amarilla es una enfermedad causada por gér- menes que se transmite tan solo en lugares con ciertas condiciones topográficas y climá- ticas; segundo, que la enfermedad no se con- trae por medio del contacto con pacientes o sus secreciones ni por medio del aire, aJi- mentos o bebidas contaminados; y tercero, que las lesiones patológicas en las paredes de los vasos capiIa.res de los enfermos de fiebre amadla, así como las hemorragias que co- múnmente acompañan a la enfermedad, in- dican que las paredes de los vasos sanguíneos tal vez constituyan una buena fuente del agente infeccioso.

Eso llevó a Finlay a pensar que se necesitaba un factor especial para trans- mitir el agente de la enfermedad, y que lo más probable era que se transmitiera por ino- culación, tomando material infeccioso de la 2 sangre o de las paredes de los vasos capilares z de un persona infectada e inyectándolo en Ios 8 vasos capilares de una persona no inmune.

5! u

.

’ Rudoiph Mata. My menor& of Carlos J. Fiiy. In: Minishy T of Healtb and Hospitals Asistance. Dr. Carlos 1. Finlay una’ s the ‘Hall ofhm” ofi’kw York. La Habana, Cuba, 1959. Folleto 3 sobre Historia del Saneamiento No. 15, pp. E-89.

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“Así pues, llegué a la conclu- sión”, dice Finlay, “de que la transmisión se efectuaba por medio de un insecto que chu- paba sangre y que era caracterfstico de los países donde existía la fiebre amar&. [. . .] Al buscar un insecto con esas características encontré el mosquito diurno de La Habana (mosquito Culex Desv., Stegorrzyk faSnata Theo

[conocido actualmente como

A. aegypt~), y

observé que presentaba ciertas peculiaridades en el desove y en la prontitud con que volvía a picar apenas había terminado de digerir la sangre que había ingerido previamente. Ambas peculiaridades parecían distingmrlo de otras especies de mosquitos y lo hacían especialmente apto para la propagación de una enfermedad en forma de epidemia. Con- tinué las investigaciones y descubrí que este insecto se entumecía y no podfa picar cuando la temperatura bajaba a 15 grados centígrados (59 grados Fahrenheit) y que, en Nueva Or- leáns, Río de Janeiro y La Habana, las epi- demias de fiebre amar& habían cesado al bajar la temperatura a esa cifra y que después de mantener al insecto un rato en una at- mósfera enrarecida como la que existe a una altitud de cuatro mil a seis mil pies, donde la fiebre amar& es intransmisible, el insecto perdía en gran medida la capacidad para per- forar la piel,r.7

Esa fue la idea que permitió pos- teriormente derrotar la enfermedad. Sin em- bargo, Finlay procedió con cautela. El con- cepto se oponía a las creencias populares y Finlay careáa de pruebas experimentales. E? Cuando lo nombraron delegado especial de z Cuba a la Conferencia Sanitaria Internacional 3 de 1881 que se celebro en Washington, DC, N tuvo la oportunidad de hablar a los presentes sobre la fiebre amarilla, pero no dijo nada

!5 sobre los mosquitos. z

236

No obstante, dio algunos indicios bastante firmes. Dijo que, en su opinión, la transmisión de la fiebre amarilla requerfaz “1) la existencia previa de un caso de fiebre amar& en un período determinado de la enfermedad, 2) la presencia de un sujeto apto para contraer la enfermedad y 3) la presencia de un agente cuya existencia sea completa- mente independiente de la enfermedad y del enfermo, pero necesaria para transmitir la en- fermedad del individuo enfermo al hombre

SZIJ.lO”.s

Eso fue en febrero de 1881. En agosto del mismo ano, Finlay recibió autori- zación para experimentar y comenzó a ex- poner a personas susceptibles a mosquitos que habían picado a enfermos de fiebre ama- dla. Los resultados fueron alentadores. De las cinco personas susceptibles expuestas, tres comenzaron muy pronto a presentar sínto- mas que fueron diagnosticados como una fie- bre amar& leve o “abortiva”.

Con estas pruebas preliminares, Finlay decidió informar sobre sus observacio- nes. En consecuencia, el 14 de agosto de 1881 presentó a la Real Academia de Ciencias lo que se convertiría en su trabajo más famoso: ‘El mosquito, hipotéticamente considerado como agente de transmisión de la fiebre ama- rilla”. Esta vez fue específico. Ademas de ex- plicar la relación entre los hábitos del mos- quito sospechoso y la transmisión de la fiebre amada y de describir los resultados de los casos estudiados, Finlay dijo: “Tres condicio- nes serían necesarias para que la fiebre ama- rilla se propague. Primero: existencia de un enfermo de fiebre amarilla, en cuyos capilares el mosquito pueda clavar sus lancetas e im- pregnarlas de partfcuIas virulentas, en el pe- rfodo adecuado de la enfermedad. Segundo: prolongación de la vida del mosquito entre la picada hecha en el enfermo y la que deba producir la enfermedad. Tercero: coincidencia

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de que sea un sujeto apto para contraer la enfermedad alguno de los que el mismo mas- quito vaya a picar después”.’

La respuesta a esta afirmación clara y directa fue impresionante, pero en un sentido negativo. Simplemente hicieron caso omiso de la declaración. Muy pocos partici- pantes se mostraron interesados, nadie hizo preguntas y prácticamente nadie, fuera de Finlay y su colaborador Claudio Delgado, continuó los trabajos. La respuesta al anuncio de salud pública más importante de la década fue el silencio, como si el árbol más grande del bosque hubiese caído sin que nadie oyese el estruendo.

Aunque en retrospectiva ello causa sorpresa, había razones perfectamente buenas para no dar oídos a la tesis de Finlay. Para comenzar, en 1881 todavía no se había comprobado en ningún lugar del mundo que un insecto pudiera servir de vector para trans- mitir una enfermedad de una persona a ~tra.‘~ Además, no todos pensaban que la fiebre amar& era una enfermedad contagiosa, o de lo contrario creían que se contagiaba por medio de objetos contaminados, como la ropa, 0 por parlícuIas flotantes en el aire. Por úkirno, las pruebas que presentó Finlay no demostraban su teoría. El mismo señaló que si bien los experimentos ciertamente apoya- ban su teorfa, no pretendía exagerar su valor considetidolos definitivos y entendía muy bien que se necesitarkn pruebas absoluta- mente irrefutables para que la mayorfa de sus colegas aceptaran una teoría que se diferen- &ba tanto de las ideas sobre la fiebre amar& que habían prevalecido hasta la fecha. “Mi única pretensión”, declaró, “es que se tome nota de mis observaciones y que se deje a la experimentación directa el cuidado de poner en evidencia lo que hay de cierto en mis con- ceptos”. l1

qAm&sdelaRtnlAmdemia~C~, 17213,1831. ” En 1877 Patick Manson había setido que los mosquitos

extmn miauWs de los seres humanos al picados, pero en Cuba muy pocas personas estaban al tanto de su trabajo, y Manson no llegó a afirmar que los mosquitos inktados iransmitían la fM por medio de las picaduras. ‘l obras cYol?lp~, Val. 1, p. 41.

En vista de los propios comen- tarios de Finlay, es comprensible que su tra- bajo no haya tenido mucho eco. Además, los pocos que se interesaron en la teorfa de Fiiy no quedaron convencidos con las pruebas presentadas. Más tarde se descubrió que la transmisión de la fiebre arnarik es un pro ceso complicado y difícil, porque el virus puede pasar de una persona infectada al mos- quito solo durante los tres primeros días de la enfermedad y el mosquito puede transmitir el virus solo después de haber estado infec- tado durante 12 días. Ello explica por qué los experimentos de Finlay no demostraban su teorfa y por qué George Stemberg, influyente autoridad sanitaria, bacteriólogo y experto en fiebre amarilla de los Estados Unidos, miem- bro de la Comisión sobre Fiebre Amar& de 1879 y amigo personal de Finlay más tarde nombrado inspector general de sanidad del ejército de los Estados Unidos, no logró trans- mitir la fiebre amariUa con mosquitos y dejó de prestar atención a la teoría de Finlay.”

Otra razón por la cual los resul- tados de Finlay eran sistemáticamente incon- cluyentes es que Finlay tenía graves reservas en cuanto a experimentos que pudiesen poner en peligro la vida de seres humanos. Siendo un médico dedicado a ayudar a la gente, no vefa nada malo en la inoculatión de sujetos a fin de inducir casos leves de la enfermedad y así protegerlos contra la fiebre anwilla, pero no estaba dispuesto a realizar ensayos que produjesen casos agudos de fie- bre amadla, a pesar de que esa era la veri- ficación que necesitaba para demostrar la transmisión.

2

” WUUam B. Bean. Walter Reed and yellow fever. IAMA c4 2!%@:65%&2,1983.

8 $ u . 2 s 3

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Además, existen pruebas de que Finlay evitaba inocular a los voluntarios con mosquitos que habían incubado la infección mas de algunos días, precisamente porque tenúa que eso produjese casos más graves.” En un artículo inédito que escribió en 1891 dijo: ‘Es mi opinión que mientras que una 0 dos picadas de mosquitos recientemente in- fectados podrán ocasionar en una persona susceptible, ya un ataque ligero, ya una in- munización sin fenómenos patológicos, re- sultaría, al contrario, un ataque grave, a con- secuencia de un numero mayor de picadas; y creo también que lo mismo sucederk a con- secuencia de una sola picada de un mosquito que haya sido alimentado exclusivamente de dulces durante varios días o semanas después de su contaminación“.‘4

Por consiguiente, continuó de- fendiendo la teoría incorrecta de que se podía inducir una forma benigna de la enfermedad y conferir inmunidad por medio de la pica- dura de insectos infectados poco antes. Así pues, entre 1881 y 1901 inoculó a 103 personas con mosquitos infectados, y evitaba, acerta- damente, el uso de mosquitos que hubiesen incubado la infección durante períodos más prolongados, a fin de proteger la vida de los pacientes.

Eso no es lo único que hizo. Entre otras cosas, continuó escribiendo. Desde 1881 hasta 1901, cuando se confirmó su teoría, es- cribió y publicó más de 40 monogmffas sobre la fiebre amarilla. Un tercio de ellas, aproxi- madamente, trataban de la transmisión por

8 medio de mosquitos. Continuó también in- tentando aislar e identificar el agente causal

s ____

i

l3 Fiiy creía incorrectamente que los gkmenes de la fiebw amanlIa se alojaban en la probóscide del mosquito y que la s infección se tmnsmiíía cuando esos gérmenes eran expul- .3 sados y penehaban en la persona suxeptiile durante otra

8

picadura. Aunque no se había percatado del pmceso de s

indación de 12 días, pensaba que los gérmenes podían mukiplicarse en la probóscide si no se los pertmbaba y que la hcuh5ón de una persona susceptible con estos gér- 3

menes más numerosos podría produti un caso más gmve de la enfermedad.

l4 Traducción de C. Fiiy (con una nota p~hninar de J. Guiteras), del manuscrito original de 1891, “Tmnsmission

238 de la fièvre jaune par le moustique culex”. xarisfa de Me- dkim Tropiml4:134-143,1503.

de la fiebre amarilla, y apoyó y alentó a los colegas que se mostraban interesados en sus esfuerzos.

Lo más notable es que, basán- dose en parte en una monografía preparada por Ronald Ross en 1897, en la que describía la manera en que los mosquitos transmiten la malaria, en 1898 Finlay leyó en la Academia de Ciencias un trabajo que contenía un plan detallado de lucha contra la fiebre amarilla y la malaria.

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deyecciones, etc., para prevenirse contra la contaminación del mosquito.” ls

En la versión en inglés del mismo trabajo, que se publicó el ano siguiente en el

New York Medid

Recurd, se añadfa la siguiente información:

“Se deberfan construir hospitales bien ventilados en lugares altos y alejados de pantanos o aguas estancadas, con puertas y ventanas protegidas con malla de alambre, un buen sistema de desagüe y akantarillado, e instalaciones para desinfectar todas las de- yecciones sospechosas y destruir los mos- quitos y las larvas que se encuentren en el edificio. Debe alojarse a los enfermos en los pisos superiores, y hospitalizar solamente a los enfermos de fiebre amanlIa y a los enfer- mos de malaria que estén inmrrnizados contra la fiebre amarilla. El examen previo a la hos- pitalización se debe realizar en un departa- mento separado, dedicado a casos sospecho- sos en observación.

“Con hospitales de este tipo, una junta de sanidad eficiente que hiciese los arre- glos necesarios para los pacientes que puedan permanecer en su casa y mejoras sanitarias generales en las principales ciudades y sus alrededores, no cabe duda de que la fiebre amxilla se podría erradicar de Cuba y Puerto Rico y la malaria se podría reducir a un mí- nirr~o.“‘~ Era un plan bastante audaz. Cuando Finlay lo redactó, casi todos sus colegas re- chazaban la teorfa del mosquito; sin embargo, el plan de lucha estaba completamente ba- sado en esa teoría. Más sorprendente aun que la audacia de este plan preparado en 1898 es su utilidad, ya que las medidas generales que recomendaba son básicamente las mismas que pocos anos mas tarde adoptaron el mayor William Gorgas y las autoridades sanitarias de los Estados Unidos para akanzar los ob- jetivos serialados por Finlay.

l5 C. Finlay. Los mosquitos considerados como agentes de la hansmisión de la fiebre amilla y de la malaria. Trabajo leído en Ia Academia de CXmcias MÉdicas, Físicas y Na- hmks de la Habana, el 13 de noviembre de 1898. Anales delaRtwlAcz&=mia35:31yRmtlsta&la - de Medm.na yFczrm&delalshdeCuba,2~.

l6 New York Miínl Rmnd 45~737~739,189.

L

A DERROTA DE Ji4

BANDERAAMARKLA

Como es bien sabido, en 1898 ocurrieron importantes acontecimientos po- líticos y militares en Cuba. En 1895, el des- contento con el régimen colonial había de- sencadenado levantamientos en la isla y las represalias de los españoles, entre ellas la re- clusión de prisioneros no combatientes en campamentos, habían causado grandes su- frimientos. A medida que la lucha se inten- sificaba, era evidente que los Estados Unidos simpatizaban con los rebeldes. Las relaciones entre este país y España se deterioraron y la explosión del acorazado estadounidense Maine, que estalIó el 15 de febrero de 1898 en el puerto de La Habana, precipitó la breve Guerra de Cuba y la ocupación de la isla por fuerzas estadounidenses.

Carlos Finlay, que a la sazón tenía 65 años, no fue un testigo ocioso, sino firme partidario de los rebeldes, y en más de un viaje a los Estados Unidos proporcionó ser- vicios médicos a grupos de rebeldes emi- grados.

De hecho, cuando comenzó la Guerra de Cuba, él estaba ayudando a los rebeldes cubanos en Tampa, Florida, y desde allí viajó a Washington con el propósito de ofrecerse como voluntario para la fuerza ex- pedicionaria de los Estados Unidos. Su amigo George Stemberg, que en ese momento era inspector general de sanidad del ejército, no logró disuadirlo, de manera que lo nombra- ron subinspector general de sanidad y se in- corporó al servicio médico militar de la fuerza expedicionaria el 22 de julio de 1898. Llegó a Cuba poco después de la primera oleada de k tropas y comenzó a trabajar en la zona de Santiago, supervisando al personal que 8 atendía a los soldados enfermos de malaria y 3 u . -E

E 65

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fiebre amarilla, enfermedades que estaban co- brando muchas más vfctimas que el propio combate.

En un plano más general, la ocu- pación estadounidense produjo cambios enormes. Tenía ahora el poder un gobierno que no careáa de energía, recursos y orga- nización, ni estaba dispuesto a aceptar el statu quo con respecto a la fiebre amarilla, espe- cialmente en vista de que las principales vfc- timas de la epidemia creciente eran una mul- titud de miembros no inmunes de la fuerza expedkionaria.

No obstante, la aceptación de la teoría del mosquito llevó tiempo, y las pri- meras medidas importantes de salud pública que se tomaron en La Habana estaban cen- tradas en el saneamiento.

La razón es fácil de comprender. Poco después de la ocupación estadormi- dense, la Junta sobre Fiebre Tifoidea, entre cuyos integrantes se encontraba Walter Reed, inspector general de sanidad de las fuerzas armadas, demostró que la falta de sanea- miento (“las moscas, las heces, las manos su- cias y la inmundicia”) era lo que causaba la propagación de la fiebre tifoidea en los cam- pamentos del ejército de ocupación y no la leche o el agua contaminadas. Era un pro- blema muy seno; perecieron debido a la fiebre tifoidea cinco veces más soldados estadou- nidenses que los muertos en combate. De manera que se inició una campana heroica de limpieza para luchar contra la fiebre tifoidea y la fiebre amarilla.

8 La campana, hábilmente dirigida z por William Gorgas, del cuerpo médico del 3 ejército de los Estados Unidos, prácticamente 5 eliminó la fiebre tifoidea, pero no pudo de- tener la fiebre amarilla. Según Gorgas, a me-

E dida que la población inmune aumentaba, la E enfermedad continuaba propagándose siste- .-g máticamente, a pesar de los esfuerzos de sa-

õ cq

240

neamiento y a fines del 1900 La Habana es- taba en las garras de una grave epidemia de fiebre amarilla. Evidentemente, era necesario enfocar la situación desde otro ángtrlo.

Entretanto, los investigadores que estudiaban la causa de la fiebre amar& estaban siguiendo una pista falsa. Giuseppe SanamIli, bacteriólogo italiano que trabajaba en América del Sur, había afirmado errónea- mente que una bacteria que llamaba Buci~lus icteroides (‘bacilo causante de la ictericia”) era la verdadera causa de la fiebre amar&. En 1898 el ejército de los Estados Unidos formó una comisión de dos personas para que in- vestigara el asunto. La comisión presentó un informe que respaldaba a Sanarelli pero que no convenció a Stemberg, inspector general de sanidad, quien veía la afirmación de Sanarelli con esceptickmo. Por lo tanto, Stemberg despachó a Arístides Agramonte, subinspector de sanidad militar, para que fuera a La Habana a examinar la labor de la comisión, y posteriormente formó otra co- misión, encabezada por Walter Reed, quien llegó a La Habana el 25 de junio de 1900 para continuar el trabajo sobre la fiebre amarilla.

Esta nueva comisión, formada por cuatro hombres (Reed, Agramonte y dos subinspectores de sanidad, James Carroll y Jesse Lazear), descartó en seguida el microor- ganismo indicado por Sanarelli como la causa de la fiebre amarilla y se quedó sin teorfas prometedoras. La comisión sabía que Stem- berg rechazaba la teoría del mosquito, y solo uno de sus integrantes (Lazear) estaba inte- resado en ella. Sin embargo, el único tipo de estudio que podían emprender (un estudio comparativo de la flora intestinal de los en- fermos de fiebre amarilla) parecía tan poco promisotio que decidieron examinar más a fondo la idea de Finlay.

Fueron a verlo y él contestó todas sus preguntas y les dio copias de los artkulos que había publicado, así como huevos de los mosquitos que usaba en sus investigaciones. La comisión incubo los huevos, crió los mos- quitos y los usó para continuar el estudio.

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misión. Al principio, los resultados fueron de- salentadores. Ninguna de las personas que habían sido picadas por mosquitos presun- tamente infectados contrajo fiebre amarilla. Sin embargo, continuaron la labor, y en sep- tiembre un soldado llamado William Dean y dos miembros de la comisión (Carroll y La- zear) contrajeron la enfermedad. Carro& quien se había mantenido muy escéptico en relación con la teoría del mosquito, y Dean contrajeron casos bien definidos, pero se re- cuperaron. En cambio, Lazear, el único miembro de la comisión que estaba de acuerdo con la teoría de Finlay, contrajo un caso grave y falleció.

Reed (que anteriormente se habfa pronunciado en contra de la teoría del mos- quito) había regresado a Washington y volvió de inmediato a La Habana, pero los casos no demostraban sin lugar a dudas la teoría de Finlay. Tanto Carroll como Lazear podrían haber estado expuestos de otra forma a la fiebre amar& y el caso de Dean por sí solo no constituía una prueba irrefutable para los expertos que seguían manteniéndose escép- ticos. Sm embargo, Reed y los miembros de la comisión que sobrevivieron los experimen- tos se habían convencido. Tras determinar que se necesitaba un período de incubación de unos 12 días para que un mosquito infec- tado pudiese transmitir la enfermedad a una nueva víctima, estaban en condiciones de se- guir adelante.

Por consiguiente, Reed planificó una serie de experimentos bien diseííados y cuidadosamente controlados, en los cuales varios voluntarios que no habían tenido con- tacto con la fiebre arnariUa fueron expuestos a mosquitos infectados o a fómites de enfer- mos de fiebre amar&.

La titima serie de pruebas se rea- lizó en noviembre y diciembre de 1900. Siete voluntarios no inmunes durmieron durante

20

noches con las sabanas, la ropa y las se- dones pestilentes de los enfermos de fie- bre amarilla. Ninguno contrajo la enferme- dad. Otros dos voluntarios no inmunes durmieron en un edificio con mosquitos in- fectados durante 18 noches, protegidos contra los insectos con maJlas de alambre, y ninguno

contrajo fiebre amar& Por último, un vo- luntario fue expuesto a mosquitos infectados en el edificio durante tres días consecutivos y al cuarto dfa presentó un caso inconfundible de fiebre amar&

Ni siquiera estos resultados con- cluyentes convencieron a los círculos médicos de que Finlay había estado en lo cierto, pero convencieron al gobernador militar de Cuba, general Leonard Wood, que era miembro del cuerpo médico del ejército. Wood inmedia- tamente encomendó a Gorgas una nueva campaña con cuatro objetivos principales: mantener a la gente no inmune alejada de La Habana, poner en cuarentena sin demora a los enfermos de fiebre amariUa y aislarlos de los mosquitos, eliminar todos los mosquitos adultos que estuviesen cerca de los enfermos de fiebre amañlla y eliminar las larvas de Ste-

gmryti (A. uegyptz)

en toda la ciudad. Estas medidas eran muy similares a las que Carlos Finlay había recomendado en 1898.

Debido en parte a que las medi- das habíí sido bien planificadas y se llevaron a la práctica eficientemente, los resultados fueron decisivos. En 1900, antes de que se iniciara la campana, se produjeron como mí- nimo 300 defunciones por fiebre amar& en La Habana. Rn 1901 se notificaron solo 18 defunciones y para fines de septiembre la fie- bre amar& había desaparecido. Además, la eliminación de la gran endemia de La Habana condujo a la desaparición de la enfermedad en otros lugares de Cuba y redujo conside rablemente los brotes causados por casos im- portados en otros lugares del Caribe.

Esta campana evidentemente no logró erradicar la fiebre amar& en todas par- tes, pero sentó las bases para la eliminación de la epidemia que se produjo en Panamá durante la construcción del canal, la lucha eficaz contra el último brote importante que se produjo en Nueva Orleáns en 1905 y el

.

E

f-

3

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exorcismo del demonio de la fiebre amarilla dondequiera que se presentara posterior- mente. Finalmente, 20 anos después que Car- los Finlay describió su teoría, sus deducciones asestaron un golpe mortal a la enfermedad.

El trabajo de Finlay no se detuvo allí. En 1902, una vez concluida la ocupación estadounidense, fue nombrado Jefe de la Sa- nidad de Cuba y presidente de la Junta Su- perior de Sanidad de la Isla de Cuba. Rn esos cargos supervisó el comienzo de la vacuna- ción nacional contra la viruela, la creación de reglas de sanidad marítima y la redacción de las Orde nanzas Sanitarias, incluido el primer Código Sanitario Cubano. Además, participó personalmente en trabajos innovadores para reducir el numero de defunciones por tétanos neonatal y continuó escribiendo artículos sobre la fiebre amarilla y otros temas. En 1908 se retiró de la vida pública, y siete anos más tarde, el 20 de agosto de 1915, falleció pláci- dan-rente a los 82 anos.

La teoría del mosquito, la contri- bución de Carlos Finlay a la salud pública y su vida misma se caracterizan por una per- sistencia que difiere notablemente de la suerte de los tres miembros estadounidenses de la comisión Reed. Como ya se dijo, Lazear murió de fiebre amarilla en el ano 1900, Reed falleció de apendicitis en 1902 y Carroll murió de endocarditis en 1907, cuatro anos después de declarar que era muy poco lo que Finlay había hecho y que Reed merecía los laureles, opinión que tuvo poco eco entre los sobre- vivientes de los experimentos.

E? En retrospectiva, teniendo en z cuenta la importancia de la derrota de la fiebre ?‘

I amarilla y la diversidad de los grupos que N participaron en la lucha contra la enfermedad, resulta lógico que se haya disputado quién

ii era acreedor al mérito. Claramente, Finlay no e trabajó solo. A la derrota de la fiebre amarilla .t-: contribuyeron también el talento de la co-

8 s

misión Reed para realizar investigaciones cui- dadosas y precisas, la disponibilidad de abun- õ dantes recursos y la habilidad de William cq Gorgas como organizador. Sin la concurren- cia de las circunstancjas que proporcionaron

242 esos ingredientes adicionales, la derrota de la fiebre amarilla se habría hecho esperar.

Además, existen razones para creer que había llegado el momento propicio para aceptar la función del mosquito como vector. Carlos Finlay fue el primero en pos- tular seriamente la transmisión directa de una enfermedad de un hombre a otro por medio de un mosquito. Sin embargo, cuatro anos antes, en 1877, Patrick Manson había seña- lado que los mosquitos transmitían la filaria- sis, presuntamente al succionar la microfilaria junto con la sangre y al morir después en el agua, infectando a la gente que la bebía. En 1897 Ronald Ross ofreció una explicación con- vincente de la transmisión de la malaria por el mosquito

Arzqddes.

En retrospectiva es evi- dente que, una vez aceptada la teorfa de los gérmenes como causa de enfermedades, el descubrimiento de los insectos vectores de los gérmenes era solo cuestión de tiempo.

Sin embargo, Finlay no podía ver las cosas en retrospectiva y el acertijo de la transmisión de la fiebre amarilla no era sen- cillo de resolver, como tampoco lo era el des- cubrimiento de Manson. Ademas, si la teoría de Finlay no hubiese precedido la ocupación de Cuba, los acontecimientos habrían tomado un cariz diferente. Tal como dijo William Gorgas en una carta a Finlay el 12 de agosto de 1910, “pienso que fue gracias a tu labor y a tu defensa personal de la teoría del mos- quito que la junta estadounidense presidida por Reed se sintió impulsada a investigarla y que, si no fuera por el trabajo pertinente que ya habías hecho en 1900, la junta estadou- nidense nunca habría iniciado una investi- gación de la teoría del mosquito”.‘7

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La razón principal de la proeza de Finlay tal vez resida en que en su persona se conjugaban la mayor parte de los conoci- mientos que requiere actualmente toda una organización internacional de salud pública. Reuma el dominio de vanos idiomas, una for- mación multicultural, conocimientos genera- les, capacitación médica, dotes de diplomá- tico, curiosidad intekctuaj y el deseo de ayudar, que son los elementos imprescindi- bles para realizar una labor de buena calidad en ese campo. Teniendo todo ello en cuenta, quizá no deba sorprender que Finlay haya desempeñado una función tan extraordinaria en la labor de salud pública internacional de su época o que en la actualidad su trabajo todavía constituya un modelo de excelencia. Por supuesto, Finlay, al igual que Manson, no sabía todas las claves del acertijo. Cabe destacar que estaba equivocado al creer que la picadura de mosquitos recién infecta- dos podía conferir inmunidad. Sin embargo, conoáa la fiebre amarilla y el insecto vector lo suficiente para estar razonablemente se- guro de que la teoría del mosquito era correcta y mantenerse a la vanguardia de sus colegas durante 20 anos.

Cabe recordar también que Fin- lay realizó su trabajo sobre la fiebre amarilla con sus propios recursos. No contaba con el respaldo de una organización militar ni con escuadrones de personal de salud a quien dirigir. Fue, en cambio, uno de esos hombres ilustrados cuyo liderazgo es intelectual y que ayudó a ampliar los horizontes de la medicina en el siglo XIX, cuando la medicina moderna era muy joven y en todas partes la gente consideraba la fiebre amarilla como maldición misteriosa y terror divino.

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